El ejercicio justo de la autoridad gubernamental (Deuteronomio 17:14-20)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Así como las personas y las instituciones no deben oponerse a la autoridad legítima, las personas en el poder no deben usar su autoridad de forma ilegítima. Moisés trata específicamente con el caso de un rey.

El rey no tendrá muchos caballos… Tampoco tendrá muchas mujeres… tampoco tendrá grandes cantidades de plata u oro. Y sucederá que cuando él se siente sobre el trono de su reino, escribirá para sí una copia de esta ley en un libro… La tendrá consigo y la leerá… observando cuidadosamente todas las palabras de esta ley y estos estatutos, para que no se eleve su corazón sobre sus hermanos y no se desvíe del mandamiento ni a la derecha ni a la izquierda. (Dt 17:16-20)

En este texto vemos dos restricciones en el ejercicio de la autoridad: aquellos en el poder no están por encima de la ley sino que deben obedecerla y defenderla, y además, no deben abusar de su poder para enriquecerse a sí mismos.

Hoy día, las personas en posiciones de autoridad pueden intentar ponerse a sí mismos por encima de la ley; por ejemplo, cuando la policía y los trabajadores de los juzgados “arreglan” sus propias multas de tránsito o las de sus amigos, o cuando los servidores públicos de alto rango o empleados de negocios no obedecen las políticas de desembolso a las cuales los demás están sujetos. De forma similar, los funcionarios pueden usar su poder para enriquecerse a sí mismos recibiendo sobornos, exenciones de licencias y zonificación, acceso a información privilegiada o uso personal de propiedad privada o pública. Algunas veces, por política o ley se les otorgan beneficios especiales a quienes están en el poder, pero en realidad eso no elimina la ofensa. El mandato de Moisés a los reyes no es que consigan una autorización legal para sus excesos, sino que eviten por completo tales excesos. Cuando aquellos en el poder usan su autoridad para ganar privilegios especiales pero también para crear monopolios para sus secuaces, apropiarse de grandes territorios y bienes y para llevar a la cárcel, torturar o asesinar a sus oponentes, lo que está en juego es la vida misma. No existe una diferencia en especie entre los abusos mínimos de poder y la opresión totalitaria, solamente el grado en el que se ejecutan.

Cuanta más autoridad tenga, mayor será la tentación de actuar como si estuviera por encima de la ley. Aquí Moisés prescribe un antídoto: el rey debe leer la ley (o la palabra) de Dios todos los días de su vida. Al hacerlo, aprende a reverenciar al Señor y cumplir las responsabilidades que Dios le ha dado y así, recuerda que también está bajo la autoridad de alguien más. Dios no le da el privilegio de hacer una ley para sí mismo, sino el deber de cumplir la ley de Dios para el beneficio de todos.

Esto mismo se aplica hoy para aquellos que tienen autoridad. Para ejercer el liderazgo de forma justa, es necesario ir a la Escritura todos los días de su vida y practicar aplicándola a las circunstancias diarias y comunes del trabajo. Solo por medio del arte de la práctica continua, no yendo ni a derecha ni a izquierda de la palabra de Dios, podemos dominar el impulso de hacer uso indebido de la autoridad. El resultado es que el líder le sirve a la comunidad (Dt 17:20), no viceversa.