Prólogo (Job 1-2)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

La prosperidad de Job es reconocida como una bendición de Dios (Job 1:1-12)

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Al comienzo del libro de Job, se nos presenta a un campesino y ganadero excepcionalmente próspero llamado Job. Él es descrito como el hombre “más grande de todos los hijos del oriente” (Job 1:3). Igual que los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, su riqueza es medida por sus miles de cabezas de ganado, numerosos sirvientes y una gran familia. Sus siete hijos y tres hijas (Job 1:2) son tanto una alegría personal para él como una base importante de su riqueza.

En las sociedades agrícolas, los hijos suministran la parte más estable del trabajo necesario en un hogar. En ellos estaba la mejor esperanza de una jubilación cómoda. Este era el único plan de pensiones disponible en el Cercano Oriente antiguo, y lo sigue siendo en muchos lugares del mundo en la actualidad.

Job considera su éxito como el resultado de la bendición de Dios. Se nos dice que Dios ha “bendecido el trabajo de sus manos y sus posesiones han aumentado en la tierra” (Job 1:10). La aceptación de Job de que le debe todo a la bendición de Dios es resaltada por un detalle inusual. Él se preocupa por que sus hijos puedan estar ofendiendo a Dios inadvertidamente. Aunque Job es cuidadoso de permanecer “intachable y recto” (Job 1:1), le preocupa la posibilidad de que sus hijos no sean igual de meticulosos. ¿Y qué si uno de ellos, confundido por beber demasiado durante sus frecuentes fiestas de varios días, pecara al  maldecir a Dios (Job 1:4-5)? Por esto, después de cada fiesta y para contrarrestar cualquier ofensa a Dios, “Job enviaba a buscarlos y los santificaba, y levantándose temprano, ofrecía holocaustos conforme al número de todos ellos” (Job 1:5).

Dios reconoce la fidelidad de Job y le dice a Satanás (una palabra hebrea cuyo significado simplemente es “acusador”[1]), “¿Te has fijado en mi siervo Job? Porque no hay ninguno como él sobre la tierra, hombre intachable y recto, temeroso de Dios y apartado del mal” (Job 1:8). El acusador detecta una oportunidad para la maldad y responde, “¿Acaso teme Job a Dios de balde?” (Job 1:9). ¿Es decir que Job ama a Dios solo porque lo ha bendecido tan abundantemente? ¿La alabanza de Job y sus holocaustos “conforme al número de todos ellos” (Job 1:5) son solo un sistema planeado para hacer que los bienes siguieran aumentando? O para decirlo con una imagen contemporánea, ¿la fidelidad de Job no es más que una moneda que se introduce en la máquina dispensadora de la bendición de Dios?

Esta pregunta la podríamos aplicar para nosotros mismos. ¿Nos relacionamos con Dios principalmente para que nos bendiga con las cosas que queremos? O aún peor, ¿lo hacemos con el fin de que no sea un mal augurio para el éxito que creemos alcanzar por nuestra propia cuenta? Este puede no ser un tema candente durante los buenos tiempos. Nosotros creemos en Dios y lo reconocemos —al menos teóricamente— como la fuente de todo lo bueno. Al mismo tiempo, trabajamos con diligencia para que la bondad de Dios y nuestro trabajo vayan mano a mano. Cuando los tiempos son buenos y en efecto prosperamos, es natural darle las gracias a Dios y alabarlo por ello.

En Job, el término hebreo ha-satan ("el acusador") parece ser usado como un título que se refiere a la función realizada por uno de los "seres celestiales" en el séquito de Dios (Job 1: 6), en lugar de una Nombre para el diablo. El significado de esto es muy debatido entre los estudiosos. No es nuestro propósito adoptar una posición en este debate, por lo que hemos aceptado el término utilizado en todas las traducciones principales, a saber, "Satanás".

Dios permite que Satanás acabe con la prosperidad de Job (Job 1:13-22)

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El problema del dolor viene cuando los tiempos son difíciles. Cuando nos ignoran para un ascenso o perdemos nuestro empleo, cuando sufrimos una enfermedad crónica, cuando perdemos a las personas que amamos, ¿entonces qué? Allí enfrentamos la pregunta, “Si Dios me estaba bendiciendo durante los tiempos buenos, ¿ahora me está castigando?” Esta es una pregunta bastante importante.

Entonces, si Dios nos está castigando, debemos cambiar lo que estamos haciendo para que Él termine el castigo. Pero, si nuestras dificultades no son un castigo de parte de Dios, cambiar lo que estamos haciendo sería necio e incluso puede estar en contra de lo que Dios quiere que hagamos.

Imagine el caso de una profesora. A ella la despiden durante un corte de presupuesto de la escuela y piensa, “Dios me está castigando porque no decidí ser misionera”. Al ver su despido como una señal, decide entrar al seminario y pide dinero prestado para pagarlo. Tres años después se gradúa y comienza a buscar apoyo para su misión. Si en realidad fue Dios quien causó el despido para castigarla por no volverse misionera, la ofensa ha terminado. Ya estaría en una buena condición.

Pero, ¿si su despido no fuera un castigo de parte de Dios? ¿Qué pasa si Dios no desea que ella se convierta en misionera? Durante su tiempo en el seminario puede estar perdiendo la oportunidad de servir a Dios como profesora. Aún peor, ¿qué pasa si no encuentra el apoyo que necesita como misionera? No tendrá trabajo y tendrá una deuda de decenas de miles de dólares. ¿Entonces se sentirá abandonada por Dios si su plan misionero no funciona? ¿Podría incluso perder su fe o llenarse de amargura contra Dios? Si es así, no sería la primera. Sin embargo, todo sería porque ella supuso equivocadamente que su despido era una señal del castigo de Dios. La cuestión de si la adversidad es o no una señal de la desaprobación de Dios no es un tema sencillo. 

El acusador —Satanás— espera tenderle una trampa similar a Job y le dice a Dios que si le quitara las bendiciones que le ha concedido tan abundantemente a Job, “verás si no te maldice en tu misma cara” (Job 1:11; 2:5). Si Satanás logra que Job crea que Dios lo está castigando, Job podría quedar atrapado en una de dos trampas; puede abandonar sus hábitos rectos al suponer incorrectamente que son ofensivos para Dios, o, incluso mejor desde el punto de vista del acusador, se puede llenar de amargura contra Dios por Su castigo inmerecido y abandonar sus caminos por completo. Cualquiera terminaría en  maldición delante de de Dios.

Dios le permite a Satanás que proceda con su plan. El libro no explica el porqué. Un día trágico, casi todo lo que Job valora es robado y las personas que ama —incluyendo todos sus hijos— son asesinadas, o mueren por culpa de grandes tormentas (Job 1:13-16). No obstante, Job no supone que Dios lo está castigando ni se llena de amargura por el trato de Dios. En cambio, lo alaba (Job 1:20). En el momento más difícil, Job bendice la autoridad de Dios sobre todas las circunstancias de la vida, buenas y malas. “El Señor dio y el Señor quitó; bendito sea el nombre del Señor” (Job 1:21).

La actitud de excelente equilibrio de Job es excepcional. Él entiende correctamente que la prosperidad que tenía era una bendición de Dios y no se imagina siquiera haber merecido esta bendición, a pesar de que reconoce que él era recto (implícito en Job 1:1, 5 y dicho explícitamente en Job 6:24-30, y otros). Debido a que reconoce que no merecía sus bendiciones anteriores, sabe que no necesariamente merece sus sufrimientos actuales. Él no considera que su condición sea una medida del favor de Dios. Por consiguiente, no pretende saber por qué Dios lo bendijo con prosperidad en un momento y en otro no.

El libro de Job es una amonestación al “evangelio de la prosperidad”, el cual declara que aquellos que tienen una buena relación con Dios siempre son bendecidos con prosperidad. Simplemente esto no es verdad y Job es la Prueba Número Uno. Pero Job también representa una amonestación al “evangelio de la pobreza”, que declara lo opuesto —que una buena relación con Dios implica una vida de pobreza. La idea de que los creyentes deberían igualar la pérdida de Job es demasiado descabellada para aparecer incluso a un lado de la discusión en Job. La prosperidad inicial de Job era una bendición de Dios genuina y su pobreza extrema es una calamidad genuina.

Job puede permanecer fiel aún durante la adversidad porque entiende la prosperidad correctamente. Ya que ha experimentado la prosperidad como una bendición de Dios, está preparado para sufrir la adversidad sin sacar conclusiones apresuradas. Él sabe qué es lo que no sabe —es decir, por qué Dios nos bendice con prosperidad o nos permite sufrir la adversidad. Y así mismo, sabe lo que sí sabe —es decir, que Dios es fiel incluso cuando permite que experimentemos gran dolor y sufrimiento. Como resultado, “en todo esto Job no pecó ni culpó a Dios” (Job 1:22).

Dios permite que Satanás destruya la salud de Job (Job 2:1-11)

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Job es capaz de soportar una pérdida abrumadora sin hacer concesiones en cuanto a su “integridad” o su condición intachable[1] (Job 2:3). Sin embargo, Satanás no se  rinde. Tal vez Job simplemente no ha enfrentado suficiente sufrimiento y dolor. Ahora, Satanás lo acusa de servir a Dios solo porque conserva su salud (Job 2:4). Así que Dios permite que el acusador aflija a Job con llagas malignas “desde la planta del pie hasta la coronilla” (Job 2:7). Esta situación realmente mortifica a la esposa de Job, quien le dice, “¿Aún conservas tu integridad? Maldice a Dios y muérete” (Job 2:9). Ella acepta que Job es irreprensible delante de Dios, pero a diferencia de él, no ve el propósito de ser irreprensible si eso no trae la bendición divina. Job le responde con uno de los versículos clásicos de la Escritura, “¿Aceptaremos el bien de Dios y no aceptaremos el mal?” (Job 2:10).

Una vez más, encontramos a Job atribuyéndole a Dios todas las circunstancias de la vida. Mientras tanto, Job no conoce la actividad celestial que está detrás de su situación. Él no puede ver las dinámicas internas del cielo y es solo la integridad de su fe lo que evita que maldiga a Dios. ¿Qué hay de nosotros? ¿Reconocemos que, como Job, no entendemos los misterios del cielo que determinan nuestra prosperidad y adversidad? ¿Nos preparamos para la adversidad practicando la fidelidad y dando gracias durante los buenos tiempos? El hábito firme de Job de la oración y el sacrificio puede haber parecido algo singular o incluso obsesivo cuando lo encontramos en Job 1:5, pero ahora podemos ver que una vida entera de prácticas fieles forjaron su capacidad de permanecer fiel en las circunstancias extremas. La fe en Dios puede venir en un instante, pero la integridad se forma a lo largo de toda la vida.

La adversidad de Job surge en su lugar de trabajo con la pérdida de su fuente de ingresos. Luego se extiende a su familia y eventualmente ataca su salud. Nosotros conocemos este patrón. Fácilmente nos podemos identificar tanto con nuestra labor que las contrariedades en el lugar de trabajo se extienden a nuestra familia y nuestra vida personal. Los fracasos en el trabajo amenazan nuestra identidad  e incluso nuestra integridad. Esto, además de los estragos prácticos de perder el ingreso y la seguridad, puede perturbar severamente las relaciones familiares. Aunque la muerte en el trabajo es poco común en la mayoría de las ocupaciones, el estrés relacionado con el trabajo puede llevar al deterioro a largo plazo de la salud física y mental y a problemas familiares. Puede causar que seamos incapaces de encontrar paz, descanso o incluso de tener una buena noche de sueño (Job 3:26). En medio de tal tensión, Job mantiene su integridad. Tal vez sea tentador encontrar una enseñanza como por ejemplo, “no se involucre tanto en su trabajo como para permitir que los problemas laborales afecten a su familia o su salud”. Sin embargo, esta lección no le hace justicia a la profundidad de la historia de Job, cuyos problemas sí afectaron a su familia y su salud, además de su trabajo. La sabiduría en este libro no se refiere a cómo minimizar la adversidad manteniendo límites sensatos, sino a la forma en la que podemos mantenernos fieles en las peores circunstancias de la vida.

La palabra hebrea tam, traducida como “integridad” tiene la misma raíz que tummah, traducida en el mismo versículo como “intachable”. 

Los amigos de Job llegan para consolarlo (Job 2:11-13)

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Luego del mal causado por Satanás, algo de apoyo habría sido realmente útil para Job. Entonces entran a la historia sus tres amigos, quienes son descritos como hombres sensibles, piadosos y compasivos, que incluso llegan a sentarse con Job durante siete días y siete noches (Job 2:13). En este punto, son lo suficientemente sabios para no decir nada. El consuelo viene de la presencia de los amigos en la adversidad, no de lo que puedan decir para mejorar la situación. Nada de lo que dijeran podría mejorar las cosas.