Trabajar de una forma digna (Filipenses 1:27 - 2:11)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Ya que nuestro trabajo es en realidad la obra de Dios en nosotros, nuestro trabajo debería ser digno, así como la obra de Dios. Pero, aparentemente, podemos entorpecer la obra de Dios en nosotros porque Pablo exhorta, “comportaos de una manera digna del evangelio de Cristo” (Fil 1:27). Su tema es la vida en general y no hay razón para creer que el trabajo se excluye de este exhortación. Él da tres mandatos en particular:

  1. Sean “del mismo sentir” (Fil 2:2).
  2. “Nada hagáis por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de vosotros considere al otro como más importante que a sí mismo” (Fil 2:3).
  3. “No busque cada uno su propio interés, sino cada cual también el de los demás” (Fil 2:4, RVC).

De nuevo, podemos trabajar de acuerdo con estos mandatos solo porque nuestro trabajo en realidad es la obra de Dios en nosotros. Esta vez, Pablo lo dice en un pasaje hermoso que con frecuencia se llama el “himno a Cristo” (Fil 2:6–11). Él dice que Jesús, “no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a Sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló a Sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil 2:6–8). Por tanto, el trabajo de Dios en nosotros —específicamente la obra de Cristo en nosotros— siempre se hace humildemente con otros, para el beneficio de otros, incluso si esto requiere sacrificio.

Sean “del mismo sentir” (Filipenses 2:2)

El primero de los tres mandamientos, ser “del mismo sentir”, se les da a los cristianos como un cuerpo. No deberíamos esperar que aplique para el lugar de trabajo secular. De hecho, no siempre queremos tener el mismo sentir que los demás en nuestro trabajo (Ro 12:2). Sin embargo, en muchos lugares de trabajo, hay más de un cristiano. Deberíamos esforzarnos por tener el mismo sentir que los demás cristianos que trabajan con nosotros. Tristemente, esto puede ser muy difícil. En la iglesia nos segregamos en comunidades en las que generalmente estamos de acuerdo en temas bíblicos, teológicos, morales, espirituales e incluso culturales. En el trabajo no tenemos ese lujo. Podemos compartir el lugar de trabajo con otros cristianos con quienes no estamos de acuerdo en cuanto a esos temas. Según nuestro propio juicio, puede que incluso sea difícil reconocer como cristianos a algunos que afirman serlo.

Este es un enorme impedimento tanto para nuestro testimonio como cristianos como para nuestra eficacia como compañeros de trabajo. ¿Qué piensan nuestros colegas no cristianos sobre nuestro Señor —y sobre nosotros— si nos la llevamos peor entre nosotros que con los no creyentes? Al menos, debemos tratar de identificar a otros cristianos en nuestro trabajo y aprender acerca de sus creencias y prácticas. Puede que no estemos de acuerdo incluso en temas de gran importancia, pero es un mejor testimonio mostrar respeto mutuo y no tratar a otros que se llaman cristianos con desdén o de forma pendenciera. Al menos deberíamos dejar de lado nuestras diferencias lo suficiente como para hacer un trabajo excelente juntos, si realmente creemos que nuestro trabajo en verdad le importa a Dios.

Tener la misma mente de Cristo significa “tener el mismo amor” de Cristo (Fil 2:2). Cristo nos amó al punto de la muerte (Fil 2:8) y debemos tener el mismo amor que Él tuvo (Fil 2:5). Esto permite que tengamos algo en común no solo con otros creyentes, sino también con no creyentes en nuestros lugares de trabajo: ¡los amamos! Todos en el trabajo pueden estar de acuerdo con nosotros en que debemos hacer un trabajo que les beneficie. Si un cristiano dice, “mi trabajo es servirte”, ¿quién va a estar en desacuerdo?

“Nada hagáis por egoísmo o por vanagloria” (Fil 2:3)

Ver a los demás como mejores que nosotros mismos es la mentalidad de los que tenemos la mente de Cristo (Fil 2:3). Nuestra humildad está diseñada para ofrecerse a todas las personas a nuestro alrededor, no solo a los cristianos, así como la muerte de Jesús en la cruz —el acto supremo de humildad— fue por los pecadores y no por los justos (Lc 5:32; Ro 5:8; 1Ti 1:15).

En el trabajo hay oportunidades ilimitadas para servir con humildad. Usted puede ser generoso en darle crédito a otros por los logros y ser tacaño en culparlos por las fallas. Puede escuchar lo que alguien está diciendo en vez de pensar con anterioridad su respuesta. Puede intentar con la idea de otra persona en vez de insistir que las cosas se hagan a su manera. Puede renunciar a su envidia por el ascenso o el salario mayor de otra persona, o si no lo logra, puede entregarle a Dios su envidia en oración en vez de orar por sus compañeros ese día durante el almuerzo.

Por otro lado, los lugares de trabajo ofrecen oportunidades ilimitadas para el interés personal. Como hemos visto, la ambición —incluso la competencia— no es necesariamente mala (Ro 15:20; 1Co 9:24; 1Ti 2:5), lo que sí es malo es fomentar de forma injusta los planes propios. Eso lo obliga a considerarse a usted mismo de una forma incorrecta y exagerada (“vanagloria”), lo que lo posiciona en una tierra de fantasía mucho más remota en donde no puede ser eficaz ni en el trabajo ni en la fe. Hay dos antídotos. Primero, asegúrese de que su éxito dependa de y contribuya al éxito de los demás. Esto significa por lo general trabajar de forma genuina en equipo con otros en su lugar de trabajo. Segundo, busque continuamente una retroalimentación correcta sobre usted mismo y su desempeño. Puede encontrar que su desempeño en efecto es excelente, pero si lo escucha de fuentes fiables, no es vanagloria. El simple hecho de aceptar la retroalimentación de otros es una forma de humildad, ya que usted subordina su autoimagen a la imagen que ellos tienen de usted. Evidentemente, esto es útil solo si encuentra fuentes de retroalimentación fiables. Someter su autoimagen a las personas que abusarían de usted o lo engañarían en realidad no es humildad. Incluso Jesús cuando sometió Su cuerpo al abuso en la cruz, mantuvo un juicio correcto sobre Sí mismo (Lc 23:43).

“No busque cada uno su propio interés, sino cada cual también el de los demás” (Filipenses 2:4, RVC)

De los tres mandatos, este puede ser el más difícil de conciliar con nuestros roles en el lugar de trabajo. Vamos al trabajo —al menos en parte— para suplir nuestras necesidades. Entonces, ¿cómo podemos hacer que tenga sentido no buscar nuestros propios intereses? Pablo no lo dice. Sin embargo, debemos recordar que está hablándole a una comunidad de personas a las que les dice, “no busque cada uno su propio interés, sino cada cual también el de los demás” (Fil 2:4). Tal vez espera que si todos dejan de buscar sus necesidades individuales y comienzan a buscar las necesidades de toda la comunidad, entonces las necesidades de todos serán satisfechas. Esto es consistente con la analogía del cuerpo que Pablo usa en 1 Corintios 12 y en otras partes. El ojo no satisface su necesidad de transportarse, sino que depende de los pies para eso. Entonces cada órgano actúa para el bien del cuerpo, aunque así se satisface su propia necesidad.

En circunstancias ideales, esto podría funcionar para un grupo unido, tal vez una iglesia conformada por miembros que están altamente comprometidos. Pero, ¿esto está diseñado para aplicarse en un lugar de trabajo que no sea la iglesia? ¿Pablo quiere decirnos que busquemos los intereses de nuestros compañeros de trabajo, clientes, jefes, subordinados, proveedores y muchos otros a nuestro alrededor, en vez de nuestros propios intereses? De nuevo, debemos acudir a Filipenses 2:8, en donde Pablo presenta a Cristo en la cruz como nuestro modelo, velando por los intereses de los pecadores y no los Suyos. Él vivió este principio para todo el mundo, no solo la iglesia, y así debemos hacerlo nosotros. Y Pablo es claro en que las consecuencias para nosotros incluyen el sufrimiento y la pérdida, incluso tal vez la muerte. “Todo lo que para mí era ganancia, lo he estimado como pérdida por amor de Cristo”. No podemos leer Filipenses 2 y ¡deshacernos del deber de buscar los intereses de otros en el trabajo en vez de los nuestros.