El trabajo es un correr tras el viento (Eclesiastés 1:12-6:9)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Luego de anunciar su temática de que el trabajo es vanidad en Eclesiastés 1:1-11, el Predicador procede a explorar varias posibilidades para tratar de vivir bien. Él considera, en orden, el éxito, el placer, la sabiduría, la riqueza, el tiempo, la amistad y el gozo que producen los regalos de Dios. En algunos de estos encuentra cierto valor, el cual se va incrementando al examinar un aspecto tras otro. Aun así, nada parece permanente y la conclusión característica en cada sección es que el trabajo pasa a ser un “correr tras el viento”.

 

El éxito (Eclesiastés 1:12-18)

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Primero, el Predicador examina el éxito. Él era rey y sabio —una persona que sobresale, para decirlo en términos actuales— que superó a “todos los que estuvieron antes de mí sobre Jerusalén” (Ec 1:16). ¿Y qué significaba todo ese éxito para él? No mucho. “Tarea dolorosa dada por Dios a los hijos de los hombres para ser afligidos con ella. He visto todas las obras que se han hecho bajo el sol, y he aquí, todo es vanidad y correr tras el viento” (Ec 1:13-14). Ni siquiera parece que sea posible algún logro duradero. “Lo torcido no puede enderezarse, y lo que falta no se puede contar” (Ec 1:15). Alcanzar sus metas no le trajo felicidad, ya que solo lo hizo darse cuenta de que cualquier cosa que podría alcanzar es vacía y limitada. En resumen, dice “me di cuenta de que esto también es correr tras el viento” (Ec 1:17).

El placer (Eclesiastés 2:1-11)

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A continuación, él se dice a sí mismo, “Ven ahora, te probaré con el placer; diviértete” (Ec 2:1). De esta forma adquiere riqueza, casas, jardines, alcohol, sirvientes (esclavos), joyas, entretenimiento y acceso fácil al placer sexual. “Y de todo cuanto mis ojos deseaban, nada les negué, ni privé a mi corazón de ningún placer” (Ec 2:10a).

A diferencia del éxito, él encuentra cierto valor en buscar el placer. “Mi corazón gozaba de todo mi trabajo, y ésta fue la recompensa de toda mi labor” (Ec 2:10). Resultó que su supuesto éxito no era nada nuevo, pero sus placeres al menos lo hacían sentir bien. Parece que el trabajo que es un medio para un fin —en este caso, el placer— es más satisfactorio que el trabajo que se convierte en una obsesión. Sin necesidad de tomar “muchas concubinas” (Ec 2:8), sería bueno que los trabajadores actuales se tomen el tiempo de detenerse y disfrutar las cosas buenas de la vida, las cuales a veces ignoramos. Si hemos dejado de trabajar por una meta más allá del trabajo, si ya no podemos disfrutar los frutos de nuestra labor, entonces nos hemos convertido en esclavos del trabajo en vez de sus amos.

No obstante, el trabajo que se realiza solo para ganar placer es insatisfactorio al final. Esta sección termina con la apreciación de que “he aquí, todo era vanidad y correr tras el viento, y sin provecho bajo el sol” (Ec 2:11).

La sabiduría (Eclesiastés 2:12-17)

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Tal vez es bueno buscar un propósito fuera del trabajo mismo, pero este debe ser más alto que el placer. El Predicador dice, “Yo volví, pues, a considerar la sabiduría, la locura y la insensatez” (Ec 2:12). En otras palabras, se convierte en algo semejante a un profesor o investigador actual. A diferencia del éxito en sí mismo, la sabiduría al menos se puede obtener en cierto grado. “Y yo vi que la sabiduría sobrepasa a la insensatez, como la luz a las tinieblas” (Ec 2:13). Pero aparte de llenar la cabeza con pensamientos sublimes, no hace una diferencia real en la vida, porque “mueren tanto el sabio como el necio” (Ec 2:16). Buscar la sabiduría llevó al Predicador al borde de la desesperación (Ec 2:17), un resultado que sigue siendo común en las búsquedas académicas actuales. El Predicador concluye que “todo es vanidad y correr tras el viento” (Ec 2:17).

La riqueza (Eclesiastés 2:18-26)

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Luego, el Predicador habla de la riqueza, la cual se puede obtener como resultado del trabajo. ¿Qué hay de la acumulación de riquezas como un propósito supremo detrás del trabajo? Esto es peor que gastar las riquezas para tener placer. Un problema que produce la riqueza es el de la herencia. Cuando usted muere, la riqueza que acumuló pasará a ser de alguien más, alguien que puede que no la merezca en lo absoluto. “¿Tener que dedicar sabiduría, conocimientos y rectitud, para luego dejarle el fruto de su trabajo a quien nunca se lo ganó? ¡Eso también es vanidad, y un mal muy grande!” (Ec 2:21). Esto es tan penoso que el Predicador dice, “me desesperé en gran manera” (Ec 2:20).

En este punto, se da el primer vistazo del carácter de Dios. Dios es dador. “Porque a la persona que le agrada, Él le ha dado sabiduría, conocimiento y gozo” (Ec 2:26). Este aspecto del carácter de Dios se repite varias veces en Eclesiastés, y sus regalos incluyen alimento, bebida y gozo (Ec 5:18, 8:15), riqueza y posesiones (Ec 5:19, 6:2), honor (Ec 6:2), integridad (Ec 7:29), el mundo en el que habitamos (Ec 11:5) y la vida misma (Ec 12:7).

Como el Predicador, en la actualidad muchas personas que acumulan grandes riquezas las encuentran extremadamente insatisfactorias. Al acumular riquezas, no importa qué tanto tengamos, parece que nada es suficiente. Cuando acumulamos nuestra fortuna y comenzamos a apreciar nuestra mortalidad, descubrimos que repartir la riqueza sabiamente parece una carga casi intolerable. Andrew Carnegie señaló el peso de esta carga cuando dijo, “decidí dejar de acumular y comenzar la tarea infinitamente más seria y difícil de distribuir sabiamente”.[1] Pero si Dios es dador, no es sorprendente que distribuir la riqueza pueda ser más satisfactorio que acumularla.

Sin embargo, el Predicador no encuentra más satisfacción en repartir sus riquezas que en obtenerlas (Ec 2:18-21). De alguna forma, la satisfacción que el Dios del cielo encuentra en dar se le escapa al Predicador bajo el sol. No parece que él considere la posibilidad de invertir la riqueza o repartirla para un propósito mayor. A menos que en realidad exista un propósito mayor detrás de algo que el Predicador descubra, la acumulación y distribución de riqueza “también es vanidad y correr tras el viento” (Ec 2:26).

Andrew Carnegie, Autobiography of Andrew Carnegie [Autobiografía de Andrew Carnegie] (Boston: Houghton Mifflin, 1920), 255.

El tiempo (Eclesiastés 3:1-4:6)

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Si el trabajo no tiene un propósito único e inalterable, tal vez tiene una gran cantidad de propósitos, cada uno de ellos significativos en su propio tiempo. El Predicador analiza esto en el famoso capítulo que comienza con, “Hay un tiempo señalado para todo, y hay un tiempo para cada suceso bajo el cielo” (Ec 3:1). La clave es que toda actividad es regida por el tiempo. El trabajo que es totalmente incorrecto en un momento puede ser correcto y necesario en otro. En un momento, es correcto estar de luto y es incorrecto bailar, y en otro momento lo apropiado es lo opuesto.

Ninguna de estas actividades o condiciones es permanente. No somos ángeles en la dicha eterna, sino que somos criaturas de este mundo que atraviesan cambios y diferentes temporadas. Esta es otra dura lección. Nos engañamos acerca de la naturaleza fundamental de la vida si pensamos que nuestro trabajo puede dar lugar a la paz, prosperidad o felicidad permanentes. Algún día, todo lo que hemos construido será echado abajo (Ec 3:3). El Predicador no ve ninguna señal de que nuestro trabajo tenga algún valor eterno “bajo el sol” (Ec 4:1). Nuestra condición es doblemente difícil ya que somos criaturas temporales, pero a diferencia de los animales, Dios “ha puesto la eternidad” en nuestras mentes (Ec 3:11). Por tanto, el Predicador anhela lo que tiene valor permanente, aunque no lo puede encontrar.
Por otra parte, incluso el bien oportuno que las personas tratan de hacer puede verse impedido por la opresión. “En mano de sus opresores estaba el poder, sin que tuvieran consolador” (Ec 4:1). La peor opresión de todas es la que causa el gobierno. “Aun he visto más bajo el sol: que en el lugar del derecho, está la impiedad, y en el lugar de la justicia, está la iniquidad” (Ec 3:16). No obstante, las personas vulnerables no son mejores necesariamente. Una respuesta común al sentimiento de indefensión es la envidia. Envidiamos a los que tienen el poder, la riqueza, el estatus, las relaciones, las posesiones u otras cosas que nos faltan. El Predicador reconoce que la envidia es tan mala como la opresión. “También he podido ver que todo el que se afana y tiene éxito en lo que hace despierta la envidia de su prójimo. ¡Y esto también es vanidad y aflicción de espíritu!” (Ec 4:4). El deseo de alcanzar éxito, placer, sabiduría o riqueza, ya sea por opresión o por envidia, es una absoluta pérdida de tiempo. Pero, ¿quién no ha caído alguna vez en ambas necedades?

El Predicador no se desespera, porque el tiempo es un regalo de Dios mismo. “Él ha hecho todo apropiado a Su tiempo” (Ec 3:11a). Es correcto llorar en el funeral de una persona que amamos, y es bueno alegrarse con el nacimiento de un bebé. No deberíamos negarnos los placeres justos que pueda traer nuestro trabajo. “No hay nada mejor para ellos que regocijarse y hacer el bien en su vida; además, que todo hombre que coma y beba y vea lo bueno en todo su trabajo” (Ec 3:12-13).

Estas lecciones de vida aplican para el trabajo en particular. “Y he visto que no hay nada mejor para el hombre que gozarse en sus obras, porque esa es su suerte” (Ec 3:22a). El trabajo está bajo maldición, pero en sí mismo el trabajo no es una maldición. Incluso la visión limitada que tenemos del futuro es una clase de bendición, ya que nos alivia la carga de tratar de predecir todos los posibles finales. “¿Quién le hará ver lo que ha de suceder después de él?” (Ec 3:22b). Si nuestro trabajo satisface las necesidades de los tiempos que podemos vislumbrar, entonces es un regalo de Dios.

En este punto, vemos dos destellos del carácter de Dios. Primero, Dios es maravilloso, eterno, omnisciente, “para que delante de Él teman los hombres” (Ec 3:14). Aunque nosotros estamos limitados por las condiciones de vida bajo el sol, Dios no lo está. Hay más de Dios de lo que creemos. La trascendencia de Dios —para darle un nombre teológico— aparece de nuevo en Eclesiastés 7:13-14 y 8:12-13.

El segundo destello nos muestra que Dios es un Dios de justicia. “Dios busca lo que ha pasado” (Ec 3:15) y “al justo como al impío juzgará Dios” (Ec 3:17). Esta idea se repite más adelante en Eclesiastés 8:13, 11:9 y 12:14. Tal vez no veamos la justicia de Dios en la aparente injusticia de la vida, pero el Predicador nos asegura que eso pasará.

Como hemos mencionado, Eclesiastés es una exploración realista de la vida en el mundo caído. El trabajo es duro, pero incluso en medio de la dificultad, nuestro destino es encontrar placer en nuestro trabajo y disfrutarlo. Esta no es una respuesta a los dilemas de la vida, sino una señal de que Dios está en el mundo, incluso si no vemos con claridad lo que eso representa para nosotros. A pesar de lo esperanzador de esta idea, el estudio del tiempo termina con una doble repetición de “correr tras el viento”, una vez en Eclesiastés 4:4 (como discutimos anteriormente) y de nuevo en el 4:6.

La amistad (Eclesiastés 4:7-4:16)

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Tal vez las relaciones tienen un significado real en el trabajo. El Predicador exalta el valor de las amistades en el trabajo diciendo que “Más valen dos que uno solo, pues tienen mejor remuneración por su trabajo” (Ec 4:9; énfasis agregado).

¿Cuántas personas encuentran sus amistades más cercanas en el trabajo? Incluso si no necesitáramos la paga y si el trabajo no nos interesara, podemos encontrar un sentido profundo en nuestras relaciones en el trabajo. Esta es una de las razones por la cuales muchas personas consideran que la jubilación es frustrante. Extrañamos a nuestros amigos cuando dejamos de trabajar con ellos, y vemos que es difícil formar amistades nuevas y profundas sin tener las metas comunes que nos unen con los colegas en el trabajo.

Construir buenas relaciones en el trabajo requiere disponibilidad y el deseo de aprender de otros. “Mejor es un joven pobre y sabio, que un rey viejo y necio, que ya no sabe recibir consejos” (Ec 4:13). Con frecuencia, la arrogancia y el poder son obstáculos para desarrollar las relaciones de las que depende el trabajo eficiente (Ec 4:14-16), una verdad que se explora en el artículo de la Escuela de negocios de Harvard “How Strength Becomes a Weakness” [Cómo la fortaleza se convierte en debilidad].[1] Hacemos amigos en el trabajo en parte porque hacer bien nuestra labor requiere trabajar en equipo. Esta es una razón por la que muchas personas son mejores para formar amistades en el trabajo que en contextos sociales en los que no existe un objetivo común.

El estudio de la amistad hecho por el Predicador es más optimista que sus análisis anteriores. Pero aun con todo esto, las amistades en el trabajo son necesariamente temporales. Las tareas laborales cambian, los equipos se forman y se disuelven, los colegas renuncian, se jubilan o son despedidos, y se llegan trabajadores nuevos que tal vez no nos agradan. El Predicador lo compara con un rey nuevo y joven que es recibido con agrado al comienzo por parte de sus súbditos, pero cuya popularidad cae con el tiempo cuando llega una nueva generación de jóvenes que lo ven simplemente como otro rey viejo. Al final, ni el avance en nuestra carrera laboral ni la fama ofrece satisfacción. ”Pues también esto es vanidad y correr tras el viento” (Ec 4:16).

Monci J. Williams, “How Strength Becomes a Weakness” [Cómo la fortaleza se convierte en debilidad], Harvard Management Update, Diciembre de 1996.

El gozo (Eclesiastés 5:1-6:9)

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La búsqueda del Predicador del significado en el trabajo termina con muchas lecciones cortas que tienen una aplicación directa en el trabajo. Primero, escuchar es más sabio que hablar, “No te des prisa en hablar” (Ec 5:2). Segundo, cumpla sus promesas, primero que todo las que le hace a Dios (Ec 5:4), Tercero, espere que el gobierno sea corrupto. Esto no es bueno, pero es universal, y es mejor que la anarquía (Ec 5:8-9). Cuarto, la obsesión por las riquezas es una adicción, y como cualquier otra, consume a aquellos a quienes aflige (Ec 5:10-12), pero no satisface (Ec 6:7-8). Quinto, la riqueza es efímera. Puede desaparecer en esta vida y con seguridad desaparecerá en la muerte. No construya su vida sobre ella (Ec 5:13-17).

En medio de esta sección, el Predicador menciona de nuevo el regalo de Dios de permitirnos disfrutar nuestro trabajo y la riqueza, las posesiones y el honor que pueda traer por un tiempo. “Es bueno y conveniente: comer, beber y gozarse uno de todo el trabajo en que se afana bajo el sol en los contados días de la vida que Dios le ha dado” (Ec 5:18). Aunque el disfrute es pasajero, es real. “Pues él no se acordará mucho de los días de su vida, porque Dios lo mantiene ocupado con alegría en su corazón” (Ec 5:20). Este gozo no viene de esforzarse y tener más éxito que los demás, sino de recibir la vida y el trabajo como regalos de Dios. Si el gozo en nuestro trabajo no llega como un regalo de Dios, entonces no llegará de ninguna manera (Ec 6:1-6).

Como en la parte de la amistad, el tono del Predicador es relativamente positivo en esta sección. Aun así, el resultado final sigue siendo la frustración, ya que vemos sencillamente que todas las vidas terminan en el sepulcro. La vida que fue sabia no termina de una mejor forma que la vida que se vivió con necedad. Es mejor ver esto sin tapujos, en vez de tratar de vivir en una ilusión de cuento de hadas. “Mejor es lo que ven los ojos que lo que el alma desea” (Ec 6:9a). Sin embargo, el resultado final de nuestras vidas sigue siendo “vanidad y correr tras el viento” (Ec 6:9b).