Solo se permite comer ciertos animales (Levítico 11)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Hay varias teorías viables acerca de las normas que determinan qué animales son para el consumo humano en Levítico 11. Todas tienen respaldo externo, pero ninguna ha sido objeto de un consenso general. Determinarlo está por fuera de nuestro alcance, pero Jacob Milgrom ofrece una perspectiva directamente relacionada con el trabajo.[1] Él señala tres elementos dominantes: Dios limitó severamente la selección de Israel de alimentos de origen animal, les dio reglas específicas para matar animales y les prohibió comer la sangre, que representa la vida y por lo tanto solo le pertenece a Dios. A la luz de estos elementos, Milgrom concluye que el sistema alimenticio de Israel era un método para controlar el instinto asesino humano. En pocas palabras, “aunque pueden satisfacer su apetito por la comida, deben contener su hambre de poder. Ya que la vida es inviolable, no la pueden manipular indiscriminadamente”.[2] Si Dios decide involucrarse en los detalles de cuáles animales pueden matar y cómo se debe hacer, ¿cómo podríamos olvidarnos de que el tema de asesinato de seres humanos es mucho más restringido y está sujeto al escrutinio de Dios? Este punto de vista es más aplicable en la actualidad. Por ejemplo, si todos los centros de servicios agrícolas, animales y alimenticios fueran responsables a diario delante de Dios en cuanto al tratamiento y la condición de sus animales, ¿no estarían más atentos a la seguridad y las condiciones de trabajo de sus empleados?

A pesar de los detalles exhaustivos de Levítico, de donde surge la discusión persistente sobre los alimentos en la Biblia, sería incorrecto que algún cristiano tratara de imponer lo que todos los creyentes deben o no hacer respecto a la provisión, preparación y consumo de alimentos. No obstante, lo que sea que comamos o no comamos, Derek Tidball nos recuerda debidamente a los cristianos que la santidad es lo fundamental. Cualquiera que sea la postura respecto a estas cuestiones complejas, no se puede separar del compromiso cristiano por la santidad. La santidad nos llama incluso a comer y beber “para la gloria de Dios”.[3] Lo mismo aplica para el trabajo de producir, preparar y consumir alimentos y bebidas.

Jacob Milgrom, Leviticus 1-16 (New Haven: Yale University Press, 1998), 704-42.

Jacob Milgrom, Leviticus 1-16 (New Haven: Yale University Press, 1998), 105.

Derek Tidball, The Message of Leviticus [El mensaje de Levítico] (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1996), 15.