La riqueza (Marcos 10:17–22)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Uno de los pocos pasajes en Marcos que habla directamente de la actividad económica es el que relata el encuentro de Jesús con un hombre rico que le pregunta “¿qué haré para heredar la vida eterna?” En respuesta, Jesús enumera los seis mandamientos con mayor orientación social del Decálogo (Mr 10:18). Es interesante que incluye el mandamiento “no codiciarás” (Éx 20:17; Dt 5:21) con un giro comercial indiscutible, como “no defraudes”. El hombre rico responde, “todo esto lo he guardado desde mi juventud” (Mr 10:20). Pero Jesús declara que lo único que le falta son tesoros en el cielo, que se obtienen sacrificando la riqueza terrenal y siguiendo al Predicador errante de Galilea. Esto presenta un obstáculo que el hombre rico no puede superar. Parece que ama demasiado las comodidades y la seguridad que le dan sus posesiones. Marcos 10:22 enfatiza la dimensión afectiva de la situación: “Pero él, afligido por estas palabras, se fue triste”. La enseñanza de Jesús le produce aflicción emocional al joven rico, lo que indica su receptividad a esta verdad, pero su incapacidad de obedecer. Su apego emocional a la riqueza y el estatus anula su disposición para acatar las palabras de Jesús.

Para aplicar esto al trabajo en la actualidad se requiere una sensibilidad y honestidad reales respecto a nuestros propios instintos y valores. A veces, la riqueza es un resultado del trabajo —el nuestro o el de alguien más—, pero el trabajo mismo también puede ser un obstáculo emocional para seguir a Jesús. Si tenemos una posición privilegiada —como la del hombre rico— puede que dirigir nuestra carrera se vuelva más importante que servir a otros, hacer un buen trabajo o incluso dedicarle tiempo a la familia, a la vida civil y a la vida espiritual. Puede impedir que estemos dispuestos en caso de que Dios nos dé un llamado inesperado. Nuestra riqueza y posición nos pueden volver arrogantes o insensibles con las personas que nos rodean. Claramente, las personas que tienen riqueza y privilegios no son las únicas que tienen este tipo de dificultades. Sí, el encuentro de Jesús con el hombre rico destaca que es difícil sentirse motivado a cambiar el mundo cuando ya se cuenta con una posición de ventaja. Sin embargo, antes de que los que tenemos un estatus y recursos moderados en el mundo occidental nos libremos de la responsabilidad, preguntémonos si, según los estándares de mundo, también nos hemos vuelto complacientes debido a nuestra riqueza y estatus (relativos).

Antes de concluir el análisis de este episodio, queda un aspecto crucial. “Jesús, mirándolo, lo amó” (Mr 10:21). El propósito de Jesús no es avergonzar o atemorizar al joven, sino amarlo. Le pide que deje sus posesiones primero que todo por su beneficio, diciendo, “tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme”. Somos nosotros los que sufrimos cuando permitimos que la riqueza o el trabajo nos aíslen de otras personas y destruyan nuestra relación con Dios. La solución no es intentar con más fuerza ser buenos, sino aceptar el amor de Dios, es decir, seguir a Cristo. Al hacerlo, aprendemos que podemos confiar en que Dios nos dará lo que en realidad necesitamos en la vida y que no es necesario aferrarnos a nuestras posesiones y posiciones para tener seguridad. (Esta parábola se discute de forma más profunda en “Lucas 18:18–30” en “Lucas y el trabajo”).