Dios derribará los reinos paganos y los reemplazará con Su propio reino (Daniel 2)
El capítulo 2 de Daniel presenta la visión de que Dios derrocará los reinos paganos y los reemplazará con Su propio reino.
Aunque Daniel estaba prosperando y sirviendo a Dios en medio de un territorio hostil, Nabucodonosor se estaba inquietando en el gobierno de su propia tierra, a pesar de que su poder era irrefutable. Sus sueños lo atormentaban por causa de su preocupación acerca de la seguridad de su imperio. En un sueño, Nabucodonosor vio una estatua que tenía varios elementos hechos de diferentes metales. La estatua era enorme, pero una roca la golpeó y “quedaron como el tamo de las eras en verano” que “el viento se… llevó sin que quedara rastro alguno de ellos”, pero la roca “que había golpeado la estatua se convirtió en un gran monte que llenó toda la tierra” (Dn 2:35). Los magos, encantadores y astrólogos de Nabucodonosor no le fueron de utilidad para interpretar su sueño (Dn 2:10–11), pero por la gracia de Dios Daniel supo cuál era el sueño —sin que el rey se lo dijera— y su interpretación (Dn 2:27–28).
El episodio contrasta la arrogancia de Nabucodonosor con la humildad y dependencia a Dios de Daniel. Nabucodonosor y su Babilonia eran un modelo del orgullo. De acuerdo con la interpretación de Daniel, los componentes enormes de metal de la estatua representaban los reinos de Babilonia y sus sucesores (Dn 2:31–45).[1] El saludo de los astrólogos al rey —“¡Oh rey, vive para siempre!” (Dn 2:4)— enfatiza la ostentación del rey de que él mismo es la fuente de su poder y majestad. Sin embargo, Daniel le da dos mensajes impactantes:
- Tu reino no es el resultado de tus propias obras, sino que “eres rey de reyes, a quien el Dios del cielo ha dado el reino, el poder, la fuerza y la gloria” (Dn 2:37). Así que todo tu orgullo es tonto y vano.
- Tu reino está sentenciado. “Tal como viste que una piedra fue cortada del monte sin ayuda de manos y que desmenuzó el hierro, el bronce, el barro, la plata y el oro. El gran Dios ha hecho saber al rey lo que sucederá en el futuro. Así, pues, el sueño es verdadero y la interpretación fiel” (Dn 2:45). Aunque esto no va a ocurrir durante tu reinado, anulará tus supuestos logros poderosos.
En cambio, la humildad personal —y su gemelo, la dependencia en el poder de Dios— fue el arma secreta de Daniel para progresar. La humildad le permitió progresar, incluso en una situación excepcionalmente nefasta, en la que debía informarle al rey que su propio reino sería destruido. Daniel negó cualquier habilidad personal propia, aclarando que solamente Dios tiene el poder y la sabiduría: “En cuanto al misterio que el rey quiere saber, no hay sabios, encantadores, magos ni adivinos que puedan declararlo al rey. Pero hay un Dios en el cielo que revela los misterios” (Dn 2:27–28a).
Asombrosamente, esta actitud humilde llevó al rey a perdonar —e incluso aceptar— el mensaje insolente de Daniel. Él estaba listo para ejecutar a todos sus astrólogos, pero “cayó sobre su rostro, se postró ante Daniel” (Dn 2:46), y luego “el rey engrandeció a Daniel y le dio muchos y espléndidos regalos, y le hizo gobernador sobre toda la provincia de Babilonia y jefe supremo sobre todos los sabios de Babilonia” (Dn 2:48). Nabucodonosor incluso llegó a creer en cierto nivel en Yahweh. “El rey habló a Daniel, y dijo: En verdad que vuestro Dios es Dios de dioses, Señor de reyes y revelador de misterios, ya que tú has podido revelar este misterio” (Dn 2:47).
Hoy día, esto ofrece dos puntos importantes para los cristianos en su trabajo:
- Dios terminará con la arrogancia, la corrupción, la injusticia y la violencia en todos los lugares de trabajo, aunque no necesariamente durante el tiempo que trabajemos allí. Esto constituye tanto un consuelo como un reto. Es un consuelo porque no somos responsables de corregir todos los males en nuestro lugar de trabajo, sino solo por actuar fielmente en nuestras esferas de influencia, y también porque la injusticia que podamos sufrir en el trabajo no es la realidad final de nuestro trabajo. Es un reto porque estamos llamados a oponernos al mal dentro de nuestros ámbitos de influencia, así nos cueste en nuestra carrera. Daniel estaba aterrorizado por la severidad del mensaje que tuvo que entregarle a Nabucodonosor: “Por tanto, oh rey, que mi consejo te sea grato: pon fin a tus pecados haciendo justicia, y a tus iniquidades mostrando misericordia a los pobres” (Dn 4:27).
- Debemos adoptar nuestra posición con humildad y no con arrogancia. Hemos visto cómo Daniel afirmó que la sabiduría no era suya. De igual forma, en el primer capítulo cuando se le ordena a Daniel que coma de la mesa del rey, él no respondió con arrogancia, sino que “pidió al jefe de los oficiales que le permitiera no contaminarse” (Dn 1:8). Entonces se tomó el tiempo de entender la situación desde el punto de vista del oficial. Aunque permaneció fiel a sus principios, encontró un acuerdo mutuo que no puso a su jefe entre la espada y la pared: “Te ruego que pongas a prueba a tus siervos por diez días” (Dn 1:12). Como creyentes en el trabajo, podemos confundir el adoptar una posición firme por Cristo con la terquedad o la beligerancia.
Juntos, estos dos puntos ilustran las posibilidades y los peligros de aplicar el libro de Daniel a nuestras vidas laborales. Algunas veces reconocemos que para ser fieles a Dios, debemos cuestionar a las personas que tienen el poder. Pero a diferencia de Daniel, nos hace falta la recepción perfecta de la palabra de Dios. Solo porque creamos algo firmemente, no significa que en realidad viene de Dios. Por tanto, si hasta Daniel fue humilde en servicio a Dios, imagine cuán más humildes deberíamos ser. Una afirmación como, “Dios me dijo en un sueño que tendré un ascenso que me pondrá por encima de todos ustedes” es algo que probablemente no debamos compartir, sin importar qué tan firmemente lo creamos. Tal vez es mejor creer que Dios les dirá a las personas a nuestro alrededor lo que quiere que sepan, en vez de hacer que nosotros se los digamos.
Los metales de la imagen del capítulo 2 y los reinos bestiales del capítulo 7 son referencias paralelas a la sucesión de estos cuatro reinos terrenales: Babilonia, Medo Persia, Grecia y Roma; la interpretación alternativa que presupone el trabajo son afirmaciones del segundo siglo para Babilonia, Medo, Persia y Grecia.