El comienzo del Evangelio (Marcos 1:1-13)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Los relatos de la predicación de Juan y el bautismo y la tentación de Jesús no dicen nada acerca de trabajo directamente. Sin embargo, siendo la puerta narrativa al Evangelio, proporcionan el contexto temático básico para todo lo que sigue y no se pueden ignorar mientras llegamos a los pasajes aplicables de forma más evidente a nuestros intereses. Un punto interesante es que el título de Marcos (Mr 1:1) describe el libro como el “Principio del evangelio de Jesucristo”. Desde un punto de vista narrativo, llamar la atención al principio es vistoso, ya que el Evangelio parece no tener un final. Los manuscritos más antiguos indican que el Evangelio termina de repente en Marcos 16:8: “Y saliendo ellas, huyeron del sepulcro, porque un gran temblor y espanto se había apoderado de ellas; y no dijeron nada a nadie porque tenían miedo”. El texto termina tan abruptamente que los escribas le agregaron el material que ahora se encuentra en Marcos 16:9–20, el cual está compuesto de pasajes que se encuentran en otras partes del Nuevo Testamento. Pero tal vez Marcos deseaba que su Evangelio no tuviera un final. Es solo el “principio del evangelio de Jesucristo” y nosotros los que lo leemos somos participantes en el Evangelio que continua. Si esto es así, nuestra vida es una continuación directa de los eventos en Marcos y nuestra expectativa de encontrar aplicaciones concretas para nuestro trabajo está bien fundamentada.[1]

Veremos con mayor detalle que Marcos siempre presenta a los seguidores de Jesús como principiantes que están bastante lejos de la perfección. Esto ocurre incluso con los doce apóstoles. Marcos, más que cualquiera de los demás Evangelios, presenta a los apóstoles como personas poco perspicaces e ignorantes, que le fallan a Jesús repetidamente. En verdad esto es un ánimo para muchos cristianos que tratan de seguir a Cristo en su trabajo pero sienten que son deficientes en dicha labor. Marcos los exhorta a tener valor, ¡porque en esto somos como los mismos apóstoles!

Juan el bautista (Mr 1:2–11) se presenta como el mensajero de Malaquías 3:1 e Isaías 40:3. Él anuncia la venida de “el Señor”. Junto con la designación de Jesús como “Jesucristo, Hijo de Dios” (Mr 1:1), este lenguaje le deja claro al lector que el tema central de Marcos es “el reino de Dios”, incluso aunque espera hasta Marcos 1:15 para usar esa frase y relacionarla con el evangelio (“las buenas nuevas”). “El reino de Dios” no es un concepto geográfico en Marcos. Es el gobierno del Señor al cual se someten las personas y los pueblos por medio de la obra transformadora del Espíritu. Esta obra se resalta por medio de la descripción breve de Marcos del bautismo y la tentación de Jesús (Mr 1:9–13), la cual por su brevedad, enfatiza el descenso del Espíritu hacia Jesús y Su rol en conducirlo a (y probablemente a través de) la tentación de Satanás.

Este pasaje abarca dos conceptos opuestos pero populares acerca del reino de Dios. Por una parte, se encuentra la idea de que el reino de Dios no existe todavía y no existirá hasta que Cristo regrese a gobernar la tierra en persona. De acuerdo con este punto de vista, el lugar de trabajo, como el resto de mundo, es territorio enemigo. El deber del cristiano es sobrevivir en el territorio enemigo el tiempo suficiente para evangelizar y ganar el dinero necesario para satisfacer sus necesidades personales y darle dinero a la iglesia. La otra es la idea de que el reino de Dios es un campo interno espiritual, que no tiene nada que ver con el mundo alrededor. Según este punto de vista, lo que el cristiano hace en el trabajo o en cualquier lugar que no sea a la iglesia ni su tiempo de oración individual, no le concierne a Dios en absoluto.

En contra de estas dos ideas, Marcos aclara que la venida de Jesús inaugura el reino de Dios como una realidad presente en la tierra. Jesús dice de forma explícita, “El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos y creed en el evangelio” (Mr 1:15). El reino no se ha establecido completamente en el presente, por supuesto, ya que todavía no gobierna la tierra ni lo hará hasta que Cristo regrese. Sin embargo, está aquí ahora y es real.

Por tanto, someterse al reinado de Dios y proclamar Su reino tiene consecuencias reales en el mundo que nos rodea. Puede que nos lleve al desprestigio social, el conflicto y claro, al sufrimiento. Marcos 1:14, igual que Mateo 4:12, destaca el encarcelamiento de Juan y lo relaciona con el comienzo de la proclamación de Jesús de que “el reino de Dios se ha acercado” (Mr 1:15). Por ende, el reino está en contra de los poderes de este mundo y como lectores se nos muestra claramente que hablar del evangelio y honrar a Dios no necesariamente traerá éxito en esta vida. Pero al mismo tiempo, por el poder del Espíritu, los cristianos somos llamados a servir a Dios para el beneficio de los que nos rodean, como lo demuestran las sanaciones que Jesús realiza (Mr 1:23–34, 40–45).

La gran relevancia de la venida del Espíritu Santo al mundo se aclara más adelante en el Evangelio por medio de la controversia de Beelzebú (Mr 3:20–30). Esta es una sección difícil y debemos ser bastante cuidadosos en la forma en que la abordamos, pero es bastante importante para la teología del reino, que sostiene nuestra teología del trabajo. La lógica del pasaje parece ser que al expulsar demonios, Jesús está liberando al mundo de Satanás, quien es descrito como un hombre fuerte que ahora se encuentra atado. Así como su Señor, los cristianos deben usar el poder del Espíritu para transformar el mundo, no para escapar de él o acomodarse a él.

J. David Hester, “Dramatic Inconclusion: Irony and the Narrative Rhetoric of the Ending of Mark” [La inconclusión dramática: la ironía y la retórica narrativa del final de Marcos], Journal for the Study of the New Testament [Revista de estudio del Nuevo Testamento] 17 (1995): 61–86.