El siervo en el trabajo (Isaías 40)
Aunque “justicia” o “derecho” en Isaías 1–39 (con frecuencia asociado con la justicia, el término mishpat) es una palabra que se usa para revelar las deficiencias e infidelidad de Judá, “justicia” o “derecho” en Isaías 40–55 se entiende principalmente como un regalo que Dios alcanza a favor de Su pueblo.[1] Isaías mismo sirve como el primer ejemplo de un siervo que trae este regalo de Dios.
El “Siervo” enigmático que se incorpora dentro de Isaías 40–55 establece la justicia o el juicio. Isaías 42:1–4, el primero de los denominados cantos del Siervo, habla del Siervo como alguien que establece la justicia en la tierra. Aquí, en la figura del Siervo, Dios responde el clamor de Judá por justicia en Isaías 40:27: “Escondido está mi camino del Señor, y mi derecho [mishpat] pasa inadvertido a mi Dios”. La iniciativa divina de Dios ahora se decreta con el fin de conseguir para Su pueblo lo que ellos no pudieron conseguir por sí mismos. Los medios por los cuales Dios alcanza la salvación tanto para Israel como para las naciones se encuentra en esta figura en desarrollo del Siervo de Dios. El Siervo es quien alcanza la justicia y la rectitud.
La identidad narrativa del Siervo se desarrolla a partir del mismo Israel en los capítulos 40–48, como una figura individual que lleva en sus propios hombros la identidad misional de Israel tanto para el mismo pueblo como para las naciones en los capítulos 49–53. La razón de pasar de la nación de Israel a una figura que es Israel encarnado (o un Israel idealizado) es el fracaso del pueblo al incumplir su misión debido a su pecado.[2] Lo que vemos en la figura de este Siervo es que es el único medio por el cual Dios transmite Su presencia de gracia y Sus intenciones de restauración a Su pueblo rebelde. Es por la figura del Siervo que la justicia (ahora entendida como la fidelidad del pacto a Su pueblo) se les ofrece a ellos como un regalo, partiendo de la libertad y el compromiso soberano de Dios a Sus promesas. La justicia es algo que se recibe, no se consigue.[3]
Los dos retratos de la justicia presentados en Isaías 1–39 y 40–55 se estudian para darnos un entendimiento matizado de la justicia en Isaías 56–66. Es esta parte de Isaías que se presentan algunos de los retratos más claros de una teología del trabajo. La justicia ofrecida como un regalo en Isaías 40–55 ahora es una obligación que se debe llevar a cabo en los capítulos 56–66: “Así dice el Señor: Preservad el derecho y haced justicia, porque Mi salvación está para llegar y Mi justicia para ser revelada” (Is 56:1).
La petición en Isaías 56–66 de preservar el derecho y hacer justicia es una posibilidad dada ahora al pueblo de Dios, gracias a la declaración anterior de la gracia del Señor sobre ellos en la figura del Siervo. El lenguaje de Isaías 56:1 está relacionado con Isaías 51:4–8, en donde Judá está llamado de nuevo a perseguir el derecho y la justicia. En este pasaje, la posibilidad creada para el pueblo de Dios de hacer justicia se encuentra en las últimas frases de Isaías 51:6, 8: la justicia y la salvación de Dios no fallarán, sino que perdurarán para siempre. Mientras los capítulos 40–55 avanzan en su forma literaria, vemos la justicia y salvación de Dios promulgados en la persona del Siervo (Is 53), quien sufre a favor y en lugar de otros. El llamamiento a “hacer justicia” en los capítulos 56–66 se hace posible debido al trato previo de Dios con la infidelidad de Israel en la acción de gracia y sustitución del Siervo. En el lenguaje teológico, la gracia de Dios precede la ley, como lo demuestra la iniciativa de gracia de Dios para redimir a Su pueblo a toda costa. Este es el único medio por el cual puede existir una conversación acerca de la responsabilidad humana o las acciones justas. Es en la seguridad del perdón de Dios que encontramos en Jesucristo que se materializa el ímpetu para las buenas obras.[4]
El profeta cambia el argumento de lo negativo a lo positivo presentando “el ayuno que Yo [Dios] escogí” (Is 58:6). Este ayuno incluye desatar las cadenas de la injusticia, liberar al oprimido, compartir el alimento con los hambrientos, proveer refugio para el peregrino pobre, vestir al desnudo y cuidar a la familia (Is 58:6–7).[5] Isaías presenta una imagen de los valores que deben caracterizar al pueblo de Dios en un marcado contraste respecto a los de la mayoría de culturas que los rodeaban. Nuestra lealtad a Dios se quebranta por causa de la religión externa o el comportamiento religioso, que puede mezclarse con una ética laboral caracterizada por la falta de interés por los trabajadores (en la cual los trabajadores, empleados o subordinados son simplemente instrumentos para el desarrollo personal o corporativo), o por un estilo de liderazgo que es dado a conflictos, disputas, difamación, un carácter irascible e ira descontrolada. Se le hace una reclamación al pueblo de Dios por causa del perdón previo de nuestros pecados en la persona y la obra de Jesucristo. La promesa tras el ataque en el capítulo 58 desata todas las promesas de Dios en medio de Su pueblo: “Entonces tu luz despuntará… delante de ti irá tu justicia; y la gloria del Señor será tu retaguardia” (Is 58:8; compare con Is. 52:12).
Mientras seguimos las huellas del desarrollo del “Siervo” desde la nación de Israel a una Israel idealizada, luego al Siervo del Señor en los capítulos 52–53 y luego a los siervos de ese Siervo, pausamos para reflexionar en las implicaciones en el trabajo del modelo de servicio que vemos en Jesucristo. Isaías construye cuidadosamente su descripción del Siervo para aclarar que es un reflejo de Dios mismo.[6] Por tanto, tradicionalmente los cristianos han dicho que el Siervo es Jesús mismo. La descripción de Isaías del sufrimiento del Siervo en los capítulos 52–53 nos recuerda que como siervos de Dios, puede que estemos llamados al sacrificio personal en el trabajo, igual que Jesús.
Fue desfigurada Su apariencia más que la de cualquier hombre, y Su aspecto más que el de los hijos de los hombres… Fue despreciado y desechado de los hombres, varón de dolores y experimentado en aflicción; y como Uno de quien los hombres esconden el rostro, fue despreciado, y no le estimamos… Mas Él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades. El castigo, por nuestra paz cayó sobre Él, y por Sus heridas hemos sido sanados… Pero no abrió Su boca; como cordero que es llevado al matadero, y como oveja que ante sus trasquiladores permanece muda, no abrió Él Su boca. (Is 52:14; 53:3, 5, 7)
Una visión adecuada de Dios nos motivará a hacer que Su estándar sea el nuestro, para que no permitamos que la conveniencia propia y el engrandecimiento personal perviertan nuestro trabajo. En Su muerte y resurrección, Jesús satisfizo una necesidad que era imposible de satisfacer por nosotros mismos. El estándar de Dios nos llama a satisfacer las necesidades de la justicia y el derecho por medio de nuestro trabajo:
Se ha vuelto atrás el derecho, y la justicia permanece lejos; porque ha tropezado en la plaza la verdad, y la rectitud no puede entrar. Sí, falta la verdad, y el que se aparta del mal es hecho presa. Y lo vio el Señor, y desagradó a Sus ojos que no hubiera derecho. Vio que no había nadie, y se asombró de que no hubiera quien intercediera. Entonces Su brazo le trajo salvación, y Su justicia le sostuvo. (Is 59:14–16)
Como siervos del Siervo del Señor, estamos llamados a satisfacer las necesidades desatendidas. En el trabajo, esto se puede ver de diferentes maneras: la preocupación por un empleado o compañero de trabajo que está siendo maltratado, la atención a la integridad de un producto que se les vende a los consumidores, el rechazo del uso de atajos en procesos que privarán a las personas de su aporte, incluso rechazar el acaparamiento en tiempos de escasez. Como Pablo escribió a los Gálatas, “Llevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo” (Gá 6:2).
Como siervos del Siervo del Señor, tal vez no recibamos el reconocimiento que deseamos. Puede que se pospongan las recompensas, pero sabemos que Dios es nuestro juez. Isaías lo dice de esta manera: “Porque así dice el Alto y Sublime que vive para siempre, cuyo nombre es Santo: Habito en lo alto y santo, y también con el contrito y humilde de espíritu, para vivificar el espíritu de los humildes y para vivificar el corazón de los contritos” (Is 57:15).
Para una explicación más exhaustiva de este tema ya que se relaciona con la forma final del libro como un todo, consulte John N. Oswalt, “Righteousness in Isaiah: A Study of the Function of Chapters 56–66 in the Present Structure of the Book” [La justicia en Isaías: un estudio de la función de los capítulos 56–66 en la estructura presente del libro], en Broyles y Evans, 177–91.
Para más información acerca del desarrollo del Siervo en la presentación literaria de Isaías 40–55, ver Christopher R. Seitz, “You are my Servant, You are the Israel in whom I will be glorified’: The Servant Songs and the Effect of Literary Context in Isaiah” [Tú eres Mi Siervo, Israel, en quien Yo mostraré Mi gloria: los cantos del Siervo y el efecto del contexto literario en Isaías], Calvin Theological Journal [Revista de teología de Calvino] 39 (2004): 117–34.
Fue Gerhard von Rad quien resaltó la asociación sinónima en Isaías 40–55 de justicia [tsadeqah] y salvación [yeshua]. Gerhard von Rad, Old Testament Theology [Teología del Antiguo Testamento], traducido al inglés por D. M. G. Stalker, vol. 1 (San Francisco: Harper-SanFrancisco, 1962), 372.
Acerca de la “justicia” en Is 56–66, Oswalt declara, “en resumen, existe toda una nueva motivación para actuar con rectitud. Ahora no se trata tanto del temor de impedir la condenación que impone la justicia, sino el reconocimiento de que Dios va a cumplir con misericordia y justicia Sus promesas del pacto. Debemos ser justos, dice el escritor, por causa de la justicia de Dios”. “Righteousness in Isaiah” [La justicia en Isaías], 188.
Incluso aunque tal lista tiene que ver inicialmente con los problemas particulares relacionados con la liberación de la esclavitud del exilio, la extensión figurada de estos problemas a otras esferas de la conducta humana no solo es correcta, sino también necesaria. Consulte Christopher R. Seitz, “The Book of Isaiah 40–66: Introduction, Commentary, and Reflections” [El libro de Isaías 40–66: introducción, comentario y reflexiones], en vol. 6, The New Interpreter’s Bible [La biblia del nuevo intérprete] (Nashville: Abingdon Press, 2001), 499.
Richard J. Bauckham, God Crucified: Monotheism and Christology in the New Testament [Dios crucificado: el monoteísmo y la cristología en el Nuevo Testamento] (Grand Rapids: Eerdmans, 1999), 50.