Conclusión de Lucas

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

El Evangelio de Lucas es la historia de la llegada del reino de Dios a la tierra en la persona de Jesucristo. Como el verdadero rey del mundo, Cristo es tanto el gobernante a quien le debemos nuestra lealtad, como el modelo para la manera en la que debemos ejercer cualquier clase de autoridad que tengamos en la vida.

Como gobernante, Él nos da un gran mandamiento que se divide en dos partes: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu fuerza, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo… Haz esto y vivirás” (Lc 10:27–28). En un sentido, este mandamiento no es nada nuevo, sino que es simplemente un resumen de la ley de Moisés. Lo que es nuevo es que la encarnación de Dios en la persona de Jesús ha inaugurado el reino que se basa en esta ley. Desde el comienzo, el propósito de Dios era que la humanidad viviera en este reino, pero desde el momento en el que Adán y Eva pecaron, las personas han vivido en el reino del mal y la oscuridad. Jesús ha venido a recuperar la tierra para que vuelva a ser el reino de Dios y a crear una comunidad del pueblo de Dios que viva según Su gobierno, incluso mientras el reino de la oscuridad conserva gran parte de su dominio. La respuesta básica de aquellos que se convierten en ciudadanos del reino de Dios es vivir toda su vida —incluyendo el aspecto laboral— en la búsqueda de los propósitos del reino y de acuerdo con sus caminos.

Como nuestro ejemplo a seguir, Jesús nos enseña estos propósitos y caminos. Nos llama a trabajar en tareas tales como la sanación, la proclamación, la justicia, el poder, el liderazgo, la productividad y la provisión, la inversión, el gobierno, la generosidad y la hospitalidad. Envía el Espíritu de Dios para darnos todo lo que necesitamos para cumplir con nuestros llamados específicos. Promete proveer para nosotros. Demanda que proveamos para los demás y por tanto, sugiere que usualmente Su provisión para nosotros vendrá por medio de personas que trabajan a nuestro favor. Nos advierte sobre la trampa de buscar la autosuficiencia por medio de la riqueza y nos enseña que la mejor manera de evitar esa trampa es usar nuestra riqueza para fomentar la relación con Dios y con otras personas. Cuando los conflictos surgen en nuestras relaciones, nos enseña cómo resolverlos para que conduzcan a la justicia y la reconciliación. Ante todo, enseña que la ciudadanía del reino de Dios implica trabajar como siervo de Dios y de las personas. Su sacrificio en la cruz sirve como el modelo supremo del liderazgo de un siervo y Su resurrección al trono del reino de Dios confirma y establece para siempre el amor activo a nuestro prójimo como el camino de la vida eterna.