El joven rico y las posturas frente a la riqueza y el estatus (Marcos 10:17-31)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

La riqueza (Marcos 10:17–22)

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Uno de los pocos pasajes en Marcos que habla directamente de la actividad económica es el que relata el encuentro de Jesús con un hombre rico que le pregunta “¿qué haré para heredar la vida eterna?” En respuesta, Jesús enumera los seis mandamientos con mayor orientación social del Decálogo (Mr 10:18). Es interesante que incluye el mandamiento “no codiciarás” (Éx 20:17; Dt 5:21) con un giro comercial indiscutible, como “no defraudes”. El hombre rico responde, “todo esto lo he guardado desde mi juventud” (Mr 10:20). Pero Jesús declara que lo único que le falta son tesoros en el cielo, que se obtienen sacrificando la riqueza terrenal y siguiendo al Predicador errante de Galilea. Esto presenta un obstáculo que el hombre rico no puede superar. Parece que ama demasiado las comodidades y la seguridad que le dan sus posesiones. Marcos 10:22 enfatiza la dimensión afectiva de la situación: “Pero él, afligido por estas palabras, se fue triste”. La enseñanza de Jesús le produce aflicción emocional al joven rico, lo que indica su receptividad a esta verdad, pero su incapacidad de obedecer. Su apego emocional a la riqueza y el estatus anula su disposición para acatar las palabras de Jesús.

Para aplicar esto al trabajo en la actualidad se requiere una sensibilidad y honestidad reales respecto a nuestros propios instintos y valores. A veces, la riqueza es un resultado del trabajo —el nuestro o el de alguien más—, pero el trabajo mismo también puede ser un obstáculo emocional para seguir a Jesús. Si tenemos una posición privilegiada —como la del hombre rico— puede que dirigir nuestra carrera se vuelva más importante que servir a otros, hacer un buen trabajo o incluso dedicarle tiempo a la familia, a la vida civil y a la vida espiritual. Puede impedir que estemos dispuestos en caso de que Dios nos dé un llamado inesperado. Nuestra riqueza y posición nos pueden volver arrogantes o insensibles con las personas que nos rodean. Claramente, las personas que tienen riqueza y privilegios no son las únicas que tienen este tipo de dificultades. Sí, el encuentro de Jesús con el hombre rico destaca que es difícil sentirse motivado a cambiar el mundo cuando ya se cuenta con una posición de ventaja. Sin embargo, antes de que los que tenemos un estatus y recursos moderados en el mundo occidental nos libremos de la responsabilidad, preguntémonos si, según los estándares de mundo, también nos hemos vuelto complacientes debido a nuestra riqueza y estatus (relativos).

Antes de concluir el análisis de este episodio, queda un aspecto crucial. “Jesús, mirándolo, lo amó” (Mr 10:21). El propósito de Jesús no es avergonzar o atemorizar al joven, sino amarlo. Le pide que deje sus posesiones primero que todo por su beneficio, diciendo, “tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme”. Somos nosotros los que sufrimos cuando permitimos que la riqueza o el trabajo nos aíslen de otras personas y destruyan nuestra relación con Dios. La solución no es intentar con más fuerza ser buenos, sino aceptar el amor de Dios, es decir, seguir a Cristo. Al hacerlo, aprendemos que podemos confiar en que Dios nos dará lo que en realidad necesitamos en la vida y que no es necesario aferrarnos a nuestras posesiones y posiciones para tener seguridad. (Esta parábola se discute de forma más profunda en “Lucas 18:18–30” en “Lucas y el trabajo”).

El estatus (Marcos 10:13–16, 22)

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Un aspecto distintivo de la forma en que Marcos presenta esta historia es que la ubica justo al lado del relato de los niños que le llevan a Jesús y la declaración posterior de que debemos recibir el reino como lo hacen los niños (Mr 10:13–16). Lo que relaciona los dos pasajes tal vez no es la cuestión de encontrar seguridad o depender de recursos financieros en vez de en Dios. En cambio, el aspecto crucial es el tema del estatus. En la sociedad mediterránea antigua, los niños no tenían un estatus o al menos, tenían una baja condición social[1] ya que no poseían ninguna de las propiedades por las cuales se determinaba el estatus. Esencialmente, no poseían nada. El joven rico, en cambio, tenía bastantes símbolos de estatus (Mr 10:22) y poseía muchos bienes. (En el relato de Lucas, se le llama “dirigente” de forma explícita, Lucas 18:18 NVI). El joven rico puede perderse la entrada al reino de Dios tanto por su esclavitud al estatus social como por su esclavitud a la riqueza misma.

En los lugares de trabajo actuales, no necesariamente el estatus y las riquezas van de la mano, pero para aquellos que aumentan su riqueza y su estatus social por medio del trabajo, esta es una advertencia doble. Aunque logremos usar la riqueza de forma piadosa, puede ser mucho más difícil escapar de la trampa de la esclavitud al estatus. En años recientes, varios personajes millonarios recibieron bastante publicidad debido a que se comprometieron a donar al menos la mitad de su riqueza.[2] Su generosidad es asombrosa y de ninguna manera deseamos criticar a los donantes. Solo nos podemos preguntar, ya que el valor de dar es tan reconocido, ¿por qué no dar mucho más de la mitad? Quinientos millones de dólares sigue siendo una suma que excede por mucho la cantidad necesaria para vivir cómodamente. ¿Es posible que el estatus que se conserva al seguir siendo millonario (o al menos un poco menos millonario) sea un impedimento para dedicar toda su fortuna a los propósitos que son claramente importantes para un donante? ¿Esto es diferente para los trabajadores que tienen recursos moderados? ¿Valorar el estatus evita que le dediquemos más de nuestro tiempo, talento y tesoro a lo que reconocemos que es verdaderamente importante?

La misma pregunta se le podría hacer a quienes tienen un estatus que no está relacionado con la riqueza. Los académicos, políticos, pastores, artistas y muchos más pueden tener un estatus privilegiado gracias a su trabajo, sin necesidad de ganar una gran cantidad de dinero. El estatus puede ser un resultado del trabajo, por ejemplo, en una universidad en particular o por ser aclamado por un círculo en especial. ¿El estatus se puede convertir en una forma de esclavitud que no nos permite arriesgar nuestra posición tomando una postura impopular o tomar otro trabajo más fructífero en otro lugar?

¿Qué tan doloroso puede ser poner nuestro estatus del trabajo en riesgo —incluso un poco— con el fin de servir a otra persona, atenuar una injusticia, mantener la integridad moral o vernos a nosotros mismos con los ojos de Dios? Jesús tenía todo este estatus y mucho más y tal vez es por eso que trabajó tan duro para dejarlo a un lado, por medio de la oración diaria a Su Padre y estando en compañía de personas de dudosa reputación constantemente.

Bruce Malina and Richard Rohrbaugh, A Social-Scientific Commentary on the Synoptic Gospels (Minneapolis: Fortress, 1992), 238.  “Los niños tenían un estatus bajo entre la comunidad o la familia. Un niño menor de edad estaba a la par con los esclavos y solo después de alcanzar la madurez se convertía en una persona libre que podía heredar el patrimonio familiar. El término ‘niños’ también se podía usar como un fuerte insulto (ver Mateo 11:16–17)”.

Stephanie Strom, “Pledge to Give Away Half Gains Billionaire Adherents” [El compromiso de los millonarios de donar la mitad de su fortuna les gana adeptos], New York Times, Agosto 4, 2010.

La gracia de Dios (Marcos 10:23-31)

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Las palabras posteriores de Jesús (Mr 10:23–25) explican mejor la importancia del encuentro, ya que resaltan la dificultad que enfrentan los ricos para entrar al reino. La reacción del joven ilustra el apego que las personas adineradas tienen por su riqueza y el estatus que la acompaña. Es significativo que los discípulos mismos quedan “perplejos” con las declaraciones de Jesús acerca de los ricos. Tal vez vale la pena mencionar que cuando Él repite Su afirmación en Marcos 10:24, se dirige a los discípulos como “hijos”, declarando que no tienen la carga del estatus y, debido a que lo siguen, no sufren por la carga de las riquezas.

Es probable que la analogía de Jesús del camello y el ojo de la aguja (Mr 10:25) no tenga nada que ver con una puerta pequeña en Jerusalén.[1] En vez de eso, pudo ser un juego de palabras en griego con los términos camello (kamelos) y cuerda pesada (kamilos). La imagen deliberadamente absurda simplemente enfatiza la imposibilidad de que el rico sea salvo sin la ayuda divina. Esto también aplica para los pobres, porque de otra manera, “¿quién podrá salvarse?” (Mr 10:26). La promesa de la ayuda divina se explica con detalle en Marcos 10:27: “Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque todas las cosas son posibles para Dios”. Dicha perspectiva evita que el pasaje (y nuestra apreciación como lectores) se convierta en un simple menosprecio hacia los ricos. 

Esto hace que Pedro defienda las actitudes y la historia de abnegación de los discípulos. Ellos han dejado “todo atrás” para seguir a Jesús, quien afirma con Su respuesta la recompensa que les espera a todos los que hacen tales sacrificios. Cabe repetir que potencialmente, las cosas que estas personas dejaron (“casas, y hermanos, y hermanas, y madres, e hijos, y tierras) tienen connotaciones de estatus y no solamente abundancia material. De hecho, Marcos 10:31 estructura todo el relato con un énfasis contundente en el estatus: “muchos primeros serán últimos, y los últimos, primeros”. Hasta este punto, la historia podría reflejar o un amor por los mismos bienes o por el estatus que proporcionan. Sin embargo, esta última afirmación enfatiza firmemente el tema del estatus. Poco después, Jesús lo declara en términos explícitos de trabajo: “cualquiera de vosotros que desee ser el primero será siervo de todos” (Mr 10:44). Después de todo, un siervo es solo un trabajador sin estatus, ya que ni siquiera es dueño de su propia habilidad para trabajar. El estatus correcto de los seguidores de Jesús es el de un niño o un siervo: ninguno en absoluto. Incluso si tenemos posiciones privilegiadas o autoridad, debemos verlas como propiedad de Dios, no de nosotros mismos. Simplemente somos siervos de Dios, lo representamos pero no tenemos el estatus que le pertenece solo a Él.

Este es simplemente un mito que se ha propagado en los círculos cristianos populares, el cual fue divulgado por William Barclay en su Daily Study Bible Commentary [Comentario bíblico de estudio diario]; ver William Barclay, The Gospel of Matthew [El Evangelio de Mateo] (Louisville, KY: Westminster John Knox Press, 2001), 253. No es claro cuál es el origen de este mito, pero no se ha encontrado tal puerta ni en Jerusalén ni en ningún otro lugar.