Abraham (Génesis 12:1-25:11)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

La fidelidad de Abraham en contraste con la infidelidad de Babel (Génesis 12:1-3)

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Como se menciona al comienzo de Génesis 12, Dios hizo un pacto con Abraham que requería fidelidad. Al dejar la tierra de su familia extendida incrédula y seguir el llamado de Dios, Abraham se distinguió drásticamente de sus parientes distantes que se quedaron en Mesopotamia e intentaron construir la torre de Babel, como relata el final del capítulo 11 de Génesis. La comparación entre la familia inmediata de Abraham en el capítulo 12 y los otros descendientes de Noé en el capítulo 11 enfatiza cinco contrastes.

Primero, Abraham pone su confianza en la guía de Dios y no en la estrategia humana. En contraste, los constructores de Babel creyeron que por sus propias habilidades e ingenio podrían crear una torre “cuya cúspide llegue hasta los cielos” (Gn 11:4), y así ser importantes y estar seguros en una forma que usurpaba la autoridad de Dios.[1]

Segundo, los constructores buscaban hacerse un nombre famoso (Gn 11:4), pero Abraham confió en la promesa de que Dios engrandecería su nombre (Gn 12:2). La diferencia no recae en el deseo de alcanzar la grandeza como tal, sino en el deseo de alcanzar la fama por sus propios medios. Dios en realidad hizo que Abraham fuera famoso, no por su propia causa, sino para que sean “benditas todas las familias de la tierra” (Gn 12:3). Los constructores buscaban la fama para ellos mismos y a pesar de esto, siguen siendo anónimos hasta el día de hoy.

Tercero, Abraham estaba dispuesto a ir a donde Dios lo guiara, mientras que la intención de los constructores era amontonarse en su espacio habitual. Ellos comenzaron su proyecto a partir del miedo de ser dispersados sobre la faz de la tierra (Gn 11:4) y al hacerlo, rechazaron el propósito de Dios para la humanidad, que era “llenar la tierra” (Gn 1:28). Tal parece que temían la dificultad que les representaría dispersarse en un mundo aparentemente hostil. Eran creativos e innovadores en tecnología (Gn 11:3), pero no estaban dispuestos a acogerse completamente al propósito de Dios para ellos de ser fecundos y multiplicarse (Gn 1:28). Su temor de ocupar la plenitud de la creación coincidía con su decisión de reemplazar la guía y gracia de Dios por el ingenio humano. Cuando no aspiramos a más de lo que podemos alcanzar por nosotros mismos, nuestras pretensiones se vuelven insignificantes.

Por el contrario, Dios hizo de Abraham el primer emprendedor, uno que siempre estaba avanzando hacia nuevas tareas en diferentes lugares. Dios lo llamó a salir de la ciudad de Harán hacia la tierra de Canaán, en la que nunca se estableció en un lugar fijo. Él era conocido como un “arameo errante” (Dt 26:5). Este estilo de vida estaba más centrado en Dios, ya que Abraham tuvo que depender de la palabra y la dirección de Dios para encontrar el sentido de su vida, su seguridad y éxito. Como dice Hebreos 11:8, él “salió sin saber a dónde iba”. En el mundo del trabajo, los creyentes deben percibir la diferencia entre estas dos posiciones básicas. Todos los trabajos requieren planeación y construcción. El trabajo impío se deriva del deseo de depender únicamente de nosotros mismos, y se restringe estrictamente para nuestro propio beneficio y el de los pocos que estén cerca. El trabajo piadoso está dispuesto a depender de la guía y la autoridad de Dios, y desea crecer enormemente como una bendición para todo el mundo.

Cuarto, Abraham estaba dispuesto a dejar que Dios lo llevara a establecer nuevas relaciones. Mientras que los constructores de la torre buscaban encerrarse en una fortaleza amurallada, Abraham confió en la promesa de Dios de que su familia crecería para ser una gran nación (Gn 12:2; 15:5). Aunque ellos vivían como extranjeros en la tierra de Canaán (Gn 17:8), tenían buenas relaciones con sus conocidos (Gn 21:22–34; 23:1–12). La comunidad es un regalo. De este modo emerge otro tema clave para la teología del trabajo: el diseño de Dios es que las personas trabajen en redes saludables de relaciones.

Finalmente, Abraham fue bendecido con la paciencia para tener una visión a largo plazo. Las promesas de Dios se cumplirían en el tiempo de la descendencia de Abraham, no durante su vida. El apóstol Pablo interpretó que la “descendencia” es Jesús (Gá 3:19), lo que significa que la fecha de pago sería más de mil años después. De hecho, la promesa a Abraham no se cumplirá en su totalidad hasta el regreso de Cristo (Mt 24:30–31). ¡El progreso no se puede medir adecuadamente con reportes trimestrales! Por el contrario, los constructores de la torre no pensaron cómo su proyecto afectaría a las futuras generaciones, y Dios los amonestó por eso específicamente (Gn 11:6).

En resumen, Dios le prometió a Abraham fama, fecundidad y buenas relaciones, y con esto quiso decir que él y su familia bendecirían al mundo entero y en su momento, serían bendecidos más allá de lo que podían imaginar (Gn 22:17). A diferencia de otros, Abraham reconoció que esforzarse por alcanzar tales cosas por sí mismo sería inútil, o algo peor. En vez de eso, confió en Dios y dependió de Su guía y provisión cada día (Gn 22:8–14). Aunque estas promesas no se cumplieron totalmente al final de Génesis, iniciaron el pacto entre Dios y Su pueblo, por medio del cual el mundo sería redimido en el día de Cristo (Fil 1:10).

Dios le prometió una nueva tierra a la familia de Abraham. Hacer uso de la tierra requiere muchos tipos de trabajo, así que el regalo de la tierra reafirma que el trabajo es un campo esencial para Dios. Trabajar la tierra requería habilidades ocupacionales de pastoreo, construcción de tiendas, protección militar y la producción de un gran conjunto de bienes y servicios. Además, los descendientes de Abraham se convertirían en una nación cuyos miembros serían innumerables, tanto como las estrellas del cielo. Esto requeriría el trabajo de desarrollar relaciones personales, paternidad, política, diplomacia y administración, educación, las artes curativas y otras ocupaciones sociales. Dios llamó a Abraham y sus descendientes a que anduvieran delante de Él y fueran perfectos (Gn 17:1), con el fin de traer estas bendiciones a toda la tierra. Esto requería el trabajo de adorar, redimir, discipular y otras ocupaciones religiosas. El trabajo de José fue idear una solución para el impacto de la hambruna, y algunas veces nuestro trabajo es sanar lo que está quebrantado. Todos estos tipos de trabajo y los trabajadores que lo realizan, se someten a la autoridad, guía y provisión de Dios.

Bruce K. Waltke, Genesis: A Commentary (Grand Rapids: Zondervan, 2001), 182-83.

El estilo de vida de pastoreo de Abraham y su familia (Génesis 12:4-7)

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Cuando Abraham dejó su hogar en Harán y partió hacia la tierra de Canaán, probablemente su familia ya era bastante grande en comparación con los estándares modernos. Sabemos que su esposa Sara y su sobrino Lot venían con él, pero también iban con un número indeterminado de personas y posesiones (Gn 12:5). Pronto, Abraham se hizo muy rico, y adquirió sirvientes, ganado, plata y oro (Gn 12:16; 13:2). Él recibió las personas y animales que le ofreció Faraón durante su estadía en Egipto, y los metales preciosos habrían sido el resultado de transacciones comerciales, indicando que al fin y al cabo el Señor es quien bendice.[1] La evidencia de que tanto Abraham como Lot se habían vuelto exitosos se basa en la disputa que surgió entre los pastores de cada familia porque la tierra no era suficiente para que pastaran tantos animales. Eventualmente, los dos tuvieron que separarse para poder mantener sus actividades económicas (Gn 13:11).

Los estudios antropológicos de este periodo y región indican que las familias en estos relatos practicaban una mezcla del pastoreo seminómada y del estilo principalmente sedentario ocupado en la agricultura y cría de ganado (Gn 13:5–12; 21:25–34; 26:17–33; 29:1–10; 37:12–17).[2] Estas familias debían desplazarse por temporadas y por esto vivían en tiendas de cuero, fieltro y lana. Sus posesiones se podían cargar en los asnos o en camellos, si el propietario era lo suficientemente rico. Encontrar el equilibrio entre la disponibilidad apropiada de agua y tierra para que los animales pastaran requería buen juicio y un amplio conocimiento del clima y la geografía. El clima era húmedo entre octubre y marzo y permitía el pastoreo en las llanuras más bajas, mientras que entre abril y septiembre, los meses más secos, los pastores debían llevar sus rebaños a lugares altos donde encontraban pastos más verdes y nacimientos de agua.[3]  Ya que una familia no podía sustentarse únicamente con el pastoreo, era necesario practicar la agricultura local y comerciar con aquellos que vivían en las comunidades más establecidas.[4]

Los pastores nómadas cuidaban ovejas y cabras de las que obtenían leche y carne (Gn 18:7–8; 27:9; 31:38), lana y otros bienes derivados de productos animales, tales como el cuero. Los asnos llevaban el cargamento (Gn 42:26) y los camellos estaban especialmente adaptados para viajar grandes distancias (Gn 24:10, 64; 31:17). Para mantener estos rebaños se requería alimentarlos, darles de beber, ayudar en el nacimiento de crías, curar los animales enfermos y heridos, protegerlos de los depredadores y ladrones y encontrar a los perdidos, entre otros.

Los cambios de clima y la proporción del crecimiento de los rebaños y el ganado habrían afectado la economía de la región. Los grupos más débiles de pastores podían ser desplazados fácilmente o podían integrarse en la región, afectando a aquellos que necesitaban más tierras por causa del aumento constante de sus posesiones.[5] Las ganancias a partir del pastoreo no se almacenaban como ahorros acumulados o inversiones a nombre de dueños o administradores, sino que toda la familia las compartía. De la misma manera, los efectos del sufrimiento por causa de la hambruna los habrían afectado a todos. Mientras que los individuos ciertamente tenían sus propias responsabilidades y debían rendir cuentas de sus acciones, la naturaleza comunitaria de los negocios familiares se diferencia de nuestra cultura contemporánea, que generalmente muestra logros personales y espera ganancias que nunca dejen de aumentar. La responsabilidad social habría sido una preocupación diaria, no una opción.

En este estilo de vida, los valores compartidos eran esenciales para la supervivencia. La dependencia mutua entre los miembros de una familia o una tribu y la conciencia de sus antepasados comunes habrían traído gran solidaridad entre ellos, así como una hostilidad vengativa en contra de cualquiera que la perturbara (Gn 34:25–31).[6] Los líderes tenían que saber cómo aprovechar la sabiduría del grupo con el fin de tomar buenas decisiones acerca de a dónde viajar, cuánto tiempo quedarse y cómo dividir los rebaños.[7] Ellos debían tener formas de comunicarse con los pastores que llevaban los rebaños a otros lugares (Gn 37:12–14). Eran necesarias las habilidades de resolución de conflictos en las disputas inevitables sobre los campos para el pastoreo y los derechos a los pozos y los nacimientos de agua (Gn 26:19–22). Los numerosos desplazamientos en la región y la vulnerabilidad ante los merodeadores hacían que la hospitalidad fuera mucho más que una cortesía. Por lo general, se consideraba un requisito que las personas decentes ofrecieran refrigerio, alimento y alojamiento.[8]

Los relatos patriarcales mencionan repetidamente la abundante riqueza de Abraham, Isaac y Jacob (Gn 13:2; 26:13; 31:1). El pastoreo y la cría de animales eran campos de trabajo respetables y podían ser lucrativos, y la familia de Abraham consiguió bastante riqueza. Por ejemplo, para suavizar la actitud de su ofendido hermano Esaú antes de encontrarse luego de un largo tiempo, Jacob pudo seleccionar de su propiedad un regalo de al menos 550 animales: 200 cabras y 20 machos cabríos, 200 ovejas con 20 carneros, 30 camellas con sus crías, 40 vacas con 10 novillos y 20 asnas con 10 asnos (Gn 32:13–15). Por lo tanto, es conveniente que al final de su vida, cuando Jacob le dio la bendición a sus hijos, dijo que el Dios de sus padres había sido “mi pastor toda mi vida hasta este día” (Gn 48:15). Aunque muchos pasajes en la Biblia advierten que con frecuencia la riqueza es enemiga de la fidelidad (e.g. Jer 17:11, Hab 2:5, Mt 6:24), la experiencia de Abraham demuestra que la fidelidad de Dios también se puede expresar en la prosperidad. Como veremos, de ninguna manera es esta una promesa de que el pueblo de Dios debería esperar la prosperidad de forma continua.

Bruce K. Waltke, Genesis: A Commentary (Grand Rapids: Zondervan, 2001), 216.

Victor H. Matthews, “Nomadism, Pastoralism” in Eerdmans Dictionary of the Bible, eds. David Noel Freedman, Allen C. Myers, and Astrid B. Beck (Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans, 2000), 972.

John H. Walton, Victor H. Matthews, and Mark W. Chavalas, The IVP Bible Background Commentary: Old Testament (Downers Grove, IL: IVP Academic, 2000), 44.

Victor H. Matthews, “Nomadism, Pastoralism” in Eerdmans Dictionary of the Bible, eds. David Noel Freedman, Allen C. Myers, and Astrid B. Beck (Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans, 2000), 971.

T.C. Mitchell. “Nomads,” in New Bible Dictionary, 3rd ed., eds. I. Howard Marshall, A. R. Millard, J. I. Packer, and D. J. Wiseman (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1996) 828-31. 

T. C. Mitchell, “Nomads,” in New Bible Dictionary, 3rd ed., eds. I. Howard Marshall, A. R. Millard, J. I. Packer, and D. J. Wiseman (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1996) 829.

Victor H. Matthews, “Nomadism, Pastoralism” in Eerdmans Dictionary of the Bible, eds. David Noel Freedman, Allen C. Myers, and Astrid B. Beck, eds. (Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans, 2000), 972.

Julian Pitt-Rivers, “The Stranger, the Guest, and the Hostile Host: Introduction to the Study of the Laws of Hospitality,” in Contributions to Mediterranean Sociology, ed. John G. Peristiany (Paris: Mouton, 1968), 13-30.

El viaje de Abraham comienza con el desastre en Egipto (Génesis 12:8-13:2)

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Los resultados iniciales de los viajes de Abraham no eran prometedores. Había una competencia feroz por la tierra (Gn 12:6), y Abraham pasó mucho tiempo tratando de encontrar un espacio para habitar (Gn 12:8–9). Eventualmente, el deterioro de las condiciones económicas lo forzaron a salir y llevar a su familia a Egipto, a cientos de millas de distancia de la tierra que Dios le había prometido (Gn 12:10).

La posición vulnerable de Abraham de migrante económico le causó miedo. Él temía que los egipcios lo mataran para obtener a su hermosa esposa Sara y, para evitarlo, le pidió a Sara que dijera que era su hermana en vez de su esposa. Como Abraham lo sospechó, uno de los egipcios (de hecho, Faraón) deseó a Sara y ella “fue llevada a la casa de Faraón” (Gn 12:15). Como resultado, “el Señor hirió a Faraón y a su casa con grandes plagas” (Gn 12:17). Cuando Faraón descubrió la causa —que había tomado la mujer de otro hombre—, le entregó su esposa a Abraham e inmediatamente les ordenó a ambos que se fueran de su tierra (Gn 12:18–19). Sin embargo, Faraón les dio ovejas y ganado, asnos y asnas, siervos y siervas y camellos (Gn 12:16), y plata y oro (Gn 13:2), un indicio más de que la riqueza de Abraham (Gn 13:2) se debía a los regalos de la realeza. [1]

Este incidente demuestra dramáticamente tanto los dilemas morales que causa la inmensa desigualdad en cuanto a riqueza y pobreza y los peligros de perder la fe frente a tales problemas. Abraham y Sara estaban huyendo del hambre. Puede que sea difícil imaginar estar en una condición tan desesperada de pobreza o temor que una familia decidiera someter a sus mujeres a asociaciones sexuales para poder sobrevivir económicamente, pero incluso en la actualidad millones de personas enfrentan esta opción. Faraón reprende a Abraham por su proceder, pero aun así la respuesta de Dios a un incidente posterior similar (Gn 20:7, 17) muestra más compasión que juicio.

Por otra parte, Abraham había recibido la promesa directa de Dios, “Haré de ti una nación grande” (Gn 12:2). ¿Su fe en que Dios cumpliría Sus promesas falló tan rápidamente? ¿La supervivencia realmente requería que mintiera y permitiera que su esposa se convirtiera en una concubina, o Dios habría provisto otra forma? Parecía que los temores de Abraham le habían hecho olvidar su confianza en la fidelidad de Dios. De forma similar y con frecuencia, las personas en situaciones difíciles se convencen a sí mismas de que no tienen otra opción que hacer algo que consideran incorrecto. Sin embargo, es diferente no tener ninguna opción a tener la opción de tomar una decisión con la que no estemos cómodos.

Bruce K. Waltke, Genesis: A Commentary (Grand Rapids: Zondervan, 2001), 216.

Abraham y Lot se separan: La generosidad de Abraham (Génesis 13:3-18)

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Cuando Abraham y su familia regresaron a Canaán y fueron a la región cerca de Betel, el conflicto que se desató entre los pastores del ganado de Abraham y los de su sobrino Lot hizo que Abraham tuviera que tomar una decisión respecto a la escasez de tierra. Se tenían que separar, y Abraham se arriesgó a dejar que Lot escogiera primero su terreno. La cadena montañosa central en Canaán es rocosa y es un ambiente propicio para apacentar ovejas. Los ojos de Lot se posaron al este, en el valle alrededor del río Jordán que vio como “el huerto del Señor”, así que escogió este buen terreno para sí mismo (Gn 13:10). Su confianza en Dios liberó a Abraham de la ansiedad de tener que cuidarse a sí mismo. No importa cuán prósperos serían Abraham y Lot en el futuro, el hecho de que Abraham dejara que Lot decidiera primero demostró generosidad y afirmó la confianza entre ellos.

La generosidad es un rasgo positivo en las relaciones tanto personales como laborales, y probablemente, es el aspecto que establece más firmemente la confianza y las buenas relaciones. Los colegas, clientes, proveedores e incluso la competencia responden poderosamente ante la generosidad y la recuerdan por mucho tiempo. Cuando Zaqueo el recaudador de impuestos le dio la bienvenida a Jesús en su casa y prometió dar la mitad de sus posesiones a los pobres y restituir cuadruplicado a los que había defraudado, Jesús lo llamó “hijo de Abraham” por su generosidad y fruto de arrepentimiento (Lc 19:9). Claramente, Zaqueo estaba respondiendo a la generosidad relacional de Jesús, que había abierto su corazón a un odiado recaudador de impuestos, lo que fue inesperado y sorprendente para las personas de ese tiempo.

La hospitalidad de Abraham y Sara (Génesis 18:1-15)

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La historia de la generosa hospitalidad de Abraham y Sara con tres visitantes que llegaron por el encinar de Mamre se cuenta en Génesis 18. La vida seminómada en la región permitía el contacto frecuente entre personas de diferentes familias, y Canaán se convirtió en una ruta de comercio popular al servir como un puente de tierra natural entre Asia y África. Como no existía oficialmente la industria de la hospitalidad, las personas que vivían en las ciudades y los campamentos tenían el deber social de recibir a los forasteros. A partir de las descripciones del Antiguo Testamento y de otros textos del Cercano Oriente antiguo, Matthews encontró siete códigos de conducta que definen una buena hospitalidad, la que afirma el honor de las personas, hogares y comunidades por medio del recibimiento y la protección de los visitantes.[1] Los alrededores de un asentamiento eran una zona en la que los individuos y el pueblo estaban obligados a mostrar hospitalidad.

  1. En esta zona, los habitantes tenían la responsabilidad de ser hospitalarios con los extranjeros.
  2. Por medio de la hospitalidad, el visitante debía pasar de ser una posible amenaza a convertirse en un aliado.
  3. Solo se permite que un hombre cabeza de familia o un hombre habitante del pueblo o la región le ofrezca estadía a un forastero.
  4. La invitación puede incluir el periodo de tiempo de la estadía, pero este se podía extender si el anfitrión ofrecía una nueva invitación y si las dos partes estaban de acuerdo
  5. El extranjero tiene derecho a rechazar la invitación, pero esto podía considerarse una afrenta al honor del anfitrión y causar hostilidades o conflictos de inmediato.
  6. Luego de aceptar la invitación, los roles del anfitrión y el visitante se basan en las reglas tradicionales. El visitante no debe pedir nada. El anfitrión proporciona lo mejor que tiene a su disposición, a pesar de lo que haya ofrecido con modestia en la propuesta inicial de hospitalidad. El visitante debe corresponder de inmediato ofreciendo información sobre eventos recientes, predicciones de buena fortuna o expresiones de gratitud por lo que ha recibido, y debe elogiar la generosidad y el honor del anfitrión. El anfitrión no debe hacer preguntas personales; esta información solo podía ofrecerla voluntariamente el visitante.
  7. El visitante permanece bajo la protección del anfitrión hasta que haya abandonado la zona de responsabilidad del anfitrión.

Este episodio proporciona el contexto para el mandato del Nuevo Testamento que dice, “No os olvidéis de mostrar hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles” (Heb 13:2).

Con frecuencia, la hospitalidad y la generosidad son menospreciadas en los círculos cristianos. Sin embargo, la Biblia muestra el reino de los cielos como un banquete generoso e incluso suculento (Is 25:6–9; Mt 22:2–4). La hospitalidad fomenta las buenas relaciones, y la hospitalidad de Abraham y Sara ofrece una perspectiva bíblica temprana de que las relaciones y el compartir una comida van de la mano. Estos forasteros se conocieron mejor unos a otros al compartir una comida y un tiempo juntos. Esto sigue siendo una realidad actualmente. Por lo general, cuando las personas comparten la mesa o disfrutan de un tiempo de esparcimiento o entretenimiento, alcanzan a entenderse y apreciarse mejor los unos a los otros. A menudo, las buenas relaciones laborales y la comunicación efectiva son frutos de la hospitalidad.

En la época de Abraham y Sara, casi siempre se ofrecía la estadía en el hogar del anfitrión. Actualmente, esto no siempre es posible o incluso conveniente, y se ha creado la industria de la hospitalidad para hacerla posible en una gran variedad de formas. Si quiere ser hospitalario y su hogar es muy pequeño o sus habilidades para cocinar son muy limitadas, puede llevar a la persona a un restaurante o a un hotel y disfrutar el compañerismo y mejorar allí las relaciones. Los trabajadores de esta industria le ayudarán a ser hospitalario, ya que por sí mismos tienen la oportunidad de dar refrigerio a las personas, crear buenas relaciones, proveer un techo y servir a otros, así como Jesús lo hizo cuando convirtió el agua en vino (Jn 2:1–11) y lavó los pies de sus discípulos (Jn 13:3–11). La industria de la hospitalidad contabiliza el 9 por ciento del producto interno bruto del mundo y le da empleo a 98 millones de personas,[2] incluyendo a los menos cualificados y los trabajadores inmigrantes que representan una parte creciente de la iglesia cristiana. Muchas personas ofrecen hospitalidad sin requerir pago, como un acto de amor, amistad, compasión y compromiso social. El ejemplo de Abraham y Sara muestra que este trabajo puede ser profundamente importante como un servicio para Dios y la humanidad. ¿Qué más podríamos hacer para animarnos unos a otros a ser generosos en la hospitalidad sin importar nuestras profesiones?

Abstracted from Victor H. Matthews, “Hospitality and Hostility in Judges 4,” Biblical Theology Bulletin 21, no. 1 (1991): 13-15.

World Travel and Tourism Council, Travel and Tourism Economic Impact 2012, World (London: 2012), 1.

El altercado entre Abraham y Abimelec (Génesis 20:1-16; 21:22-34)

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Cuando Abraham y Sara entraron a la región del rey Abimelec, él violó las reglas de la hospitalidad involuntariamente y como restitución, le ofreció a Abraham la tierra que quisiera (Gn 20:1–16). Posteriormente, se desató una disputa sobre cierto pozo de agua que Abraham había cavado originalmente, pero que después había sido tomado por los siervos de Abimelec (Gn 21:25). Al parecer, Abimelec ignoraba la situación y cuando escuchó la queja, aceptó un pacto juramentado iniciado por Abraham, un tratado que reconocía públicamente el derecho de Abraham al pozo y por lo tanto a su actividad comercial constante en la región (Gn 21:27–31).

En otro lugar vimos que Abraham cedió lo que le correspondía (Gn 14:22–24), pero en este caso, Abraham protege obstinadamente lo que es suyo. El narrador no implica que Abraham está dudando en su fe, ya que el relato termina con adoración (Gn 21:33). En vez de esto, él es ejemplo de una persona sabia y trabajadora, que realiza sus negocios de forma abierta y hace uso justo de las protecciones legales apropiadas. En el negocio del pastoreo, el acceso al agua es fundamental y sin este, Abraham no podía proveer para sus animales, trabajadores y familia. Por lo tanto, el hecho de que Abraham protegiera su derecho al agua es importante, igual que los medios por los cuales lo garantizó.

Como Abraham, las personas en toda clase de trabajos deben discernir cuándo actuar generosamente para beneficiar a otros y cuándo proteger recursos y derechos para su propio beneficio o el de sus organizaciones. No hay un conjunto de reglas que nos puedan llevar a una respuesta automática. En toda situación somos mayordomos de los recursos de Dios, aunque no siempre sea claro si es más útil para Sus propósitos el dar a otros los recursos o protegerlos. Sin embargo, el ejemplo de Abraham resalta un aspecto que es fácil de olvidar. La decisión no es solo una cuestión de quién tiene el derecho, sino también cómo esa decisión afectará nuestras relaciones con aquellos a nuestro alrededor. En el primer caso en el que se dividió la tierra con Lot, la disposición voluntaria de Abraham de ceder la primera elección a Lot echó los cimientos para una buena relación de trabajo a largo plazo. En el caso de su demanda de acceso al pozo de acuerdo con sus derechos del pacto, Abraham aseguró los recursos necesarios para que sus negocios siguieran funcionando. Además, parece que la contundencia de Abraham incluso mejoró su relación con Abimelec. Recordemos que la disputa entre ellos surgió porque Abraham no defendió su posición cuando se encontró por primera vez con Abimelec (Gn 20).

Un sepulcro para Sara (Génesis 23:1-20)

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Cuando Sara murió, Abraham hizo un negocio ejemplar al comprar un sepulcro para ella. Él realizó las negociaciones abierta y honestamente en presencia de testigos, cuidando sus propias necesidades y las del vendedor (Gn 23:10–13, 16, 18). La propiedad en cuestión se identifica claramente (Gn 23:9) y varias veces se afirma que Abraham planeaba usarla como un sepulcro (Gn 23:4, 6, 9, 11, 13, 15, 20). El diálogo de la negociación es extraordinariamente claro, socialmente aceptable y transparente. Se lleva a cabo en la puerta de la ciudad en donde los negocios se hacían en público. Abraham comienza solicitando una transacción de bienes raíces. Los hititas del lugar le ofrecen a Abraham la opción de escoger libremente la mejor tumba, pero él se opone y les pide que contacten al dueño de una parcela que incluye la cueva para un sepulcro, para comprarla al “precio total”. Efrón, el dueño, escuchó la solicitud y le ofreció la parcela como un regalo. Esto habría causado que Abraham no tuviera derechos permanentes, así que él cortésmente ofreció pagar el valor del mercado. A pesar de que era típico negociar para tener un mejor precio de compra en las transacciones comerciales (Pr 20:14), Abraham estuvo de acuerdo inmediatamente con el precio de Efrón y lo pagó “según la norma de los comerciantes” (Gn 23:16 NTV). Esta expresión significaba que el trato se ajustaba al estándar de plata para las ventas de propiedades.[1] Abraham pudo haber sido tan rico que no necesitaba negociar, o podía haber deseado comprar junto con la tierra una medida de buena voluntad. Adicionalmente, tal vez quiso evitar cualquier cuestionamiento sobre la venta y su derecho a la tierra. Al final, él recibió el título de propiedad con la cueva y los árboles (Gn 23:17–20). Este fue un lugar de sepultura importante, el de Sara y luego del mismo Abraham, de Isaac y Rebeca y Jacob y Lea.

En esta cuestión, las acciones de Abraham son ejemplo de los valores fundamentales de integridad, transparencia y agudeza de negocios. Él honró a su esposa al hacer duelo por ella y encargarse de sus restos apropiadamente, entendió su posición en la región y trató a sus residentes con respeto, realizó negocios de forma abierta y honesta en frente de testigos, se comunicó con claridad, fue sensible al proceso de negociación y evitó con cortesía aceptar la tierra como un regalo, pagó la cantidad acordada con prontitud y usó la propiedad únicamente para el propósito que mencionó durante la negociación. De este modo, Abraham mantuvo buenas relaciones con todos lo que estaban involucrados.

John H. Walton, Victor H. Matthews, and Mark W. Chavalas, The IVP Bible Background Commentary: Old Testament (Downers Grove, IL: IVP Academic, 2000), 55.