La riqueza en Lucas

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Los últimos dos pasajes van del tema de la provisión al tema de la riqueza. Aunque Jesús no tiene nada en contra de la riqueza, la ve con suspicacia. Las economías de mercado están basadas en la generación, el intercambio y la acumulación de abundancia de propiedad privada. Esta realidad está arraigada tan profundamente en muchas sociedades, que la búsqueda y acumulación de riqueza personal se ha convertido, para muchos, en un fin en sí mismo. Pero, como hemos visto, Jesús no ve la acumulación de riqueza como un fin apropiado. Así como nuestro trabajo (que tiene como ejemplo a seguir la vida de Jesús) debe demostrar un interés profundo por otros y una renuencia a usar el poder o la autoridad solo para el beneficio personal, la riqueza también se debe usar con un interés profundo por el prójimo. Aunque el segundo volumen de Lucas, Hechos (ver “Hechos y el trabajo”), tiene más material relacionado con la riqueza, su Evangelio también presenta retos significativos para las premisas dominantes acerca de la riqueza.

La inquietud por los ricos (Lucas 6:25; 12:13-21; 18:18-30)

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El primer problema de Jesús con la riqueza es que tiende a desplazar a Dios en la vida de las personas ricas. “Porque donde esté vuestro tesoro, allí también estará vuestro corazón” (Lc 12:34). Jesús quiere que las personas reconozcan que su vida está definida no por lo que tienen, sino por el amor de Dios por ellos y Su llamado en sus vidas. Lucas espera que nosotros —y nuestro trabajo— sean transformados de forma fundamental por nuestros encuentros con Jesús.

Sin embargo, parece que tener riquezas nos vuelve resistentes de forma obstinada a cualquier transformación de vida, nos da los medios para mantener el statu quo y para volvernos independientes y hacer las cosas a nuestra manera. La vida verdadera, o eterna, es una vida de relación con Dios (y otras personas) y la riqueza que desplaza a Dios en última instancia lleva a la muerte eterna. Como dijo Jesús, “¿de qué le sirve a un hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se destruye o se pierde?” (Lc 9:25). La riqueza puede alejar a los ricos de una vida con Dios, un destino que los pobres no tienen. Jesús dice, “Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios” (Lc 6:20). Esta no es una promesa de recompensa futura, sino una declaración de una realidad presente. Los pobres no tienen una riqueza que obstaculice el camino para amar a Dios. Pero, “¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre” (Lc 6:25). La expresión “Tendréis hambre” parece que se queda corta para decir “perderse la vida eterna por dejar a Dios por fuera de su campo de interés”, pero claramente esa es la implicación. Con todo, tal vez hay esperanza incluso para los más ricos.

La parábola del rico necio (Lucas 12:13–21)

La parábola del rico necio (Lc 12:13–21) reanuda este tema de forma dramática. “La tierra de cierto hombre rico había producido mucho”, demasiado como para caber en los graneros. Él se preocupa y dice, “¿Qué haré?”, y decide derribar sus graneros y construir otros más grandes. Él hace parte de los que creen que tener más riqueza disminuirá su preocupación acerca del dinero, pero antes de descubrir lo vacía que es su preocupación, se encuentra con un destino incluso más crudo: la muerte. Mientras se prepara para morir, la pregunta burlona de Dios es una espada de doble filo, “y lo que has provisto, ¿de quién será?” (Lc 12:20, RVR1960). Uno de los filos es la respuesta, “no será tuyo”, porque la riqueza con la que contó para satisfacerse por muchos años más pasará a ser instantáneamente de alguien más. El otro filo corta aún más profundo y es la respuesta “tuyo”. Tú —el rico necio— recibirás lo que has provisto para ti mismo, una vida después de la muerte sin Dios, una verdadera muerte. Su riqueza le ha evitado la necesidad de desarrollar una relación con Dios, que se evidencia en que ni siquiera piensa en usar su extraordinaria cosecha para proveer para los que lo necesitan. “Así es el que acumula tesoro para sí, y no es rico para con Dios” (Lc 12:21).

Aquí, la amistad con Dios se evidencia en términos económicos. Los amigos de Dios que tienen recursos proveen para los amigos de Dios que son pobres. El problema del rico necio es que acumula cosas para sí mismo, no crea empleos ni prosperidad para otros. Esto significa que ama la riqueza en vez de a Dios y que no es generoso con los pobres. Es posible imaginar una persona rica que ama verdaderamente a Dios y sujeta la riqueza con suavidad, alguien que da con liberalidad a quienes lo necesitan, o mejor aún, invierte dinero para producir bienes y servicios genuinos, le da empleo a una fuerza de trabajo creciente y trata a las personas con justicia y equidad en su trabajo. De hecho, podemos encontrar muchas personas así en la Biblia (por ejemplo, José de Arimatea, Lc 23:50) y en el mundo a nuestro alrededor. Tales personas son bendecidas tanto en la vida terrenal como después. Pero no queremos eliminar el aguijón de la parábola: si es posible crecer (económicamente y de otras maneras) con gracia, también es posible crecer solo con codicia. A fin de cuentas, la contabilidad la realizaremos con Dios.

El dirigente rico (Lucas 18:18–30)

El encuentro de Jesús con el dirigente rico (Lc 18:18–30) apunta a que es posible redimir el control de la riqueza. Este hombre no ha permitido que sus riquezas desplacen enteramente su deseo por Dios. Comienza preguntándole a Jesús, “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?” En respuesta, Jesús resume los diez mandamientos y el dirigente le contesta, “Todo esto lo he guardado desde mi juventud” (Lc 18:21). Aunque Jesús acepta su respuesta, puede ver la influencia corruptora que la riqueza tiene sobre el hombre. Por eso, le propone una forma de terminar con la influencia perniciosa de la riqueza. “Vende todo lo que tienes y reparte entre los pobres, y tendrás tesoro en los cielos; y ven, sígueme” (Lc 18:22). Cualquier persona que tuviera como su más profundo deseo a Dios, seguramente saltaría ante la invitación a una intimidad personal y diaria con el Hijo de Dios. Sin embargo, es demasiado tarde para el dirigente rico, ya que su amor por la riqueza ya excede su amor por Dios. “Se puso muy triste, pues era sumamente rico” (Lc 18:23). Jesús reconoce los síntomas y dice, “¡Qué difícil es que entren en el reino de Dios los que tienen riquezas!

Porque es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el reino de Dios” (Lc 18:24–25). 

En cambio, es común que los pobres muestren una generosidad asombrosa. La viuda pobre es capaz de dar todo lo que tiene por amor a Dios (Lc 21:1–4). Este no es un procedimiento sumario de Dios en contra de las personas ricas, sino una observación acerca del fuerte control que ejerce el poder seductor de las riquezas. Las personas que están cerca de Jesús y del dirigente también reconocen el problema y se desesperan pensando si alguien podrá resistir el encanto de la riqueza, aunque ellos mismos han dado todo para seguir a Jesús (Lc 18:28). Sin embargo, Jesús no se desespera, porque “Lo imposible para los hombres, es posible para Dios” (Lc 18:27). Dios mismo es la fuente que fortalece nuestros deseos de amar a Dios más que a la riqueza.

Tal vez la consecuencia más engañosa de la riqueza es que puede evitar que deseemos un mejor futuro. Si usted tiene dinero, las cosas están bien como están y el cambio se convierte en una amenaza en vez de una oportunidad. En el caso del dirigente rico, esto es lo que lo ciega a la posibilidad de que la vida con Jesús podría ser incomparablemente maravillosa. Jesús le ofrece un nuevo sentido de identidad y seguridad al dirigente rico. Si tan solo pudiera haber imaginado cómo esa sería más que una compensación para la pérdida de su riqueza, tal vez podría haber aceptado la invitación de Jesús. La frase clave llega cuando los discípulos hablan de todo lo que han dejado y Jesús les promete riquezas abundantes en el reino de Dios. Incluso en esta época, Jesús dice que recibirán “muchas más veces”, tanto en recursos como en relaciones y en la era venidera, la vida eterna (Lc 18:29–30). Trágicamente, esto es lo que el dirigente rico se está perdiendo. Solo puede ver lo que perderá, no lo que ganará. (La historia del dirigente rico se discute más en “Marcos 10:17–31” en “Marcos y el trabajo”).

La inquietud por los pobres (Lucas 6:17-26; 16:19-31)

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El bienestar de los ricos no es la única preocupación de Jesús respecto a la riqueza. A Él también le interesa el bienestar de los pobres. “Vended vuestras posesiones”, dice, “y dad limosnas [al pobre]; haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro en los cielos que no se agota, donde no se acerca ningún ladrón ni la polilla destruye” (Lc 12:33). Si la acumulación de riquezas está perjudicando al rico, ¿cuánto más estará perjudicando al pobre?

El interés persistente de Dios por los pobres y los vulnerables está inherente en el Magníficat (Lc 1:46–56), el sermón del llano (Lc 6:17–26) y de hecho a lo largo del Evangelio de Lucas, pero Jesús establece la idea en la parábola de Lázaro y el hombre rico (Lc 16:19–31). Este hombre rico se viste con ropa elegante y vive con lujos, pero no hace nada para ayudar a aliviar la situación de Lázaro, quien está enfermo y muriendo de hambre. Lázaro muere, pero también, por supuesto, el hombre rico, lo que nos recuerda que la riqueza no tiene un gran poder después de todo. Los ángeles llevan a Lázaro al cielo, aparentemente por ninguna otra razón que su pobreza (Lc 16:22), a menos que fuera quizá por un amor a Dios que nunca fue desplazado por la riqueza. El hombre rico va al Hades, aparentemente por ninguna otra razón que su riqueza (Lc 16:23), a menos que fuera quizá por un amor a la riqueza que no dejó espacio para Dios u otras personas. La implicación fuerte es que la tarea del hombre rico era atender las necesidades de Lázaro cuando tuvo la oportunidad (Lc 16:25). Tal vez al hacerlo, pudo haber encontrado espacio de nuevo en sí mismo para una relación correcta con Dios y habría evitado su miserable final. Además, como muchos ricos, él se interesaba por su familia y quería advertirles sobre el juicio venidero, pero tristemente, le faltaba un interés por la familia más extendida de Dios como se revela en la ley y los profetas y ni siquiera alguien que regresara de los muertos podía solucionarlo.

La generosidad: el secreto para acabar con el control de la riqueza (Lc 10:38–42; 14:12–14; 24:13–35)

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Lo anterior indica que el arma secreta de Dios es la generosidad. Si por el poder de Dios usted puede ser generoso, la riqueza comienza a perder su control sobre usted. Ya hemos visto el trabajo profundo de la generosidad en el corazón de la viuda pobre. Es mucho más difícil para el rico ser generoso, pero Jesús enseña cómo es posible la generosidad para ellos también. Un camino crucial hacia la generosidad es dar a quienes son demasiado pobres como para devolver.

Y [Jesús] dijo también al que le había convidado: Cuando ofrezcas una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos, no sea que ellos a su vez también te conviden y tengas ya tu recompensa. Antes bien, cuando ofrezcas un banquete, llama a pobres, mancos, cojos, ciegos, y serás bienaventurado, ya que ellos no tienen para recompensarte; pues tú serás recompensado en la resurrección de los justos. (Lc 14:12–14)

La generosidad que gana favores no es generosidad sino compra de favores. La generosidad real es dar cuando no es posible que le devuelvan el dinero y esto es lo que es recompensado en la eternidad. Por supuesto, la recompensa en el cielo podría tomarse como una clase de gratificación tardía en vez de verdadera generosidad: usted da porque espera que le paguen en la resurrección y no en la vida terrenal. Esta parece una clase de compra de favores más sabia, pero sigue siendo compra de favores. Las palabras de Jesús no excluyen la interpretación de la generosidad como una compra de favores eterna, pero hay una interpretación más profunda y satisfactoria. La verdadera generosidad —la que no espera recibir un pago en esta vida o en la eternidad— destruye el control de la riqueza que desplaza a Dios. Cuando usted da dinero, el dinero pierde control sobre usted, pero solo si pone el dinero fuera de su alcance de forma permanente. Esta es una realidad psicológica, así como una realidad material y espiritual. La generosidad permite que haya espacio para que Dios sea su Dios de nuevo, lo que lleva a la verdadera recompensa de la resurrección: la vida eterna con Dios.

María y Marta (Lucas 10:38-42)

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La historia de Marta y María (Lc 10:38–42) también pone la generosidad en el contexto del amor por Dios. Marta trabaja para preparar la cena, mientras María se sienta y escucha a Jesús. Marta le pide a Jesús que reprenda a su hermana porque no le ayuda pero en cambio, Jesús elogia a María. Desafortunadamente, esta historia ha sido interpretada de maneras cuestionables, convirtiendo a Marta en el modelo de todo lo que está mal en la vida de las ocupaciones y distracciones, o lo que la iglesia medieval llamaba la vida activa o laboral, que era permitida pero inferior a la vida perfecta de contemplación o monacato. Esta historia se debe leer con el telón de fondo del Evangelio de Lucas como un todo, en donde el trabajo de la hospitalidad (una forma vital de generosidad en el Cercano Oriente antiguo) es una de las señales más importantes de la llegada del reino de Dios.[1] 

María y Marta no eran enemigas, eran hermanas. No se puede interpretar razonablemente a dos hermanas que discuten por las tareas del hogar como una batalla entre modos incompatibles de vida. Jesús no le resta importancia al servicio generoso de Marta. La cuestión es que sus preocupaciones muestran que su servicio debe cimentarse en la clase de amor de María por Él. Juntas, las hermanas personifican la verdad de que la generosidad y el amor de Dios son realidades que se entrelazan. Marta tiene la clase de generosidad que Jesús elogia en Lucas 14:12–14, porque Él no puede pagarle en especie. Al sentarse a los pies de Jesús, María muestra que todo nuestro servicio debe estar cimentado en una relación personal y viva con Él. Seguir a Cristo significa imitar a Marta y María: ser generosos y amar a Dios. Estos aspectos se reafirman mutuamente, igual que la relación entre las dos hermanas.

Ver Brendan Byrne, The Hospitality of God: A Reading of Luke’s Gospel [La hospitalidad de Dios: una lectura del Evangelio de Lucas] (Collegeville, MN: Liturgical Press, 2000).

El camino a Emaús (Lucas 24:13-35)

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El episodio en el camino a Emaús es un ejemplo de generosidad muy apropiado para todos los seguidores de Jesús. Al comienzo, parece que toma la muerte de Jesús de una forma demasiado ligera o, ¿estamos equivocados por ver algo gracioso en que los dos discípulos le informen a Jesús las últimas noticias? Le preguntan, “¿Eres tú el único visitante en Jerusalén que no sabe las cosas que en ella han acontecido en estos días?” (Lc 24:18). Casi podemos imaginar a Cleofas diciendo, “¿dónde has estado?” Jesús lo toma con calma y les permite hablar, pero después los hace escuchar. Gradualmente, ellos comienzan a ver con claridad que tal vez la historia de las mujeres acerca de la resurrección milagrosa del Mesías no es tan desquiciada como pensaban inicialmente.

Si esta fuera toda la historia, podríamos aprender solamente que con frecuencia somos “insensatos y tardos de corazón para creer” (Lc 24:25) todo lo que Dios ha escrito. Pero los discípulos hacen algo bien en esta historia, algo aparentemente insignificante que sería fácil de pasar por alto. Ellos le ofrecen su hospitalidad a Jesús: “Quédate con nosotros, porque está atardeciendo, y el día ya ha declinado” (Lc 24:29). Jesús bendice este pequeño acto de generosidad con la revelación de Su presencia y finalmente lo reconocen al partir el pan (Lc 24:32). Dios no usa nuestra hospitalidad solo como un medio para servir a quienes necesitan descanso, sino también como una invitación a que nosotros mismos experimentemos la presencia de Dios.

Invertir en el trabajo de Jesús (Lucas 8:3; 10:7)

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La parábola del mayordomo infiel (Lc 16:1–13) enseña la importancia de usar el dinero sabiamente. Lucas ofrece ejemplos de personas que invierten su dinero en el trabajo de Jesús, como María Magdalena, Juana y Susana, que se nombran junto a los doce discípulos debido a que apoyaron financieramente el trabajo de Jesús. Es sorprendente que las mujeres figuren en esta lista de una forma tan prominente, ya que pocas mujeres en el mundo antiguo poseían riquezas. Sin embargo, fueron parte de los que “de sus bienes personales contribuían al sostenimiento de ellos” (Lc 8:3). Después, cuando Jesús envía evangelistas, les dice que dependan de la generosidad de las personas entre las que sirven, “porque el obrero es digno de su salario” (Lc 10:7).

Lo que puede ser sorprendente es que estos dos comentarios, que parecen imprevistos de alguna manera, son todo lo que Lucas dice acerca de dar a lo que ahora reconoceríamos como la iglesia. Comparado con el interés incesante que Jesús demuestra por darle al pobre, no hace mucho énfasis en darle a la iglesia. Por ejemplo, en ningún lugar interpreta el diezmo del Antiguo Testamento como una pertenencia de la iglesia. Esto no quiere decir que Jesús establece la generosidad para el pobre como un aspecto en contra de la generosidad para la iglesia. En cambio, es un tema de énfasis. Deberíamos notar que dar dinero no es la única forma de ser generosos. Las personas también participan en el trabajo redentor de Dios al emplear de forma creativa sus habilidades, pasiones, relaciones y oraciones.