El comienzo del nuevo mundo de Dios (Hechos 1-4)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Una comunidad con una misión (Hechos 1:6)

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En el libro de Hechos, la misión de Jesús de restaurar el mundo a lo que Dios deseaba que fuera se transforma en la misión de la comunidad de los seguidores de Jesús. Hechos le sigue el rastro a la vida de esta comunidad mientras el Espíritu los forma en un grupo de personas que trabajan y usan el poder y la riqueza que vienen del trabajo de forma diferente al mundo a su alrededor. El trabajo comienza con la creación de la comunidad única llamada iglesia. Lucas comienza con la comunidad, “los que estaban reunidos”, y continúa con la misión de “restablecer… el reino de Israel” (Hch 1:6). Para cumplir con su trabajo, la comunidad debe orientarse primero hacia su vocación por el reino de Dios y después a su identidad como testigos del reino de Dios en la vida cotidiana.

Una vocación orientadora para el reino de Dios (Hechos 1:8)

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El libro de Hechos comienza con una interacción luego de la resurrección entre Jesús y Sus discípulos. Jesús les enseña acerca del “reino de Dios” (Hch 1:3) y ellos responden con una pregunta acerca del establecimiento de un reino sociopolítico: “Señor, ¿restaurarás en este tiempo el reino a Israel?” (Hch 1:6).[1] La respuesta de Jesús se relaciona de cerca con nuestra vida como trabajadores.

“Y Él les dijo: No os corresponde a vosotros saber los tiempos ni las épocas que el Padre ha fijado con Su propia autoridad; pero recibiréis poder cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros; y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra”. (Hch 1:7–8)

Primero, Jesús le pone fin a la curiosidad de los discípulos respecto al horario del plan de Dios. “No os corresponde a vosotros saber los tiempos ni las épocas que el Padre ha fijado con Su propia autoridad” (Hch 1:7). Debemos vivir en previsión de la plenitud del reino de Dios, pero no preguntándonos acerca del tiempo preciso del regreso de Dios en Cristo. Segundo, Jesús no niega que Dios establecerá un reino sociopolítico, es decir, “restablecer… el reino de Israel”, como lo plantea la pregunta de los discípulos.

Los discípulos de Jesús eran muy versados en las Escrituras de Israel. Ellos sabían que el reino descrito por los profetas no era una realidad en otro mundo sino que era un reino real de paz y justicia en un mundo renovado por el poder de Dios. Jesús no niega la realidad de este reino venidero, sino que expande las expectativas de los discípulos incluyendo toda la creación en el reino esperado. Este no es solamente un nuevo reino para el territorio de Israel, sino “en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra” (Hch 1:8).

El establecimiento completo de este reino no ha ocurrido (“en este tiempo”) pero está aquí, en este mundo.

Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios… Entonces oí una gran voz que decía desde el trono: He aquí, el tabernáculo de Dios está entre los hombres”. (Ap 21:2–3)

El reino de los cielos viene a la tierra y Dios habita aquí, en el mundo redimido. ¿Por qué todavía no está aquí? La enseñanza de Jesús indica que parte de la respuesta es porque Sus discípulos tienen trabajo que hacer. El trabajo humano era necesario para completar la creación de Dios incluso en el jardín del Edén (Gn 2:5), pero nuestro trabajo fue deteriorado por la Caída. En Hechos 1 y 2, Dios envía a Su Espíritu a empoderar el trabajo humano: “recibiréis poder cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros; y me seréis testigos” (Hch 1:8a). Jesús está dándoles una vocación a Sus seguidores —ser testigos, en el sentido de dar fe del poder del Espíritu en todos los campos de la actividad humana—, la cual es esencial para la venida del reino. El regalo de Dios del Espíritu Santo llena la brecha entre el papel fundamental que Dios le asignó al trabajo humano y nuestra habilidad de desempeñar dicho papel. Por primera vez desde la Caída, nuestro trabajo tiene el poder de contribuir al establecimiento del reino de Dios en el regreso de Cristo. Los eruditos, por lo general, ven Hechos 1:8 como la declaración metódica de este segundo volumen de Lucas.

En efecto, todo el libro de los Hechos se puede tomar como una expresión (algunas veces titubeante) de la vocación cristiana de dar testimonio del Jesús resucitado. Pero dar testimonio significa mucho más que evangelizar. No debemos caer en el error de pensar que Jesús solo está hablando acerca del trabajo del individuo de compartir el evangelio con un no creyente con sus propias palabras. En cambio, dar testimonio del reino venidero significa principalmente vivir de acuerdo con los principios y las prácticas del reino de Dios ahora. Veremos que la forma más eficaz del testimonio cristiano es con frecuencia —e incluso principalmente— la vida compartida en comunidad mientras realizamos nuestro trabajo.

La vocación cristiana compartida del testimonio es posible solamente por medio del poder del Espíritu Santo. El Espíritu transforma a los individuos y las comunidades en formas que dan como resultado el compartir los frutos del trabajo humano —especialmente el poder, los recursos y la influencia— con la comunidad y la cultura circundante. La comunidad da testimonio cuando sus miembros usan sus recursos para beneficiar a la cultura en general. La comunidad testifica cuando aquellos a su alrededor ven que trabajar en los caminos de la justicia, bondad y belleza lleva a una vida más satisfactoria.

Las locaciones mencionadas por Jesús revelan que el testimonio de los discípulos los pone en peligro social. Al grupo de discípulos judíos de Jesús se les ordena que hablen en nombre de un hombre que fue crucificado recientemente como un enemigo del Imperio romano y un blasfemo del Dios de Israel. Ellos son llamados a adoptar esta vocación en la ciudad en la que su maestro fue asesinado, entre los samaritanos —enemigos históricos y étnicos de los judíos— y en el territorio extendido del Imperio romano.[2]

En resumen, Hechos comienza con una vocación orientadora que llama a los seguidores de Jesús a la tarea principal de ser testigos. Ser testigos significa, sobre todo, vivir de acuerdo con los caminos del reino venidero de Dios. Como veremos en seguida, el elemento más importante de esta vida es que trabajamos primero por el bien de otros. El poder del Espíritu Santo hace posible esta vocación, la cual se debe ejercer prestándoles poca atención a las barreras sociales. Esta vocación orientadora no menosprecia el valor del trabajo humano ni la vida laboral de los discípulos poniendo por encima el proclamar a Jesús solamente con palabras —es todo lo contrario. Hechos argumentará con firmeza que todo el trabajo humano puede ser una expresión fundamental del reino de Dios.

Apokathistēmi, el verbo de restauración usado por Lucas, lo usan la Septuaginta y Flavio Josefo para describir la esperanza de Israel de la restauración nacional (ver Éx 4:7; Os 11:11; Flavio Josefo, Antiquities of the Jews [Antigüedades judías] 11.2, 14, entre otros). Ver también, David L. Tiede, “The Exaltation of Jesus and the Restoration of Israel in Acts 1” [La exaltación de Jesús y la restauración de Israel en Hechos 1], Harvard Theological Review [Revista teológica de Harvard] 79, nº 1 (1986): 278–86; y James D. G. Dunn, Acts of the Apostles [Hechos de los apóstoles], Epworth Commentaries [Comentarios Epworth] (Peterborough, UK: Epworth Press, 1996), 4.

Para consultar referencias acerca de la enemistad entre los samaritanos y los judíos, ver Flavio José, Antiquities of the Jews [Antigüedades judías] 18:30; Jewish War [La guerra judía] 2:32ff. Para la referencia a los “confines de la tierra” que implica el alcance total de los pueblos y lugares en el Imperio romano, ver David W. Pao, Acts and the Isaianic New Exodus [Hechos y el nuevo éxodo de Isaías] (Grand Rapids: Baker Academic, 2002), 91–96.

Una identidad que orienta a ser testigos del reino de Dios en la vida cotidiana (Hechos 2:1-41)

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Indiscutiblemente, la historia del Pentecostés es fundamental para la vida de la comunidad cristiana primitiva. Este es el evento que pone en marcha la vocación de dar testimonio, descrita en Hechos 1:8. Esta sección de Hechos hace dos tipos de afirmaciones acerca de todos los trabajadores. Primero, el relato del Pentecostés identifica a sus oyentes cristianos dentro de una nueva comunidad que recrea el mundo —es decir, el reino de Dios— prometido por Dios por medio de los profetas. Pedro explica el fenómeno del Pentecostés refiriéndose al profeta Joel.

“Éstos no están borrachos como vosotros suponéis, pues apenas es la hora tercera del día; sino que esto es lo que fue dicho por medio del profeta Joel: Y sucederá en los últimos días —dice Dios— que derramaré de mi Espíritu sobre toda carne; y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán, vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños; y aun sobre mis siervos y sobre mis siervas derramaré de Mi Espíritu en esos días, y profetizarán. Y mostraré prodigios arriba en el cielo y señales abajo en la tierra: sangre, fuego y columna de humo. El sol se convertirá en tinieblas y la luna en sangre, antes que venga el día grande y glorioso del Señor. Y sucederá que todo aquel que invoque el nombre del Señor será salvo”. (Hch 2:15–21)

Pedro se refiere a una sección de Joel que describe la restauración del pueblo exiliado de Dios. En esta sección, él afirma que Dios ha puesto en marcha la liberación definitiva de Su pueblo.[3] En el libro de Joel, con el regreso del pueblo de Dios a la tierra se cumplen las promesas del pacto de Dios y se inicia la recreación de mundo. Joel describe esta recreación con imágenes asombrosas. Cuando el pueblo de Dios regresa a la tierra, el desierto vuelve a la vida como un nuevo Edén. El suelo, los animales y el pueblo se regocijan por la victoria de Dios y la liberación de Su pueblo (ver Joel 2). Entre las imágenes impresionantes en esta sección de Joel, vemos que la restauración del pueblo de Dios causará un impacto económico inmediato: “El Señor responderá, y dirá a Su pueblo: He aquí, Yo os enviaré grano, mosto y aceite, y os saciaréis de ello, y nunca más os entregaré al oprobio entre las naciones” (Jl 2:19). Para Joel, el punto culminante de este acto de liberación es el derramamiento del Espíritu sobre el pueblo de Dios. Pedro entiende que la venida del Espíritu implica que los primeros seguidores de Jesús son —de alguna manera real, aunque profundamente misteriosa— participantes del nuevo mundo de Dios.

Una segunda cuestión importante y bastante relacionada es la descripción de Pedro de la salvación como un rescate de una “perversa generación” (Hch 2:40). Se deben aclarar dos asuntos. Primero, Lucas no describe la salvación como un escape de este mundo a una existencia celestial. En cambio, la salvación comienza en medio de este mundo presente. Segundo, Lucas espera que la salvación tenga un componente de tiempo presente. Comienza ahora como una forma diferente de vivir contraria a los patrones de esta “perversa generación”. Ya que el trabajo y sus consecuencias económicas y sociales son tan importantes para la identidad humana, es de esperarse que uno de los primeros patrones que se debe reconstituir en la vida del ser humano es la forma en la que los cristianos manejan su poder y sus posesiones. Entonces, el relato en esta primera sección de Hechos se desarrolla así: (1) Jesús indica que todos los seres humanos deben dar testimonio de Cristo; (2) la venida del Espíritu Santo marca el comienzo del “día del Señor” que ha sido prometido por mucho tiempo e inicia a las personas en el nuevo mundo de Dios; y (3) las expectativas para el “día del Señor” incluyen las transformaciones económicas profundas. El siguiente movimiento del relato de Lucas apunta a un nuevo pueblo empoderado por el Espíritu, que vive de acuerdo con una economía del reino.

La modificación cristiana de las expectativas israelitas acerca del fin de la era se denomina “escatología inaugurada” y con frecuencia se organiza bajo la rúbrica de un reino que ya está presente y al mismo tiempo no ha sido consumado. Israel esperaba que el día del Señor llegaría en un momento culminante. Los primeros cristianos descubrieron que el día del Señor comenzó con la resurrección de Jesús y con el derramamiento del Espíritu, pero que el reino no vendrá completamente hasta el regreso de Jesús. 

Una comunidad orientadora que practica los caminos del reino de Dios (Hechos 2:42-47; 4:32-37)

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Después de que Pedro anuncia que el Espíritu crea una nueva clase de comunidad, Hechos relata el rápido crecimiento de tales comunidades en distintos lugares. Los sumarios de la comunidad en Hechos 2:42–47 y 4:32–37 son las descripciones más concentradas. De hecho, los mismos textos son extraordinarios en su descripción del alcance del compromiso y la vida compartida de los primeros creyentes.[1] Como los sumarios tienen muchas similitudes, los discutiremos en conjunto.

Hechos 2:42–47. Y se dedicaban continuamente a las enseñanzas de los apóstoles, a la comunión, al partimiento del pan y a la oración. Sobrevino temor a toda persona; y muchos prodigios y señales eran hechos por los apóstoles. Todos los que habían creído estaban juntos y tenían todas las cosas en común; vendían todas sus propiedades y sus bienes y los compartían con todos, según la necesidad de cada uno. Día tras día continuaban unánimes en el templo y partiendo el pan en los hogares, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios y hallando favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día al número de ellos los que iban siendo salvos.

Hechos 4:32–37. La congregación de los que creyeron era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo lo que poseía, sino que todas las cosas eran de propiedad común. Con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia había sobre todos ellos. No había, pues, ningún necesitado entre ellos, porque todos los que poseían tierras o casas las vendían, traían el precio de lo vendido, y lo depositaban a los pies de los apóstoles, y se distribuía a cada uno según su necesidad. Y José, un levita natural de Chipre, a quien también los apóstoles llamaban Bernabé (que traducido significa hijo de consolación), poseía un campo y lo vendió, y trajo el dinero y lo depositó a los pies de los apóstoles.

Aunque estos textos no describen el trabajo directamente, tienen un gran interés por la utilización del poder y las posesiones, dos realidades que con frecuencia resultan del trabajo humano. Lo primero que debemos observar, en contraste con la sociedad circundante, es que las comunidades cristianas cultivan un conjunto muy diferente de prácticas con respecto al uso del poder y las posesiones. Es claro que los primeros cristianos entendían que el poder y las posesiones de cada uno no se debían guardar para la comodidad del individuo, sino que debían ser gastadas o invertidas sabiamente para el bien de la comunidad cristiana. Se afirma de forma sucinta que las posesiones son para el bien de otros. Más que todo lo demás, la vida en el reino de Dios implica trabajar para el bien de otros.

Hay dos aspectos que se deben mencionar aquí. Primero, estos textos nos invitan a entender nuestra identidad principalmente como miembros de la comunidad cristiana. El bien de la comunidad es el bien de cada miembro. Segundo, esta es una desviación radical de la economía del clientelismo que marcó el Imperio romano. En un sistema de clientelismo, los obsequios de los ricos para los pobres crean una estructura de obligación sistemática. Cada obsequio de un benefactor implica una deuda social que contrae el beneficiario. Este sistema creó un tipo de generosidad falsa en la que por lo general, los patrones generosos daban por interés personal, buscando la honra relacionada con esa labor.[2] En esencia, la economía romana veía la “generosidad” como un medio para conseguir el poder y el estatus social. Estas nociones de obligación recíproca sistemática están totalmente ausentes en las descripciones de los capítulos 2 y 4 de Hechos. En la comunidad cristiana, la motivación para dar debe ser un interés genuino por la prosperidad del beneficiario, no el honor del benefactor. Dar tiene poco que ver con el dador; se trata principalmente del receptor.

Este es un sistema socioeconómico completamente diferente. Igual que el Evangelio de Lucas, Hechos demuestra con frecuencia que la conversión cristiana resulta en una perspectiva reorientada de las posesiones y el poder. Además, esta insistencia en que las posesiones se deben usar para el bien del prójimo se ve explícitamente como un patrón en la vida, la misión y —principalmente— la muerte abnegada de Jesús. (Para más información, ver Lucas y el trabajo)

Se ha escrito bastante material acerca de los paralelos entre los sumarios de la comunidad y los grupos del contexto histórico de Lucas. Los paralelos de esenio/qumrán: Brian J. Capper, “The Interpretation of Acts 5.4” [La interpretación de Hechos 5.4], Journal for the Study of the New Testament [Revista de estudio del Nuevo Testamento] 6, nº 19 (1983): 117–31; Brian J. Capper, “The Palestinian Cultural Context of Earliest Christian Community of Goods” [El contexto cultural palestino de la primera comunidad de bienes cristiana] en The Book of Acts in Its Palestinian Setting [El libro de Hechos en su contexto palestino], ed. Richard J. Bauckham (Grand Rapids: Eerdmans, 1995), 323–56; los paralelos en la amistad grecorromana: Alan C. Mitchell, “The Social Function of Friendship in Acts 2.44–47 and 4.32–37” [La función social de la amistad en Hechos 2.44–47 y 4.32–37], Journal of Biblical Literature [Revista de literatura bíblica] 111, nº 2 (1992): 255–72; los paralelos utópicos grecorromanos: Gregory E. Sterling, “‘Athletes of Virtue’: An Analysis of the Summaries in Acts [Atletas de virtud: un análisis de los sumarios de Hechos] (2.41–47; 4.32–35; 5.12–16),” Journal of Biblical Literature [Revista de literatura bíblica] 113, nº 4 (1994): 679–96; los paralelos con las asociaciones grecorromanas: Philip A. Harland, Associations, Synagogues, and Congregations: Creating a Place in Ancient Mediterranean Society [Asociaciones, sinagogas y congregaciones: la creación de un lugar en la sociedad mediterránea antigua] (Minneapolis: Augsburg Fortress, 2003); John S. Kloppenborg, “Collegia and Thiasoi: Issues in Function, Taxonomy and Membership” [Collegia y Thiasoi: las cuestiones de función, taxonomía y membresía], en Voluntary Associations in the Graeco-Roman World [Asociaciones voluntarias en el mundo grecorromano], ed. John S. Kloppenborg y S. G. Wilson (Londres: Routledge, 1996), 16–30. 

Es fácil observar que la práctica de dar dentro de la comunidad cristiana todavía puede funcionar de esta manera.

La economía de la generosidad radical (Hechos 2:45; 4:34-35)

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Un debate permanente cuestiona si estos sumarios de la comunidad defienden cierto sistema económico. Algunos comentarios describen la práctica de la comunidad como “protocomunismo” y otros identifican una enajenación obligatoria de los bienes. Sin embargo, el texto no sugiere que se intenten modificar las estructuras fuera de la comunidad cristiana. De hecho, sería difícil pensar que un grupo pequeño, marginado y sin poder social tuviera planes de cambiar el sistema económico imperial y de hecho, es claro que la comunidad no renunció totalmente a dicho sistema. De igual manera, los pescadores seguían siendo miembros de cárteles de pescadores y los artesanos seguían haciendo negocios en el mercado.[1] Después de todo, Pablo siguió fabricando tiendas para sustentar sus viajes misioneros (Hch 18:3).

En cambio, el texto sugiere algo mucho más demandante. En los primeros tiempos de la iglesia, las personas adineradas y poderosas liquidaban sus posesiones por el bien de los menos adinerados (Hch 4:34) según la necesidad de cada uno (Hch 2:45; 4:35). Esto indica que la condición normal de las posesiones de las personas era de una disponibilidad radical. Es decir, los recursos —materiales, políticos, sociales o prácticos— de cualquier miembro se ponían a disposición constante de la comunidad cristiana, incluso aunque los miembros individuales siguieran supervisando sus recursos particulares. En vez de prescribir sistemáticamente la distribución de la riqueza del tal manera que se asegurara una igualdad completa, la iglesia primitiva aceptaba la realidad del desequilibrio económico, pero practicaba una generosidad radical a través de la cual los bienes existían verdaderamente para el beneficio de la comunidad, no del individuo. En muchas formas, esta clase de generosidad constituye un desafío mayor que un sistema rígido de reglas. Este llama a una capacidad de respuesta, un involucramiento mutuo en la vida de los miembros de la comunidad y una disposición continua a no aferrarse a las posesiones, valorando más las relaciones en la comunidad que la seguridad (falsa) de las posesiones.[2]

Es bastante probable que este sistema que funciona dentro de otro sistema haya sido inspirado por los ideales económicos que se encuentran en la ley de Israel, que tiene su punto culminante en la práctica del jubileo —la redistribución de la tierra y las riquezas en Israel una vez cada cincuenta años (Lv 25:1–55). Dios diseñó el jubileo para garantizar que todas las personas tuvieran acceso a los medios para ganarse la vida, un ideal que parece que el pueblo de Dios nunca ha practicado ampliamente. Sin embargo, Jesús comienza Su ministerio con un conjunto de textos de Isaías 61 y 58 que nombra muchos temas del jubileo:

“El Espíritu del Señor está sobre Mí, porque me ha ungido para anunciar el evangelio a los pobres. Me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos, y la recuperación de la vista a los ciegos; para poner en libertad a los oprimidos; para proclamar el año favorable del Señor”. (Lc 4:18–19)

La ética del jubileo también se menciona en Hechos 4:34, en donde Lucas nos dice que “no había, pues, ningún necesitado entre ellos”. Esto parece ser un reflejo directo de Deuteronomio 15:4, en donde la práctica del año de reposo (un evento de mini-jubileo una vez cada siete años) es diseñada para asegurar que “no habrá menesteroso entre vosotros”.

Es correcto que la comunidad cristiana vea este modelo como un ejemplo para su vida económica. Sin embargo, aunque en el antiguo pueblo de Israel el año de reposo y el jubileo debían practicarse solo cada siete y cincuenta años respectivamente, la disponibilidad radical era lo que caracterizaba los recursos de la comunidad cristiana primitiva. Podemos imaginarlo en términos similares al sermón del monte. “Habéis oído que se dijo a los antepasados, ‘devuelvan su tierra a aquellos que no tienen tierras una vez cada cincuenta años’ pero Yo os digo, ‘cada vez que vean la necesidad, pongan a disposición de otros su poder y sus recursos’”. La generosidad radical basada en las necesidades de otros se convierte en el fundamento de la práctica económica en la comunidad cristiana. Analizaremos esto con más profundidad por medio de los sucesos en el libro de Hechos.

Las prácticas de las iglesias primitivas constituyen un reto para que los cristianos contemporáneos piensen e imaginen modelos de generosidad radical hoy en día. ¿Cómo podría ser la disponibilidad radical un testigo del reino de Dios y constituir una forma alternativa plausible para estructurar la vida humana en una cultura marcada por la búsqueda persistente de la riqueza y seguridad personales?

Philip A Harland, Associations, Synagogues, and Congregations: Creating a Place in Ancient Mediterranean Society, (Minneapolis: Augsburg Fortress, 2003); John S. Kloppenborg, “Collegia and Thiasoi: Issues in Function, Taxonomy and Membership,” in Voluntary associations in the Graeco-Roman world, edited by John S. Kloppenborg and S.G. Wilson, 16-30, (London/New York: Routledge, 1996).

Christopher M. Hays, Luke’s Wealth Ethics: A Study in Their Coherence and Character [La ética de Lucas acerca de la riqueza: un estudio de su coherencia y carácter], Wissenschaftliche Untersuchungen zum Neuen Testament [Investigación académica del Nuevo Testamento] 2.275 (Tubinga: Mohr-Siebeck, 2010), analiza a fondo la ética de la riqueza en Lucas y Hechos.

El Espíritu Santo empodera la generosidad radical con toda clase de recursos (Hechos 2:42–47; 4:32–37)

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Hay dos ideas finales que es importante señalar respecto al uso de los recursos en la comunidad cristiana primitiva. La primera es la necesidad del Espíritu Santo para poder practicar la generosidad radical. Las descripciones de la comunidad en Hechos 2:42–47 y 4:32–37 se encuentran inmediatamente después de las dos primeras manifestaciones principales del Espíritu Santo. Lucas no podría haber sido más claro al forjar un enlace entre la presencia y el poder del Espíritu y la habilidad de la comunidad para vivir con una generosidad similar a la de Cristo. Debemos entender que uno de los trabajos fundamentales del Espíritu en la vida de los primeros cristianos fue el desarrollo de una comunidad que tomó una postura radicalmente diferente respecto a la utilización de recursos. Así que, aunque con frecuencia nos vemos atrapados buscando las manifestaciones más espectaculares del Espíritu (las visiones, lenguas y otras similares), debemos considerar el hecho de que el simple acto de compartir o la hospitalidad consistente pueden ser algunos de los dones más grandiosos del Espíritu Santo.

La segunda idea, para que no comencemos a pensar que esta palabra solo es para los que tienen recursos financieros, la encontramos cuando vemos que Pedro y Juan demuestran que todos los recursos se deben usar para el bien de otros. En Hechos 3:1–10, Pedro y Juan encuentran a un hombre pidiendo limosna en la puerta del templo. El hombre estaba pidiendo dinero, pero Pedro y Juan no tenían para darle. Sin embargo, son testigos de la venida del reino por medio de la vida, muerte y resurrección de Jesús. Por lo tanto, Pedro responde, “No tengo plata ni oro, mas lo que tengo, te doy: en el nombre de Jesucristo el Nazareno, ¡anda!” (Hch 3:6). Aquí tenemos un ejemplo de lo que significa compartir recursos que no están relacionados con la riqueza monetaria. En varias ocasiones en Hechos encontramos el uso del poder y la posición para edificar la comunidad.

Tal vez la expresión más conmovedora la encontramos cuando Bernabé —quien en Hechos 4:32–37 es un ejemplo de generosidad radical en cuanto a los recursos financieros— también pone sus recursos sociales a disposición de Pablo, al ayudar dándole la bienvenida a la comunidad renuente de los apóstoles en Jerusalén (ver Hechos 9:26–27). Otro ejemplo es Lidia, quien usó su posición social alta en la industria textil en Tiatira como un medio para que Pablo entrara a la ciudad (Hch 16:11–15). El capital social se debe utilizar, como cualquier otro capital, para el bien del reino en la forma en la que la comunidad cristiana lo considere apropiado.

Una comunidad justa es un testimonio para el mundo (Hechos 2:47; 6:7)

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Cuando los recursos se usan correctamente en la vida de la comunidad cristiana —como ocurre después de la selección de los servidores de las mesas en Hechos 6— la comunidad se convierte en un imán. La vida de justicia de la comunidad —caracterizada principalmente por el uso del poder y las posesiones considerando a los demás— atrae a las personas hacia sí misma y a su cabeza, Jesús. Cuando la comunidad usa sus posesiones y privilegios para darle vida a los que tienen necesidades, cuando los recursos del individuo están destinados totalmente a beneficiar a otros en la comunidad, las personas acuden en multitudes para hacer parte de ella. Ya hemos visto que “el Señor añadía cada día al número de ellos los que iban siendo salvos” (Hch 2:47). Esto también es evidente en las repercusiones del servicio empoderado por el Espíritu en Hechos 6. El trabajo de los siete diáconos que construye comunidades y promueve la justicia resulta en vida para muchos: “la palabra de Dios crecía, y el número de los discípulos se multiplicaba en gran manera en Jerusalén, y muchos de los sacerdotes obedecían a la fe” (Hch 6:7).