Los amos cristianos (Efesios 6:5-11)
Es cruel que un amo obligue a un esclavo a escoger entre obedecerle a él y obedecer a Cristo. Por esto, Pablo les manda a los amos, “dejad las amenazas” contra los esclavos (Ef 6:9). Si los amos les ordenan a los esclavos que hagan algo bueno, entonces no se debería recurrir a las amenazas. Si los amos les ordenan a los esclavos que hagan lo malo, entonces sus amenazas son como amenazas en contra de Cristo. Como en la carta a los Colosenses, Efesios está de acuerdo en que los amos deben recordar que tienen un Amo en el cielo. Sin embargo, Efesios destaca el hecho de que tanto los esclavos como los amos tienen el mismo Amo (Ef 6:9). Por esta razón, Efesios dice que los amos deben hacer lo mismo por sus esclavos (Ef 6:9)— es decir, darles órdenes a los esclavos como si estuvieran dando las órdenes para (o por) Cristo. Con esto en mente, ningún amo cristiano podría ordenarle a un esclavo que haga algo malo, ni tampoco darle trabajo excesivo. Aunque la distinción terrenal entre amos y esclavos permanece intacta, su relación fue alterada con un llamado sin precedentes a la reciprocidad. Ambas partes están sujetas solamente a Cristo “con sinceridad de corazón” (Ef 6:5). Ninguno puede enseñorearse sobre el otro, ya que solo Cristo es Señor (Ef 6:7). Ninguno puede evadir el deber de amar al otro. Este pasaje acepta la realidad económica y cultural de la esclavitud, pero contiene semillas fértiles de abolicionismo. En el reino de Cristo, ya “no hay esclavo ni libre” (Gá 3:28).
La esclavitud sigue creciendo en el mundo actual, para nuestra deshonra, aunque con frecuencia se le llama trata de personas o trabajo forzoso. La lógica interna de Efesios 6:5–9, así como la historia amplia de Efesios, nos motiva a trabajar para que la esclavitud desaparezca. Sin embargo, la mayoría de nosotros no experimentará la esclavitud de una forma personal, sea como esclavo o como amo. Aun así, nos encontramos en relaciones laborales en las que una persona tiene autoridad sobre otra. Por analogía, Efesios 6:5–9 les enseña tanto a los empleadores como a los empleados a demandar, realizar y recompensar solo el trabajo que podría hacer Cristo o que se podría hacer para Él. Cuando nos ordenan que hagamos algo bueno, el asunto es simple, aunque no siempre es fácil. Lo hacemos con lo mejor de nuestra habilidad, a pesar de la compensación o el reconocimiento que recibamos de nuestros jefes, clientes, auditores o cualquier otra persona que tenga autoridad sobre nosotros.
Cuando se nos ordena que hagamos algo malo, la situación es más complicada. Por una parte, Pablo nos dice, “obedeced a vuestros amos en la tierra… como a Cristo”. No podemos desobedecer ligeramente a los que tienen autoridad terrenal sobre nosotros, así como no podemos desobedecer ligeramente a Cristo. Esto incluso ha hecho que algunos cuestionen si es legítimo que los empleados cristianos denuncien irregularidades, suspendan el trabajo y se quejen ante las autoridades reguladoras. En lo mínimo, una diferencia de opinión o juicio no es en sí misma una causa suficientemente buena como para desobedecer una orden válida en el trabajo. Es importante que no confundamos, “no quiero hacer este trabajo y no creo que sea justo que mi jefe me pida que lo haga” con, “hacer este trabajo va en contra de la voluntad de Dios para mí”. La instrucción de Pablo de “obedeced a vuestros amos en la tierra, con temor y temblor” indica que debemos obedecer las órdenes de los que tienen autoridad sobre nosotros a menos que tengamos una razón de peso para creer que hacerlo estaría mal.
Además, Pablo agrega que obedecemos a los amos terrenales como una forma de hacer “de corazón la voluntad de Dios”. Seguramente, si se nos ordena que hagamos algo que va en contra de la voluntad de Dios de forma clara —por ejemplo, incumplir los mandatos o valores bíblicos—, nuestra obligación con nuestro Amo superior (Cristo) es negarnos a obedecer la orden impía del jefe humano. A menudo, la distinción que se debe hacer requiere descubrir quién se favorece si se desobedece la orden. Si la desobediencia protege los intereses de otra persona o de la comunidad en general, hay un argumento de peso para desobedecer la orden. Si desobedecer la orden protege solo nuestros intereses personales, el argumento no es válido. En algunos casos, proteger a otros incluso podría poner en peligro nuestras carreras o nuestro medio para ganarnos la vida. Que no nos extrañe que Pablo diga, “fortaleceos en el Señor” y “revestíos con toda la armadura de Dios” (Ef 6:10, 11).
Sin embargo, les mostramos compasión a los que enfrentan la decisión de obedecer una orden genuinamente impía o sufrir una pérdida personal —incluyendo tal vez nosotros mismos en algunos momentos—, como por ejemplo, el despido. Esto ocurre especialmente en el caso de los trabajadores que están cerca del fondo de la escala económica, que pueden tener pocas alternativas y poco dinero de reserva. A los trabajadores se les ordena de forma rutinaria que hagan varias cosas malas pequeñas, como mentir (“dile que no estoy en la oficina”), engañar (“pon una botella extra de vino en la cuenta de la mesa 16, están demasiado ebrios como para darse cuenta”) e idolatrar (“espero que actúes como si este trabajo fuera lo más importante en el mundo para ti”). ¿Tenemos que renunciar en todos estos casos? Otras veces, a los trabajadores se les puede ordenar que hagan cosas malas graves. “Amenázala con arrastrar su nombre por el suelo si no acepta nuestros términos”. “Encuentra una excusa para despedirlo antes de que revele más registros de control de calidad falsificados”. “Lanza este documento al río en la noche cuando nadie esté cerca”. Con todo, la alternativa de perder un trabajo y ver nuestra familia caer en la pobreza puede ser —o parece— incluso peor que seguir la orden impía. Comúnmente no es claro qué alternativas son más acordes con los valores bíblicos y cuáles menos. Debemos reconocer que las decisiones pueden ser complejas. Cuando nos presionan para que hagamos algo malo, necesitamos depender del poder de Dios para estar más firmes contra el mal de lo que creímos que podíamos estar. Además, debemos mostrar la palabra de Cristo de compasión y perdón cuando descubrimos que algunos cristianos no pueden vencer todo el mal en los mercados del mundo.
Entonces, cuando somos los que tienen autoridad, deberíamos demandar solamente un trabajo que Cristo demandaría. No les ordenamos a los subordinados que se perjudiquen a sí mismos o a otros con el fin de beneficiarnos a nosotros mismos. No les ordenamos a otros que hagan lo que nosotros no haríamos en buena conciencia. No amenazamos a los que se niegan a seguir nuestras órdenes por cuestiones de conciencia o justicia. Aunque somos jefes, nosotros también tenemos jefes, y los cristianos en posiciones de autoridad tienen un deber mayor de servir a Dios a través de las órdenes que les dan a otros. Somos esclavos de Cristo y no tenemos autoridad para ordenar ni obedecer a nadie en oposición a Cristo. El trabajo de cada uno de nosotros, sin importar nuestra posición en el mercado, es un medio por el cual podemos servir —o no servir— a Dios.