De esclavos y amos, antiguos y contemporáneos (Colosenses 3:18 - 4:1)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

En este punto, Colosenses le da paso a lo que se conoce como un “código de hogar”, un conjunto de instrucciones específicas para esposas y esposos, hijos y padres, esclavos y maestros. Estos códigos eran comunes en el mundo antiguo. En el Nuevo Testamento aparecen de una forma u otra en seis ocasiones —en Gálatas 3:28; Efesios 5:15–6:9; Colosenses 3:15–4:1; 1 Timoteo 5:1–22; 6:1–2; Tito 2:1–15; y 1 Pedro 2:11–3:9. Para nuestros fines, solo estudiaremos la sección en Colosenses que tiene que ver con el trabajo (sobre esclavos y maestros en 3:18–4:1).

Si queremos apreciar completamente el valor de las palabras de Pablo para los trabajadores contemporáneos, necesitamos entender un poco acerca de la esclavitud en el mundo antiguo. Comúnmente, los lectores en Occidente creen que la esclavitud en el mundo antiguo era igual al sistema de esclavitud de la época anterior a la guerra civil en el sur de los Estados Unidos, un sistema infame por su brutalidad y degradación. Aunque corremos el riesgo de simplificar demasiado, podríamos decir que el sistema de esclavitud del mundo antiguo era similar y diferente al que existía en los Estados Unidos. Por un lado, es probable que en tiempos antiguos, los prisioneros de guerra extranjeros que trabajaban en las minas estuvieran en una condición mucho peor que los esclavos en el sur de los Estados Unidos. Sin embargo, por otra parte, algunos esclavos eran educados, miembros valorados en el hogar, servían como médicos, maestros y administradores de propiedades. Aun así, todos eran considerados como propiedad de sus amos, así que incluso los esclavos en casas podían recibir un trato horrible y no tenían los recursos legales necesarios.[1]

¿Qué relevancia tiene Colosenses 3:18–4:1 para los trabajadores en la actualidad? Hoy en día, en los países desarrollados, la forma principal de trabajo se da con una remuneración o un sueldo, pero en el Imperio romano la forma principal de trabajo era la esclavitud. Muchos esclavos tenían trabajos que hoy reconoceríamos como ocupaciones y a cambio recibían alimento, refugio y por lo general algunas comodidades. El poder de los amos sobre los esclavos era similar en cierta forma al poder que tienen los empleadores o gerentes sobre los trabajadores hoy día, aunque mucho más extremo. Los principios generales que Pablo presenta en esta carta sobre los esclavos y sus señores se pueden aplicar a los gerentes y empleadores modernos, siempre y cuando ajustemos las diferencias significativas entre nuestra situación actual y la de ellos en su época.

¿Cuáles son estos principios generales? Primero (y quizá principalmente), Pablo les recuerda a los esclavos que deben hacer su trabajo en integridad en la presencia de Dios, quien es su verdadero amo. Más que cualquier cosa, Pablo quiere recalibrar la balanza de esclavos y amos para que puedan pesar las cosas reconociendo la presencia de Dios en sus vidas. Los esclavos deben trabajar “temiendo al Señor” (Col 3:22) porque “es a Cristo el Señor” a quien sirven (Col 3:24). En resumen, “todo lo que hagáis, hacedlo de corazón [literalmente, “trabaja con el alma”], como para el Señor y no para los hombres” (Col 3:23). De la misma forma, los amos [literalmente, “señores”] deben reconocer que su autoridad no es absoluta, ya que ellos también tienen “un Señor en el cielo” (Col 4:1). La autoridad de Cristo no está limitada por las paredes de la iglesia. Él es el Señor de los trabajadores y los jefes en el lugar de trabajo.

Esto tiene varias consecuencias prácticas. Como Dios está observando a los trabajadores, no tiene sentido que sean simplemente personas complacientes, que solo “sirven a los ojos” (traducción literal de los términos griegos en Col 3:22). En el mundo actual, muchas personas tratan de congraciarse con sus jefes cuando están cerca, pero en el momento en que cruzan la puerta, se vuelven unos holgazanes. Tal parece que la situación no era diferente en el mundo antiguo. Pablo nos recuerda que el Jefe Supremo siempre está observando, y esa realidad nos lleva a trabajar con “sinceridad de corazón”, no haciendo un show para la gerencia, sino trabajando genuinamente en las tareas que nos corresponden. (Algunos jefes terrenales tienden a descubrir con el tiempo a las personas que solo aparentan trabajar, aunque en un mundo caído, puede que los flojos se salgan con la suya a veces).

El peligro de ser atrapados en actos deshonestos o en un trabajo deficiente se refuerza en Colosenses 3:25. “Porque el que procede con injusticia sufrirá las consecuencias del mal que ha cometido, y eso, sin acepción de personas”. Ya que el versículo anterior se refiere a una recompensa de Dios por el servicio fiel, podemos asumir que Dios también está presente para castigar a los malvados. Sin embargo, vale la pena notar aquí que la motivación más importante no es el temor al castigo. No trabajamos bien simplemente para evitar una mala evaluación del desempeño. Pablo quiere que el buen trabajo brote de un buen corazón. Quiere que las personas trabajen bien porque es lo correcto. Lo que está implícito aquí es una afirmación del valor del trabajo a los ojos de Dios. Ya que Dios nos creó para ejercer dominio sobre Su creación, le agrada cuando cumplimos esta tarea al buscar la excelencia en el trabajo. En este sentido, las palabras, “y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón” (Col 3:23) son tanto una promesa como un mandato. Podemos trabajar con entusiasmo gracias a la renovación que se nos ofreció en Cristo por la gracia de Dios.

Colosenses 3:22–4:1 deja claro que Dios se toma en serio todo el trabajo, incluso si se hace bajo condiciones imperfectas o degradantes. El trabajo de un cirujano ocular bien pago que retira unas cataratas es importante para Dios, así como el algodón que recoge un aparcero o incluso un esclavo de los plantíos. Esto no significa que la explotación de los trabajadores sea aceptable de alguna forma ante los ojos de Dios. Significa que ni siquiera un sistema abusivo puede robarles a los trabajadores la dignidad de su trabajo, ya que esa dignidad se las da Dios mismo.

Uno de los aspectos dignos de tener en cuenta en el código del hogar del Nuevo Testamento es la persistencia del tema de la reciprocidad. En vez de simplemente decirle a los subordinados que obedezcan a sus autoridades, Pablo enseña que vivimos en una red de relaciones interdependientes. Los esposos y las esposas, los padres e hijos, los esclavos y maestros, todos tenemos obligaciones unos con otros en el cuerpo de Cristo. Así, inmediatamente después de los mandatos a los esclavos, viene una orden para los amos: “Amos, tratad con justicia y equidad a vuestros siervos, sabiendo que vosotros también tenéis un Señor en el cielo” (Col 4:1). Sea cual sea la libertad de acción que el sistema legal romano le hubiera dado a los amos, debían responder en última instancia en la corte de Dios, en donde se mantiene la justicia para todos. Por supuesto, la justicia y equidad se deben interpretar nuevamente en cada situación que surja. Por ejemplo, fíjese en el concepto de “salario justo”. Un salario justo en una granja en China puede representar una cantidad diferente del salario justo en un banco en Chicago. Sin embargo, existe la obligación mutua ante Dios de que los empleadores y los empleados se traten los unos a los otros de forma justa y equitativa.

Para una descripción más completa de la esclavitud del primer siglo, ver S. Scott Bartchy, MALLON CHRESAI: First Century Slavery and the Interpretation of 1 Corinthians 7:21 [MALLON CHRESAI: la esclavitud del primer siglo y la interpretación de 1 Corintios 7:21], Society of Biblical Literature Dissertation Series [Serie de disertaciones de la sociedad de literatura bíblica] Nº 11 (Missoula: Scholars Press, University of Montana, 1973; reprinted by Wipf & Stock, 2003).