El paso de monarquías fallidas al exilio (1 Reyes 11-2 Reyes 25; 2 Crónicas 10-36)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Aunque Salomón es apenas el tercer rey de Israel, el reino ya ha alcanzado su mejor momento. Durante los siguientes cuatrocientos años, un mal rey tras otro lidera la nación hacia la decadencia, la desintegración y la derrota.

La poderosa nación de Salomón se divide en dos (1 Reyes 11:26-12:19)

Después de la muerte de Salomón, pronto se hace evidente que la tensión había estado creciendo bajo una fachada de administración equitativa y eficiente. Luego de la muerte del gran rey, Jeroboam (quien antes supervisaba el trabajo forzado) y “toda la asamblea de Israel” se acercan al hijo y sucesor del rey, Roboam (aproximadamente en el 931-914 a. C.) para pedirle, “aligera la dura servidumbre de tu padre y el pesado yugo” (1R 12:3-16; 2Cr 10:4). Ellos están listos para hacer un compromiso de lealtad hacia el nuevo rey a cambio de una reducción en los trabajos forzados e impuestos elevados.[1] Sin embargo, durante cuarenta años Roboam solo ha conocido la vida lujosa en el palacio, atendida y abastecida por el pueblo de Israel. Piensa que tiene todo el derecho al poder y por eso no permite ninguna concesión. En vez de aligerar la carga excesiva que su padre puso sobre el pueblo, Roboam decide hacer su yugo aún más pesado.

Además de cumplir la predicción de Samuel (1S 8:18), se deriva una rebelión y la monarquía se divide por siempre. Por más que el pueblo de Israel hubiera estado dispuesto a cumplir con su buena parte del trabajo para sostener el estado, el surgimiento de expectativas irrazonables y poco realistas resulta en la insurrección y la división. Las diez tribus del norte se separan y ungen a Jeroboam como su rey (aproximadamente en los años 931-910 a. C.). Aunque él fue líder de la delegación que buscaba que Roboam redujera los impuestos, es claro que su dinastía no le da más beneficios a su pueblo.

El camino hacia el exilio del reino del norte (1 Reyes 12:25-2 Reyes 17:18)

Durante dos siglos (del 910-722 a. C.), el reino del norte de Israel es gobernado por reyes que hacen lo malo delante de Dios. Estos siglos se caracterizan por una guerra constante, la traición y el asesinato, lo que termina en una derrota catastrófica en manos de la nación de Asiria. Para destruir todo el sentido de la identidad nacional, los conquistadores asirios se llevan al pueblo, lo dispersan en diferentes partes de su imperio y traen extranjeros para poblar la tierra conquistada (2R 17:5-24). Como se expone en “La desobediencia de David a Dios causa una pestilencia nacional (1Cr 21:1-17)”, con frecuencia los fracasos de los líderes tienen efectos devastadores en las personas que lideran.

Warren W. Wiersbe, Joshua-Esther [Josué-Ester], The Bible Exposition Commentary: Old Testament [Bosquejos expositivos de la Biblia: Antiguo Testamento] (Colorado Springs: Victor, 2004), 446.  

Abdías salva a cien personas gracias a su trabajo dentro de un sistema corrupto (1 Reyes 18:1-4)

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Durante este periodo encontramos al menos dos episodios que merecen nuestra atención. El primero es cuando Abdías salva a cien profetas y puede ser de ayuda para aquellos que se preguntan si deben dejar un trabajo en una organización que ha perdido la ética, una decisión que muchos enfrentan en el mundo del trabajo.

Abdías es el jefe de personal en el palacio del rey Acab (Acab es famoso hasta el día de hoy como el más malvado de los reyes de Israel). La reina Jezabel, esposa de Acab, ordena que se asesine a los profetas del Señor. Ya que era un alto oficial en la corte de Acab, Abdías conoce la operación de antemano así como los medios para evitarla. Él esconde a cien profetas en dos cuevas y les provee pan y agua hasta que la crisis disminuye. Ellos se salvan solo porque alguien que “temía en gran manera al Señor” (1R 18:3) está en una posición de autoridad para protegerlos. Una situación similar ocurre en el libro de Ester, y se cuenta con mayor detalle. Ver “Trabajar dentro de un sistema caído (Ester)” más adelante en “Esdras, Nehemías, Ester y el trabajo”.

Sin duda, trabajar en una organización corrupta y malvada es desalentador, y sería mucho más fácil renunciar y encontrar un lugar más santo para trabajar. Con frecuencia, renunciar es la única forma de evitar que nosotros mismos hagamos algo incorrecto, pero no existe un lugar de trabajo en el mundo que sea totalmente bueno y en cualquiera de ellos enfrentaremos dilemas éticos. Además, entre más corrupto sea el lugar de trabajo, más necesita personas piadosas. Si existe alguna forma de permanecer en dicho lugar sin hacer parte de la maldad, es posible que Dios quiera que permanezcamos allí. Nuestra responsabilidad de hacer lo que esté a nuestro alcance para ayudar a otros parece ser más importante para Dios que nuestro deseo de considerarnos moralmente puros a nosotros mismos.

Durante la Segunda Guerra Mundial, un grupo de oficiales que se oponían a Hitler permanecieron en el Abwher (la inteligencia militar) porque esto les daba un medio tanto para proteger judíos como para tratar de eliminar a Hitler del cargo. Sus planes fracasaron y la mayoría fueron ejecutados, incluyendo el teólogo Dietrich Bonhoeffer. Cuando explicaron por qué permanecieron en el ejército de Hitler, él dijo que, “la pregunta definitiva que se debe hacer no es cómo evadir heroicamente el asunto, sino cómo va a vivir la generación venidera”.[1] Si la forma de lograr el bien de la mayor manera requería quedarse dentro de la maquinaria de guerra alemana, entonces Bonhoeffer creía que era su deber cristiano quedarse. Nuestra responsabilidad de hacer lo que esté a nuestro alcance para ayudar a otros parece ser más importante para Dios que nuestro deseo de considerarnos a nosotros mismos como moralmente puros.

Dietrich Bonhoeffer, Letters and Papers from Prison [Cartas y apuntes desde el cautiverio] (Nueva York: Touchstone, 1997), 7.

Acab y Jezabel asesinan a Nabot para tomar su propiedad (1 Reyes 21)

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El rey Acab abusa aún más de su poder cuando comienza a codiciar la viña de su vecino Nabot. Acab ofrece un precio justo por la viña, pero Nabot considera su tierra como una herencia ancestral y dice que no tiene interés de venderla por ningún precio. Abatido, Acab acepta esta limitación apropiada de su poder, pero su esposa Jezabel lo incita a la tiranía y lo provoca diciendo, “¿No reinas ahora sobre Israel?” (1R 21:7). Si el rey no desea abusar del poder, la reina sí. Ella le paga a dos bribones para que acusen falsamente a Nabot de blasfemia y traición, él es sentenciado rápidamente a muerte y es apedreado por los ancianos de la ciudad. Es natural que nos quede la pregunta del porqué los ancianos actuaron con tanta rapidez, sin siquiera realizar el debido juicio. ¿Eran cómplices del rey? ¿Estaban bajo su control y temían enfrentarse a él? En cualquier caso, con Nabot fuera del camino, Acab se apodera de la viña.

El abuso de poder, que incluye apoderarse de parcelas de tierra tan descaradamente como lo hizo Acab, continúa en la actualidad, como podemos constatar al echar un vistazo a casi todos los periódicos. Y como en la época de Acab, el abuso de poder requiere la complicidad de otros que deciden tolerar la injusticia e incluso el asesinato, en vez de arriesgar su propia seguridad por el bien de su prójimo. Solo Elías, el hombre de Dios, se atreve a enfrentar a Acab (1R 21:17-24). Aunque su oposición no puede ayudar a Nabot, sí refrena el abuso de poder del rey, y no se registran más abusos en Reyes antes de la muerte de Acab. Más frecuentemente de lo que esperamos, la oposición basada en principios por parte de un grupo pequeño o incluso de una sola persona puede contener el abuso de poder. Si no, ¿por qué se molestan tanto los líderes por esconder sus malos actos? Según su perspectiva, ¿cuál es la probabilidad de que usted se vuelva consciente de al menos una forma incorrecta de usar el poder en su vida laboral? ¿Cómo se está preparando para responder en caso de que la lleve a cabo?

La atención del profeta Elías al trabajo común (2 Reyes 2-6)

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Mientras los reyes del norte caen más bajo en la apostasía y tiranía, Dios levanta profetas para que se les opongan más enérgicamente que nunca. Los profetas eran figuras de inmenso poder dado por Dios que venían de la nada para hablar la verdad de Dios en los lugares donde se encontraba el poder humano. Elías y Eliseo son claramente los profetas más prominentes en los libros de Reyes y Crónicas, y de los dos, Eliseo es fundamentalmente importante por la atención que le presta al trabajo de los israelitas comunes. Eliseo es llamado a levantarse contra los reyes rebeldes de Israel durante su larga carrera (2R 2:13-13:20). Sus acciones demuestran que él considera la vida económica de las personas como algo tan importante como los problemas de la dinastía del reino, y trata de proteger al pueblo de los desastres causados por los reyes.

Eliseo restaura el sistema de irrigación de una ciudad (2 Reyes 2:19-22)

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El primer acto importante de Eliseo es la purificación del manantial de la ciudad de Jericó. La preocupación principal en el pasaje es la productividad agrícola. Sin un manantial saludable, “la tierra es estéril”. Al restablecer el acceso al agua potable, Eliseo hace posible que las personas de la ciudad retomen su misión dada por Dios para la humanidad de ser fructíferos, multiplicarse y producir su alimento (Gn 1:28-30).

Eliseo restaura la solvencia financiera de un hogar (2 Reyes 4:1-7)

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Luego de que uno de los profetas del círculo de Eliseo muriera, su familia queda en deudas. Por lo general, lo que una familia desposeída debía hacer en el antiguo pueblo de Israel era vender a uno o todos sus miembros como esclavos para que fueran a un lugar donde al menos recibirían alimento (ver “Esclavitud o servidumbre”, Éxodo 21:1-11, en “Éxodo y el trabajo”). Cuando estaba a punto de vender a sus dos hijos como esclavos, la viuda del profeta le pide ayuda a Eliseo (2R 4:1). A Eliseo se le ocurre un plan para que la familia se vuelva económicamente productiva y pueda sustentarse a sí misma. Luego de preguntarle a la viuda qué tiene en su casa, ella dice, “Tu sierva no tiene en casa más que una vasija de aceite” (2R 4:2). Aparentemente, para Eliseo este es capital suficiente para comenzar. Él le dice que pida prestadas vasijas vacías de todos sus vecinos y las llene con aceite de su vasija. Ella logra llenar todas las vasijas con aceite antes de que su propia vasija quede vacía y la ganancia por la venta del aceite es suficiente para pagar las deudas de la familia (2R 4:7). Esencialmente, Eliseo crea una comunidad emprendedora dentro de la cual la mujer es capaz de comenzar un pequeño negocio. Esto es exactamente lo que hacen algunos de los métodos más efectivos que luchan con la pobreza, ya sea por medio de la microfinanza, las sociedades crediticias, las cooperativas agrícolas o los programas de proveedores de pequeños negocios por parte de grandes compañías y gobiernos.

Las acciones de Eliseo a favor de esta familia reflejan el amor y el interés de Dios por las personas que pasan necesidades. ¿Cómo podríamos incrementar con nuestro trabajo las oportunidades para que las personas pobres trabajen y logren prosperar? ¿En qué maneras perjudicamos individual y colectivamente la capacidad productiva de personas y economías pobres, y qué podemos hacer con la ayuda de Dios para mejorar?

Eliseo restaura la salud de un comandante militar (2 Reyes 5:1-14)

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Cuando Eliseo cura la lepra de Naamán, un comandante del ejército de Siria —el enemigo de Israel—, se producen repercusiones importantes en el campo del trabajo. “No es algo insignificante que una persona enferma se recupere, especialmente un leproso”, como dice Jacques Ellul en su ensayo esclarecedor sobre este pasaje,[1] porque la sanación restaura la habilidad para trabajar. En este caso, la sanidad restaura a Naamán para que regrese a su trabajo de administración asesorando a su rey sobre los acuerdos con el rey de Israel.

Es interesante que la sanación de un extranjero también lleva a la restauración de la ética cultural en la misma organización de Eliseo. Naamán ofrece recompensar generosamente a Eliseo por la sanación, pero él no acepta nada por lo que considera simplemente como hacer la voluntad del Señor. Sin embargo, un siervo de Eliseo llamado Giezi ve una oportunidad para ganar una remuneración extra, por lo que persigue a Naamán y le dice que Eliseo ha cambiado de opinión y que aceptará un pago significativo después de todo. Luego de recibir el pago, Giezi esconde su ganancia ilícita y le miente a Eliseo para cubrir sus actos, pero Eliseo responde anunciando que Giezi recibirá la misma lepra que había salido del cuerpo de Naamán. Es evidente que Eliseo reconoce que tolerar la corrupción en su organización erosionará rápidamente todo lo bueno que ha hecho en una vida entera de servicio a Dios.

Las acciones de Naamán demuestran otro aspecto en esta historia. Él tiene un problema, que es la lepra y necesita ser sanado. Sin embargo, la noción que se había formado desde antes de cómo sería la respuesta —algo así como un encuentro dramático con un profeta— lo lleva a rehusarse a aceptar la solución verdadera cuando se la ofrecen, la cual era bañarse en el río Jordán. Cuando escuchó este remedio tan simple que le transmitió el mensajero de Eliseo, en vez de Eliseo mismo, “Naamán se enojó”. Ni la solución ni la fuente parecen lo suficientemente buenas como para que Naamán les preste atención.

En el mundo actual, este problema de dos facetas se repite con frecuencia. Primero, uno de los líderes principales ignora la solución que propone un empleado de menor nivel porque no está dispuesto a considerar ideas de alguien que considera como poco calificado. En su libro Good to Great [Empresas que sobresalen], Jim Collins señala que la humildad es el primer indicador de lo que llama un “líder nivel 5”, o la disposición de escuchar ideas provenientes de muchas fuentes.[2] Segundo, la solución no se acepta porque no coincide con el criterio del líder.

Gracias a Dios que muchos líderes actuales, igual que Naamán, tienen subordinados que están dispuestos a tomar el riesgo de hablarles con sensatez. No solo se necesitan jefes humildes en las organizaciones, sino también subordinados valientes. Asombrosamente, la persona por la cual se pone en marcha todo el episodio es la persona de menor estatus de todas, una niña extranjera que Naamán había capturado en una incursión y que había dado a su esposa como esclava (2R 5:3). Este es un recordatorio hermoso de cómo la arrogancia y las expectativas equivocadas pueden bloquear la perspectiva, pero la sabiduría de Dios sigue tratando de vencer de todas formas.

Jacques Ellul, The Politics of God & the Politics of Man [La política de Dios y la política del hombre] Grand Rapids: Eerdmans, 1972), 35.

Jim Collins, Good to Great (HarperBusiness, 2001), 22-25.

Elías restaura el hacha de un leñador (2 Reyes 6:1-7)

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Cuando estaba cortando madera a la orilla del río Jordán, el hierro del hacha que estaba usando uno de los profetas que acompañaba a Elías cayó en el río. Esta se la había prestado un leñador y el precio de una pieza tan sólida de hierro en la edad de bronce habría significado la ruina financiera para el dueño; por esta razón, el profeta que la tomó prestada se angustia. Eliseo se interesa de forma personal e inmediata por la pérdida económica y hace que el hierro flote sobre el agua, en donde podían recuperarla y devolverla a su dueño. Una vez más, Eliseo interviene para permitir que alguien trabaje para ganar su propio sustento.

El don de un profeta es discernir los propósitos de Dios en la vida diaria y trabajar y actuar de acuerdo a ello. Dios llama a los profetas a que restauren la buena creación de Dios en medio de un mundo caído, en formas que señalan al poder y la gloria de Dios. El aspecto teológico del trabajo de un profeta —llamar a las personas a que adoren al Dios verdadero— está acompañado de forma inevitable de un aspecto práctico, que es restaurar el buen funcionamiento del orden creado. El Nuevo Testamento nos dice que algunos cristianos también están llamados a ser profetas (1Co 12:28; Ef 4:11). Eliseo no solo es un personaje histórico que demuestra el interés de Dios por el trabajo de Su pueblo, sino que también es un ejemplo para los cristianos en la actualidad.

El camino hacia el exilio del reino del sur (1 Reyes 11:41-2 Reyes 25:26; 2 Crónicas 10-36)

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Al seguir los pasos del reino de norte, los gobernantes del reino del sur pronto comienzan a caer en idolatría y maldad. Bajo el gobierno de Roboam, el pueblo edificó “para sí lugares altos, pilares sagrados y Aseras en toda colina alta y bajo todo árbol frondoso. Hubo también en la tierra sodomitas de cultos paganos. Hicieron conforme a todas las abominaciones de las naciones” (1R 14:23-24). Los sucesores de Roboam fluctuaron entre ser fieles a Dios y hacer el mal delante de los ojos del Señor. Por un tiempo, Judá tuvo suficientes reyes buenos para retrasar el desastre, pero en los últimos años, el reino cayó en el mismo estado en que había caído el reino del norte. Los babilonios conquistaron la nación y deportaron a los reyes y las élites (2R 24-25). La infidelidad de los reyes que el pueblo había pedido en contra del consejo de Dios cientos de años atrás, culmina en un colapso financiero, en la destrucción de la fuerza obrera, en hambruna y el asesinato o deportación de la mayoría de la población. El desastre predicho se extiende por setenta años hasta que el rey Ciro de Persia autoriza el regreso de algunos de los judíos para que reconstruyan el templo y la muralla de Jerusalén (2Cr 36:22-23).

Rendición de cuentas sobre el aspecto financiero en el templo (2 Reyes 12:1-12)

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Paradójicamente, un ejemplo de la degeneración del reino sirve para traer a la luz un modelo de buenas prácticas financieras. Como casi todos los líderes del reino, los sacerdotes se había vuelto corruptos y en vez de usar las donaciones que traían las personas para mantener el templo, robaban el dinero y lo dividían entre ellos mismos. Bajo la dirección de Joás, uno de los pocos reyes que “hizo lo recto ante los ojos del Señor” (2R 12:2), los sacerdotes crean un sistema de contabilidad eficiente. Este consiste en colocar en el templo un cofre cerrado con un agujero en la tapa para recibir las donaciones, y cuando se llena, el sumo sacerdote y el escriba del rey lo abren juntos, cuentan el dinero y contratan a carpinteros, constructores, albañiles y canteros para que ellos hagan las reparaciones. Esto asegura que el dinero se use para el propósito correcto.

En la actualidad se sigue usando el mismo sistema, por ejemplo cuando se cuenta el dinero en efectivo de los cajeros automáticos. El principio de que incluso los individuos de confianza deben estar sujetos a la inspección y la rendición de cuentas es la base de la buena administración. Cuando una persona que tenga una posición de poder —especialmente el poder de manejar las finanzas— trata de evadir los controles, la organización está en peligro. Gracias al hecho de que Reyes incluye este episodio, sabemos que Dios valora el trabajo de los empleados bancarios, contadores, auditores, reguladores bancarios, conductores de vehículos blindados, trabajadores de seguridad computacional y otros que protegen la integridad de las finanzas. También insta a toda clase de líderes a que tomen la iniciativa de establecer un ejemplo personal de rendición pública de cuentas invitando a otras personas a que inspeccionen su trabajo.

La arrogancia y el fin de los reinos (2 Crónicas 26)

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¿Cómo pudieron los reyes caer tan fácilmente en la maldad? La historia de Uzías nos aporta algunas ideas. Él asciende al trono a sus dieciséis años y al comienzo “hizo lo recto ante los ojos del Señor” (2Cr 26:4). Su corta edad representa una ventaja, ya que reconoce su necesidad de la guía de Dios. “Y persistió en buscar a Dios en los días de Zacarías, quien tenía entendimiento por medio de la visión de Dios; y mientras buscó al Señor, Dios le prosperó” (2Cr 26:5).

Es interesante que gran parte del éxito que Dios le da a Uzías se relaciona con el trabajo común. “Edificó también torres en el desierto y excavó muchas cisternas, porque tenía mucho ganado, tanto en las tierras bajas como en la llanura. También tenía labradores y viñadores en la región montañosa y en los campos fértiles porque amaba la tierra” (2Cr 26:10). “Y en Jerusalén hizo máquinas de guerra inventadas por hombres hábiles” (2Cr 26:15).

La Escritura nos dice que “fue ayudado en forma prodigiosa hasta que se hizo fuerte” (2Cr 26:15). Entonces, su fuerza se convierte en su ruina ya que comienza a servirse a sí mismo en vez de al Señor. “Cuando llegó a ser fuerte, su corazón se hizo tan orgulloso que obró corruptamente, y fue infiel al Señor su Dios” (2Cr 26:16). Él intenta usurpar la autoridad religiosa de los sacerdotes, lo que lleva a una revuelta en el palacio que le cuesta el trono y lo deja como un marginado por el resto de su vida. La historia de Uzías presenta una gran lección para las personas en posiciones de liderazgo hoy día. El carácter que lleva al éxito —especialmente nuestra dependencia de Dios— se corroe fácilmente por los poderes y los privilegios que el mismo éxito produce. ¿Cuántos líderes políticos, de negocios y de ejércitos han llegado a pensar que son invencibles y por esto pierden la humildad, la disciplina y la actitud de servicio que son necesarias para seguir siendo exitosos? ¿Cuántos de nosotros en cualquier nivel de éxito hemos prestado más atención a nosotros mismos y menos a Dios cuando nuestro poder aumenta incluso ligeramente? Uzías tuvo incluso el beneficio de que sus subordinados se le opusieran cuando actuó incorrectamente, pero decidió ignorarlos (2Cr 26:18). ¿Qué o a quién tiene usted para ayudarle a evitar que se deje llevar por el orgullo y alejarse de Dios en caso de que su éxito aumente?