El reino y el discipulado (Marcos 1-4; 6; 8)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

El comienzo del Evangelio (Marcos 1:1-13)

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Los relatos de la predicación de Juan y el bautismo y la tentación de Jesús no dicen nada acerca de trabajo directamente. Sin embargo, siendo la puerta narrativa al Evangelio, proporcionan el contexto temático básico para todo lo que sigue y no se pueden ignorar mientras llegamos a los pasajes aplicables de forma más evidente a nuestros intereses. Un punto interesante es que el título de Marcos (Mr 1:1) describe el libro como el “Principio del evangelio de Jesucristo”. Desde un punto de vista narrativo, llamar la atención al principio es vistoso, ya que el Evangelio parece no tener un final. Los manuscritos más antiguos indican que el Evangelio termina de repente en Marcos 16:8: “Y saliendo ellas, huyeron del sepulcro, porque un gran temblor y espanto se había apoderado de ellas; y no dijeron nada a nadie porque tenían miedo”. El texto termina tan abruptamente que los escribas le agregaron el material que ahora se encuentra en Marcos 16:9–20, el cual está compuesto de pasajes que se encuentran en otras partes del Nuevo Testamento. Pero tal vez Marcos deseaba que su Evangelio no tuviera un final. Es solo el “principio del evangelio de Jesucristo” y nosotros los que lo leemos somos participantes en el Evangelio que continua. Si esto es así, nuestra vida es una continuación directa de los eventos en Marcos y nuestra expectativa de encontrar aplicaciones concretas para nuestro trabajo está bien fundamentada.[1]

Veremos con mayor detalle que Marcos siempre presenta a los seguidores de Jesús como principiantes que están bastante lejos de la perfección. Esto ocurre incluso con los doce apóstoles. Marcos, más que cualquiera de los demás Evangelios, presenta a los apóstoles como personas poco perspicaces e ignorantes, que le fallan a Jesús repetidamente. En verdad esto es un ánimo para muchos cristianos que tratan de seguir a Cristo en su trabajo pero sienten que son deficientes en dicha labor. Marcos los exhorta a tener valor, ¡porque en esto somos como los mismos apóstoles!

Juan el bautista (Mr 1:2–11) se presenta como el mensajero de Malaquías 3:1 e Isaías 40:3. Él anuncia la venida de “el Señor”. Junto con la designación de Jesús como “Jesucristo, Hijo de Dios” (Mr 1:1), este lenguaje le deja claro al lector que el tema central de Marcos es “el reino de Dios”, incluso aunque espera hasta Marcos 1:15 para usar esa frase y relacionarla con el evangelio (“las buenas nuevas”). “El reino de Dios” no es un concepto geográfico en Marcos. Es el gobierno del Señor al cual se someten las personas y los pueblos por medio de la obra transformadora del Espíritu. Esta obra se resalta por medio de la descripción breve de Marcos del bautismo y la tentación de Jesús (Mr 1:9–13), la cual por su brevedad, enfatiza el descenso del Espíritu hacia Jesús y Su rol en conducirlo a (y probablemente a través de) la tentación de Satanás.

Este pasaje abarca dos conceptos opuestos pero populares acerca del reino de Dios. Por una parte, se encuentra la idea de que el reino de Dios no existe todavía y no existirá hasta que Cristo regrese a gobernar la tierra en persona. De acuerdo con este punto de vista, el lugar de trabajo, como el resto de mundo, es territorio enemigo. El deber del cristiano es sobrevivir en el territorio enemigo el tiempo suficiente para evangelizar y ganar el dinero necesario para satisfacer sus necesidades personales y darle dinero a la iglesia. La otra es la idea de que el reino de Dios es un campo interno espiritual, que no tiene nada que ver con el mundo alrededor. Según este punto de vista, lo que el cristiano hace en el trabajo o en cualquier lugar que no sea a la iglesia ni su tiempo de oración individual, no le concierne a Dios en absoluto.

En contra de estas dos ideas, Marcos aclara que la venida de Jesús inaugura el reino de Dios como una realidad presente en la tierra. Jesús dice de forma explícita, “El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos y creed en el evangelio” (Mr 1:15). El reino no se ha establecido completamente en el presente, por supuesto, ya que todavía no gobierna la tierra ni lo hará hasta que Cristo regrese. Sin embargo, está aquí ahora y es real.

Por tanto, someterse al reinado de Dios y proclamar Su reino tiene consecuencias reales en el mundo que nos rodea. Puede que nos lleve al desprestigio social, el conflicto y claro, al sufrimiento. Marcos 1:14, igual que Mateo 4:12, destaca el encarcelamiento de Juan y lo relaciona con el comienzo de la proclamación de Jesús de que “el reino de Dios se ha acercado” (Mr 1:15). Por ende, el reino está en contra de los poderes de este mundo y como lectores se nos muestra claramente que hablar del evangelio y honrar a Dios no necesariamente traerá éxito en esta vida. Pero al mismo tiempo, por el poder del Espíritu, los cristianos somos llamados a servir a Dios para el beneficio de los que nos rodean, como lo demuestran las sanaciones que Jesús realiza (Mr 1:23–34, 40–45).

La gran relevancia de la venida del Espíritu Santo al mundo se aclara más adelante en el Evangelio por medio de la controversia de Beelzebú (Mr 3:20–30). Esta es una sección difícil y debemos ser bastante cuidadosos en la forma en que la abordamos, pero es bastante importante para la teología del reino, que sostiene nuestra teología del trabajo. La lógica del pasaje parece ser que al expulsar demonios, Jesús está liberando al mundo de Satanás, quien es descrito como un hombre fuerte que ahora se encuentra atado. Así como su Señor, los cristianos deben usar el poder del Espíritu para transformar el mundo, no para escapar de él o acomodarse a él.

J. David Hester, “Dramatic Inconclusion: Irony and the Narrative Rhetoric of the Ending of Mark” [La inconclusión dramática: la ironía y la retórica narrativa del final de Marcos], Journal for the Study of the New Testament [Revista de estudio del Nuevo Testamento] 17 (1995): 61–86.

El llamado de los primeros discípulos (Marcos 1:16-20)

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Esta sección debemos tratarla con cuidado: aunque los discípulos son modelos de la vida cristiana, también ocupan una posición única en la historia de la salvación. Su llamado a una clase distintiva de servicio y el abandono de su empleo actual, no establece un patrón universal para la vida y la vocación cristianas. Muchos, de hecho la mayoría, de los que siguen a Jesús, no renuncian a sus trabajos para hacerlo. Sin embargo, la forma en la que las demandas del reino trascienden e invalidan los principios generales de la sociedad, puede aplicarse en nuestro trabajo y enriquecerlo. (Ver Visión general de la vocación).

La primera frase de Marcos 1:16 presenta a Jesús como un itinerante (“mientras caminaba”) que llama a estos pescadores a que lo sigan en Su viaje. Esto es más que solo un reto a dejar salarios y estabilidad o, como lo podríamos decir, salir de la “zona de confort”. El relato de Marcos de este incidente registra un detalle que falta en los demás relatos, que es el hecho de que Jacobo y Juan dejan a su padre Zebedeo “con los jornaleros” (Mr 1:20). Ellos mismos no son jornaleros o personas que trabajan por días, sino que hacían parte de lo que tal vez era un negocio familiar relativamente exitoso. Como señala Suzanne Watts Henderson  con respecto a la respuesta de los discípulos, la “acumulación de aspectos particulares destaca el peso completo del verbo [dejar]: no solo se dejan atrás unas redes, sino un padre con nombre propio, un bote y de hecho, toda una empresa”.[1] Para que estos discípulos siguieran a Jesús, tenían que demostrar que estaban dispuestos a permitir que su identidad, estatus y valor fueran determinados principalmente con respecto a Él.

La pesca era una gran industria en Galilea que tenía una subindustria conexa de salazón (conservar alimentos en sal) de pescado.[2] En un momento de turbulencia social en Galilea, estas dos industrias asociadas se sustentaban una a la otra y permanecían estables. La disposición de los discípulos de abandonar tal estabilidad es bastante excepcional; es claro que la estabilidad económica ya no es su propósito principal del trabajo. Aquí debemos ser cuidadosos. Jesús no rechaza la vocación terrenal de estos hombres sino que la reorienta. Él llama a Simón y a Andrés a ser “pescadores de hombres” (Mr 1:17), afirmando de esa manera su trabajo anterior como una imagen del nuevo rol al que los está llamando. Aunque la mayoría de cristianos no son llamados a abandonar sus trabajos y convertirse en predicadores errantes, somos llamados a arraigar nuestra identidad en Cristo. Sea que dejemos o no nuestro trabajo, la identidad de un discípulo ya no es “pescador”, “cobrador de impuestos” o cualquier otra cosa, ahora es “seguidor de Jesús”. Esto nos reta a resistir la tentación de convertir nuestro trabajo en el elemento que determina quiénes somos.

Suzanne Watts Henderson, Christology and Discipleship in the Gospel of Mark [La cristología y el discipulado en el Evangelio de Marcos] (Cambridge: Cambridge University Press, 2006), 63.

Freyne, 48–53. Para más información acerca del lugar de la pesca en las estructuras fiscales, ver Bruce Malina y Richard Rohrbaugh, A Social-Scientific Commentary on the Synoptic Gospels [Un comentario científico-social de los evangelios sinópticos] (Minneapolis: Fortress Press, 1992), 44–45.

El hombre paralítico (Marcos 2:1-12)

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La historia en la que Jesús sana a un hombre paralítico plantea la pregunta de qué significa teología del trabajo para aquellos que no tienen la capacidad de trabajar. El hombre paralítico, antes de su sanación, es incapaz de tener un trabajo para sustentarse. Como tal, depende de la gracia y compasión de las personas a su alrededor para su supervivencia diaria. A Jesús le impresiona la fe de los amigos de este hombre. Su fe es activa y demuestra cuidado, compasión y amistad con alguien que fue excluido de las recompensas financieras y relacionales del trabajo. En su fe, no existe una separación entre ser y hacer.

Jesús ve su esfuerzo como un acto de fe colectiva. “Viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados” (Mr 2:5). Desafortunadamente, la comunidad de fe desempeña un papel muy pequeño en la vida laboral de la mayoría de los cristianos en el Occidente moderno. Incluso si recibimos ayuda y ánimo en la iglesia en cuanto a nuestro trabajo, casi es seguro que sean ayuda y apoyo de tipo individual. Anteriormente, la mayoría de los cristianos trabajaban con las mismas personas con las que iban a la iglesia, así que las iglesias podían aplicar fácilmente las Escrituras a las ocupaciones compartidas de los obreros, campesinos y dueños de casas. En cambio, no es común que en la actualidad los cristianos occidentales trabajen en los mismos lugares que otras personas de su misma iglesia. Sin embargo, es común que los cristianos actuales tengan el mismo tipo de trabajo que otros en sus comunidades religiosas y por esto, podría existir una oportunidad de compartir sus desafíos y oportunidades laborales con otros creyentes que tienen ocupaciones similares. Sin embargo, esto ocurre pocas veces. A menos que encontremos una forma en la que grupos de cristianos puedan apoyarse unos a otros, crecer juntos y desarrollar alguna clase de comunidad cristiana relacionada con el trabajo, estaremos perdiendo la naturaleza comunal de la fe que es tan esencial en Marcos 2:3–12.

Entonces, en este breve episodio observamos tres aspectos: (1) El trabajo tiene el propósito de beneficiar tanto a los que pueden sustentarse a sí mismos, como a los que no pueden hacerlo por medio del trabajo; (2) la fe y el trabajo no están separados en ser y hacer, sino que están integrados en acción y potenciados por Dios; y (3) el trabajo hecho en fe clama por una comunidad de fe que le sirva de apoyo.

El llamado de Leví (Marcos 2:13-17)

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El llamado de Leví es otro incidente que ocurre mientras Jesús camina (Mr 2:13–14). El pasaje enfatiza la naturaleza pública de estos llamados. Jesús llama a Leví mientras le está enseñando a una multitud (Mr 2:14) y Leví es visto primero “sentado en la oficina de los tributos”. Su ocupación lo convertía en una persona despreciada por muchos de sus contemporáneos galileos. Existe cierto grado de debate sobre la fuerza con la que la tributación romana y herodiana se sintió en Galilea, pero la mayoría piensa que el problema era doloroso. La recaudación real de impuestos la realizaban los cobradores de impuestos privados por contratación. Un recaudador de impuestos pagaba el impuesto de su territorio completo por adelantado y después cobrara los impuestos individuales de la población. Para que esto fuera rentable, les cobraba a los habitantes una cantidad mayor que la tasa de impuestos real y se quedaba con el recargo. De esta manera, las autoridades romanas delegaban el delicado trabajo en términos políticos de la recaudación de impuestos a miembros de la comunidad local, pero eso llevó a una alta tasa efectiva de tributación y abrió las puertas a toda clase de corrupción.[1] Es probable que este fuera uno de los factores que contribuyeron a la pérdida de tierras en Galilea, ya que los dueños de los terrenos pedían préstamos para pagar los impuestos y después, si sus cosechas eran escasas, perdían sus propiedades como garantía. El hecho de que veamos inicialmente a Leví en su oficina de tributos significa que él es, en efecto, un símbolo viviente de la ocupación romana y un recordatorio del hecho de que algunos judíos eran colaboradores de los romanos por voluntad propia. La relación que se establece en Marcos 2:16 entre los recaudadores de impuestos y “los pecadores” confirma la asociación negativa.[2]

En donde Lucas enfatiza que Leví deja todo para responder al llamado de Jesús (Lc 5:28), Marcos simplemente relata que Leví lo sigue. Luego de esto, el recaudador de impuestos prepara un banquete, les abre las puertas de su casa a Jesús y sus discípulos y a un grupo diverso que incluye a otros recaudadores de impuestos y “pecadores”. Aunque esta imagen parece la de un hombre que busca compartir el evangelio con sus compañeros de trabajo, es probable que la realidad sea un poco más sutil. La “comunidad” de Leví comprende a sus colegas y otros que, como “pecadores”, son rechazados por figuras prominentes en la comunidad. En otras palabras, su trabajo causaba que fueran parte de una subcomunidad que tenía relaciones sociales de alta calidad internamente, pero relaciones de mala calidad con las comunidades circundantes. Esto es real para muchas clases actuales de trabajo. Nuestros compañeros de trabajo pueden estar mucho más dispuestos a escucharnos a nosotros de lo que están nuestros vecinos. Ser un miembro de una comunidad laboral puede ayudarnos a propiciar un encuentro entre nuestros compañeros de trabajo y la realidad del evangelio. Es interesante que la hospitalidad de ofrecer una comida comunal es una parte importante del ministerio de Jesús e indica una forma concreta por la cual se pueden organizar tales encuentros. La hospitalidad de un almuerzo con los compañeros de trabajo, un rato para correr o hacer ejercicio en el gimnasio o compartir una bebida después del trabajo, puede construir relaciones más profundas con nuestros compañeros. Estas amistades tienen un valor duradero en sí mismas y por medio de ellas, el Espíritu Santo puede abrir la puerta a una clase de evangelismo que ocurre dentro de una amistad.

Esto plantea una pregunta. Si los cristianos actuales organizaran una comida con sus compañeros de trabajo, los amigos en su vecindario y los amigos de su iglesia, ¿de qué hablarían? La fe cristiana tiene mucho que decir acerca de cómo ser un buen trabajador y un buen vecino. Pero, ¿los cristianos saben cómo hablar acerca de esos temas en un lenguaje común que sus colegas y vecinos pueden entender? Si el tema de conversación pasa a ser el lugar de trabajo o temas cívicos tales como la búsqueda de trabajo, el servicio al cliente, los impuestos sobre bienes raíces o la zonificación, ¿seríamos capaces de hablar de forma significativa a los no creyentes acerca de la forma en que los conceptos cristianos aplican en tales temas? ¿Nuestras iglesias nos preparan para estas conversaciones? Parece que Leví —o Jesús— fue capaz de hablar de forma pertinente acerca de la forma en la que el mensaje de Jesús era relevante para la vida de las personas que estaban allí reunidas.

(El tema de los impuestos reaparecerá más adelante en el Evangelio, así que esperaremos para presentar algunas de nuestras preguntas acerca de la actitud de Jesús al respecto).

Bruce Malina and Richard Rohrbaugh, A Social-Scientific Commentary on the Synoptic Gospels (Minneapolis: Fortress, 1992), 189-190.

El texto misnaico m. Tohorot 7:6 afirma que cuando un recaudador de impuestos entra en una casa, esta se vuelve impura.

Los doce (Marcos 3:13-19)

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Además de los relatos que describen el llamado a discípulos específicos, también encontramos la historia del nombramiento de los apóstoles. Una cuestión importante que se debe tener en cuenta en Marcos–3:13–14, es que los Doce constituyen un grupo especial dentro de una comunidad más amplia de discípulos. El carácter único de su oficio apostólico es importante y su llamado es a una forma de servicio particular, una que puede estar considerablemente lejos de la experiencia que la mayoría de nosotros tendremos. Si vamos a obtener lecciones de la experiencia y los roles de los discípulos, debemos hacerlo reconociendo la forma en que sus acciones y convicciones se relacionan con el reino, no simplemente del hecho de que dejaron sus trabajos para seguir a Jesús.

Aquí son relevantes las diferentes denominaciones que se les dan a Simón, Jacobo, Juan y Judas en Marcos 3:16–19. Jesús complementa el nombre de Simón con un nuevo nombre, “Pedro”, que es muy similar a la palabra griega para “roca” (petros). Es inevitable preguntarse si existe cierta ironía y cierta promesa en ese nombre. Simón, quien demostró ser realmente voluble e inestable, es llamado la “roca” y un día estará a la altura de ese nombre. Así como él, nuestro servicio para Dios en el lugar de trabajo, y en todos los demás aspectos de nuestra vida, no será una cuestión de perfección instantánea, sino de fracaso y crecimiento. Esta es una idea útil en los momentos en que sentimos que hemos fallado y que hemos desprestigiado el reino en el proceso. 

Así como se le da un nuevo nombre a Simón, a los hijos de Zebedeo se les llama los “hijos del trueno” (Mr 3:17). Es un sobrenombre peculiar y parece gracioso, pero es probable que capte el carácter o la personalidad de estos dos hombres.[1] Es interesante que la inclusión en el reino no elimina la personalidad y los tipos de personalidad que existen. Esto tiene pros y contras. Por un lado, nuestra personalidad sigue siendo parte de nuestra identidad en el reino y sigue canalizando la forma en que representamos el reino en el lugar de trabajo. Esto ayuda a que resistamos la tentación de encontrar nuestra identidad en algún estereotipo, incluso en uno cristiano. Pero al mismo tiempo, nuestra personalidad puede estar caracterizada por elementos que deben ser confrontados por el evangelio. Un indicio de esto lo podemos ver en el título que se les da a los hijos de Zebedeo, ya que parece indicar que tenían un mal temperamento o una tendencia hacia el conflicto y, aunque el sobrenombre se da con afecto, tal vez no sea algo de lo que puedan estar orgullosos.

El asunto de la personalidad contribuye de forma significativa a nuestro entendimiento de la aplicación de la fe cristiana en el trabajo. Es probable que la mayoría de nosotros afirme que nuestras experiencias laborales, tanto buenas como malas, se han visto afectadas en gran parte por la personalidad de los que nos rodean. Con frecuencia, las cualidades del carácter que hacen de alguien un colega inspirador y que infunde vigor, puede que conviertan a esa misma persona en alguien difícil. Un trabajador motivado y entusiasmado puede distraerse con facilidad con nuevos proyectos o puede estar propenso a juzgar (y a expresar sus juicios) rápidamente. Nuestra propia personalidad también desempeña un papel importante. Puede que consideremos que es fácil o difícil trabajar con otras personas con base tanto en su personalidad como en la nuestra. Pero así mismo, otras personas pueden opinar en cuanto a lo fácil o difícil que es trabajar con nosotros.

Sin embargo, esto no se trata solamente de llevársela bien con otros. Nuestra personalidad distintiva determina nuestras habilidades, con las cuales contribuimos al trabajo de nuestra organización —y por medio de este, al trabajo del reino de Dios— para bien o para mal. La personalidad nos da tanto fortalezas como debilidades. En cierta manera, seguir a Cristo significa permitir que Él refrene los excesos de nuestra personalidad, así como cuando amonestó a los hijos del trueno por su ambición equivocada de sentarse a Su derecha y a Su izquierda (Mr 10:35–45). Al mismo tiempo, es común que los cristianos se equivoquen estableciendo un modelo universal de algunos rasgos particulares de la personalidad. Algunas comunidades cristianas han favorecido aspectos como la extraversión, la suavidad, la renuencia a ejercer el poder, o —más negativamente— la rudeza, intolerancia e ingenuidad. Otros cristianos consideran que los atributos que los destacan en su trabajo —la firmeza, el escepticismo respecto a los dogmas o la ambición, por ejemplo— los hacen sentir culpables o marginados en la iglesia. Tratar de ser algo que no somos, en el sentido de tratar de encajar en un estereotipo de lo que debe ser un cristiano en el trabajo, puede ser bastante complicado y puede hacer que los demás sientan que no somos auténticos. Somos llamados a imitar a Cristo (Fil 2:5) y a nuestros líderes (Heb 13:7), pero esta es una cuestión de imitar la virtud, no la personalidad. En cualquier caso, Jesús escoge como amigos y trabajadores a individuos con diferentes personalidades. Existen muchas herramientas disponibles para ayudar a las personas y las organizaciones a que usen de una mejor manera la variedad de características de personalidad en la toma de decisiones, la escogencia de la carrera laboral, el desempeño grupal, la resolución de conflictos, el liderazgo, las relaciones en el trabajo y otros factores.

Aunque en cierto nivel esto se debe relacionar con una teología de la riqueza o el patrimonio, por otra parte debe ubicarse en el lugar donde se encuentran las teologías de la iglesia y el trabajo. Siempre es tentador, y de hecho puede que parezca obligatorio, mantener una red de cristianos dentro del entorno laboral y buscar apoyarse unos a otros. Aunque es algo bueno, hay que ser realistas en este punto. Algunos de los que se presentan como seguidores de Jesús pueden tener en realidad corazones extraviados, lo que puede influir en las ideas que defienden. En esos casos, nuestra responsabilidad como cristianos es estar preparados para confrontarnos unos a otros en amor, ayudarnos a rendir cuentas para corroborar que en verdad estamos actuando de acuerdo con los estándares del reino.

Robert. A. Guelich, Mark 1–8:26 [Marcos 1–8:26], vol. 34A, Word Biblical Commentary [Comentario bíblico de la Palabra] (Nashville: Thomas Nelson, 1989), 162.

El discipulado en proceso (Marcos 4:35-41; 6:45-52; 8:14-21)

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El Evangelio de Marcos, más que los demás Evangelios, resalta la ignorancia, la debilidad y el egoísmo de los discípulos, a pesar de que también menciona muchos aspectos positivos acerca de ellos, incluyendo su respuesta al llamado inicial de Jesús (Mr 1:16–20) y a la comisión que Él les da (Mr 6:7–13).[1]

Esta imagen se desarrolla por medio de ciertos incidentes y estrategias narrativas. Una es la repetición de escenas en barcos (Mr 4:35–41; 6:45–52; 8:14–21), que son semejantes en cuanto a que enfatizan la incapacidad de los discípulos de comprender realmente el poder y la autoridad de Jesús. Justo después de la última escena que se da en un barco, encontramos la sanación peculiar de un hombre ciego en dos etapas (Mr 8:22–26), lo que puede servir como un tipo de metáfora narrativa para describir la percepción incompleta que los discípulos tenían de Jesús.[2] Después, Pedro hace su confesión acerca de Cristo (Mr 8:27–33), un momento dramático de discernimiento que es seguido inmediatamente por una ceguera satánica. La comprensión limitada de los discípulos sobre la identidad de Jesús coincide con su comprensión limitada de Su mensaje. Ellos aún desean poder y estatus (Mr 9:33–37; 10:13–16; 10:35–45). Jesús los confronta varias veces porque no reconocen que seguirlo a Él requiere una actitud esencial de sacrificio personal. Esto es más evidente, por supuesto, en el momento en que los discípulos abandonan a Jesús cuando es arrestado y enjuiciado (Mr 14:50–51). El relato de la negación triple de Pedro (Mr 14:66–72) junto al de la muerte de Jesús, demuestra de forma más clara la cobardía y la valentía de cada uno respectivamente.

Con todo, serán Pedro y los demás quienes guíen a la iglesia. El ángel que le habla a la mujer luego de la resurrección (Mr 16:6–7) les da un mensaje a los discípulos (¡y nombra a Pedro específicamente!), por medio de cual les promete un encuentro adicional con Jesús resucitado. Este encuentro cambió radicalmente a los discípulos, un hecho que Marcos no estudia pero que está bien desarrollado en Hechos, así que la resurrección es el suceso clave que logra dicho cambio.

¿Qué relevancia hay en esto para el trabajo? Simple y obviamente, que como discípulos de Jesús en nuestro propio trabajo, somos imperfectos y estamos en proceso. Habrá una gran cantidad de pecados por los que tendremos que arrepentirnos, actitudes que serán equivocadas y tendrán que cambiar. De manera significativa, debemos reconocer que, como los discípulos, puede que estemos equivocados en mucho de lo que creemos y pensamos, incluso acerca de temas del evangelio. Por tanto, debemos reflexionar a diario en oración cómo estamos representando el reino de Dios y prepararnos para mostrar arrepentimiento por nuestras deficiencias en esta labor. Nos podemos sentir tentados a demostrar en nuestro lugar de trabajo que somos rectos, sabios y habilidosos, como un testimonio de la rectitud, sabiduría y excelencia de Jesús. Sin embargo, un testimonio más honesto y poderoso sería mostrarnos a nosotros mismos como somos en realidad —imperfectos y obras en proceso un poco egocéntricas, evidencias de la misericordia de Dios más que manifestaciones de Su carácter. Entonces, nuestro testimonio consiste en invitar a nuestros compañeros de trabajo a crecer junto con nosotros en los caminos de Dios, no que se vuelvan como nosotros. Por supuesto, debemos ejercitarnos de forma rigurosa para crecer en Cristo. La misericordia de Dios no es una excusa para ser complacientes con nuestro pecado.

Suzanne Watts Henderson, Christology and Discipleship in Mark.

Robert. A. Guelich, Mark 1-8:26 (Dallas: Word, 1989), 426.