¿De dónde viene el éxito? (Ezequiel 26–28)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Las profecías contra Tiro en Ezequiel 26 al 28 dan otro ejemplo de vida deshonesta. Las personas de Tiro se deleitan con la destrucción de Jerusalén y esperan obtener ganancias ante la ausencia de un competidor comercial (Ez 26:2). Dios promete que los castigará y los humillará (Ez 26:7–21) por no haber ayudado a Judá en este tiempo de necesidad. “Tiro puede representar la búsqueda —por medio de la abundancia, la prominencia política e incluso la cultura— de una seguridad y autonomía que contradicen la naturaleza de una realidad creada”.[1] La verdad es que ninguna persona ni nación puede garantizar realmente su propia seguridad y prosperidad. Aun así, Tiro presume de su éxito comercial, perfección y abundancia (Ez 27:2–4). Esta ciudad, que se había convertido en una potencia marítima gracias a su comercio con (o el aprovechamiento de) un sinfín de pueblos a lo largo del mundo mediterráneo (Ez 27:5–25), terminó hundiéndose bajo el peso de su abundante cargamento. El exceso de confianza de Tiro y sus acuerdos egoístas terminaron en un naufragio que suscita el escarnio de los comerciantes de la nación (Ez 27:26–36). Dios llama a Tiro a rendir cuentas por su arrogancia y sus deseos materiales y culmina con un poema en contra del rey en el capítulo 28. El rey le atribuye a su propia condición divina el ingenio y la sabiduría para obtener gran prominencia y logros materiales.

En la actualidad, las personas poderosas también se ven tentadas a atribuirle su éxito a la ayuda o la posición divina. Lloyd Blankfein, el CEO de Goldman Sachs, destacó el servicio crucial de los banqueros al aumentar el capital para contribuir a que las compañías crezcan, produzcan bienes y servicios y generen empleos. Pero cuando el tema pasó a ser la remuneración que rompe récords en el ámbito bancario, a muchos les pareció que su declaración de “estamos haciendo el trabajo de Dios” cruzaba el límite tomando una posición divina. Las palabras de Ezequiel todavía nos recuerdan que todos los ámbitos del trabajo tienen el potencial tanto de atender los propósitos de Dios como excusar nuestros propios excesos.

Las lecciones de los capítulos 26 al 28 para el trabajo en el mundo son significativos. Dios nos prohíbe creer que somos la fuente principal del éxito laboral. Aunque nuestro trabajo duro, el talento, la perseverancia y otras virtudes contribuyan al éxito laboral, no son su causa. Incluso la persona más exitosa que ha sido artífice de su propio éxito ha tenido que depender de un universo de oportunidades, circunstancias fortuitas, el trabajo de otros y el hecho de que nuestra propia existencia viene de algo que va más allá de nosotros mismos.

Atribuirle el éxito solamente a nuestros propios esfuerzos produce una arrogancia que quebranta nuestra relación con Dios. En vez de agradecerle a Dios por nuestro éxito y confiar en que Él nos siga proveyendo, pensamos que hemos alcanzado el éxito por nuestros propios méritos. Sin embargo, no tenemos el poder de controlar todas las circunstancias, posibilidades, personas y eventos de los cuales depende nuestro éxito. Cuando creemos que somos artífices de nuestro propio éxito, nos obligamos a tratar de controlar factores incontrolables, lo que nos presiona a poner las cosas a nuestro favor. Aunque tal vez en el pasado tuviéramos éxito por medio de acuerdos de negocios honestos y legales, ahora puede que intentemos mejorar las posibilidades cambiando la verdad para que nos favorezca, cometiendo fraude en las ofertas entre bastidores, manipulando a otros para que hagan lo que queremos, o ganando el favor de otros por medio de sobornos estratégicos. Incluso si podemos permanecer en el lado correcto de la ley, nos podemos volver despiadados y “violentos” (Ez 28:16) en nuestra actividad comercial.

Los que eran verdaderamente sabios se comportaban justamente y en su pensamiento no usurpaban el lugar de Dios mientras esperaban que Él cumpliera Sus promesas. Se mantuvieron fieles a su pacto con el Señor, quien recompensará al que vive fielmente con los beneficios apropiados para cumplir su parte del pacto (ver la esperanza para Israel en Ez 28:22–26). En última instancia, Dios separará a los justos de los malvados (Ez 34:17–22; comparar con Mt 25:31–46). Esto les da una gran esperanza a los “exiliados” que esperan el cumplimiento del reino de Dios, ya sea que vivan en el mundo antiguo o en el mundo moderno, especialmente cuando se hacen preguntas acerca de la justicia y la desolación.[2]

Joseph Blenkinsopp, Ezekiel [Ezequiel], Interpretation [Interpretación] (Louisville: John Knox Press, 1990), 118.

Ver lo mismo en Malaquías 3:13–18.