La fe en la provisión de Dios (Jeremías 8-16)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

En Jeremías 5 vimos que las personas no reconocían la provisión de Dios. Si las personas no reconocían a Dios como la fuente suprema de las cosas buenas que ya tenían, ¿cuánta fe podrían tener para depender de la provisión de Dios en el futuro? John Cotton, el teólogo puritano, dice que la fe debe ser la base de todo lo que hacemos en la vida, incluyendo nuestro trabajo o vocación:

Un cristiano que realmente cree… vive en su vocación por su fe. No solo mi vida espiritual sino incluso mi vida civil en este mundo y todo lo que vivo, es por la fe del Hijo de Dios: para él nada en la vida está exento de la entidad de su fe.[1]

De nuevo, aquí se establece el fracaso básico del pueblo de Judá en la época de Jeremías, su falta de fe. Algunas veces Jeremías lo expresó como no “conocer” al Señor, lo cual es una condición de la fidelidad.[2]En otros momentos, lo describió como no “oír” —es decir, no escuchar, obedecer e incluso darle importancia a lo que Dios ha dicho.[3] Otras veces,  lo llamó una falta de “temor”. Sin embargo, todos estos son simplemente falta de fe —una fe viva y activa en quien es Dios y lo que Él hace o dice. Esta carencia mancha la visión de las personas del trabajo, lo que lleva a violaciones descaradas de la ley de Dios y a la explotación de otros para ganancia propia.

La gran ironía es que al depender de sus propias acciones en vez de ser fieles al Señor en su trabajo, al final el pueblo no encontró el deleite, la satisfacción y la bondad de la vida. Eventualmente, Dios tratará con su falta de fidelidad y “escogerá la muerte en lugar de la vida todo el remanente que quede de este linaje malvado” (Jer 8:3). Las leyes de Dios procuran nuestro propio bien y son dadas para mantenernos enfocados en nuestro propósito correcto.[4] Cuando dejamos de lado las leyes de Dios porque nos impiden cuidarnos a nuestra manera, rechazamos el diseño de Dios para nosotros y nos convertimos en lo contrario. Cuando trabajamos dependiendo solamente de nosotros mismos —y especialmente cuando incumplimos las leyes de Dios para hacerlo— el trabajo no alcanza su meta correcta. Estamos negando la presencia de Dios en el mundo. Creemos que sabemos más que Dios cuál es la mejor forma de conseguir lo que queremos. Por tanto trabajamos de acuerdo con lo que queremos nosotros mismos, no lo que Dios quiere. Sin embargo, esto no nos da las cosas buenas que Dios desea que tengamos. Al experimentar esta carencia, nos involucramos en actos egoístas cada vez más desesperados. Tomamos atajos, oprimimos a otros y acaparamos lo poco que tenemos. Ahora no solo estamos dejando de recibir lo que Dios nos quiere dar, sino que también estamos dejando de producir cualquier cosa de valor para nosotros o para los demás. Si toda la comunidad o la nación actúa de la misma manera, pronto estaremos en contra los unos de los otros, buscando productos cada vez menos satisfactorios de nuestra labor. Nos hemos convertido en lo opuesto del diseño que teníamos como el pueblo de Dios. Ahora, cada uno “reconoce, pues, y ve que es malo y amargo el dejar al Señor tu Dios, y no tener temor de Mí —declara el Señor, Dios de los ejércitos” (Jer 2:19).

La temática de la renuncia a Dios, la pérdida de fe en Su provisión y la opresión dentro del pueblo se repite en intervalos a lo largo de Jeremías 8 al 16. “Rehúsan conocerme —declara el Señor” (Jer 9:6). Por tanto, su prosperidad desaparece, “Ni se oye el bramido del ganado; desde las aves del cielo hasta las bestias han huido, se han ido” (Jer 9:10). Como consecuencia, tratan de compensar la pérdida engañándose unos a otros. “Cada uno engaña a su prójimo, y no habla la verdad… Tu morada está en medio del engaño” (Jer 9:5–6).

John Cotton, “Christian Calling” [El llamado cristiano], en The Way of Life [El camino de la vida] (Londres, 1641), 436–51, citado en Leland Ryken, Worldly Saints: The Puritans as They Really Were [Los santos mundanos: cómo eran en realidad los puritanos] (Grand Rapids: Zondervan, 1986), 26.

Por ejemplo, Jer 2:8; 4:22; 5:4–5; 8:7; 9:3–6; 22:16. “Cuando Jeremías habla… acerca del conocimiento de Yahweh, está hablando acerca del cumplimiento de las estipulaciones del pacto”. Jack R. Lundbom, “Jeremiah, Book of” [Jeremías, Libro de], en The Anchor Bible Dictionary [Diccionario bíblico Anchor], ed. David Noel Freedman, vol. 3 (Nueva York: Doubleday, 1992), 718b. Ver Herbert B. Huffmon, “The Treaty Background of Hebrew Yada” [Los antecedentes del tratado del hebreo yada], Bulletin of the American Schools of Oriental Research [Boletín de las escuelas americanas de investigación oriental] 181 (Febrero de 1966): 31–37.

Por ejemplo, Jer 7:23–28; 11:7–8; 32:23; 40:3; 43:4, 7; 44:23.

Tomás de Aquino dice: “Ahora bien, el principio exterior que nos inclina al mal es el diablo… y el principio exterior que nos mueve al bien es Dios, que nos instruye mediante la ley y nos ayuda mediante la gracia…  Ahora bien, el primer principio en el orden operativo… el último fin de la vida humana, según ya vimos, es la felicidad o bienaventuranza… La ley debe ocuparse primariamente del orden a la bienaventuranza”. Summa Theologica Ia. IIae, q. 90, pro. y a.2.co.