Situando a los profetas en la historia de Israel

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Los registros de los profetas más antiguos están entretejidos en la historia de Israel en los libros de Josué hasta 2 de Reyes, es decir, no se encuentran en un texto por separado. Posteriormente, las palabras y hechos de los profetas fueron preservados en colecciones separadas, que son los últimos diecisiete libros del Antiguo Testamento, desde Isaías hasta Malaquías. Por lo general, estos son llamados los “profetas posteriores” o algunas veces los “profetas literarios”, ya que sus palabras quedaron escritas en textos de literatura separados, y no a lo largo de los libros de historia, como fue el caso de los profetas anteriores.

Cuando el reino unificado se dividió en dos, las diez tribus del norte (Israel) se sumergieron inmediatamente en la adoración a los ídolos. Elías y Eliseo, los últimos profetas anteriores, fueron llamados por Dios a exhortar a los israelitas idólatras para que adoraran solamente a Yahweh. Los primeros de los profetas literarios, Amós y Oseas, fueron llamados a exhortar a los reyes apóstatas del norte de Israel, desde Jeroboam II hasta Oseas. Ya que tanto los reyes como el pueblo se rehusaron a regresar a Yahweh, Dios permitió que el poderoso imperio de Asiria derrumbara el reino del norte de Israel en el año 722 a. C. Los asirios, crueles e inmisericordes, no solo destruyeron las ciudades y los pueblos de la tierra y tomaron su riqueza como botín, sino que también tomaron prisioneros entre los israelitas y los dispersaron por todo el imperio con la intención de destruir por siempre su sentido de nacionalidad (2R 17:1–23).

Mientras Israel se acercaba a su destrucción, la pequeña nación de Judá en el sur dejó de adorar a Yahweh y comenzó a adorar a los dioses extranjeros. Los reyes buenos hacían que el pueblo dejara la adoración de los dioses y las malas prácticas de negocios, pero los reyes malos anulaban estas acciones. En el reino del sur (Judá), los primeros profetas literarios fueron Abdías y Joel, quienes actuaron como denunciantes bajo el reinado de Jeroboam, Ocozías, Joás y la reina Atalía.

Isaías habló la palabra de Dios en Judá bajo el reinado de cuatro reyes —Uzías, Jotam, Acaz y Ezequías— y Miqueas también profetizó durante ese periodo. El sucesor de Ezequías en el trono fue Manasés, de quien la Escritura dice que hizo más maldad a los ojos del Señor que todos sus predecesores (2R 21:2–16).

Manasés fue sucedido por el rey Josías, un buen gobernante que promovió una limpieza exhaustiva del templo para librarlo de la adoración pagana. Las personas que estaban limpiando el templo encontraron un rollo antiguo que declaraba juicio sobre la tierra, lo que llevó al último avivamiento de adoración para Yahweh en Judá. En esta época, los profetas en Jerusalén incluían a Nahúm, Jeremías y Sofonías (aunque el sumo sacerdote recurrió a la profetisa Hulda para que interpretara el rollo para el rey). Los reyes que gobernaron después de Josías tomaron decisiones políticas desastrosas que eventualmente hicieron que el conquistador babilónico Nabucodonosor II se enfrentara con Jerusalén (2R 23:31–24:17). En el año 605 a. C., Nabucodonosor llevó a 10.000 judíos al exilio en Babilonia. El profeta Ezequiel hacía parte de esos cautivos, a diferencia de Habacuc quien se unió a Jeremías y Sofonías en el trabajo profético en Jerusalén. Cuando el rey Sofonías hizo una alianza con las naciones vecinas para luchar en contra de Babilonia en el año 589, Nabucodonosor sitió Jerusalén por más de dos años (2R 24:18–25:21; 2Cr 36). La ciudad se rindió en el año 586, principalmente por causa de la hambruna y fue arrasada, lo que incluyó la destrucción total del templo y los palacios. Jeremías permaneció en Jerusalén haciendo su trabajo profético entre el remanente empobrecido en Judá, hasta que fue llevado a Egipto. Mientras tanto, Ezequiel continuó profetizando a los judíos exiliados en Babilonia.

Entre los judíos cautivos en la primera deportación (605 a. C.) se encontraba el joven Daniel, a quien Dios usó en Babilonia en la corte de todos los emperadores babilonios. Cuando Babilonia fue derribada por los persas en el año 539 a. C., el rey medo persa Ciro permitió que los judíos regresaran a Judá a reconstruir su ciudad y su templo, primero con la guía de Zorobabel y después de Nehemías. Las profecías de Daniel abarcan desde el tiempo del exilio en Babilonia (Dn 1:1) hasta el decreto de Ciro que daba por terminado el exilio (Dn 10:1).

Los reyes persas diferían en su actitud frente a los judíos. Bajo el gobierno de Cambises (530–522), la reconstrucción de Jerusalén se detuvo (Esd 4), pero bajo el de Darío I (522–486) se completó el segundo templo (ver Esd 5–6). Allí, en el tiempo después del exilio, los profetas Zacarías y Hageo confrontaron a los judíos: “Ustedes viven en casas artesonadas mientras que la casa de Dios está en ruinas. ¡Hagan algo al respecto!” Darío fue sucedido por Asuero (486–464), cuyo reinado se registra en Ester 1–9. Luego de Asuero vino Artajerjes (464–423). Durante este periodo, Esdras regresó a Jerusalén, en el año 458 a. C. (Esd 7–10) y Nehemías en el año 445 a. C. (Neh 1–2). En este tiempo, Malaquías, el último profeta posterior al exilio, escribió su libro.

La historia del libro de Jonás no se lleva a cabo en Israel, y el texto no da ninguna indicación sobre su fecha. Dios le dio a Jonás una misión en Nínive, la capital asiria, para que llamara a los asirios a arrepentirse. Los asirios eran enemigos de Israel, pero el propósito de Dios era bendecirlos a pesar de eso, lo que concuerda con la promesa de Dios de que el pueblo de Abraham sería una bendición para todas las naciones (Gn 22:18).