El mayordomo infiel y el hijo pródigo (Lucas 16:1-13; 15:11-32)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

La parábola del mayordomo infiel (Lucas 16:1–13)

La clave para estar seguros en cuanto a lo que necesitamos no es ganar y ahorrar ansiosamente, sino servir y gastar de una manera fiable. Si Dios puede confiar en que gastaremos nuestro dinero para suplir las necesidades de otros, el dinero que nosotros mismos necesitamos también será provisto. Esta es la cuestión de la parábola del mayordomo infiel, en la cual un mayordomo derrocha los bienes de su señor y, como resultado, se le notifica que será despedido. Él usa sus últimos días en el trabajo para defraudar más a su señor, pero hay un giro extraño en la forma en que lo hace. No trata de robarle a su señor, ya que tal vez sabe que será imposible llevarse algo cuando salga de la propiedad. En cambio, reduce de forma fraudulenta las deudas de las personas que le deben a su señor, esperando que le devuelvan el favor y provean para él cuando esté desempleado.

Igual que el mayordomo deshonesto, no podemos llevarnos nada cuando dejemos esta tierra. Incluso durante esta vida, nuestros ahorros pueden verse afectados por la hiperinflación, el desplome del mercado, el hurto, la confiscación, las demandas, la guerra y los desastres naturales. Por tanto, guardar grandes cantidades de dinero no ofrece una seguridad real. En cambio, debemos gastar nuestra riqueza para proveer para otras personas y dependemos de que ellos hagan lo mismo con nosotros cuando surja la necesidad. “Haceos amigos por medio de las riquezas injustas, para que cuando falten, os reciban en las moradas eternas” (Lc 16:9). Al proveer para los deudores de su señor, el mayordomo deshonesto está creando amistades. Probablemente, el fraude mutuo no es la mejor forma de cultivar relaciones, pero parece que es mejor que no construir ninguna relación. Para ganar seguridad, es mucho más efectivo cultivar relaciones que aumentar el capital. La palabra eternas implica que las buenas relaciones nos ayudan en los momentos difíciles en esta vida y que también perdurarán en la vida eterna.

Vemos un ejemplo extremo de este principio cuando la guerra, el terror o el desastre destruyen el tejido económico de la sociedad. En un campo de refugiados, una prisión o una economía afectada por la hiperinflación, es probable que con la riqueza que tuvo antes no pueda comprar ni siquiera una corteza de pan. Pero si usted ha provisto para otros, es posible que ellos provean para usted en su momento de mayor dificultad. Note que el mayordomo deshonesto no ayuda a ricos, sino a deudores, por tanto, no depende de sus riquezas sino de la relación de dependencia mutua que ha construido con ellos.

Pero Jesús no está diciendo que debemos depender de los sentimientos volubles de las personas que hemos ayudado durante los años. La historia cambia rápidamente de los deudores al señor (Lc 16:8) y Jesús apoya lo que dice el señor, “El que es fiel en lo muy poco, es fiel también en lo mucho” (Lc 16:10). Esto apunta a Dios como el garante de que usar el dinero para cultivar relaciones, llevará a una seguridad duradera. Cuando usted construye buenas relaciones con otras personas, llega a tener una buena relación con Dios. Jesús no dice qué le interesa más a Dios, si la generosidad hacia el pobre o las buenas relaciones con las personas. Tal vez son las dos: “Por tanto, si no habéis sido fieles en el uso de las riquezas injustas, ¿quién os confiará las riquezas verdaderas?” (Lc 16:11). Las verdaderas riquezas son las buenas relaciones fundamentadas en nuestra mutua adopción como hijos de Dios. Una buena relación con Dios se hace realidad en la generosidad con los pobres. Las buenas relaciones producen buen fruto, lo que nos da una mayor habilidad para construir buenas relaciones y ser generosos con otros. Si Dios puede confiar en que usted va a ser generoso con poco dinero y lo va a usar para construir buenas relaciones, será capaz de confiarle mayores recursos.

Esto indica que si usted no tiene ahorros suficientes para sentirse seguro, la respuesta no es tratar de ahorrar más. En cambio, gaste lo poco que tiene en ser generoso y hospitalario y las respuestas de otras personas a su generosidad y hospitalidad pueden traerle más seguridad que ahorrar más dinero. No hace falta decir que esto se debe hacer con sabiduría, en formas que realmente beneficien a otros y no solamente para saciar su conciencia o favorecer a personas que vea como futuros benefactores. En cualquier caso, su seguridad final está en la generosidad y la hospitalidad de Dios.

Los ecos al hijo pródigo (Lucas 15:11–32)

Este puede ser un consejo financiero sorprendente: no ahorre, mejor gaste lo que tiene para acercarse más a otras personas. Sin embargo, note que viene inmediatamente después de la historia del hijo pródigo (Lc 15:11–32). En esa historia, el hijo menor desperdicia toda su fortuna, mientras que el hijo mayor ahorra su dinero con tanta templanza que ni siquiera puede entretener a sus amigos más cercanos (Lc 15:29). El derroche del hijo menor lo lleva a la ruina, pero ese despilfarro es lo que lo lleva a recurrir a su padre en total dependencia. La alegría del padre por tenerlo de regreso quita todos los sentimientos negativos que tiene por el hijo que le costó la mitad de su fortuna. En contraste, el aferrarse fuertemente a lo que queda de la riqueza de la familia aleja al hijo mayor de una relación cercana con su padre.

En las dos historias, la del mayordomo deshonesto y la del hijo pródigo, Jesús no dice que la riqueza es inherentemente mala. En cambio, dice que la forma correcta de usar la riqueza es gastarla, preferiblemente en los propósitos de Dios —y si no en eso, entonces en cosas que aumentarán nuestra dependencia de Dios.