El reino de Dios se hace notar en el trabajo (Lucas 1-5)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

El trabajo de Dios (Lucas 1-2; 4)

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El sorprendente día de Zacarías en el trabajo (Lucas 1:8–25)

El Evangelio de Lucas comienza en un lugar de trabajo, lo que le da continuidad a la larga historia de apariciones de Yahweh en distintos lugares de trabajo (por ejemplo, Gn 2:19–20; Éx 3:1–5). Zacarías recibe la visita del ángel Gabriel en el día de trabajo más importante de su vida —el día en que fue escogido para servir en el lugar santo del templo de Jerusalén (Lc 1:8). Aunque puede que no acostumbremos considerar el templo como un lugar de trabajo, los sacerdotes y levitas allí trabajaban degollando los animales para el sacrificio (ya que estos no se suicidaban), cocinando, trabajando en conserjería, contabilidad y una gran variedad de otras actividades. El templo no era simplemente un centro religioso, era el centro de la vida económica y social de los judíos. A Zacarías le impacta profundamente su encuentro con el Señor y es incapaz de hablar hasta que ha dado testimonio de la verdad de la palabra de Dios.

El buen pastor se les aparece a los pastores (Lucas 2:8–20)

El próximo encuentro en un lugar de trabajo ocurre algunos kilómetros más adelante del templo. En la noche, un grupo de pastores que cuidan sus rebaños reciben la visita de un ángel que les anuncia el nacimiento de Jesús (Lc 2:9). Por lo general, a los pastores se les consideraba personas despreciables y las demás personas los miraban por encima del hombro. Sin embargo, Dios los mira con bondad. Como con Zacarías el sacerdote, Dios interrumpe la jornada de los pastores de una forma sorprendente. Lucas describe una realidad en la que un encuentro con el Señor no se reserva para los domingos, los retiros o los viajes misioneros. En vez de eso, cada momento aparece como un momento potencial en el que Dios se puede revelar. El trabajo pesado del día puede llegar a embotar nuestros sentidos espirituales, como en la generación de Lot, quienes “comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, construían”, una rutina que los cegaba al juicio venidero sobre su ciudad (Lc 17:28–30).[1] Pero Dios es capaz de irrumpir en medio de la vida cotidiana con Su bondad y Su gloria.

La descripción del cargo de Jesús: rey (Lucas 1:26–56; 4:14–22)

Si parece extraño que Dios anuncie Su plan para salvar al mundo en medio de dos lugares de trabajo, puede parecer incluso más extraño que presente a Jesús con una descripción de Su cargo. Pero lo hace, cuando el ángel Gabriel le dice a María que va a dar a luz a un hijo: “Este será grande y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de Su padre David; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y Su reino no tendrá fin” (Lc 1:32–33).

Aunque tal vez no estemos acostumbrados a pensar que el cargo de Jesús es “rey de Israel”, este es en definitiva Su trabajo de acuerdo con el Evangelio de Lucas. Aquí se presentan los detalles de Su función como rey: realizar actos poderosos, dispersar a los orgullosos, quitar a los poderosos de sus tronos, exaltar a los humildes, darle cosas buenas al que no tiene, despedir a los ricos con las manos vacías, ayudar a Israel y mostrarle misericordia a los descendientes de Abraham (Lc 1:51–55). Estos famosos versículos, conocidos como Magníficat, presentan a Jesús como un rey que ejerce el poder económico, político e incluso tal vez el militar. A diferencia de los reyes corruptos del mundo caído, Él usa Su poder para el beneficio de Sus súbditos más vulnerables. Él no se congracia con los poderosos y con los que tienen buenas relaciones con personas importantes con el fin de fortalecer Su dinastía. Él no oprime a Su pueblo ni les cobra impuestos para pagar hábitos lujosos, sino que establece un reino gobernado apropiadamente en donde la tierra produce cosas buenas para todos, seguridad para el pueblo de Dios y misericordia para aquellos que se arrepienten del mal que han hecho. Él es el rey que Israel nunca ha tenido.

Más adelante, Jesús confirma esta descripción de Su cargo cuando aplica para Sí mismo Isaías 61:1–2: “El Espíritu del Señor está sobre Mí, porque me ha ungido para anunciar el evangelio a los pobres. Me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos, y la recuperación de la vista a los ciegos; para poner en libertad a los oprimidos; para proclamar el año favorable del Señor” (Lc 4:18–19). Estas son tareas políticas y gubernamentales. Por tanto, al menos en Lucas, la ocupación de Jesús está relacionada más de cerca con el trabajo político del presente que con las profesiones actuales de pastoreo o religiosas.[2] Jesús es bastante respetuoso con los sacerdotes y con su rol especial en la disposición de Dios, pero no se identifica primordialmente como uno de ellos (Lc 5:14; 17:14).

Las tareas que Jesús se atribuye a Sí mismo benefician a las personas que tienen necesidades. A diferencia de los gobernantes del mundo caído, Él gobierna a favor de los pobres, prisioneros, ciegos, oprimidos y los que han quedado en deuda (cuyas tierras se les regresan durante el año del jubileo; ver Lv 25:8–13). Pero no solo se interesa por los que tienen necesidades desesperadas, sino también las personas en todos los rangos y condiciones, como veremos más adelante. Sin embargo, Su interés por los pobres, los que sufren y los vulnerables lo distingue claramente de los gobernadores a los que ha venido a reemplazar.

Fíjese también en los hombres de la parábola que rechazan la invitación al banquete de bodas porque necesitan ver un terreno (Lc 14:18) y unos bueyes (Lc 14:19) que compraron recientemente. En vez de estar disponibles para encontrar a Dios en su trabajo, usan el trabajo como un medio para rehuir a Dios.

Incluso los libros que llaman a Jesús la “cabeza de la iglesia” —es decir, Efesios (4:15, 5:23) y Colosenses (1:18)— también se refieren a Él como la “cabeza sobre todas las cosas” (Ef 1:22) y la “cabeza sobre todo poder y autoridad” (Col 2:10). Cristo es el jefe de Estado, la cabeza de todas las cosas —o lo será, cuando se complete la redención del mundo— de las cuales la iglesia es una parte especial.

Jesús llama a las personas al trabajo (Lucas 5:1-11; 27-32)

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En dos ocasiones, Jesús va a los lugares de trabajo de ciertas personas a pedirles que lo sigan. El primero es cuando logra que algunos pescadores interrumpan su trabajo y le permitan usar su bote como tarima. Luego de esto, les da algunos consejos excelentes de pesca y de repente los llama a convertirse en Sus primeros discípulos (Lc 5:1–11). El segundo es cuando llama a Leví, quien está trabajando en la recaudación de impuestos (Lc 5:27–32). Estas personas son llamadas a seguir a Jesús y dejar sus profesiones. Tendemos a considerarlos como trabajadores eclesiales de tiempo completo, pero una descripción más precisa sería “embajadores” de tiempo completo (2Co 5:20). Aunque estos individuos son llamados a una clase particular de trabajo en el reino de Jesús, Lucas no está diciendo que algunos llamados (por ejemplo, a ser predicador) sean más honrosos que otros (por ejemplo, ser pescador). Algunos de los seguidores de Jesús —como Pedro, Juan y Leví— lo siguen dejando su empleo (Lc 5:11), pero pronto conoceremos a otros —tales como María y Marta (Lc 10:38–41), otro recaudador de impuestos llamado Zaqueo (Lc 19:1–10) y un oficial militar romano (Lc 1–10)— que siguen a Jesús en su trabajo, demostrando que sus vidas han sido transformadas. En un caso particular (Lc 8:26–39), Jesús le ordena a una persona que no abandone su hogar para viajar con Él.

Los que viajan con Jesús, según parece, dejan el trabajo que les provee un salario y dependen de las donaciones para su provisión (Lc 9:1–6; 10:1–24). Esta no es una señal de que la mejor forma de ser discípulo es abandonar nuestro trabajo. Es cambio, es un llamado específico para esos individuos y un recordatorio de que toda nuestra provisión viene de Dios, incluso si Él nos provee comúnmente por medio de un empleo convencional. Existen muchas formas de seguir a Cristo en nuestras distintas ocupaciones. (Para más información acerca del llamado de Jesús a los discípulos, ver “Marcos 1:16–20” en “Marcos y el trabajo” y “Mateo 3–4” en “Mateo y el trabajo”).

Jesús no solamente se manifiesta en lugares de trabajo, sino que también los usa para contextualizar muchas de sus parábolas, incluyendo la de los retazos y los odres (Lc 5:36–39), los constructores sabios y necios (Lc 6:46–49), el sembrador (Lc 8:4–15), los siervos vigilantes (Lc 12:35–41), el siervo infiel (Lc 12:42–47), la semilla de mostaza (Lc 13:18–19), la levadura (Lc 13:20–21), la oveja perdida (Lc 15:1–7), la moneda perdida (Lc 15:8–10), el hijo pródigo (Lc 15:11–32) y los labradores malvados (Lc 20:9–19). Jesús recurre a los lugares de trabajo cuando quiere decir, “El reino de Dios es semejante a…” Por lo general, estos pasajes no tienen el propósito de enseñar sobre los lugares de trabajo en donde ocurren, aunque algunas veces sí proporcionan algunas pautas respecto al trabajo. En vez de eso, Jesús usa aspectos conocidos de lugares de trabajo principalmente para hacer observaciones acerca del reino de Dios que trascienden los contextos particulares de las parábolas. Esto indica que el trabajo común tiene una gran importancia y valor para Jesús, ya que de otra manera, no tendría sentido ilustrar el reino de Dios en términos laborales.

Juan el bautista enseña acerca de la ética laboral (Lucas 3:8-14)

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Gran parte del libro de Lucas presenta la enseñanza de Jesús. Casualmente, la primera enseñanza en Lucas se trata directamente del trabajo, aunque viene de Juan el bautista y no de Jesús. Juan exhorta a su audiencia a dar “frutos dignos de arrepentimiento” (Lc 3:8) para que no tengan que enfrentar juicio. Cuando le preguntan específicamente, “¿qué, pues, haremos?” (Lc 3:10, 12, 14), Juan responde en términos económicos, no religiosos. Primero, les dice a aquellos que tienen abundancia de posesiones (dos túnicas o abundante alimento) que compartan con los que no tienen nada (Lc 3:10). Luego les da instrucciones relacionadas directamente con su trabajo a los recaudadores de impuestos y a los soldados. Los recaudadores de impuestos debían cobrar solamente lo que se les exige, en vez de agrandar la factura fiscal y guardarse la diferencia. Los soldados no debían usar su poder para extorsionar y acusar falsamente a otros y debían estar contentos con su sueldo (Lc 3:13–14).

Cuando Juan les dice a los recaudadores de impuestos, “No exijáis más de lo que se os ha ordenado” (Lc 3:13), le estaba hablando de forma drástica a una profesión marcada por la injusticia arraigada y sistémica. Los impuestos en toda Palestina se recogían por medio de un sistema de “agricultura tributaria” en el que los gobernadores y otros oficiales de alto rango delegaban el derecho de cobrar impuestos en sus jurisdicciones.[1] Con el fin de ganar un contrato, un recaudador potencial de impuestos debía acceder a darle al oficial cierta cantidad más allá del impuesto romano real. De igual manera, la ganancia de los recaudadores de impuestos era lo que cobraban por encima de lo que les entregaban a los oficiales gubernamentales. Ya que el pueblo no tenía forma de saber cuál era el impuesto romano real, tenían que pagar la cantidad que el recaudador de impuestos les cobrara. Habría sido difícil resistir la tentación de enriquecerse y casi imposible ganar concursos sin ofrecer grandes ganancias a los oficiales del gobierno.

Note que Juan no les ofrece la opción de dejar de ser recaudadores de impuestos. Esta situación es similar a la de aquellos que Lucas llama “soldados”. Es probable que estos no sean soldados romanos disciplinados sino empleados de Herodes, quien en esa época reinaba sobre Galilea como un rey cliente de Roma. Los soldados de Herodes podían usar su autoridad para intimidar, extorsionar y asegurar su propio beneficio, y fue lo que hicieron. La instrucción de Juan a estos trabajadores es que traigan justicia a un sistema que ha sido profundamente marcado por la injusticia. No debemos subestimar la dificultad que esto representaba. Tener la ciudadanía del reino de Dios mientras se vive bajo el reino de los reyes del mundo caído puede ser peligroso y difícil.

John Nolland, Luke 1–9:20 [Lucas 1–9:20], vol. 35a, Word Biblical Commentary [Comentario bíblico de la Palabra] (Nashville: Thomas Nelson, 1989), 150: “Los recaudadores de impuestos tenían que trabajar en un contexto social con estructuras definidas por sobornos y corrupción. El recaudador de impuestos honesto enfrentaba problemas semejantes a los que enfrenta hoy un hombre de negocios que busca actuar sin corrupción en relación con las burocracias de ciertos países”. Robert H. Stein, Luke [Lucas] (Nashville: Broadman, 1992), 134: “Es probable que estos no fueran soldados romanos sino judíos contratados por Herodes Antipas (comparar con Josefo, Antigüedades judías 18.5.1 [18.113]), tal vez para ayudar a los recaudadores de impuestos en sus tareas. A los soldados… [Jesús] no les exigía que renunciaran, sino que evitaran los pecados inherentes a su profesión, es decir, la intimidación violenta (‘la extorsión’), el robo por medio de la acusación falsa y la insatisfacción con los salarios (o tal vez ‘raciones’).”

Jesús es tentado a dejar de servir a Dios (Lucas 4:1-13)

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Justo antes de que Jesús comenzara Su trabajo como rey, Satanás lo tienta para que deje de serle fiel a Dios. Jesús va al desierto, en donde ayuna por cuarenta días (Lc 4:2), y enfrenta las mismas tentaciones que enfrentó el pueblo de Israel en el desierto del Sinaí. (Todas las respuestas que Jesús le da a Satanás son tomadas de Deuteronomio 6–8, que cuenta la historia de Israel en el desierto). Primero, es tentado a confiar en Su propio poder para suplir Sus necesidades, en vez de confiar en la provisión de Dios (Lc 4:1–3; Dt 8:3; 17–20): “Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan” (Lc 4:3). Segundo, es tentado a desviar Su lealtad hacia alguien (Satanás) que le puede proporcionar atajos hacia el poder y la gloria (Lc 4:5–8; Dt 6:13; 7:1–26): “Si te postras delante de mí, todo será Tuyo”. Tercero, es tentado a cuestionar si Dios realmente está con Él y por tanto, a tratar de forzar la mano de Dios en desesperación (Lc 4:9–12; Dt 6:16–25): “Si eres Hijo de Dios, lánzate abajo desde aquí” (el templo). A diferencia de Israel, Jesús resiste estas tentaciones con la ayuda de la palabra de Dios. Él es lo que el pueblo de Israel debió ser —así como Adán y Eva antes de ellos—, pero nunca fue.

Como paralelos de las tentaciones de Israel en Deuteronomio 6–8, estas tentaciones no solo las tuvo Jesús. Él las experimenta así como nosotros las experimentamos. “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino Uno que ha sido tentado en todo como nosotros, pero sin pecado” (Heb 4:15). Como Israel y como Jesús, también podemos esperar ser tentados, en el trabajo y en todos los aspectos de la vida.

La tentación de trabajar solamente para suplir nuestras propias necesidades es muy grande en el trabajo. El trabajo está diseñado para satisfacer nuestras necesidades (2Ts 3:10), pero no solo para satisfacer nuestras necesidades. Nuestro trabajo también tiene el propósito de servir a otros. A diferencia de Jesús, no tenemos la opción de autoservicio por medio de los milagros, pero podemos ser tentados a trabajar solo lo suficiente para recibir el sueldo, renunciar cuando las cosas se pongan difíciles, evadir nuestra parte de la carga o ignorar la carga que otras personas deben llevar por culpa de nuestros hábitos deficientes de trabajo. La tentación de tomar atajos también es grande en el campo laboral.

La tentación de dudar de la presencia y el poder de Dios en nuestro trabajo puede ser la más grande de todas estas tentaciones. Jesús fue tentado a probar a Dios forzándolo a actuar. Nosotros hacemos lo mismo cuando nos volvemos perezosos o necios y esperamos que Dios nos cuide. Ocasionalmente, esto ocurre cuando alguien resuelve que Dios lo ha llamado a alguna profesión o posición y después se sienta a esperar que Dios lo haga realidad. Pero es probable que estemos más tentados a dejar de creer en la presencia y el poder de Dios en nuestro trabajo. Puede que pensemos que nuestro trabajo no significa nada para Dios o que a Dios solo le interesa nuestra vida en la iglesia o que no podemos orar por la ayuda de Dios para las actividades laborales del día a día. Jesús estaba convencido de la participación de Dios en Su trabajo todos los días, pero no exigió que Dios hiciera el trabajo por Él.

Todo el episodio comienza cuando el Espíritu de Dios guía a Jesús a que ayune cuarenta días en el desierto. En ese entonces, igual que ahora, ayunar e ir a un retiro era una forma de acercarse a Dios antes de hacer un cambio importante en la vida. Jesús estaba a punto de comenzar Su trabajo como rey y antes deseaba recibir el poder, la sabiduría y la presencia de Dios. Y lo logró. Cuando Satanás tentó a Jesús, Él había pasado cuarenta días en el Espíritu de Dios. Estaba totalmente preparado para resistir. Sin embargo, Su ayuno también hizo que la tentación fuera más intensa: “tuvo hambre” (Lc 4:2). A menudo, la tentación viene sobre nosotros más pronto de lo que esperamos, incluso al comienzo de nuestras vidas laborales. Puede que estemos tentados a participar en un complot para volvernos ricos rápidamente, en vez de comenzar en el peldaño más bajo en una profesión genuinamente productiva. Puede que enfrentemos nuestra propia debilidad por primera vez y que seamos tentados a compensar por medio del engaño, el matoneo o la trampa. Tal vez pensamos que no podemos obtener el trabajo que deseamos con nuestras habilidades, así que somos tentados a mostrarnos de una forma poco precisa o a mentir respecto a nuestras competencias. Podemos tomar una posición lucrativa pero insatisfactoria “solo por algunos años, hasta que tenga una situación estable”, con la idea de que más adelante haremos algo que esté más acorde con nuestro llamado.

La preparación es la clave para vencer la tentación. Por lo general, la tentación viene sin advertencia. Puede que le hayan ordenado presentar un reporte falso. Le ofrecen información confidencial hoy que será de conocimiento público mañana. Puede tener una oportunidad repentina de tomar algo que no es suyo gracias a una puerta sin seguro. La presión para unirse al chisme sobre un compañero de trabajo puede surgir de repente durante el almuerzo. La mejor preparación es imaginar con anterioridad escenarios posibles y, en oración, planear cómo responder, tal vez incluso escribirlo junto con las respuestas como un compromiso hacia Dios. Otra forma de protegerse es contando con un grupo de personas con las que tenga una relación estrecha, a quienes pueda llamar pronto para discutir su tentación. Si logra hablar con ellos antes de actuar, le pueden ayudar a atravesar la tentación. Jesús, estando en comunión con Su Padre en el poder del Espíritu Santo, enfrentó las tentaciones con el apoyo de Su comunidad —lo que denominamos la Trinidad.

Nuestras tentaciones no son idénticas a las de Jesús, a pesar de que sean bastante similares. Todos tenemos nuestras propias tentaciones, grandes y pequeñas, dependiendo de quiénes somos, nuestras circunstancias y la naturaleza de nuestro trabajo. Ninguno de nosotros es el Hijo de Dios, pero la forma en la que respondemos a la tentación tiene consecuencias trascendentales en la vida. Imagine las consecuencias si Jesús se hubiera desviado de Su llamado como el rey de Dios y se hubiera pasado la vida acumulando lujos para Sí mismo, haciendo lo que deseaba el maligno o que se hubiera sentado a esperar que el Padre hiciera Su trabajo por Él.