Trabajar la tierra (Josué 5)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Es claro que la tierra era fértil según los estándares del Cercano Oriente antiguo, pero las bendiciones de la tierra iban más allá de un clima favorable, agua abundante y otros beneficios naturales provenientes de la mano del Creador. Israel también heredaría la infraestructura que los cananeos habían desarrollado. “Y os di una tierra en que no habíais trabajado, y ciudades que no habíais edificado, y habitáis en ellas; de viñas y olivares que no plantasteis, coméis” (Jos 24:13, cf. Dt 6:10-11). Incluso la famosa descripción de esta tierra que “mana leche y miel” (Jos 5:6, cf. Éx 3:8) supone alguna medida de administración de ganado y apicultura.

Por tanto, hay un vínculo indisoluble entre la tierra y el trabajo. La habilidad de producir no solamente surge de nuestras capacidades o diligencia, sino también de los recursos que tenemos disponibles. Por otro lado, la tierra no se trabaja a sí misma. Debemos producir el pan con el sudor de nuestras frentes (Gn 3:19). Este punto se plantea concretamente en Josué 5:11-12. “Y el día después de la Pascua, ese mismo día, comieron del producto de la tierra, panes sin levadura y cereal tostado. Y el maná cesó el día después que habían comido del producto de la tierra, y los hijos de Israel no tuvieron más maná, sino que comieron del producto de la tierra de Canaán durante aquel año”. 

Israel sobrevivió gracias al regalo divino del maná mientras anduvo por el desierto, pero Dios no había diseñado esta solución como algo permanente para la provisión. Se debía trabajar la tierra. Los recursos suficientes y el trabajo fructífero eran elementos integrales de la tierra prometida. Quizá el punto parezca evidente, pero es válido plantearlo. Aunque Dios puede proveer algunas veces de forma milagrosa para nuestras necesidades físicas, la ordenanza es que nos sustentemos con el fruto de nuestro trabajo.