Las Bienaventuranzas (Mateo 5:1-12)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

El Sermón del monte empieza con las bienaventuranzas —ocho declaraciones que comienzan con la palabra bienaventurados.[1] Esta palabra declara un estado de bendición que ya existe. Cada bienaventuranza declara que un grupo de personas que por lo general son considerados como afligidos, en realidad son bendecidos. Los bendecidos no tienen que hacer nada para obtener esta bendición, Jesús simplemente declara que ellos ya han sido bendecidos. Por tanto, las bienaventuranzas son primero que todo declaraciones de la gracia de Dios, no son condiciones de la salvación o planes de acción para ganarse la entrada al reino de Dios.

Los que pertenecen a los grupos de bienaventurados experimentan la gracia de Dios, ya que el reino de los cielos se ha acercado. Observe la segunda bienaventuranza, “Bienaventurados los que lloran” (Mt 5:4). Por lo general, las personas no creen que llorar sea una bendición. Es algo doloroso. Sin embargo, con la venida del reino de los cielos, el llanto se convierte en una bendición, porque los que lloran “serán consolados”. La implicación es que Dios mismo será quien los consuele. La aflicción del llanto se convierte en la bendición de una relación profunda con Dios. ¡Esa en realidad es una gran bendición!

Aunque el propósito principal de las bienaventuranzas sea declarar las bendiciones dadas por el reino de Dios, la mayoría de eruditos también las ven como una imagen del carácter de ese reino.[2] Cuando entramos al reino de Dios, deseamos parecernos más a aquellos que se llaman bienaventurados —ser más humildes, más misericordiosos, tener más hambre de justicia, ser más propensos a hacer la paz y así sucesivamente. Esto les da un carácter imperativo moral a las bienaventuranzas. Después, cuando Jesús dice, “haced discípulos de todas las naciones” (Mt 28:19), las bienaventuranzas describen el carácter que estos discípulos deben tener.

Las bienaventuranzas describen el carácter del reino de Dios, pero no son condiciones de la salvación. Jesús no dice, por ejemplo, “solo los puros de corazón pueden entrar al reino de los cielos”. Estas son buenas noticias porque las bienaventuranzas son realmente difíciles de cumplir. Dado que Jesús dice, “todo el que mire a una mujer para codiciarla ya cometió adulterio con ella en su corazón” (Mt 5:28), ¿quién podría en realidad ser “de limpio corazón” (Mt 5:8)? Si no fuera por la gracia de Dios, nadie sería bienaventurado. Las bienaventuranzas no son un juicio en contra de todos los que no alcanzan los estándares, son una bendición para cualquiera que decida unirse al reino de Dios mientras este “está cerca”.

Una bendición adicional de las bienaventuranzas es que benefician a la comunidad de Dios, no solo a los individuos de Dios. Al seguir a Jesús, somos miembros bendecidos de la comunidad del reino, incluso aunque nuestro carácter todavía no haya sido formado a la semejanza de Dios. Individualmente, no cumplimos las características de algunas o todas las bienaventuranzas, pero aun así somos bendecidos por el carácter de toda la comunidad a nuestro alrededor. La ciudadanía en el reino de Dios comienza ahora. El carácter de la comunidad del reino será perfeccionado cuando Jesús regrese “sobre las nubes del cielo con poder y gran gloria” (Mt 24:30).

Al entender estas ideas, estamos listos para examinar el carácter específico de cada una de las bienaventuranzas y analizar cómo se aplican en el trabajo. Aunque no intentamos analizar cada bienaventuranza de forma exhaustiva, esperamos sentar las bases para recibir las bendiciones y experimentar las bienaventuranzas en nuestro trabajo diario.[3]

La palabra bienaventurado es la traducción del término griego makarios. No es una oración que pide bendición sino que ratifica un estado existente de bendición. Existe otra palabra griega que es eulogia. Esta se traduce como “bendecido” y es la palabra que se usa para pedirle a Dios que bendiga o traiga algo bueno a una persona o comunidad. Esta palabra no aparece en las bienaventuranzas.

Donald A. Hagner, Matthew 1–13 [Mateo 1–13], vol. 33A, Word Biblical Commentary [Comentario bíblico de la Palabra] (Nashville: Thomas Nelson, 1993), 97. Aunque esta perspectiva es ampliamente reconocida, no es universal. Para consultar un breve resumen de varias alternativas, ver W. F. Albright y C. S. Mann, Matthew [Mateo], vol. 26 de The Anchor Bible [La Biblia Anchor] (Nueva York: Doubleday, 1971), 50–53.

Para un análisis más profundo en la misma línea, ver David Gill, Becoming Good: Building Moral Character [Volverse bueno: la construcción de un carácter moral] (Downers Grove: InterVarsity Press, 2000).

“Bienaventurados los pobres en espíritu, pues de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5:3)

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Los “pobres en espíritu” son aquellos que se sumergen a sí mismos en la gracia de Dios.[1] Son quienes reconocen de forma personal su estado de bancarrota espiritual ante Dios. Es el recaudador de impuestos en el templo, golpeando su pecho y diciendo, “Dios, ten piedad de mí, pecador” (Lc 18:9–14). Es una confesión honesta de que somos pecadores y plenamente carentes de las virtudes morales necesarias para agradar a Dios. Es lo opuesto a la arrogancia. En su forma más profunda, reconoce nuestra necesidad desesperada de Dios. Jesús está declarando que es una bendición reconocer nuestra necesidad de ser llenos de la gracia de Dios.

Por tanto, al inicio del Sermón del monte, aprendemos que no tenemos los recursos espirituales en nosotros mismos para poner en práctica las enseñanzas de Jesús. No podemos cumplir el llamado de Dios en nuestras propias fuerzas. Bienaventurados los que se dan cuenta de que están en bancarrota espiritual, porque esta comprensión los lleva a Dios. Ellos saben que para alcanzar el propósito para el que fueron creados (lo que deben ser y hacer), necesitan la ayuda del Señor. Gran parte del resto del Sermón destruye una idea con la que nos hemos engañado a nosotros mismos: que somos capaces de obtener un estado de bienaventuranza por nuestra propia cuenta. El Sermón busca producir en nosotros una pobreza genuina de espíritu.

¿Cuál es el resultado práctico de esta bendición? Si somos pobres de espíritu, somos capaces de calificar honestamente nuestro propio trabajo. De esta manera, no exageramos nuestro CV o alardeamos sobre nuestra posición. Sabemos lo difícil que es trabajar con personas que no pueden aprender, crecer o aceptar la corrección porque están tratando de mantener una imagen incorrecta de sí mismos. Así que nos comprometemos a ser honestos acerca de nosotros mismos. Recordamos que incluso Jesús, cuando comenzó a trabajar con madera, necesitó guía e instrucción. Al mismo tiempo, reconocemos que solo cuando Dios trabaja dentro de nosotros, podemos poner las enseñanzas de Jesús en práctica en el trabajo. Buscamos la presencia y fortaleza de Dios en nuestras vidas cada día mientras vivimos como cristianos en el lugar donde trabajamos.

En un mundo caído, la pobreza de espíritu puede parecer un impedimento para el éxito y avance. Con frecuencia, esto es una ilusión. ¿Quién puede llegar a ser más exitoso a la larga? ¿Un líder que dice, “No teman, yo puedo manejar todo, solo hagan lo que les digo”, o un líder que dice, “Juntos lo podemos hacer, pero todos tendremos que hacer nuestra labor mejor de lo que lo hemos hecho antes”? Al menos dentro de las mejores organizaciones, ya quedó atrás la época en la que un líder arrogante y que se promueve a sí mismo fuera considerado como mejor que un líder humilde que empodera a los demás. Por ejemplo, la primera señal característica de las compañías que alcanzan la grandeza duradera, es que tienen un líder humilde, de acuerdo con la reconocida investigación de Jim Collins.[2] Por supuesto, muchos lugares de trabajo permanecen atascados en el reino antiguo de la autopromoción y la autovaloración excesivamente alta. En algunas situaciones, el mejor consejo práctico es encontrar otro trabajo, si es posible. En otros casos, puede que no sea posible o conveniente dejar el trabajo, porque al permanecer allí un cristiano podría ser una fuerza importante del bien. En estas situaciones, los pobres en espíritu son todavía más una bendición para aquellos a su alrededor.

Lucas presenta esta idea como “Bienaventurados vosotros los pobres” (Lc 6:20). Los eruditos han debatido sobre cuál de los dos sentidos es el principal. Jesús comienza Su ministerio en Lucas 4:16–18 leyendo Isaías 61:1, que dice que ha venido “para anunciar buenas nuevas a los pobres” (NVI). Cuando Juan el Bautista pregunta si Jesús es el Mesías, Jesús responde, “a los pobres se les anuncia el evangelio” (Mt 11:5). Pero otros eruditos señalan que “los pobres” son los humildes y devotos en la búsqueda de Dios, lo que parece indicar que el sentido fundamental es “pobres en espíritu”. Esto concuerda con Isaías 66:2, “Pero a éste miraré: al que es humilde y contrito de espíritu, y que tiembla ante mi palabra”. Jesús habla de “los pobres” quince veces en los Evangelios, de las cuales tres se refieren a aquellos que no tienen nada de comer y once se refieren al humilde y piadoso que busca a Dios. Tal vez la mejor respuesta es que el concepto bíblico de “pobre” se refiere tanto a la pobreza socioeconómica como a la bancarrota espiritual y a la necesidad consecuente de depender de Dios.

Jim Collins, Good to Great: Why Some Companies Make the Leap… And Others Don’t [Empresas que sobresalen: por qué unas sí pueden mejorar la rentabilidad y otras no] (Nueva York: Harper Business, 2001), 20.

“Bienaventurados los que lloran, pues ellos serán consolados” (Mateo 5:4)

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La segunda bienaventuranza se desarrolla sobre un reconocimiento mental de nuestra pobreza espiritual agregando una respuesta emocional de tristeza. Enfrentar la perversidad de nuestra propia vida nos entristece y enfrentar la perversidad en el mundo —que incluye el mal en nuestro lugar de trabajo— también conmueve nuestras emociones causando dolor. La perversidad puede venir de nosotros mismos, de otras personas o de fuentes desconocidas. De cualquier forma, cuando nos entristecemos honestamente por las malas palabras, los malos actos o las malas políticas en el trabajo, Dios ve nuestra aflicción y nos consuela con el conocimiento de que no siempre será de esa manera.

Los que son bendecidos con el llanto por sus propias fallas, pueden recibir consuelo en el trabajo admitiendo sus errores. Si cometemos un error con un colega, estudiante, cliente, empleado u otra persona, lo admitimos y le pedimos perdón. ¡Eso requiere valentía! Sin la bendición emocional de la tristeza por nuestras acciones, probablemente nunca tendríamos la valentía para admitir nuestros errores. Pero si lo hacemos, nos podemos sorprender de que con frecuencia, las personas están dispuestas a perdonarnos. Y si, alguna vez, otros se aprovechan de que admitimos nuestra la culpa, podemos recurrir a la bendición de la humildad que fluye de las primeras bienaventuranzas.

En algunas empresas, las personas han descubierto que expresar la aflicción es una forma eficaz de trabajar. Toro, el fabricante de tractores y equipos para jardinería, adoptó la práctica de mostrar interés por las personas que fueron heridas mientras usaban sus productos. Tan pronto como la compañía se entera de que una persona fue herida, contacta al afectado para expresarle su pena y ofrecer ayuda. También pide sugerencias para mejorar el producto. Aunque parezca sorprendente, este método ha reducido el número de demandas por parte de los clientes en un periodo de muchos años.[1] El hospital de Virginia Mason tuvo resultados similares al reconocer su responsabilidad en la muerte de los pacientes.[2]

“Kendrick B. Melrose: Caring about People: Employees and Customers” [Kendrick B. Melrose: el interés por las personas: empleados y clientes], Ethix 55 (Septiembre del 2007),  (http://ethix.org/2007/10/01/caring-about-people-employees-and-customers).

“Dr. Gary Kaplan: Determined Steps to Transformation” [Dr. Gary Kaplan: pasos determinados hacia la transformación] Ethix 73 (Enero del 2001), (http://ethix.org/2011/01/11/dr-gary-s-kaplan-determined-steps-to-transformation).

“Bienaventurados los humildes, pues ellos heredarán la tierra” (Mt 5:5)

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La tercera bienaventuranza deja perplejas a muchas personas en el trabajo, en parte porque no entienden qué significa ser humilde (manso, en otras versiones). Muchos suponen que el término significa débil, soso o falto de valor. Sin embargo, la perspectiva bíblica de la humildad es que es poder bajo control. En el Antiguo Testamento, Moisés fue descrito como el hombre más humilde de la tierra (Nm 12:3). Jesús se describió a Sí mismo como “manso y humilde” (Mt 11:28–29), lo que no contradice su acción enérgica al limpiar el templo (Mt 21:12–13).

El poder bajo el control de Dios implica dos cosas: (1) rehusarse a inflar la autoestima y (2) la renuencia a reivindicarnos a nosotros mismos por nosotros mismos. Pablo refleja el primer aspecto perfectamente en Romanos 12:3: “Porque en virtud de la gracia que me ha sido dada, digo a cada uno de vosotros que no piense más alto de sí que lo que debe pensar, sino que piense con buen juicio, según la medida de fe que Dios ha distribuido a cada uno”. Las personas humildes se ven a sí mismas como siervas de Dios y no piensan más alto de ellas mismas de lo que deben pensar. Ser humilde es reconocer nuestras fortalezas y limitaciones como lo que realmente son, en vez de tratar constantemente de mostrarnos a nosotros mismos a la mejor luz posible. Pero eso no significa que debemos negar nuestras fortalezas y habilidades. Cuando le preguntaron si era el Mesías, Jesús respondió, “los ciegos reciben la vista y los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos son resucitados y a los pobres se les anuncia el evangelio. Y bienaventurado es el que no se escandaliza de Mí” (Mt 11:4–6). Él no tenía una autoimagen más alta ni un complejo de inferioridad, sino un corazón de siervo basado en lo que Pablo llamaría más adelante un “buen juicio” (Ro 12:3).

El corazón de siervo es el punto crucial del segundo aspecto de la humildad: la renuencia a reivindicarnos a nosotros mismos por nosotros mismos. Ejercemos el poder pero para el beneficio de todas las personas, no solo de nosotros mismos. El segundo aspecto lo refleja el Salmo 37:1–11a, que comienza con “No te irrites a causa de los malhechores” y termina con “Mas los humildes poseerán la tierra”. Significa que contenemos nuestra necesidad de vengar lo malo que nos han hecho y en cambio, usamos el poder que tenemos para servir a otros. Esto surge de la tristeza que nos causa nuestra propia debilidad, lo que trata la segunda bienaventuranza. Si sentimos tristeza por nuestros propios pecados, ¿en realidad podemos tener deseo de venganza por los pecados de otros?

Puede que sea muy difícil poner nuestro poder en el trabajo bajo el control de Dios. En el mundo caído, parece que son los agresivos y los que se promueven a sí mismos los que toman la delantera. “Usted no consigue lo que merece, consigue lo que negocia”.[1] En el lugar de trabajo, los arrogantes y los poderosos parecen ganar, pero al final pierden. No ganan en las relaciones personales porque nadie quiere un amigo arrogante y egoísta. Las personas que tienen sed de poder generalmente son personas solitarias. Adicionalmente, tampoco ganan en cuanto a la seguridad financiera; piensan que poseen la tierra, pero el mundo los posee y entre más dinero tengan, menos seguros se sentirán en el ámbito financiero.

En cambio, Jesús dijo que los humildes “heredarán la tierra”. Como hemos visto, la tierra se ha convertido en el lugar donde está el reino de los cielos. Tendemos a pensar que el reino de los cielos es el cielo, un lugar completamente diferente (calles de oro, puertas de perlas, una mansión en la cima de la montaña) de lo que conocemos aquí. Pero la promesa de Dios del reino es un nuevo cielo y nueva tierra (Ap 21:1).

Quienes someten su poder a Dios heredarán el reino perfecto que viene a la tierra. En este reino recibimos por la gracia de Dios las cosas buenas que los arrogantes buscan con gran esfuerzo inútilmente en la tierra presente y aún más. Y esta no es una realidad futura solamente. Incluso en un mundo caído, aquellos que reconocen sus verdaderas fortalezas y debilidades pueden encontrar paz al vivir realistamente. En general, aquellos que ejercen el poder para el beneficio de otros son admirados. El humilde involucra a otros en la toma de decisiones y experimenta mejores resultados y relaciones más profundas.

Chester L. Karass, In Business and in Life: You Don’t Get What You Deserve, You Get What You Negotiate [En los negocios y en la vida: usted no consigue lo que merece, consigue lo que negocia] (s.f.: Stanford Street Press, 1996).

“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, pues ellos serán saciados” (Mateo 5:6)

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Entender la cuarta bienaventuranza nos lleva a buscar lo que Jesús quiso decir con la palabra justicia. En el judaísmo antiguo, actuar justamente significaba “exonerar, justificar, restaurar a una relación correcta”.[1] Los justos son aquellos que mantienen relaciones correctas —con Dios y con las personas a su alrededor. En las relaciones correctas, los que cometen faltas son absueltos de la culpa.

¿Alguna vez ha tenido la bendición de tener relaciones correctas? Esto fluye a partir de la humildad (la tercera bienaventuranza) porque solo podemos formar relaciones correctas con otros cuando dejamos de hacer que todas las acciones giren a nuestro alrededor. ¿Usted tiene hambre y sed de relaciones correctas —con Dios, sus compañeros de trabajo, su familia y su comunidad? El hambre es una señal de vida. Estamos hambrientos de buenas relaciones si añoramos lo bueno para otros por su propio bien, no solo como un bocado para satisfacer nuestras necesidades. Si vemos que tenemos la gracia de Dios para esto, tendremos hambre y sed de relaciones correctas, no solo con Dios sino también con las personas con las que trabajamos y vivimos.

Jesús dice que el apetito de aquellos que tienen esta hambre será saciado. Es fácil ver lo malo en nuestro lugar de trabajo y desear luchar para solucionarlo. Si hacemos eso, estamos teniendo hambre y sed de justicia, deseando ver que lo malo se corrija. La fe cristiana ha sido la fuente de muchas de las más grandes reformas en el mundo laboral, tal vez más especialmente la abolición de la esclavitud en Gran Bretaña y Estados Unidos y el génesis del movimiento de los derechos civiles. Pero de nuevo, la secuencia de las bienaventuranzas es importante. No debemos hacernos cargo de estas batallas en nuestras propias fuerzas, sino reconociendo nuestro propio vacío, lamentando nuestra propia injusticia, sometiendo nuestro poder a Dios.

David Noel Freedman, The Anchor Yale Bible Dictionary [Diccionario bíblico Anchor Yale] (Nueva York: Doubleday, 1996), 5:737.

“Bienaventurados los misericordiosos, pues ellos recibirán misericordia” (Mateo 5:7)

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Si usted es bendecido con el dolor por sus propias fallas (la segunda bienaventuranza) y con relaciones correctas (la cuarta bienaventuranza), no le será difícil ser misericordioso con las personas en el trabajo o en cualquier otra parte. La misericordia consiste en tratar a las personas mejor de lo que merecen. El perdón es una clase de misericordia, igual que ayudar a alguien a quien no tenemos obligación de ayudar o abstenerse de explotar la vulnerabilidad de otra persona. La misericordia, en todos estos sentidos, es el motor de la encarnación, muerte y resurrección de Cristo. A través de Él, nuestros pecados son perdonados y nosotros mismos recibimos ayuda por medio del regalo del espíritu de Dios (1Co 12). La razón por la que el Espíritu nos muestra esta misericordia es simplemente que Dios nos ama (Jn 3:16).

En el trabajo, la misericordia tiene un efecto altamente práctico. Debemos ayudar a otros a obtener sus mejores resultados, sin importar lo que opinemos de ellos. Cuando ayuda a un compañero de trabajo que tal vez no le agrada o que puede haberlo perjudicado en el pasado, está mostrando misericordia. Cuando es el primer candidato en una prueba y les advierte a los demás candidatos que el juez está de mal humor, está mostrando misericordia, aunque esto les pueda dar ventaja sobre usted. Cuando el hijo de un competidor está enfermo y usted acepta reprogramar su presentación al cliente para que su competidor no tenga que escoger entre cuidar a su hijo y competir por el negocio, está mostrando misericordia.

Estos tipos de misericordia le pueden costar una ventaja que de otra manera podría haber conseguido. Sin embargo, estos benefician el resultado del trabajo además de a la otra persona. Ayudar a alguien que no le agrada contribuye a que su unidad de trabajo alcance sus metas, incluso si esto no lo beneficia a usted personalmente. O —como es el caso del competidor con el hijo enfermo— si esto no beneficia su organización, beneficia al cliente que usted aspira a servir. La realidad que sirve de base para la misericordia es que la misericordia beneficia a alguien que no es usted.

Un ambiente de perdón en una organización ofrece otro resultado sorprendente: mejora el desempeño de la organización. Si alguien comete un error en una organización en donde no se muestra misericordia, es probable que no vaya a decir nada al respecto, esperando que no se note y que no lo culpen.

Esto perjudica el rendimiento de dos formas. La primera es que un error que se oculta puede ser mucho más difícil de tratar más adelante. Imagine un trabajo de construcción en donde un trabajador comete un error con la colocación de los cimientos. Es fácil arreglarlo si se trae a la luz y se repara de inmediato, pero será muy costoso arreglarlo después de que se construya la estructura y se hundan los cimientos. El segundo es que las mejores experiencias de aprendizaje vienen cuando se aprende de los errores. Como dijo Soichiro Honda, “El éxito solo se puede alcanzar por medio de la repetición de fracasos y la introspección. De hecho, el éxito representa el 1% de su trabajo que resulta del 99% que se llama fracaso”.[1] Las organizaciones no tienen oportunidad de aprender si no se exponen los errores.

Tom Peters, Thriving on Chaos [La prosperidad en el caos] (Nueva York: Knopf, 1987), 259–66.

“Bienaventurados los de limpio corazón, pues ellos verán a Dios” (Mateo 5:8)

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La sexta bienaventuranza hace eco de Salmos 24:3–5:

¿Quién subirá al monte del Señor?
¿Y quién podrá estar en Su lugar santo?
El de manos limpias y corazón puro;
el que no ha alzado su alma a la falsedad,
ni jurado con engaño.
Ese recibirá bendición del Señor,
y justicia del Dios de su salvación.

Las “manos limpias y corazón puro” denotan integridad, unicidad de devoción, lealtad indivisible. La integridad va mucho más allá de evitar el engaño y el mal comportamiento. La raíz de la integridad es ser uno solo, lo que significa que nuestras acciones no son elecciones que tomamos o nos quitamos cuando parezca conveniente, sino que surgen del todo de nuestro ser. Note que Jesús pronuncia la bendición de ser puro de corazón no inmediatamente después de la bendición del hambre de justicia, sino después de la de mostrar misericordia. La pureza de corazón no surge de la perfección de nuestra voluntad, sino de la recepción de la gracia de Dios.

Podemos determinar cuánto de esta bendición hemos recibido preguntándonos a nosotros mismos: ¿cómo es mi compromiso con la integridad cuando me es posible eludir las consecuencias de un engaño? ¿Me rehúso a dejar que mi opinión sobre otra persona sea formada por el chisme y las insinuaciones, sin importar lo interesantes que puedan sonar? ¿Hasta qué punto mis acciones y palabras son reflejos veraces de lo que hay en mi corazón?

Es difícil argumentar en contra de la integridad personal en el lugar de trabajo, pero en un mundo caído, se convierte en el blanco de las bromas. Igual que la misericordia y la humildad, puede ser vista como una debilidad, pero la persona íntegra es la que “verá a Dios”. Aunque la Biblia es clara respecto a que Dios es invisible y “habita en luz inaccesible” (1Ti 1:17; 6:16), el puro de corazón puede percibir y sentir la realidad de Dios en esta vida. En realidad, sin integridad, los engaños que propagamos en contra de otros nos vuelven incapaces de percibir la verdad eventualmente. Se vuelve inevitable que comencemos a creer nuestras propias mentiras y esto lleva a la ruina en el lugar de trabajo, porque el trabajo que se basa en lo irreal pronto se convierte en algo ineficaz. El impuro no tiene deseo de ver a Dios, pero aquellos que son parte del reino de Cristo son bendecidos porque ven la realidad como verdaderamente es, incluyendo la realidad de Dios.

“Bienaventurados los que procuran la paz, pues ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5:9)

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La séptima bienaventuranza lleva a todos los trabajadores cristianos a la tarea de la resolución de conflictos. Los conflictos surgen cuando las personas tienen diferencias de opinión. En un mundo caído, se tiende a ignorar el conflicto o suprimirlo usando la fuerza, amenazas o intimidación. Pero todas estas son violaciones de la integridad (la sexta bienaventuranza) de las personas en el conflicto. En el reino de Dios, es una bendición unir a las personas que tienen disputas. Solo entonces es posible resolver el conflicto y restaurar las relaciones. (Más adelante en este artículo analizaremos el método de Jesús para la resolución de conflictos, en Mt 18:17–19).

El resultado de la resolución de conflictos es la paz y los pacificadores serán llamados “hijos de Dios”. Ellos reflejarán el carácter divino en sus acciones. Dios es el Dios de paz (1Ts 5:16) y mostramos que somos Sus hijos cuando buscamos la paz en el lugar de trabajo, en la comunidad, en nuestro hogar y en todo el mundo.

“Bienaventurados aquellos que han sido perseguidos por causa de la justicia” (Mateo 5:10)

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La octava y última bienaventuranza puede sonar negativa. Hasta este punto, las bienaventuranzas se han centrado en la pobreza de espíritu, la humildad, las relaciones correctas, la misericordia, la pureza de corazón y la construcción de paz —todas cualidades positivas. Pero Jesús incluye la posibilidad de “persecución por cuestión de la justicia”. Esta surge de las siete anteriores, porque las fuerzas que se oponen a lo que Dios desea todavía tienen gran poder en el mundo.

Tenga en cuenta que la persecución que surge del comportamiento injusto no es bienaventurada. Si caemos por nuestra propia culpa, debemos esperar el sufrimiento de las consecuencias negativas. Jesús está hablando de la bendición de ser perseguidos por hacer el bien. Pero, ¿por qué seríamos perseguidos por la justicia? La realidad en un mundo caído es que si demostramos justicia genuina, muchos nos rechazarán. Jesús profundiza la idea señalando que los profetas, que como Él habían anunciado el reino de Dios, fueron perseguidos: “Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan, y digan todo género de mal contra vosotros falsamente, por causa de Mí. Regocijaos y alegraos, porque vuestra recompensa en los cielos es grande, porque así persiguieron a los profetas que fueron antes que vosotros” (Mt 5:11–12). Las personas justas en el lugar de trabajo pueden estar sujetas a una persecución activa e incluso severa por parte de personas que se benefician —o creen que se benefician— de la injusticia.

Por ejemplo, si defiende a —o apenas se hace amigo de— personas que son víctimas de chismes o discriminación en su lugar de trabajo, espere persecución. Si es el presidente de una asociación comercial y se pronuncia en contra de un subsidio injusto que están recibiendo sus miembros, no espere que lo reelijan. La bendición es que la persecución activa por las razones correctas indica que los poderes de la oscuridad creen que usted está teniendo éxito en su tarea de promover el reino de Dios.

Incluso las mejores organizaciones y las personas más admirables han sido contaminadas por la Caída. Nadie es perfecto. La octava bienaventuranza sirve como un recordatorio para nosotros de que trabajar en un mundo caído requiere valentía.