La vida en el nuevo reino (Mateo 18-25)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

En los capítulos 18 al 25 del Evangelio de Mateo, Jesús presenta imágenes concretas de cómo es la vida en el reino de Dios. En muchos casos, estas imágenes aplican en particular en el trabajo.

La resolución de conflictos (Mateo 18:15-35)

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En todos los lugares de trabajo hay conflictos. En este pasaje, Jesús nos da una pauta para tratar con alguien que nos ha hecho daño. Él no dice, “¡busquen venganza!” o “¡devuelvan el golpe!” En cambio, expone un proceso que comienza con buscar la reconciliación uno a uno. La bienaventuranza de la humildad implica poner a un lado la autojustificación, tanto como para expresarse de manera respetuosa y objetiva frente a quien lo ha herido, y estar dispuesto a escuchar su perspectiva (Mt 18:15). Esto no significa someterse a abusos más adelante, sino estar dispuesto a aceptar la posibilidad de que su percepción no es universal. Pero en caso de que eso no resuelva el conflicto, el segundo paso o el plan b es pedirles a algunas personas que los conozcan a los dos, que lo acompañen mientras trata de nuevo el tema con la persona que le hizo daño o lo perjudicó. Si el conflicto sigue sin resolverse, entonces debe llevar el tema al liderazgo (la iglesia, en Mateo 18:16, la cual está tratando conflictos en la iglesia específicamente) para que ellos juzguen de forma imparcial. Si esto no resuelve el problema, el ofensor que no acate el juicio debe ser expulsado de la comunidad (Mt 18:17).

Aunque Jesús estaba hablando sobre conflictos con “otro miembro de la iglesia” (Mt 18:15), su método es un precursor extraordinario de la que ahora es conocida como la mejor práctica en el trabajo. Incluso en los mejores lugares de trabajo surgen conflictos. Cuando esto ocurre, la única solución eficaz es que aquellos en conflicto hablen directamente y que no que se quejen con otras personas. En vez de representar un conflicto personal en frente de una audiencia, reúnase con la persona en privado. En la era de la comunicación electrónica, el método de Jesús es aún más importante. Solo hace falta un nombre o dos en el campo “cc:” o hacer clic en el botón de “responder a todos” para convertir un simple desacuerdo en una contienda de toda la oficina. Incluso si las dos personas mantuvieran una cadena de correos electrónicos como algo privado, las posibilidades de un malentendido se multiplican cuando se usa un medio impersonal como el correo electrónico. Puede que sea mejor tomar el consejo de Jesús de forma literal: “ve y repréndelo a solas” (Mt 18:15).

Señalar la falta es una acción recíproca. También debemos estar dispuestos a escuchar las faltas que nos señalan a nosotros. Escuchar —en estos tres versículos, Jesús menciona la escucha cuatro veces— es el aspecto crucial. Los modelos contemporáneos de resolución de conflictos se centran por lo general en hacer que las partes se escuchen una a la otra, incluso conservando la opción del desacuerdo. Con frecuencia, escuchar de forma atenta lleva al descubrimiento de una resolución que las dos partes pueden aceptar. Si esto no ocurre, se puede solicitar la intervención de otras personas con las habilidades y autoridad apropiadas. 

El joven rico (Mateo 19:16-30)

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El problema del dinero, que discutimos anteriormente en Mateo 6, vuelve a aparecer en la historia del joven rico que se acercó a Jesús y le preguntó, “¿qué bien haré para obtener la vida eterna?” Jesús le responde que debe guardar los mandamientos y él contesta que lo ha hecho. Un elemento distintivo en la narrativa de Mateo es que después, el joven le pregunta a Jesús, “¿qué me falta todavía?” Esta pregunta demuestra que tiene un gran conocimiento. Podemos hacer cualquier cosa que parezca buena, pero en el fondo sabemos que algo falta todavía. Jesús responde, “ve y vende lo que posees y da a los pobres, y tendrás tesoro en los cielos; y ven, sígueme” (Mt 19:21).

En los cuatro Evangelios podemos ver que Jesús no les pidió a todos Sus seguidores que renunciaran a sus posesiones. No todas las personas están tan agobiadas por sus posesiones como este hombre. En su caso, el desafío era radical debido a su fuerte apego a la riqueza (Mt 19:22). Dios sabe exactamente lo que hay en nuestros corazones y lo que es necesario mientras le servimos.

¿Nuestro tesoro está en nuestro trabajo, empleo, rendimiento y habilidades o en los fondos de jubilación? Estas son cosas buenas (son regalos de Dios), pero son secundarias respecto a buscar primeramente el reino de Dios (Mt 6:33) y una relación correcta (justa) con Dios y otras personas. Sostenemos nuestra riqueza y nuestro trabajo con las manos abiertas no sea que, como el joven rico, terminemos apartándonos con tristeza de Dios. (Esta historia se discute con mayor profundidad en la sección “Marcos 10:17–31” y “Lucas 18:18–30”).

Los trabajadores de la viña (Mateo 20:1-16)

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Esta parábola se encuentra únicamente en el Evangelio de Mateo y se trata del dueño de una viña que contrata a unos jornaleros en diferentes momentos del día. Los que fueron contratados a las seis de la mañana trabajan todo el día y los que fueron contratados a las cinco de la tarde solamente trabajan una hora. Sin embargo, el dueño de la viña les paga a todos el salario del día completo (un denario). Él se asegura de que todos sepan que están recibiendo el mismo pago a pesar de que trabajaran durante una cantidad de horas diferente. No es sorprendente que aquellos que fueron contratados primero se quejen de que trabajaron más y no ganaron más dinero que los que comenzaron a trabajar tarde.

Pero respondiendo él [el dueño], dijo a uno de ellos: “Amigo, no te hago ninguna injusticia; ¿no conviniste conmigo en un denario? ... “¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo que es mío? ¿O es tu ojo malo porque yo soy bueno?” Así, los últimos serán primeros, y los primeros, últimos”. (Mt 20:13, 15–16)

A diferencia de la parábola del sembrador (Mt 13:3–9; 18–23), Jesús no proporciona una interpretación específica, por lo cual, los eruditos han hecho muchas interpretaciones. Ya que el pueblo en la historia se compone de trabajadores y administradores, algunos aseguran que se trata del trabajo. En ese caso, parece concluir, “no compare su salario con el de los demás” o “no esté insatisfecho si otros reciben una mejor paga o si trabajan menos que usted en un trabajo similar”. Se podría argumentar que estas son buenas prácticas para los trabajadores. Si usted gana un salario decente, ¿por qué debería sentirse miserable si a otros les va mejor? Sin embargo, esta interpretación de la parábola también se puede usar para justificar las prácticas laborales injustas o abusivas. Algunos trabajadores pueden recibir salarios más bajos por razones injustas, como la raza, el sexo o la condición migratoria. ¿Jesús quiere decir que debemos estar contentos cuando nosotros u otros trabajadores son tratados de forma injusta?
Por otra parte, pagarles lo mismo a los empleados sin considerar cuánto trabajo hacen es una práctica de negocios cuestionable. ¿Esto no motivaría a todos los trabajadores para llegar al trabajo a las cinco de la tarde el día siguiente? ¿Y qué hay de hacer público el sueldo de todos? Aunque sí reduce la intriga, ¿es una buena idea obligar a los que trabajan más horas a que vean mientras que otros, que trabajaron solo una hora, reciben exactamente el mismo sueldo? Parece una acción deliberada para causar un enfrentamiento laboral. Si tomamos la parábola literalmente, no parece que pagar por un mal desempeño sea una receta para el éxito empresarial. ¿En realidad Jesús promueve esta práctica salarial?

Tal vez la parábola no trata realmente acerca del trabajo. Como contexto, encontramos los ejemplos sorprendentes de Jesús sobre aquellos que pertenecen al reino de Dios: por ejemplo, los niños (Mt 19:14), que legalmente ni siquiera son dueños de sí mismos. Él aclara que el reino no les pertenece a los ricos o al menos no a muchos de ellos (Mt 19:23–26), sino que les pertenece a aquellos que lo siguen, en particular si sufren pérdidas por esa causa. “Muchos primeros serán últimos, y los últimos, primeros” (Mt 19:30). Inmediatamente después de esta parábola encontramos otro final con las mismas palabras: “los últimos serán primeros, y los primeros, últimos” (Mt 20:16). Esto indica que la historia es una continuación de la discusión acerca de aquellos a quienes les pertenece el reino. La entrada al reino de Dios no se gana por nuestro trabajo o acción, sino por la generosidad de Dios.

Una vez que entendemos que la parábola se trata de la generosidad de Dios en el reino de los cielos, aún nos podemos seguir preguntando cómo aplica en el trabajo. Si usted está recibiendo un sueldo justo, el consejo acerca de estar contento con su salario sigue vigente. Si otro trabajador recibe un beneficio inesperado, ¿no sería mejor alegrarse en vez de refunfuñar?
Pero también existe una aplicación más amplia. El dueño en la parábola les paga a todos los trabajadores lo suficiente para sustentar a sus familias.[1] La situación social en la época de Jesús era que muchos pequeños agricultores eran expulsados de sus tierras por causa de las deudas que debían adquirir para pagar los impuestos romanos. Esto incumplía el mandato del Dios de Israel de que la tierra no se le podía quitar a las personas que la trabajaban (Lv 25:8–13), pero por supuesto, esto no les importaba a los romanos. Por consiguiente, grandes grupos de hombres desempleados se reunían cada mañana, esperando que los contrataran por el día. Eran los trabajadores desplazados, desempleados y subempleados de la época. Los que siguen esperando a las cinco de la tarde tienen poca oportunidad de ganar lo suficiente para comprar el alimento de día para sus familias, pero de todas formas, el dueño de la viña les paga incluso a ellos el salario del día completo.

Si el dueño de la viña representa a Dios, este es un mensaje poderoso de que en el reino de Dios, los trabajadores desplazados y desempleados pueden encontrar un trabajo que cubra sus necesidades y las necesidades de los que dependen de ellos. Ya hemos visto a Jesús diciendo que “el obrero es digno de su alimento” (Mt 10:10 RVC). Esto no significa necesariamente que los empleadores terrenales tienen la responsabilidad de satisfacer todas las necesidades de sus empleados. Los empleadores terrenales no son Dios. Más bien, la parábola es un mensaje de esperanza para todos los que luchan por encontrar un empleo adecuado. En el reino de Dios, todos encontraremos un trabajo que satisfará nuestras necesidades. Además, la parábola también es un reto para aquellos que están involucrados en determinar las estructuras del trabajo en la sociedad actual. ¿Los cristianos pueden hacer algo para potenciar este aspecto del reino de Dios en la actualidad?

Un denario era el salario estándar de un día en la Palestina del primer siglo.

El liderazgo de siervo (Mateo 20:20-28)

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A pesar de esta parábola de la gracia y generosidad de Dios y a pesar de escuchar que Jesús dice dos veces que el primero será el último y los últimos, primeros, los discípulos siguen sin entender la idea. La madre de Jacobo y Juan le pide a Jesús que les conceda a sus dos hijos los lugares más prominentes en Su reino venidero. Los dos hombres están allí y Jesús se dirige a ellos y les pregunta, “¿Podéis beber la copa que yo voy a beber?” A lo que ellos responden, “Podemos”. Cuando los otros diez discípulos escucharon esto, se enojaron. Jesús aprovecha esta oportunidad para objetar sus ideas acerca del protagonismo.

“Sabéis que los gobernantes de los gentiles se enseñorean de ellos, y que los grandes ejercen autoridad sobre ellos. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera entre vosotros llegar a ser grande, será vuestro servidor, y el que quiera entre vosotros ser el primero, será vuestro siervo; así como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar Su vida en rescate por muchos”. (Mt 20:25–28)

El verdadero liderazgo se encuentra en servir a otros, lo que será evidente de distintas formas dependiendo del trabajo y la situación. Esto no significa que un Director ejecutivo deba tomar un turno mensual para barrer los pisos o limpiar los inodoros, ni que cualquier trabajador pueda decir que está ayudando a otra persona como una excusa para no hacer bien su trabajo. Significa que realizamos todo nuestro trabajo con la intención de servir a nuestros clientes, compañeros de trabajo, accionistas y a quienes afecte nuestra labor. Max De Pree fue Director ejecutivo por un largo periodo de tiempo en Herman Miller y fue miembro del Salón de la fama de Fortune. Él escribió en su libro Leadership Is an Art [El liderazgo es un arte] que “la primera responsabilidad de un líder es definir la realidad y la última es decir ‘gracias’. Entre estas dos, el líder se debe convertir en un siervo y un deudor. Eso resume el progreso de un líder ingenioso”.[1]

El siervo es la persona que reconoce su propia pobreza espiritual (Mt 5:3) y ejerce el poder bajo el control de Dios (Mt 5:5) para mantener relaciones correctas. El líder siervo se disculpa por sus errores (Mt 5:4), muestra misericordia cuando otros fallan (Mt 5:7), fomenta la paz cuando es posible (Mt 5:9) y soporta el criticismo inmerecido cuando procura servir a Dios (Mt 5:10) con integridad (Mt 5:8). Jesús establece el patrón por medio de Sus propias acciones a nuestro favor (Mt 20:28). Por tanto, demostramos que somos seguidores de Cristo al seguir Su ejemplo.

Max De Pree, Leadership Is an Art [El liderazgo es un arte] (Nueva York: Doubleday, 1989), 9.

La parábola de los dos hijos (Mateo 21:28-41)

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La parábola de los dos hijos (Mt 21:28–32) se trata de dos hermanos a quienes su padre les pide que vayan a trabajar en su viña. Uno de ellos responde que lo hará, pero no lo hace. El otro le dice a su padre que no irá, pero termina trabajando todo el día en la viña. Entonces, Jesús pregunta: “¿Cuál de los dos hijos hizo la voluntad de su padre?” La respuesta es clara: el que en efecto fue a trabajar, aunque inicialmente se rehusara a hacerlo. Esta parábola es la continuación de historias anteriores en Mateo acerca de las personas que en realidad son parte del reino de Dios. Jesús les dice a los líderes religiosos en la audiencia: “los recaudadores de impuestos y las rameras entran en el reino de Dios antes que vosotros” (Mt 21:31).[1]  Las personas que parecen menos religiosas entrarán al reino de Dios antes que los líderes religiosos porque, a fin de cuentas, ellos son los que hacen la voluntad de Dios.

En el trabajo, esto nos recuerda que las acciones hablan más fuerte que las palabras. Muchas organizaciones tienen una declaración de objetivos que dice que sus propósitos principales son el servicio al cliente, la calidad del producto, la integridad civil, las personas como prioridad y cosas similares. Sin embargo, el servicio, la calidad y la integridad de muchas de esas organizaciones son deficientes, igual que las relaciones con sus empleados. Los individuos pueden hacer lo mismo, elogiando sus planes pero fallando al implementarlos. Las organizaciones y los individuos que caen en esta trampa pueden tener buenas intenciones y puede que no reconozcan que no están viviendo a la altura de su propia retórica. Los lugares de trabajo necesitan tanto sistemas eficientes para implementar su misión y metas, como sistemas de monitoreo imparciales que den una retroalimentación sin adornos.

Jesús ilustra esto en el versículo 21:32: los líderes religiosos habían escuchado a Juan el bautista pero lo despreciaron; los cobradores de impuestos lo escucharon, le creyeron, se arrepintieron y fueron bautizados. Los líderes religiosos se negaron a escuchar el mensaje del profeta y a arrepentirse, excluyéndose a sí mismos del reino de Dios.

La parábola de los labradores malvados (Mateo 21:33-41)

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Justo después encontramos la parábola de los labradores malvados (Mt 21:33–41), la cual ocurre en un lugar de trabajo, concretamente, una viña. Sin embargo, Jesús aclara que no está hablando acerca de administrar una viña, sino de ser rechazado y de su muerte venidera por incitación de las autoridades religiosas judías de Su época (Mt 21:45). La clave para aplicarlo al lugar de trabajo actual es el versículo 43: “el reino de Dios os será quitado y será dado a una nación que produzca sus frutos”. A todos se nos han dado responsabilidades en el trabajo. Si nos negamos a cumplirlas en obediencia a Dios, estamos en conflicto con el reino de Dios. En todos los trabajos, la evaluación final de nuestro desempeño viene de Dios.

El gran mandamiento tiene un gran alcance (Mateo 22:34-40)

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Los líderes judíos en la época de Jesús a menudo discutían por causa de la importancia relativa de los mandamientos. La perspectiva de algunos era que guardar el Sabbath era el mandamiento más importante. Otros pensaban que el más importante era la circuncisión. Otros habían creído, así como muchos judíos modernos en la actualidad, que el mandamiento más importante se encuentra en Deuteronomio 6:5 “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza”.

Así que cuando un abogado le pide a Jesús que opine sobre la pregunta, “¿cuál es el gran mandamiento de la ley?” (Mt 22:36), le pudo estar pidiendo a Jesús que escogiera un bando en un debate que ya era contencioso.

Pero Jesús se sumerge en una nueva área de conocimiento al responder no solo cuál mandamiento es el más grande, sino la forma en la que las personas lo pueden cumplir. “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente”, y luego agrega un segundo mandamiento, de Levítico 19:18, “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Jesús une el segundo con el primero, diciendo que “es semejante”. (Ver “Amar al prójimo como a uno mismo (Levítico 19:17–18)”). A través de la lógica de Jesús, amar a Dios está ligado de forma inseparable con amar a las demás personas. Juan hace eco de esta afirmación cuando dice, “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso” (1Jn 4:20).

El trabajo es un medio principal por el cual amamos a otras personas. Con frecuencia, es en nuestro lugar de trabajo donde encontramos la mayor diversidad de personas, y su cercanía a nosotros día tras día nos presenta el reto único de amar a quienes son diferentes a nosotros. También amamos a los demás por medio de nuestro trabajo cuando este satisface las necesidades importantes de los clientes u otras partes interesadas. Para consultar más ejemplos, ver “Nuestro trabajo cumple el gran mandamiento” (Marcos 12:28–34) y “El trabajo del buen samaritano – Amar a su prójimo como a usted mismo (Lucas 10:25–37)”.

Sin embargo, Jesús no solo nos ordena que amemos a otros, sino que los amemos como nos amamos a nosotros mismos. ¿Cómo se evidencia este aspecto en el lugar de trabajo? Lo vemos cuando una cocinera revisa dos veces la temperatura interna de una hamburguesa después de que alguien pregunta, “¿te parece que está bien?”, ya que eso es lo que ella haría si estuviera preparando la hamburguesa para ella misma. Es evidente cuando un vendedor llama a un colega más experimentado porque un cliente le hizo una pregunta de la que no conoce la respuesta con certeza —en vez de dar una respuesta que piensa que es correcta—, porque él querría esa información antes de hacer la compra. Se puede ver en un mecánico que desbarata el trabajo que hizo con los frenos que acaba de completar, porque escuchó un ruido extraño y eso es lo que él querría hacer si este fuera su propio auto. Lo vemos en un hombre de negocios que le pregunta a sus colegas, “¿es posible que no estemos tomando en serio su opinión porque es una mujer?” sabiendo que él querría que un colega lo defendiera si estuviera involucrado en un malentendido.

Estos son ejemplos pequeños, pero cada uno de ellos cuesta algo —una comisión que se pierde, una hora de tiempo que no se puede facturar, una noche de poco sueño, el acceso al círculo íntimo del poder. Todo nuestro trabajo tiene el potencial de servir y por tanto, amar a nuestro prójimo. Pero amar al prójimo como a usted mismo, puede que requiera tomar riesgos que con seguridad tomaríamos para beneficiar nuestros propios objetivos, pero que parecen amenazantes cuando los tomamos solo para el beneficio de alguien más. En realidad es un estándar alto y tal vez es por eso que Jesús integra “amarás a tu prójimo como a ti mismo” con “amarás al Señor” en el gran mandamiento.

La parábola del siervo fiel (Mateo 24:45-51)

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Esta parábola se trata de un siervo que quedó a cargo de toda una casa. Esto incluye la responsabilidad de darles a los otros siervos su asignación de alimento en el momento apropiado. Jesús dice, “Dichoso aquel siervo a quien, cuando su señor venga, lo encuentre haciendo así” (Mt 24:46). A ese siervo se le darán responsabilidades adicionales. Por otra parte, Jesús señala, 

“Pero si aquel siervo es malo, y dice en su corazón: “Mi señor tardará”; y empieza a golpear a sus consiervos, y come y bebe con los que se emborrachan, vendrá el señor de aquel siervo el día que no lo espera, y a una hora que no sabe, y lo azotará severamente y le asignará un lugar con los hipócritas; allí será el llanto y el crujir de dientes”. (Mt 24:48–51)

En el contexto del lugar de trabajo moderno, el siervo sería lo equivalente a un gerente que tiene una obligación con los dueños mientras administra a otros trabajadores. Los intereses del dueño son satisfechos solo cuando las necesidades de los trabajadores son satisfechas. El gerente tiene responsabilidades tanto con los que son autoridad sobre él, como con sus subordinados. Jesús dice que la tarea del líder siervo es trabajar por los intereses de sus subordinados y también de sus autoridades. No puede dar excusas por maltratar a sus subordinados diciendo que de alguna forma es por el beneficio de sus superiores. Esta realidad se describe de forma dramática en el castigo impuesto al trabajador que se preocupa solo por sus propios intereses (Mt 24:48–51).

La parábola de los talentos (Mateo 25:14-30)

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Una de las parábolas más significativas de Jesús respecto del trabajo se da en el contexto de las inversiones (Mt 25:14–30). Un hombre rico delega la administración de su riqueza a sus siervos, así como los inversionistas hacen en los mercados actuales. Al primer siervo le da cinco talentos (una cantidad grande de dinero)[1] al segundo dos talentos y al tercero, un talento. Dos de los siervos obtienen un rendimiento del cien por ciento al comerciar con sus fondos, pero el tercer siervo esconde el dinero en la tierra y no gana nada. Cuando el hombre rico regresa, recompensa a los dos que ganaron dinero, pero castiga severamente al siervo que no hizo nada.

El significado de la parábola se extiende mucho más allá de la inversión financiera. Dios le ha dado a cada persona una gran variedad de dones y espera que los usemos para Su servicio. No es aceptable solamente poner esos dones en un estante e ignorarlos. Igual que los tres siervos, no todos tenemos talentos en el mismo nivel. El rendimiento que Dios espera de nosotros es proporcional a los talentos que nos ha dado. El siervo que recibió un talento no fue condenado por no alcanzar la meta de cinco talentos, sino que fue condenado porque no hizo nada con lo que había recibido. Los dones que recibimos de Dios incluyen destrezas, habilidades, relaciones de parentesco, posiciones sociales, educación, experiencias y más. La cuestión de la parábola es que debemos usar lo que sea que se nos haya dado para los propósitos de Dios. Las consecuencias severas para el siervo improductivo, más allá de cualquier cosa causada por su simple mediocridad en los negocios, nos dicen que debemos invertir nuestra vida, no desperdiciarla.

Sin embargo, el talento particular que se invierte en la parábola es dinero, por un valor que rodea el millón de dólares estadounidenses en la actualidad. En español moderno, este hecho se desdibuja porque la palabra talento se ha venido a referir principalmente a destrezas o habilidades. Pero esta parábola se refiere a dinero. Describe la inversión, no la acumulación, como una acción que es piadosa si alcanza propósitos piadosos de una forma piadosa. Al final, el amo alaba a los dos siervos fieles diciendo, “Bien hecho, mi buen siervo fiel” (Mt 25:23 NTV). Por estas palabras vemos que el amo se preocupa por los resultados (“bien hecho”), los métodos (“buen”) y la motivación (“fiel”).

Un aspecto que es más significativo para el lugar de trabajo es que elogia el poner en riesgo un capital con miras a obtener un rendimiento. Algunas veces, los cristianos hablan como si el crecimiento, la productividad y el rendimiento de una inversión fueran algo profano para Dios. Sin embargo, esta parábola anula esa idea. Debemos invertir nuestras destrezas y habilidades, pero también nuestra riqueza y los recursos que tenemos disponibles en el trabajo, todo por los asuntos del reino de Dios. Esto incluye la producción de bienes y servicios necesarios. El voluntario que enseña en la escuela dominical está cumpliendo esta parábola, igual que el emprendedor que comienza un nuevo negocio y les da empleo a otras personas, el administrador de servicios de salud que inicia una campaña de sensibilización sobre el VIH/SIDA y el operador de maquinaria que desarrolla una innovación de procesos.

Dios no dota a las personas con dones idénticos o necesariamente equitativos. Si usted hace lo mejor que puede con los dones que Dios le ha dado, lo escuchará diciendo “bien hecho”. No son solo los dones los que tienen un valor igual, también las personas. Al mismo tiempo, la parábola termina con el talento que se le quita al tercer siervo y se le da al que tenía diez talentos. Un valor igual no necesariamente significa una compensación igual. Algunas posiciones requieren más destreza o habilidades y por tanto, se compensan como corresponde. Los dos siervos que hicieron el bien son recompensados en diferentes cantidades, pero reciben un reconocimiento idéntico. La implicación de la parábola es que debemos usar los talentos que hemos recibido de la mejor forma posible para la gloria de Dios y cuando lo hacemos, estamos en igualdad de condiciones con otros siervos fieles y confiables de Dios. (Para consultar una discusión acerca de la parábola similar de las diez minas ver “Lucas 19:11–27” en “Lucas y el trabajo”).

De acuerdo con la nota al pie f de la versión en inglés NRSV de la Biblia, “un talento equivalía a más del salario de 15 años de un trabajador”. En otras palabras, cerca de un millón de dólares en moneda actual. La palabra griega talanton fue usada por primera vez para una unidad de peso (probablemente cerca de 30 a 40 kilogramos), después para una unidad de moneda equivalente al mismo peso en oro, plata (probablemente a lo que se refiere el texto aquí) o cobre (Donald A. Hagner, Matthew 14–18 [Mateo 14–18], vol. 33b, Word Biblical Commentary [Comentario bíblico de la Palabra] [Nashville: Thomas Nelson, 1995]). El uso actual de la palabra talento en español para indicar una habilidad o don se deriva de esta parábola (Walter C. Kaiser Jr. y Duane Garrett, eds., Archaeological Study Bible [Biblia de estudio arqueológico] [Grand Rapids: Zondervan, 2006], 1608).

Ovejas y cabras (Mateo 25:31-46)

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La enseñanza final de Jesús en esta sección considera la forma en la que tratamos a aquellos que tienen necesidad. Según este relato, cuando Jesús regrese en Su gloria, se sentará en Su trono y separará personas “como el pastor separa las ovejas de los cabritos” (Mt 25:32). La separación depende de cómo tratamos a las personas que tienen necesidad. A las ovejas les dice,

“Venid, benditos de Mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recibisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a Mí”. (Mt 25:34–36)

Estas son personas que tienen necesidad, a quienes sirvieron las ovejas, porque Jesús dice, “En cuanto lo hicisteis a uno de estos hermanos Míos, aun a los más pequeños, a Mí lo hicisteis” (Mt 25:40). A los cabritos les dice,

“Apartaos de Mí, malditos… Porque tuve hambre, y no me disteis de comer, tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recibisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis… En cuanto no lo hicisteis a uno de los más pequeños de éstos, tampoco a Mí lo hicisteis”. (Mt 25:41–43, 45)

Tanto en el aspecto individual como en el corporativo, estamos llamados a ayudar a los que tienen necesidad. Nuestra vida está “ligada en el haz de los que viven con el Señor tu Dios” (1S 25:29) y no podemos ignorar la difícil situación de los seres humanos que sufren hambre, sed, desnudez, no tienen vivienda, están enfermos o son prisioneros. Trabajamos para satisfacer nuestras propias necesidades y las necesidades de los que dependen de nosotros, pero también trabajamos para tener algo que darle a los que lo necesitan (Heb 13:1–3). Nos unimos a otros para encontrar formas de apoyar a aquellos que no pueden satisfacer sus necesidades básicas de la vida, las cuales tal vez damos por sentado. Si las palabras de Jesús en este pasaje se toman seriamente, más personas de las que creemos se podrían beneficiar de nuestra caridad.

Jesús no menciona exactamente la forma en la que las ovejas servían a las personas en necesidad. Puede haber sido por medio de donaciones y labor social. Pero tal vez algunos de ellos lo hicieron por medio del trabajo común de cultivar y preparar alimentos y bebidas; ayudar a los compañeros de trabajo nuevos a que se acomoden rápidamente al trabajo o  diseñar, fabricar y vender prendas. Todo el trabajo legal beneficia a las personas que necesitan los productos y servicios del trabajo, y de esta manera, es un servicio para Jesús.