Los principios comportamentales específicos para guiar el discernimiento moral (Romanos 12:9-21)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Pablo identifica principios orientadores específicos para ayudarnos a servir a otros como conductos del poder de Dios que da vida. Él introduce esta sección con su preocupación principal de hacer que el amor sea genuino —o, literalmente, “sin hipocresía” (Ro 12:9). El resto de Romanos 12:9–13 explica con mayor detalle el amor genuino, incluyendo el honor, la paciencia en el sufrimiento, la perseverancia en la oración, la generosidad de aquellos en necesidad y la hospitalidad para todos.

Se destaca Romanos 12:16–18, en donde Pablo anima a los romanos a vivir “en armonía los unos con los otros” (NVI). Dice que, específicamente, esto significa asociarse con el menos poderoso en la comunidad, resistir la necesidad de pagar mal con mal y en cuanto sea posible, vivir en paz con todos.

Si tenemos un amor genuino nos preocupamos por las personas con las que trabajamos. Por definición, cuando trabajamos, lo hacemos al menos en parte como un medio para un fin, pero nunca podemos tratar a las personas con las que trabajamos como un medio para un fin. Todos somos valiosos inherentemente y a título propio, tanto que Cristo murió por cada uno. Esto es amor genuino, tratar a cada persona como alguien por quien Cristo murió y resucitó para traer nueva vida.

Mostramos amor verdadero cuando honramos a las personas con las que trabajamos, llamando a todos por su nombre sin importar su estatus y respetando a sus familias, culturas, idiomas, aspiraciones y el trabajo que hacen. Mostramos amor genuino cuando somos pacientes con un subordinado que comete un error, un estudiante que aprende lentamente, un compañero de trabajo cuya discapacidad nos incomoda. Mostramos amor genuino por medio de la hospitalidad al empleado nuevo, al que llega tarde en la noche, al paciente desorientado, al pasajero varado, al jefe que acaban de ascender. Todos los días nos encontramos con la posibilidad de que alguien nos haga algún mal, pequeño o grande. Pero nuestra protección es no hacer el mal a otros como defensa propia, ni cansarnos hasta el desespero, sino “vencer con el bien el mal” (Ro 12:21). No podemos hacer esto con nuestro propio poder, sino solamente viviendo en el Espíritu de Cristo.