La comunidad de gracia en el trabajo (Romanos 12)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Romanos 12 resalta los aspectos sociales y comunitarios de la salvación. Pablo no le estaba escribiendo a una sola persona sino a la comunidad de cristianos en Roma, y su preocupación constante es su vida en comunidad —con un énfasis especial en su trabajo. Como vimos en Romanos 1–3, la salvación en Cristo comprende la reconciliación, la rectitud y la justicia, y la fe y la fidelidad. Cada uno de estos tiene un aspecto comunal —la reconciliación con otros, la justicia entre las personas, la fidelidad a otros.

Ser transformados por medio de la renovación de nuestro entendimiento (Romanos 12:1-3)

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Darle vida al aspecto comunal de la salvación implica una reorientación de nuestra mente y voluntad, del egoísmo al servicio a la comunidad.

Y no os adaptéis a este mundo, sino transformaos mediante la renovación de vuestra mente, para que verifiquéis cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, aceptable y perfecto. Porque en virtud de la gracia que me ha sido dada, digo a cada uno de vosotros que no piense más alto de sí que lo que debe pensar, sino que piense con buen juicio, según la medida de fe que Dios ha distribuido a cada uno. (Ro 12:2–3)

Comencemos con la segunda mitad de este pasaje, en donde Pablo hace explícito el aspecto comunal. “Digo a cada uno de vosotros que no piense más alto de sí que lo que debe pensar”. En otras palabras, piense menos de usted mismo y más alto de otros, más sobre la comunidad. Más adelante en el capítulo 12, Pablo lo amplía agregando, “sed afectuosos unos con otros con amor fraternal” (Ro 12:10), “contribuyendo para las necesidades de los santos”, “practicando la hospitalidad” (Ro 12:13), “Vivan en armonía los unos con los otros” (Ro 12:17) y “estad en paz con todos los hombres” (Ro 12:18).

La primera parte de este pasaje nos recuerda que somos incapaces de poner a otros primero, sin la gracia salvadora de Dios. Como Pablo señala en Romanos 1, las personas son esclavizadas a una “mente depravada” (Ro 1:28), “vanos en sus razonamientos”, oscurecidos por “su necio corazón” (Ro 1:21), lo que resultó en que hacen toda clase de mal unos a otros (Ro 1:22–32). La salvación es la liberación de esta esclavitud de la mente, “para que verifiquéis cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, aceptable y perfecto”. Si tan solo nuestras mentes son transformadas del egoísmo al interés por los demás —imitando a Cristo, quien se sacrificó a Sí mismo por otros—, podremos poner la reconciliación, la justicia y la fidelidad por encima de nuestros objetivos egoístas.

Con la mente transformada, nuestro propósito cambia y ya no justifica nuestras acciones egoístas sino que trae nueva vida para otros. Por ejemplo, imagine que usted es un supervisor de turno en un restaurante y se vuelve candidato para un ascenso a administrador. Si su mente no está transformada, su meta principal será derrotar a los demás candidatos. No parecerá difícil justificar (a usted mismo) acciones tales como ocultar información de los demás candidatos acerca de problemas con los proveedores, ignorar problemas de higiene que se volverán visibles solo en los turnos de los demás, esparcir disensiones entre trabajadores o evitar la colaboración para mejorar el servicio al cliente. Esto no solo perjudicará a los otros candidatos sino también a sus trabajadores de turno, el restaurante como un todo y sus clientes. Por otra parte, si su mente es transformada para cuidar primero a otros, entonces ayudará a los demás candidatos a desempeñarse bien, no solo por el bien de ellos sino también por el beneficio del restaurante, sus trabajadores y clientes.

El sacrificio por el bien de la comunidad (Romanos 12:1-3)

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Sobra decir que poner a otros por encima de nosotros requiere sacrificio. Pablo exhorta a “que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo” (Ro 12:1). Las palabras cuerpos y vivo enfatizan que Pablo se refiere a acciones prácticas en el mundo de la vida cotidiana y el trabajo. Todos los creyentes se vuelven sacrificios vivos al ofrecer su tiempo, talento y energía en el trabajo que beneficia a otras personas y/o a toda la creación de Dios.

Podemos ofrecer un sacrificio vivo en cada momento de la vida en el que estamos despiertos. Lo hacemos cuando perdonamos a alguien que peca contra nosotros en el trabajo o cuando nos arriesgamos para ayudar a resolver una disputa entre otras personas. Ofrecemos un sacrificio vivo cuando renunciamos al uso insostenible de los recursos de la tierra en busca de nuestra propia comodidad. Ofrecemos un sacrificio vivo cuando tomamos un empleo menos que satisfactorio porque para nosotros es más importante sustentar a nuestra familia que encontrar el trabajo perfecto. Nos convertimos en sacrificios vivos cuando dejamos una buena posición para que nuestro cónyuge pueda aceptar el trabajo de sus sueños en otra ciudad. Nos convertimos en un sacrificio vivo cuando, como jefes, asumimos la culpa por el error que un subordinado comete en su trabajo.

Involucrando la comunidad en sus decisiones (Romanos 12:1-3)

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La transformación de la mente “para que verifiquéis cuál es la voluntad de Dios” (Ro 12:2) viene mano a mano con involucrar a la comunidad de la fe en nuestras decisiones. Al estar en el proceso de ser salvos, involucramos a otros en nuestros procesos de toma de decisiones. La palabra que Pablo usa para “verificar” es literalmente “experimentar” o “comprobar” en griego (dokimazein). Nuestras decisiones deben ser verificadas y comprobadas por otros creyentes antes de poder estar seguros de que hemos entendido la voluntad de Dios. La advertencia de Pablo, “no piense más alto de sí que lo que debe pensar” (Ro 12:3) aplica para nuestra capacidad de toma de decisiones. No piense que tiene la sabiduría, estatura moral, amplitud de conocimiento o todo lo necesario para discernir la voluntad de Dios usted solo. “No seáis sabios en vuestra propia opinión” (Ro 12:6). Solo al involucrar a otros miembros de la comunidad fiel, con su diversidad de dones y sabiduría (Ro 12:4–8) viviendo en armonía unos con otros (Ro 12:16), podremos desarrollar, verificar y comprobar decisiones confiables.

Esto es más difícil de lo que puede que queramos admitir. Podemos reunirnos para recibir una enseñanza moral como comunidad, pero ¿en realidad con cuánta frecuencia hablamos unos con otros cuando tomamos decisiones morales? Con frecuencia, las decisiones las toma la persona a cargo deliberando de forma individual, tal vez después de escuchar las opiniones de pocos consejeros. Tendemos a actuar de esta manera porque las discusiones morales son incómodas o “calientes”, como lo dijo Ronald Heifetz. A las personas no les gusta tener conversaciones acaloradas porque “la mayoría quiere mantener el orden establecido, evitando los temas difíciles”.[2] Además, por lo general sentimos que la toma de decisiones en comunidad es una amenaza para el poder que tenemos. Pero usualmente, tomar decisiones por nuestra cuenta significa seguir sesgos preconcebidos, en otras palabras, estar “adaptados a este mundo” (Ro 12:2).

Esto plantea una dificultad en el campo del trabajo. ¿Qué pasa si no trabajamos en una comunidad de fe, sino en una compañía secular, en el gobierno, en una institución académica, u otro lugar? Podríamos evaluar nuestras acciones comunalmente con nuestros compañeros de trabajo, pero tal vez ellos no estén sintonizados con la voluntad de Dios. Podríamos evaluar nuestras acciones comunalmente con nuestro grupo pequeño o con otras personas de la iglesia, pero probablemente ellos no entenderán muy bien nuestro trabajo. Cualquiera de estas —o ambas— prácticas es mejor que nada, pero sería aún mejor reunir a un grupo de creyentes de nuestro lugar de trabajo —o al menos creyentes que trabajen en circunstancias similares— y reflexionar con ellos en nuestras acciones. Si queremos evaluar qué tanto nuestras acciones como programadores, bomberos, funcionarios públicos o maestros de escuela (por ejemplo) implementan la reconciliación, justicia y fidelidad, ¿con quién podríamos reflexionar mejor que con otros programadores, bomberos, funcionarios públicos o maestros de escuela cristianos? (Para más información sobre este tema, verEquipar a las iglesias anima a todos a que asuman la responsabilidad  en La iglesia que equipa).

Martin Linsky y Ronald A. Heifetz, Leadership on the Line: Staying Alive Through the Dangers of Leading [Liderazgo sin límites: Manual de supervivencia para managers] (Boston: Harvard Business Review Press, 2002), 114.

Trabajar como miembros los unos de los otros (Romanos 12:4-8)

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Una aplicación práctica esencial de andar en novedad de vida es reconocer lo mucho que todos dependemos del trabajo de otros. “Pues así como en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, que somos muchos, somos un cuerpo en Cristo e individualmente miembros los unos de los otros” (Ro 12:4–5). Esta interdependencia no es una debilidad, sino un regalo de Dios. Mientras estamos en el proceso de ser salvados por Dios, nos integramos más unos con otros.

Pablo aplica esta idea al trabajo que cada uno hace en su papel particular. Él señala, “Teniendo dones que difieren” (Ro 12:6a) y nombra algunos de ellos que son formas de trabajo: la profecía, el servicio, la enseñanza, la exhortación, la generosidad, el liderazgo y la compasión. Cada uno de ellos es una “gracia que nos ha sido dada” (Ro 12:6a) que nos permite trabajar por el bien de la comunidad.

Pablo desarrolla este proceso en el contexto de una comunidad específica: la iglesia. Esto es apropiado porque toda la carta gira alrededor de un problema en la iglesia, que es el conflicto entre los creyentes judíos y los creyentes gentiles. Pero la lista no es particularmente del estilo de una iglesia. Todos los aspectos son igualmente aplicables al trabajo fuera de la iglesia. La profecía —“proclamar un mensaje impartido de forma divina” o “sacar a la luz algo que está escondido”—[1] es la habilidad de aplicar la palabra de Dios a las situaciones oscuras, algo que se necesita desesperadamente en todos los lugares de trabajo. El servicio —con su semejante “administración”— es la habilidad de organizar el trabajo para que en realidad sirva a los que debe servir, por ejemplo, a los clientes, ciudadanos o estudiantes. Otro término para este aspecto es “gerencia”. Evidentemente, la enseñanza, la exhortación (o “animar”) y el liderazgo (“el que dirige”) son tan aplicables en los contextos seculares como lo son en la iglesia, igual que la generosidad, cuando recordamos que dar nuestro tiempo, nuestras habilidades, nuestra paciencia o nuestra pericia para ayudar a otros en el trabajo son todas formas de generosidad.

La compasión es un elemento tremendamente subestimado del trabajo. Aunque puede que tengamos la tentación de ver la compasión como un estorbo en el mundo competitivo del trabajo, en realidad es esencial para hacer bien nuestro trabajo. El valor del trabajo no viene solamente del tiempo que le dedicamos, sino de preocuparnos porque nuestros bienes o servicios sirvan a los demás —en otras palabras, por la compasión. Las personas que trabajan con automóviles y que no se preocupan si sus partes se colocan correctamente no son útiles para su compañía, para los clientes o los compañeros de trabajo, y tarde o temprano serán candidatos para el despido. O si a la compañía de automóviles no le interesa si sus trabajadores se preocupan por sus clientes, los clientes pronto se cambiarán a otra marca. Las excepciones a esto son productos y servicios que intencionalmente obtienen ganancias a partir de las debilidades de los clientes, como las sustancias adictivas, la pornografía, los productos que se aprovechan de los temores relacionados con la imagen corporal y otros. Para ganar dinero en casos como estos, puede que sea necesario no tener compasión por los clientes. El hecho mismo de que es posible ganar dinero hiriendo a los clientes en estos ámbitos indica que los cristianos deberían tratar de evitar estos lugares de trabajo en los que la compasión no es esencial para el éxito. Las ocupaciones legítimas obtienen dinero supliendo las verdaderas necesidades de las personas, no explotando sus debilidades.

Con todos estos dones, el poder de Dios que da vida se experimenta en hechos y formas particulares de hacer las cosas. En otras palabras, el poder de Dios que enriquece la vida de las personas viene por medio de acciones concretas que realizan los seguidores de Jesús. La gracia de Dios produce la acción en el pueblo de Dios para el bien de otros.

Gerhard Kittel, Gerhard Friedrich y Geoffrey William Bromiley, eds., Theological Dictionary of the New Testament [Diccionario teológico del Nuevo Testamento] (Grand Rapids: Eerdmans, 1985), 960.

Los principios comportamentales específicos para guiar el discernimiento moral (Romanos 12:9-21)

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Pablo identifica principios orientadores específicos para ayudarnos a servir a otros como conductos del poder de Dios que da vida. Él introduce esta sección con su preocupación principal de hacer que el amor sea genuino —o, literalmente, “sin hipocresía” (Ro 12:9). El resto de Romanos 12:9–13 explica con mayor detalle el amor genuino, incluyendo el honor, la paciencia en el sufrimiento, la perseverancia en la oración, la generosidad de aquellos en necesidad y la hospitalidad para todos.

Se destaca Romanos 12:16–18, en donde Pablo anima a los romanos a vivir “en armonía los unos con los otros” (NVI). Dice que, específicamente, esto significa asociarse con el menos poderoso en la comunidad, resistir la necesidad de pagar mal con mal y en cuanto sea posible, vivir en paz con todos.

Si tenemos un amor genuino nos preocupamos por las personas con las que trabajamos. Por definición, cuando trabajamos, lo hacemos al menos en parte como un medio para un fin, pero nunca podemos tratar a las personas con las que trabajamos como un medio para un fin. Todos somos valiosos inherentemente y a título propio, tanto que Cristo murió por cada uno. Esto es amor genuino, tratar a cada persona como alguien por quien Cristo murió y resucitó para traer nueva vida.

Mostramos amor verdadero cuando honramos a las personas con las que trabajamos, llamando a todos por su nombre sin importar su estatus y respetando a sus familias, culturas, idiomas, aspiraciones y el trabajo que hacen. Mostramos amor genuino cuando somos pacientes con un subordinado que comete un error, un estudiante que aprende lentamente, un compañero de trabajo cuya discapacidad nos incomoda. Mostramos amor genuino por medio de la hospitalidad al empleado nuevo, al que llega tarde en la noche, al paciente desorientado, al pasajero varado, al jefe que acaban de ascender. Todos los días nos encontramos con la posibilidad de que alguien nos haga algún mal, pequeño o grande. Pero nuestra protección es no hacer el mal a otros como defensa propia, ni cansarnos hasta el desespero, sino “vencer con el bien el mal” (Ro 12:21). No podemos hacer esto con nuestro propio poder, sino solamente viviendo en el Espíritu de Cristo.