Gálatas, Efesios, Filipenses y el trabajo

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Gálatas, Efesios, Filipenses y el trabajo

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Gálatas, Efesios y Filipenses son tres libros cortos pero sustanciosos, los cuales hacen parte de las cartas de Pablo en el Nuevo Testamento. Debido a su brevedad, combinamos en un solo capítulo su contribución a la teología del trabajo. Sin embargo, las tres cartas tienen temas distintos, por lo que estudiaremos cada carta por separado.

Gálatas y el trabajo

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Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; sólo que no uséis la libertad como pretexto para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros. (Gá 5:13)

Introducción a Gálatas

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¿Cómo vivimos los que creemos en Jesucristo? Si la vida cristiana comienza cuando ponemos nuestra fe en Cristo como Salvador y Señor, ¿cómo expresamos esta fe en nuestra vida diaria, incluyendo nuestro trabajo?

Para muchos de nosotros, la respuesta a estas preguntas se basa en hacer que nuestro comportamiento coincida con ciertas reglas básicas. Entonces, por ejemplo, cuando se trata del trabajo podríamos adoptar la siguiente lista de cosas por hacer: (1) ser respetuosos con los colegas; (2) no usar un lenguaje inapropiado; (3) no chismear; (4) tomar decisiones basadas en valores bíblicos; y (5) hablar de la fe en Cristo si es posible. Aunque fácilmente esta lista podría ser mucho más larga, es una guía útil que refleja prioridades bíblicas.

No obstante, una lista como esta puede representar un peligro para los cristianos, ya sea en el trabajo o en cualquier otro lugar. Es el peligro del legalismo, de hacer de la vida cristiana un conjunto de reglas, en vez de una respuesta libre a la gracia de Dios en Cristo y una red de relaciones centradas en Él. Además, comúnmente, los que toman la vida cristiana de una forma legalista tienden a agregar a su lista cosas que no son esenciales y tal vez ni siquiera correctas.

Pablo y los gálatas

Esto es exactamente lo que ocurrió con los creyentes en Galacia a mediados del primer siglo. Como respuesta a la predicación del apóstol Pablo, habían puesto su fe en Cristo y comenzaron a vivir como cristianos. Pero poco tiempo después comenzaron a vivir de acuerdo con una lista de cosas por hacer y no hacer. En este esfuerzo, los gálatas fueron influenciados por personas externas que decían ser cristianas e insistían en que la vida cristiana demandaba guardar la ley de Moisés, como lo veían algunas escuelas de pensamiento contemporáneas. En particular, estos “judaizantes” estaban incitando a los gálatas a vivir como judíos en cuanto a la circuncisión (Gá 5:2–12) y la ley ceremonial (Gá 4:10).

Pablo escribió la carta que llamamos “Gálatas” para hacer que los cristianos en Galacia volvieran al camino correcto. Aunque no abordó temas de trabajo directamente, sus instrucciones básicas para la vida cristiana tienen mucho que decir respecto a nuestro interés en la fe y el trabajo. Además, Gálatas contiene metáforas relacionadas con el trabajo, especialmente con la práctica de la esclavitud del primer siglo. De acuerdo con Pablo, los cristianos deben vivir en libertad, no en esclavitud a la ley de Moisés y otros poderes terrenales (Gá 4:1–11). Sin embargo, irónicamente, los que echan mano de su libertad en Cristo deberían decidir “servirse por amor los unos a los otros” (Gá 5:13).

Casi de forma unánime, los eruditos bíblicos están de acuerdo en que el apóstol Pablo escribió Gálatas para un grupo de iglesias en la provincia romana de Galacia, en lo que hoy es Turquía central, en algún momento entre los años 49 y 58 d. C.[1] Pablo les estaba escribiendo a las iglesias que había fundado luego de haber predicado las buenas nuevas de Jesucristo. Estas iglesias existían en un ambiente cultural y religioso diverso y habían sido influenciadas recientemente por judaizantes (cristianos judíos que argumentaban que los cristianos debían guardar toda la ley si querían experimentar la vida cristiana en toda su plenitud).

En su respuesta a los gálatas y a los judaizantes que los estaban corrompiendo, Pablo hace énfasis en la libertad que tenemos en Cristo. Cuando lo aplicamos al trabajo, Gálatas nos ayuda a entender y hacer nuestra labor con la libertad que es un aspecto esencial del evangelio de Jesucristo.

Después de presentarse, Pablo saluda a los gálatas refiriéndose a Cristo como el “que se dio a Sí mismo por nuestros pecados para librarnos de este presente siglo malo” (Gá 1:3). De este modo introduce el tema de la libertad, que es fundamental en la carta a los gálatas y para la vida como creyentes en Jesús.

Ver Richard N. Longenecker, Galatians [Gálatas], vol. 41 del Word Biblical Commentary [Comentario bíblico de la Palabra] (Waco, TX: Word, 1990), lxxiii–lxxxvii.

Entender la vida en Cristo (Gálatas 1:6 - 4:31)

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Pablo inicia identificando el problema entre los gálatas. Decidieron “seguir un evangelio diferente” (Gá 1:6). Este “evangelio” les manda a los gentiles “vivir como judíos” (Gá 2:14). Para mostrar que este “evangelio” en realidad no es un evangelio en absoluto —es decir, no son buenas noticias—, Pablo presenta varios argumentos, incluyendo su autobiografía (Gá 1:10–2:21), el recibimiento del Espíritu por medio de la fe (Gá 3:1–5), la descendencia de Abraham por medio de la fe (Gá 3:6–29), la analogía de los esclavos y los hijos (Gá 4:1–11), una petición personal y emocional (Gá 4:12–20), y la alegoría de la mujer esclava y la mujer libre (Gá 4:21–31).

En varios puntos de su explicación de la vida cristiana en los capítulos 1–4, Pablo usa el lenguaje y las imágenes de la servidumbre (esclavitud) para fortalecer su perspectiva de la vida en Cristo. Por medio de su fe en Cristo, los gálatas han sido liberados de la esclavitud, que en Gálatas significa principalmente la ausencia de libertad. “Ya no eres siervo, sino hijo” (Gá 4:7). Su deseo de cumplir la ley de Moisés en vez de depender de su fe es, en efecto, un regreso sin sentido al cautiverio de la esclavitud (Gá 4:8–10). Incluso la ley de Moisés, cuando se entiende apropiadamente, exalta la libertad por encima de la esclavitud a la misma ley (Gá 4:21–31).

Entonces, vemos que Pablo usa imágenes del trabajo (la esclavitud) para ilustrar un concepto espiritual acerca del legalismo religioso, y dicho concepto aplica directamente para el trabajo mismo. Un trabajo legalista —en el que los jefes tratan de controlar cada movimiento, cada palabra y cada pensamiento que tienen los empleados— va en contra de la libertad en Cristo. Los trabajadores de todo tipo deben obedecer a sus superiores. Y las organizaciones de todo tipo deben darle libertad a sus trabajadores de una forma compatible con las verdaderas necesidades del trabajo.

Vivir en Cristo (Gálatas 5 - 6)

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Gálatas 5:1 es el punto culminante de los primeros cuatro capítulos, el cual presenta un llamado enérgico a la libertad. “Para libertad fue que Cristo nos hizo libres; por tanto, permaneced firmes, y no os sometáis otra vez al yugo de esclavitud”. Esto no significa que los cristianos deben hacer todo lo que se les antoje, gratificar sus propios deseos pecaminosos y dejar de lado a los que están a su alrededor. Por el contrario, Pablo explica, “Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; sólo que no uséis la libertad como pretexto para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros” (Gá 5:13). En Cristo, los cristianos somos libres de la esclavitud a este mundo y su poder, lo que incluye la ley de Moisés. Sin embargo, en esta libertad, debemos escoger por amor servirnos los unos a los otros con humildad. Tal “esclavitud” no es estar en cautiverio, sino ejercer de una forma paradójica la verdadera libertad en Cristo.

Vivir en el Espíritu (Gálatas 5:13-23)

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El Espíritu de Dios, que recibimos los cristianos cuando creemos en las buenas nuevas de Cristo (Gá 3:2–5), nos ayuda a vivir nuestra fe todos los días (Gá 5:16). Los que “andan por el Espíritu” rechazan y están a salvo del “deseo de la carne”, que incluye “inmoralidad, impureza, sensualidad, idolatría, hechicería, enemistades, pleitos, celos, enojos, rivalidades, disensiones, sectarismos, envidias, borracheras, orgías y cosas semejantes” (Gá 5:19–21). Algunas partes de esta lista evocan en gran manera la vida en muchos lugares de trabajo, como por ejemplo los pleitos, celos, enojos, rivalidades, disensiones, sectarismos y envidia. Incluso las prácticas aparentemente religiosas, tales como la idolatría y la hechicería, se manifiestan de formas reales en el lugar de trabajo. Si somos llamados a vivir en el Espíritu, somos llamados a vivir en el Espíritu en el trabajo.

Pablo nos advierte específicamente que no debemos usar la libertad como “un pretexto para la carne” (Gá 5:13). En cambio, nos insta, “servíos por amor los unos a los otros”. En el trabajo, esto significa que debemos ayudar a nuestros compañeros incluso cuando sean nuestra competencia o estemos en desacuerdo con ellos. Debemos enfrentar y corregir nuestros celos, enojo, rivalidades, disensiones, sectarismos y envidia (ver Mt 18:15–17) de una forma justa, en vez de alimentar el resentimiento. Debemos crear productos y servicios que sobrepasen las expectativas legítimas de nuestros clientes, porque un verdadero siervo busca lo mejor para la persona a la que sirve, no simplemente lo que es adecuado.

Sin embargo, el Espíritu de Dios no es solo un detractor divino que nos evita problemas. En cambio, el Espíritu que trabaja en los creyentes produce nuevas actitudes y acciones. En agricultura, la fruta es el resultado delicioso del crecimiento y cultivo a largo plazo. La metáfora “fruto del Espíritu” indica que a Dios le interesa la clase de personas en las que nos estamos convirtiendo, no solamente lo que estamos haciendo hoy. Debemos cultivar “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio” (Gá 5:22–23) durante toda la vida. No hay razón para creer que este fruto está diseñado solamente para las relaciones entre cristianos en nuestras iglesias y familias. Por el contrario, así como debemos ser guiados por el Espíritu en todas las áreas de la vida, también debemos demostrar el fruto del Espíritu en cualquier lugar en donde estemos, incluyendo el lugar en donde trabajamos. La paciencia en el trabajo, por ejemplo, no se refiere a ser indeciso o no actuar rápidamente en temas de negocios. En cambio, implica ser libres de la ansiedad que puede tentarnos a actuar antes del momento preciso, como por ejemplo al despedir a un empleado en un ataque de ira, regañar a un colega antes de escuchar su explicación, demandar una respuesta antes de que un estudiante tenga tiempo de considerarla, o cortar el cabello de un cliente antes de estar totalmente seguro de qué clase de corte quiere. Si creemos que el fruto del Espíritu tiene poco que ver con el trabajo, tal vez tenemos una idea reducida de lo que es en realidad este fruto.

Trabajar por el bien de otros (Gálatas 6:1-10)

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La primera parte de Gálatas 6 usa diferentes palabras relacionadas con el trabajo para enseñarle a los cristianos a cuidar a otros en formas tangibles. Los cristianos debemos ser generosos con los demás al llevar “los unos las cargas de los otros” (Gá 6:2). Sin embargo, para que no nos venza el orgullo y creamos que nuestro trabajo a favor de otros es una excusa para el mal desempeño, cada creyente debe examinar “su propia obra” y llevar “su propia carga” (Gá 6:4–5).

Pablo usa la analogía de la siembra y la cosecha para animar a los gálatas a enfocarse en la vida del Espíritu en vez de la carne (Gá 6:7–8). Sembrar en el Espíritu requiere un esfuerzo con propósito: “hagamos bien a todos según tengamos oportunidad, y especialmente a los de la familia de la fe” (Gá 6:10). Los cristianos debemos trabajar por el bien común y además, cuidar a los demás creyentes. Es seguro que, si nuestra responsabilidad es hacerle bien a otros, el trabajo es uno de los lugares en donde lo debemos poner en práctica.

El centro del evangelio (Gálatas 6:11-18)

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En sus observaciones finales, Pablo les recuerda a los gálatas que el centro del evangelio es la cruz de Cristo: “Pero jamás acontezca que yo me gloríe, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo ha sido crucificado para mí y yo para el mundo” (Gá 6:14).

Conclusión de Gálatas

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En su uso del lenguaje de la crucifixión al final del libro (Gá 6:14), Pablo hace eco de lo que había dicho antes en la carta: “Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a Sí mismo por mí” (Gá 2:20). La fe en Cristo no se trata solamente de creer ciertos hechos acerca de Su vida, muerte y resurrección, sino también morir con Él para que pueda vivir en nosotros. Esta realidad de “Cristo en nosotros” no desaparece cuando entramos a nuestras oficinas, bodegas, tiendas y salas de juntas. En cambio, nos exhorta y nos empodera para vivir para Cristo, en el poder del Espíritu, en todo momento y en todo lugar.

La vida cristiana se basa en la fe, pero la fe no es estar de acuerdo de forma pasiva con la verdad del evangelio. Más bien, en la experiencia diaria del cristiano, la fe se vuelve viva y activa. De acuerdo con Pablo, hasta se puede decir que la fe “trabaja por medio del amor” (Gá 5:6, PDT). Por tanto, la fe que trabaja en nuestras vidas revitaliza nuestros actos de amor, incluso mientras el Espíritu de Dios nos ayuda a ser más amorosos, tanto en corazón como en acción (Gá 5:22). Rechazamos la esclavitud de intentar justificarnos por medio de nuestras obras. Sin embargo, cuando abrazamos nuestra libertad en Cristo por medio de la fe, nuestro trabajo conduce al amor, el gozo, la paz, la paciencia, la benignidad, la bondad, la fidelidad, la mansedumbre y el dominio propio. Vemos nuestro trabajo como uno de los principales contextos en los que echamos mano de nuestra libertad en Cristo para amar a otros y hacerle bien a todos (Gá 6:10). Si no vemos el fruto de la fe en nuestros lugares de trabajo, no estamos permitiendo que Cristo domine una parte importante de nuestra vida.

Efesios y el trabajo

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Yo, pues, prisionero del Señor, os ruego que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados. (Ef 4:1)

Introducción a Efesios

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¿Cuál es el lugar de nuestro trabajo en el gran esquema de las cosas? ¿El trabajo es solo una actividad que necesitamos para salir adelante en la vida? ¿O también es un lugar en el que encontramos significado, sanación e integración personal?[1] ¿Nuestro trabajo tiene cabida en el cosmos de la creación de Dios? ¿Tiene algún significado junto al trabajo de Cristo de redimir el mundo?

La carta a los Efesios cuenta la historia del trabajo cósmico de Dios, comenzando antes de la creación del mundo, continuando con el trabajo de redención de Cristo y terminando con el presente y el futuro. Nos involucra en este trabajo tanto como observadores fascinados por la trama, como participantes activos en la obra de Dios.

Así, Efesios da una nueva perspectiva no solo sobre Dios, sino también sobre nosotros mismos. Nuestras vidas, acciones y ciertamente nuestro trabajo adquieren un nuevo significado. Vivimos de una forma diferente, adoramos diferente y trabajamos diferente debido a lo que Dios ha hecho y está haciendo en Cristo. Hacemos lo que hacemos con nuestra vida, incluyendo nuestra vida profesional, en respuesta a la obra salvadora de Dios y en cumplimiento de la misión que nos ha dado de cooperar con Él. Cada uno de nosotros ha sido llamado por Dios a participar en Su trabajo en el mundo (Ef 4:1).

La carta que conocemos como “Efesios” es similar y diferente a las otras cartas del Nuevo testamento que se le atribuyen al apóstol Pablo. Se asemeja sobre todo a Colosenses, con el que comparte temas, estructuras e incluso frases en común (Ef 6:21–22; Col 4:7–8).[2] Efesios se diferencia de las otras cartas de Pablo en su estilo más elocuente, su vocabulario distintivo y algunas de sus perspectivas teológicas. Además, no está tan orientado a alguna situación de la vida de una iglesia en particular, a diferencia de las otras cartas de Pablo.[3] En este comentario se asume que Pablo es el autor.

En vez de enfocarse en las necesidades de una congregación particular, la carta a los Efesios presenta una perspectiva teológica extensa sobre el trabajo de Dios en el universo y el papel central de la iglesia de Jesucristo dentro de ese trabajo. Cada creyente contribuye a este esfuerzo eclesial como alguien que ha sido “creado en Cristo Jesús para hacer buenas obras” (Ef 2:10) y que es esencial para el crecimiento y ministerio de la iglesia (Ef 4:15–16).

Ver, por ejemplo, Dan P. McAdams, The Redemptive Self: Stories Americans Live By [El yo redentor: historias que guían a los estadounidenses] (Nueva York: Oxford University Press, 2005); Donald E. Polkinghorne, Narrative Knowing and the Human Sciences [La narrativa y las ciencias humanas] (Albany: State University of New York, 1988).

Para un análisis de estos temas y sus implicaciones, ver Andrew T. Lincoln, Ephesians [Efesios], vol. 42 del Word Biblical Commentary [Comentario bíblico de la Palabra] (Nashville: Thomas Nelson, 1990), xlvii–lxxiv; “Ephesians, Letter to the” [Efesios, Carta a los] en Dictionary of Paul and His Letters [Diccionario de Pablo y sus cartas], eds. Gerald F. Hawthorne, Ralph P. Martin y Daniel G. Reid (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1993).

El gran plan de Dios: una mirada teológica (Efesios 1:1 - 3:21)

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La primera mitad de Efesios presenta la gran narrativa de la salvación de Dios de todo el cosmos. Incluso antes de “la fundación del mundo”, Dios nos escogió con Su gracia en Cristo para que tuviéramos una relación con Él y viviéramos Su propósito en el mundo (Ef 1:4–6). En el centro de este propósito, Dios va a “reunir todas las cosas en Cristo, tanto las que están en los cielos, como las que están en la tierra” (Ef 1:10). Para decirlo de otra forma, Dios restaurará todo el cosmos (que una vez fue estropeado por el pecado) bajo la autoridad de Cristo. El hecho de que Dios va a renovar Su creación, nos recuerda que este mundo —incluyendo las granjas, escuelas y corporaciones— es importante para Él y que no lo ha abandonado.

La obra restauradora de Dios, centrada en Cristo, involucra a los seres humanos tanto como receptores de la gracia de Dios como participantes de Su obra continua de restauración con gracia. Somos salvos por gracia por la fe, no por nuestras obras (Ef 2:8–9). Pero nuestras obras son vitales para Dios, “porque somos hechura Suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas” (Ef 2:10). Por tanto no somos salvos por obras sino para obras. Estas obras, que incluyen todo lo que hacemos, son una parte de la renovación de Dios de la creación. Así pues, nuestra actividad en el trabajo es un elemento crucial de lo que Dios ha preparado para que hagamos en cumplimiento de Su propósito para nosotros.

La iglesia es una figura prominente en el plan de Dios para volver a reunir el mundo en Cristo. Su muerte en la cruz no solo hizo posible nuestra salvación personal (Ef 2:4–7), sino que también reparó la brecha entre judíos y gentiles (Ef 2:13–18). Esta unidad entre los que antes eran enemigos es la representación de la obra unificadora de Dios. Por tanto, la iglesia le demuestra a todo el universo la naturaleza y el éxito supremo del plan cósmico de Dios (Ef 3:9–10). Sin embargo, la iglesia no es simplemente un conjunto de personas que se reúne una vez a la semana a realizar sus actividades religiosas. En cambio, la iglesia es la comunidad de todos los creyentes, haciendo todo lo que hacen en todas las áreas de la vida, ya sea trabajando juntos o por separado. En todas las esferas de la vida, tenemos “el poder de Dios que obra en nosotros, [y] Él puede hacer mucho más de lo que jamás podríamos pedir o imaginar” (Ef 3:20, PDT). Note que Pablo usa el término cívico “conciudadanos” (Ef 2:19) para describir a los cristianos, y no el término religioso “adoradores”. De hecho, Efesios prácticamente no da instrucciones acerca de lo que la iglesia debe hacer cuando se reúne, sino que da varias instrucciones acerca de la forma en que deberían trabajar sus miembros, como veremos en un momento.

El gran plan de Dios: una guía práctica (Efesios 4:1 - 6:24)

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La segunda mitad de Efesios comienza con una exhortación a vivir la visión de la primera mitad de la carta. “Yo, pues, prisionero del Señor, os ruego que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados” (Ef 4:1). Todos los cristianos compartimos este llamado. Por eso, nuestra vocación (de la palabra en latín para “llamado”) verdadera y más profunda es hacer nuestra parte para que la misión polifacética de Dios en el mundo avance. Este llamado determina todo el resto de cosas que hacemos en la vida, incluyendo nuestro trabajo —o a lo que algunas veces nos referimos como nuestra “vocación”. Por supuesto, Dios nos puede llamar a tener un trabajo específico para expresar nuestro llamado fundamental de vivir para la alabanza de la gloria de Dios (Ef 1:12). Así, como médicos y abogados, oficinistas y meseros, actores y músicos, y padres y abuelos, llevamos una vida digna de nuestro llamado para Cristo y Su actividad en el mundo.

Trabajar duro para el bien y para dar (Efesios 4:28)

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Entre las exhortaciones prácticas en Efesios 4–6, hay dos pasajes que tratan específicamente con temas relacionados con el trabajo. El primero está relacionado con el propósito del trabajo. “El que robaba, que no robe más, sino que trabaje honradamente con las manos para tener qué compartir con los necesitados.” (Ef 4:28, NVI). Aunque apunta de inmediato a los que roban, el consejo de Pablo es relevante para todos los cristianos. El término griego traducido en la NVI como “honradamente” (to agathon) significa literalmente “para el bien”. Dios siempre está guiando a los cristianos a que hagan el bien. El lugar de trabajo es un contexto crucial en el que podemos hacer muchas de las buenas obras que Dios preparó para nosotros (Ef 2:10).

Por medio de nuestro trabajo también ganamos recursos suficientes para compartir con los necesitados, ya sea directamente en la iglesia o por otros medios. Aunque una teología del trabajo no es igual a una teología de la caridad, este versículo las relaciona de forma directa. El mensaje global es que el propósito del trabajo es hacer el bien, tanto por medio de lo que logra nuestro trabajo directamente, como por lo que nos permite dar a otros fuera del trabajo.

La reciprocidad en el trabajo para el Señor (Efesios 5:21 - 6:9)

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La segunda consideración práctica son las relaciones. Nuestro llamado como cristianos tiene un impacto sobre nuestras relaciones básicas, especialmente en nuestra familia y en el trabajo. (Antes de la era industrial, los hogares eran tanto un lugar para la vida familiar como el lugar de trabajo). Efesios 5:21–6:9 enfatiza este punto al incluir instrucciones específicas para las relaciones dentro del hogar (esposas/esposos, hijos/padres, esclavos/amos). Este tipo de listas eran comunes en el discurso moral del mundo grecorromano y se pueden encontrar en el Nuevo Testamento (ver, por ejemplo, Col 3:18–4:1 y 1P 2:13–3:12).[1]

En especial, nos interesa Efesios 6:5–9, un pasaje que trata sobre la relación entre esclavos y amos. Pablo le habla a los cristianos que son amos, a los cristianos que son esclavos y tienen amos cristianos y a los cristianos que son esclavos y tienen amos no creyentes. Este texto es similar a un pasaje paralelo en Colosenses (Col 3:22–4:1). (Ver “Colosenses” en “Colosenses y Filemón y el trabajo” para ver los antecedentes históricos de la esclavitud en el imperio romano del primer siglo, lo cual es útil para entender esta sección de Efesios). Para resumir brevemente, la esclavitud romana tiene tanto similaridades como diferencias respecto al trabajo remunerado en el siglo veintiuno. La principal similitud es que tanto los esclavos antiguos como los trabajadores contemporáneos sirven bajo la autoridad de amos o supervisores. Respecto al trabajo mismo, ambos grupos tienen el deber de cumplir las expectativas de los que están en posición de autoridad sobre su trabajo. La principal diferencia es que los esclavos antiguos (y también los de tiempos modernos) le deben a sus amos no solo su trabajo, sino también su vida. Los esclavos no pueden renunciar, tienen derechos y soluciones legales limitadas frente al maltrato, no reciben salario o compensación por su trabajo y no negocian las condiciones laborales. En pocas palabras, la posibilidad de que los amos abusen de su poder sobre los esclavos es mucho mayor que la posibilidad de que lo hagan los supervisores sobre los trabajadores.

Comenzaremos estudiando esta sección de Efesios de la forma en que aplica para los esclavos (siervos en LBLA). Luego, consideraremos cómo se puede aplicar en la forma de trabajo remunerado que predomina en las economías desarrolladas en la actualidad.

Ver David Noel Freedman, “Haustafeln” [Normas del hogar en el Nuevo Testamento] y “Household Codes” [Normas del hogar] en The Anchor Bible Dictionary [Diccionario bíblico Anchor] (Nueva York: Doubleday, 1992).

Los esclavos cristianos (Efesios 6:6-8)
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La carta a los efesios anima a los esclavos a verse a sí mismos como “siervos de Cristo” que sirven “de buena voluntad” al Señor en vez de a sus amos humanos (Ef 6:6–7). El hecho de que su trabajo sea para Cristo los animará a trabajar duro y bien. Por eso, las palabras de Pablo son un consuelo cuando los amos les ordenan a los esclavos que hagan un buen trabajo. En ese caso, Dios recompensará al esclavo (Ef 6:8) incluso si el amo no lo recompensa, como ocurre con los esclavos comúnmente (Lc 17:8).

Pero, ¿por qué servirle como esclavo a un amo terrenal sería necesariamente hacer “la voluntad de Dios” (Ef 6:6)? Seguramente un amo podría ordenarle a su esclavo que haga un trabajo que esté lejos de la voluntad de Dios, como abusar de otro esclavo, engañar a un cliente o invadir los campos de alguien más. Pablo clarifica, “Siervos, obedeced a vuestros amos en la tierra, con temor y temblor, con la sinceridad de vuestro corazón, como a Cristo” (Ef 6:5). Los esclavos solo pueden hacer por sus amos lo que se podría hacer para Cristo. Cuando un amo les ordena a sus esclavos que hagan lo malo, las palabras de Pablo se convierten en un gran reto, porque el esclavo tendría que rehusarse a seguir las órdenes de su amo, lo que podría traer consecuencias desagradables, por no decir más. Sin embargo, el mandato de Pablo es ineludible. “Servid… como al Señor y no a los hombres” (Ef 6:7). Los mandatos del Señor están por encima de los mandatos de cualquier amo. De hecho, ¿qué más podría significar “con la sinceridad de vuestro corazón”, si no es dejar de lado todas las órdenes que entran en conflicto con el deber que tenemos frente a Cristo? Jesús dice que, “nadie puede servir a dos señores” (Mt 6:24). El castigo por la desobediencia de un amo terrenal puede ser temible, pero puede que sea necesario sufrir para llegar a trabajar como para el Señor.

Los amos cristianos (Efesios 6:5-11)
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Es cruel que un amo obligue a un esclavo a escoger entre obedecerle a él y obedecer a Cristo. Por esto, Pablo les manda a los amos, “dejad las amenazas” contra los esclavos (Ef 6:9). Si los amos les ordenan a los esclavos que hagan algo bueno, entonces no se debería recurrir a las amenazas. Si los amos les ordenan a los esclavos que hagan lo malo, entonces sus amenazas son como amenazas en contra de Cristo. Como en la carta a los Colosenses, Efesios está de acuerdo en que los amos deben recordar que tienen un Amo en el cielo. Sin embargo, Efesios destaca el hecho de que tanto los esclavos como los amos tienen el mismo Amo (Ef 6:9). Por esta razón, Efesios dice que los amos deben hacer lo mismo por sus esclavos (Ef 6:9)— es decir, darles órdenes a los esclavos como si estuvieran dando las órdenes para (o por) Cristo. Con esto en mente, ningún amo cristiano podría ordenarle a un esclavo que haga algo malo, ni tampoco darle trabajo excesivo. Aunque la distinción terrenal entre amos y esclavos permanece intacta, su relación fue alterada con un llamado sin precedentes a la reciprocidad. Ambas partes están sujetas solamente a Cristo “con sinceridad de corazón” (Ef 6:5). Ninguno puede enseñorearse sobre el otro, ya que solo Cristo es Señor (Ef 6:7). Ninguno puede evadir el deber de amar al otro. Este pasaje acepta la realidad económica y cultural de la esclavitud, pero contiene semillas fértiles de abolicionismo. En el reino de Cristo, ya “no hay esclavo ni libre” (Gá 3:28).

La esclavitud sigue creciendo en el mundo actual, para nuestra deshonra, aunque con frecuencia se le llama trata de personas o trabajo forzoso. La lógica interna de Efesios 6:5–9, así como la historia amplia de Efesios, nos motiva a trabajar para que la esclavitud desaparezca. Sin embargo, la mayoría de nosotros no experimentará la esclavitud de una forma personal, sea como esclavo o como amo. Aun así, nos encontramos en relaciones laborales en las que una persona tiene autoridad sobre otra. Por analogía, Efesios 6:5–9 les enseña tanto a los empleadores como a los empleados a demandar, realizar y recompensar solo el trabajo que podría hacer Cristo o que se podría hacer para Él. Cuando nos ordenan que hagamos algo bueno, el asunto es simple, aunque no siempre es fácil. Lo hacemos con lo mejor de nuestra habilidad, a pesar de la compensación o el reconocimiento que recibamos de nuestros jefes, clientes, auditores o cualquier otra persona que tenga autoridad sobre nosotros.

Cuando se nos ordena que hagamos algo malo, la situación es más complicada. Por una parte, Pablo nos dice, “obedeced a vuestros amos en la tierra… como a Cristo”. No podemos desobedecer ligeramente a los que tienen autoridad terrenal sobre nosotros, así como no podemos desobedecer ligeramente a Cristo. Esto incluso ha hecho que algunos cuestionen si es legítimo que los empleados cristianos denuncien irregularidades, suspendan el trabajo y se quejen ante las autoridades reguladoras. En lo mínimo, una diferencia de opinión o juicio no es en sí misma una causa suficientemente buena como para desobedecer una orden válida en el trabajo. Es importante que no confundamos, “no quiero hacer este trabajo y no creo que sea justo que mi jefe me pida que lo haga” con, “hacer este trabajo va en contra de la voluntad de Dios para mí”. La instrucción de Pablo de “obedeced a vuestros amos en la tierra, con temor y temblor” indica que debemos obedecer las órdenes de los que tienen autoridad sobre nosotros a menos que tengamos una razón de peso para creer que hacerlo estaría mal.

Además, Pablo agrega que obedecemos a los amos terrenales como una forma de hacer “de corazón la voluntad de Dios”. Seguramente, si se nos ordena que hagamos algo que va en contra de la voluntad de Dios de forma clara —por ejemplo, incumplir los mandatos o valores bíblicos—, nuestra obligación con nuestro Amo superior (Cristo) es negarnos a obedecer la orden impía del jefe humano. A menudo, la distinción que se debe hacer requiere descubrir quién se favorece si se desobedece la orden. Si la desobediencia protege los intereses de otra persona o de la comunidad en general, hay un argumento de peso para desobedecer la orden. Si desobedecer la orden protege solo nuestros intereses personales, el argumento no es válido. En algunos casos, proteger a otros incluso podría poner en peligro nuestras carreras o nuestro medio para ganarnos la vida. Que no nos extrañe que Pablo diga, “fortaleceos en el Señor” y “revestíos con toda la armadura de Dios” (Ef 6:10, 11).

Sin embargo, les mostramos compasión a los que enfrentan la decisión de obedecer una orden genuinamente impía o sufrir una pérdida personal —incluyendo tal vez nosotros mismos en algunos momentos—, como por ejemplo, el despido. Esto ocurre especialmente en el caso de los trabajadores que están cerca del fondo de la escala económica, que pueden tener pocas alternativas y poco dinero de reserva. A los trabajadores se les ordena de forma rutinaria que hagan varias cosas malas pequeñas, como mentir (“dile que no estoy en la oficina”), engañar (“pon una botella extra de vino en la cuenta de la mesa 16, están demasiado ebrios como para darse cuenta”) e idolatrar (“espero que actúes como si este trabajo fuera lo más importante en el mundo para ti”). ¿Tenemos que renunciar en todos estos casos? Otras veces, a los trabajadores se les puede ordenar que hagan cosas malas graves. “Amenázala con arrastrar su nombre por el suelo si no acepta nuestros términos”. “Encuentra una excusa para despedirlo antes de que revele más registros de control de calidad falsificados”. “Lanza este documento al río en la noche cuando nadie esté cerca”. Con todo, la alternativa de perder un trabajo y ver nuestra familia caer en la pobreza puede ser —o parece— incluso peor que seguir la orden impía. Comúnmente no es claro qué alternativas son más acordes con los valores bíblicos y cuáles menos. Debemos reconocer que las decisiones pueden ser complejas. Cuando nos presionan para que hagamos algo malo, necesitamos depender del poder de Dios para estar más firmes contra el mal de lo que creímos que podíamos estar. Además, debemos mostrar la palabra de Cristo de compasión y perdón cuando descubrimos que algunos cristianos no pueden vencer todo el mal en los mercados del mundo.

Entonces, cuando somos los que tienen autoridad, deberíamos demandar solamente un trabajo que Cristo demandaría. No les ordenamos a los subordinados que se perjudiquen a sí mismos o a otros con el fin de beneficiarnos a nosotros mismos. No les ordenamos a otros que hagan lo que nosotros no haríamos en buena conciencia. No amenazamos a los que se niegan a seguir nuestras órdenes por cuestiones de conciencia o justicia. Aunque somos jefes, nosotros también tenemos jefes, y los cristianos en posiciones de autoridad tienen un deber mayor de servir a Dios a través de las órdenes que les dan a otros. Somos esclavos de Cristo y no tenemos autoridad para ordenar ni obedecer a nadie en oposición a Cristo. El trabajo de cada uno de nosotros, sin importar nuestra posición en el mercado, es un medio por el cual podemos servir —o no servir— a Dios.

Conclusión de Efesios

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Solo algunos versículos de Efesios se relacionan de forma precisa con el mercado, e incluso estos se dirigen a ladrones, esclavos y amos. Sin embargo, cuando le damos un vistazo a la forma en la que Dios está restaurando toda la creación por medio de Cristo y cuando descubrimos que nuestro trabajo tiene un papel esencial en ese plan, nuestro lugar de trabajo se convierte en uno de los contextos principales en los que podemos hacer las buenas obras que Dios preparó para nosotros. Efesios no nos dice específicamente cuáles son las buenas obras que Dios ha preparado para cada uno en el trabajo, así que debemos buscar otros recursos para discernirlo. Sin embargo, sí nos dice que Dios nos llama a hacer todo nuestro trabajo para el bien. Las relaciones y las actitudes en el lugar de trabajo se transforman cuando nos vemos a nosotros mismos y a nuestros compañeros de trabajo principalmente en términos de nuestra relación con Jesucristo, el único y verdadero Señor.

Efesios nos anima a tomar una nueva perspectiva en la vida, una en la que nuestro trabajo es un resultado del trabajo de Dios de crear el mundo y redimirlo del pecado. Trabajamos en respuesta al llamado de Dios de seguir a Jesús en todos los aspectos de la vida (Ef 4:1). En el trabajo descubrimos la oportunidad de hacer muchas de las buenas obras que Dios planea que hagamos. Por tanto en nuestras oficinas, fábricas, escuelas, hogares, tiendas y todos los demás lugares de trabajo, tenemos la oportunidad de servir “de buena voluntad” al Señor (Ef 6:7).

Filipenses y el trabajo

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Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor; porque Dios es quien obra en vosotros tanto el querer como el hacer, para Su beneplácito. (Fil 2:12b–13)

Introducción a Filipenses

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El trabajo requiere esfuerzo. Sea que hagamos negocios o conduzcamos camiones, criemos hijos o escribamos artículos, vendamos zapatos o cuidemos personas discapacitadas o ancianos, nuestro trabajo requiere un esfuerzo personal. Si no nos levantamos en la mañana y nos ponemos en marcha, no podremos hacer nuestro trabajo. ¿Qué es lo que nos motiva a levantarnos de la cama todas las mañanas? ¿Qué nos mantiene durante el día? ¿Qué nos da la fuerza para poder hacer nuestro trabajo con fidelidad e incluso excelencia?

Hay una gran variedad de respuestas para estas preguntas. Algunas pueden apuntar a la necesidad económica. “Me levanto y voy a trabajar porque necesito dinero”. Otras respuestas se pueden referir a nuestro interés en el trabajo como, “trabajo porque amo mi labor”. Otras respuestas pueden ser menos inspiradoras como, “¿qué es lo que me levanta y me pone en marcha todo el día? ¡La cafeína!”

La carta de Pablo a los cristianos en Filipenses da un tipo de respuesta diferente a la pregunta de dónde encontramos la fortaleza para hacer nuestro trabajo. Pablo dice que nuestro trabajo no es el resultado de nuestro propio esfuerzo, sino que el trabajo de Dios en nosotros es lo que nos da energía. Lo que hacemos en la vida, incluyendo el trabajo, es una expresión de la obra salvadora de Dios en Cristo. Además, encontramos la fortaleza para esforzarnos en el poder de Dios dentro de nosotros. El trabajo de Cristo es servir a las personas (Mr 10:35) y Dios nos empodera para servir junto con Él.

Casi todos los eruditos están de acuerdo en que el apóstol Pablo escribió la carta que conocemos como Filipenses en algún momento entre los años 54 y 62 d. C.[1] No hay unanimidad en cuanto al lugar en donde la escribió, aunque sabemos que fue en uno de sus varios encarcelamientos (Fil 1:7).[2] Es claro que Pablo le escribió esta carta personal a la iglesia en Filipos, una comunidad que plantó durante una visita que realizó anteriormente (Fil 1:5; Hch 16:11–40). La escribió para fortalecer su relación con esta iglesia, para darles noticias sobre su situación personal, agradecerles el apoyo para su ministerio, equiparlos para enfrentar las amenazas en contra de su fe, ayudarles a llevarse mejor entre ellos y, en general, ayudarles a vivir su fe.

En este libro se usa la palabra obra (ergon y sus semejantes) varias veces (Fil 1:6; 2:12–13, 30; 4:3). Pablo la usa para describir la obra de Dios de salvación y las tareas humanas que se derivan de dicha obra salvadora. No trata directamente temas del trabajo secular, pero lo que dice sobre el trabajo tiene aplicaciones importantes allí.

Gerald F. Hawthorne, Philippians [Filipenses], edición revisada y expandida por Ralph P. Martin, en el vol. 43 del Word Biblical Commentary [Comentario bíblico de la Palabra] (Nashville: Thomas Nelson, 2004), xxvii–xxix, xxxix–l.

Ver Gerald F. Hawthorne, Ralph P. Martin y Daniel G. Reid, eds., “4.3. Place and Date” [Lugar y fecha] de “Philippians, Letter to the” [Filipenses, Carta a los] en el Dictionary of Paul and His Letters [Diccionario de Pablo y sus cartas] (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1993). 

La obra de Dios en nosotros (Filipenses 1:1 - 26)

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En el contexto de su oración inicial por los filipenses (Fil 1:3–11), Pablo comparte su convicción sobre el trabajo de Dios en y entre los creyentes en Filipos. “Estando convencido precisamente de esto: que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús” (Fil 1:6). La “obra” a la que Pablo se refiere es la obra del nuevo nacimiento en Cristo, que lleva a la salvación. El mismo Pablo participa en esa obra al predicarles el evangelio y la continua al ser su maestro y apóstol, y además, dice que es “una labor fructífera” (Fil 1:22). Sin embargo, el trabajador implícito no es Pablo sino Dios, porque Dios es “el que comenzó en vosotros la buena obra” (Fil 1:6). “Y esto proviene de Dios” (Fil 1:28, NVI).

Aunque algunas versiones en español e inglés hablan de la obra de Dios “entre ustedes”, la mayoría de traducciones hablan de la obra de Dios “en ustedes”. Ambas ideas son pertinentes y la frase griega en humin se puede traducir de cualquiera de las dos formas. La buena obra de Dios comienza en cada vida de forma individual. Sin embargo, es para ser vivida entre los creyentes en su comunión juntos. El punto principal del versículo 6 no es restringir la obra de Dios a individuos o a la comunidad como un todo, sino resaltar el hecho de que toda obra de ellos es obra de Dios. Además, esta obra no se completa cuando los individuos “son salvos” o cuando se plantan iglesias. Dios sigue trabajando en y entre nosotros hasta que Su obra se complete en “el día de Cristo Jesús”. Solo cuando Cristo regrese, la obra de Dios estará terminada.

El trabajo de Pablo es como evangelista y apóstol, y hay señales de éxito y ambición en su profesión, como en cualquier otra. Cuántos convertidos gana, cuánto dinero recauda, cuántas personas lo alaban por ser su mentor espiritual, cómo se comparan sus números con los de otros evangelistas —estos pueden ser puntos de orgullo y ambición. Pablo admite que estas motivaciones existen en su profesión, pero insiste en que la única motivación correcta es el amor (Fil 1:15–16). La implicación es que esto también es verdad en todas las demás profesiones. Todos estamos tentados a trabajar para obtener las señales del éxito —incluyendo el reconocimiento, la seguridad y el dinero—, lo que puede llevarnos al “interés personal” (eritieias, tal vez más precisamente traducido como “autopromoción injusta”).[1] Estas señales no son completamente malas, ya que con frecuencia se dan cuando alcanzamos los propósitos legítimos de nuestro trabajo (Fil 1:18). Hacer el trabajo es importante, incluso si nuestra motivación no es perfecta. Pero aún así, a largo plazo (Fil 3:7–14), la motivación es incluso más importante, y la única motivación que imita la de Cristo es el amor.

James Strong, Enhanced Strong’s Lexicon [El diccionario mejorado de Strong] (Ontario: Woodside Bible Fellowship, 1995), G2052.

Trabajar de una forma digna (Filipenses 1:27 - 2:11)

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Ya que nuestro trabajo es en realidad la obra de Dios en nosotros, nuestro trabajo debería ser digno, así como la obra de Dios. Pero, aparentemente, podemos entorpecer la obra de Dios en nosotros porque Pablo exhorta, “comportaos de una manera digna del evangelio de Cristo” (Fil 1:27). Su tema es la vida en general y no hay razón para creer que el trabajo se excluye de este exhortación. Él da tres mandatos en particular:

  1. Sean “del mismo sentir” (Fil 2:2).
  2. “Nada hagáis por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de vosotros considere al otro como más importante que a sí mismo” (Fil 2:3).
  3. “No busque cada uno su propio interés, sino cada cual también el de los demás” (Fil 2:4, RVC).

De nuevo, podemos trabajar de acuerdo con estos mandatos solo porque nuestro trabajo en realidad es la obra de Dios en nosotros. Esta vez, Pablo lo dice en un pasaje hermoso que con frecuencia se llama el “himno a Cristo” (Fil 2:6–11). Él dice que Jesús, “no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a Sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló a Sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil 2:6–8). Por tanto, el trabajo de Dios en nosotros —específicamente la obra de Cristo en nosotros— siempre se hace humildemente con otros, para el beneficio de otros, incluso si esto requiere sacrificio.

Sean “del mismo sentir” (Filipenses 2:2)

El primero de los tres mandamientos, ser “del mismo sentir”, se les da a los cristianos como un cuerpo. No deberíamos esperar que aplique para el lugar de trabajo secular. De hecho, no siempre queremos tener el mismo sentir que los demás en nuestro trabajo (Ro 12:2). Sin embargo, en muchos lugares de trabajo, hay más de un cristiano. Deberíamos esforzarnos por tener el mismo sentir que los demás cristianos que trabajan con nosotros. Tristemente, esto puede ser muy difícil. En la iglesia nos segregamos en comunidades en las que generalmente estamos de acuerdo en temas bíblicos, teológicos, morales, espirituales e incluso culturales. En el trabajo no tenemos ese lujo. Podemos compartir el lugar de trabajo con otros cristianos con quienes no estamos de acuerdo en cuanto a esos temas. Según nuestro propio juicio, puede que incluso sea difícil reconocer como cristianos a algunos que afirman serlo.

Este es un enorme impedimento tanto para nuestro testimonio como cristianos como para nuestra eficacia como compañeros de trabajo. ¿Qué piensan nuestros colegas no cristianos sobre nuestro Señor —y sobre nosotros— si nos la llevamos peor entre nosotros que con los no creyentes? Al menos, debemos tratar de identificar a otros cristianos en nuestro trabajo y aprender acerca de sus creencias y prácticas. Puede que no estemos de acuerdo incluso en temas de gran importancia, pero es un mejor testimonio mostrar respeto mutuo y no tratar a otros que se llaman cristianos con desdén o de forma pendenciera. Al menos deberíamos dejar de lado nuestras diferencias lo suficiente como para hacer un trabajo excelente juntos, si realmente creemos que nuestro trabajo en verdad le importa a Dios.

Tener la misma mente de Cristo significa “tener el mismo amor” de Cristo (Fil 2:2). Cristo nos amó al punto de la muerte (Fil 2:8) y debemos tener el mismo amor que Él tuvo (Fil 2:5). Esto permite que tengamos algo en común no solo con otros creyentes, sino también con no creyentes en nuestros lugares de trabajo: ¡los amamos! Todos en el trabajo pueden estar de acuerdo con nosotros en que debemos hacer un trabajo que les beneficie. Si un cristiano dice, “mi trabajo es servirte”, ¿quién va a estar en desacuerdo?

“Nada hagáis por egoísmo o por vanagloria” (Fil 2:3)

Ver a los demás como mejores que nosotros mismos es la mentalidad de los que tenemos la mente de Cristo (Fil 2:3). Nuestra humildad está diseñada para ofrecerse a todas las personas a nuestro alrededor, no solo a los cristianos, así como la muerte de Jesús en la cruz —el acto supremo de humildad— fue por los pecadores y no por los justos (Lc 5:32; Ro 5:8; 1Ti 1:15).

En el trabajo hay oportunidades ilimitadas para servir con humildad. Usted puede ser generoso en darle crédito a otros por los logros y ser tacaño en culparlos por las fallas. Puede escuchar lo que alguien está diciendo en vez de pensar con anterioridad su respuesta. Puede intentar con la idea de otra persona en vez de insistir que las cosas se hagan a su manera. Puede renunciar a su envidia por el ascenso o el salario mayor de otra persona, o si no lo logra, puede entregarle a Dios su envidia en oración en vez de orar por sus compañeros ese día durante el almuerzo.

Por otro lado, los lugares de trabajo ofrecen oportunidades ilimitadas para el interés personal. Como hemos visto, la ambición —incluso la competencia— no es necesariamente mala (Ro 15:20; 1Co 9:24; 1Ti 2:5), lo que sí es malo es fomentar de forma injusta los planes propios. Eso lo obliga a considerarse a usted mismo de una forma incorrecta y exagerada (“vanagloria”), lo que lo posiciona en una tierra de fantasía mucho más remota en donde no puede ser eficaz ni en el trabajo ni en la fe. Hay dos antídotos. Primero, asegúrese de que su éxito dependa de y contribuya al éxito de los demás. Esto significa por lo general trabajar de forma genuina en equipo con otros en su lugar de trabajo. Segundo, busque continuamente una retroalimentación correcta sobre usted mismo y su desempeño. Puede encontrar que su desempeño en efecto es excelente, pero si lo escucha de fuentes fiables, no es vanagloria. El simple hecho de aceptar la retroalimentación de otros es una forma de humildad, ya que usted subordina su autoimagen a la imagen que ellos tienen de usted. Evidentemente, esto es útil solo si encuentra fuentes de retroalimentación fiables. Someter su autoimagen a las personas que abusarían de usted o lo engañarían en realidad no es humildad. Incluso Jesús cuando sometió Su cuerpo al abuso en la cruz, mantuvo un juicio correcto sobre Sí mismo (Lc 23:43).

“No busque cada uno su propio interés, sino cada cual también el de los demás” (Filipenses 2:4, RVC)

De los tres mandatos, este puede ser el más difícil de conciliar con nuestros roles en el lugar de trabajo. Vamos al trabajo —al menos en parte— para suplir nuestras necesidades. Entonces, ¿cómo podemos hacer que tenga sentido no buscar nuestros propios intereses? Pablo no lo dice. Sin embargo, debemos recordar que está hablándole a una comunidad de personas a las que les dice, “no busque cada uno su propio interés, sino cada cual también el de los demás” (Fil 2:4). Tal vez espera que si todos dejan de buscar sus necesidades individuales y comienzan a buscar las necesidades de toda la comunidad, entonces las necesidades de todos serán satisfechas. Esto es consistente con la analogía del cuerpo que Pablo usa en 1 Corintios 12 y en otras partes. El ojo no satisface su necesidad de transportarse, sino que depende de los pies para eso. Entonces cada órgano actúa para el bien del cuerpo, aunque así se satisface su propia necesidad.

En circunstancias ideales, esto podría funcionar para un grupo unido, tal vez una iglesia conformada por miembros que están altamente comprometidos. Pero, ¿esto está diseñado para aplicarse en un lugar de trabajo que no sea la iglesia? ¿Pablo quiere decirnos que busquemos los intereses de nuestros compañeros de trabajo, clientes, jefes, subordinados, proveedores y muchos otros a nuestro alrededor, en vez de nuestros propios intereses? De nuevo, debemos acudir a Filipenses 2:8, en donde Pablo presenta a Cristo en la cruz como nuestro modelo, velando por los intereses de los pecadores y no los Suyos. Él vivió este principio para todo el mundo, no solo la iglesia, y así debemos hacerlo nosotros. Y Pablo es claro en que las consecuencias para nosotros incluyen el sufrimiento y la pérdida, incluso tal vez la muerte. “Todo lo que para mí era ganancia, lo he estimado como pérdida por amor de Cristo”. No podemos leer Filipenses 2 y ¡deshacernos del deber de buscar los intereses de otros en el trabajo en vez de los nuestros.

Seguir a Cristo como cristianos comunes (Filipenses 2:19 - 3:21)

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Sin ir más lejos, Filipenses nos da tres ejemplos —Pablo, Epafrodito y Timoteo— para demostrarnos la forma en la que todos los cristianos debemos seguir el ejemplo de Cristo. Pablo nos dice, “Hermanos, sed imitadores míos, y observad a los que andan según el ejemplo que tenéis en nosotros” (Fil 3:17). Él muestra cada uno de estos ejemplos en un marco basado en el “Himno a Jesús” del capítulo 2.

 

Personaje

Enviado a un lugar difícil

En obediencia/

esclavitud

Asumiendo grandes riesgos

Por el beneficio de otros

Jesús

En cuerpo humano (Fil 2:7)

Tomó forma de siervo (Fil 2:7)

Obediente hasta la muerte (Fil 2:8)

Se despojó de Sí mismo (Fil 2:7)

Pablo

Viviendo en la carne (Fil 1:22)

Siervo de Jesucristo (Fil 1:1)

Encarcelamiento (Fil 1:7) Llegando a ser como Cristo en Su muerte (Fil 3:10)

Para vuestro progreso y gozo (Fil 1:25)

Timoteo

Sería enviado pronto (Fil 2:19)

Como un hijo sirve a su padre (Fil 2:22)

(No se especifica en Filipenses. Ver Ro 6:21)

Sinceramente interesado en vuestro bienestar (Fil 2:20)

Epafrodito

Fue enviado (Fil 2:25)

Vuestro mensajero (Fil 2:25)

Estuvo al borde de la muerte (Fil 2:30)

Servidor para mis necesidades (Fil 2:25)

El mensaje es claro. Somos llamados a hacer lo que hizo Jesús. No podemos escondernos detrás de la excusa de que Jesús es el único hijo de Dios, que sirve a otros para que nosotros no tengamos que hacerlo. Y Pablo, Epafrodito y Timoteo no son superhombres que hicieron proezas que nosotros no podamos aspirar a repetir. En cambio, mientras vamos al trabajo, debemos ubicarnos en el mismo esquema: ser enviados, obedecer, correr riesgos y servir a otros:

Persona

Enviado a un lugar difícil

En obediencia/

esclavitud

Asumiendo grandes riesgos

Para el beneficio de otros

Los cristianos en el trabajo

Ir a un trabajo secular

Trabajar bajo la autoridad de otros

Arriesgarnos a que nuestra carrera se vea limitada por nuestra motivación de amar como Cristo ama

Somos llamados por Dios a poner los intereses de los demás por encima de los nuestros

¿Se nos permite atenuar el mandato de servir a otros en vez de a nosotros mismos con un poco de sentido común? ¿Por ejemplo, podríamos decir que debemos buscar primero los intereses de las personas en las que podemos confiar? ¿Podríamos buscar los intereses de los demás junto con los nuestros? ¿Es correcto trabajar por el bien común en situaciones en las que podemos esperar un beneficio proporcional, pero cuidarnos a nosotros mismos cuando el sistema está en contra nuestra? Pablo no responde a estas preguntas.

¿Qué deberíamos hacer si descubrimos que no tenemos la capacidad o la disposición para vivir de una forma tan osada? Pablo solo nos dice, “Por nada estéis afanosos; antes bien, en todo, mediante oración y súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer vuestras peticiones delante de Dios” (Fil 4:6). Solamente por medio de la oración constante, la súplica y el agradecimiento a Dios podremos tomar decisiones difíciles y hacer lo necesario para buscar los intereses de otros en vez de los nuestros. Esta no es una teología abstracta sino un consejo práctico para la vida diaria y el trabajo.

Aplicaciones a la vida diaria (Filipenses 4:1-23)

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Pablo describe tres situaciones cotidianas que tienen una relevancia directa en el lugar de trabajo.

La resolución de conflictos (Filipenses 4:2-9)

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Pablo les pide a los filipenses que ayuden a dos mujeres entre ellos, Evodia y Síntique, a vivir en paz una con la otra (Fil 4:2–9). Aunque nuestra reacción instintiva es suprimir y negar el conflicto, Pablo lo trae de una forma amorosa a la luz, donde se puede resolver. El conflicto entre las mujeres no se especifica, pero ambas son creyentes y Pablo dice que “han compartido mis luchas en la causa del evangelio” (Fil 4:3). El conflicto se da incluso entre los cristianos más fieles, como ya lo sabemos. Él les dice que dejen de guardar resentimiento y que piensen en lo que es verdadero, digno, justo, puro, amable, honorable, de virtud o lo que merece elogio en la otra persona (Fil 4:8). Parece que “la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento” (Fil 4:7) comienza con apreciar lo bueno en los que están a nuestro alrededor, incluso (o especialmente) cuando estamos en conflicto con ellos. Después de todo, son personas por las que Cristo murió. También deberíamos mirarnos con cuidado a nosotros mismos y encontrar en nuestro interior la provisión de Dios de amabilidad, oración, súplica, agradecimiento y dejar de lado la preocupación (Fil 4:6).

La aplicación en el lugar de trabajo actual es clara, aunque no es fácil. Cuando nuestro deseo es ignorar y esconder el conflicto con otras personas en el trabajo, debemos reconocerlo y hablar (no chismear) al respecto. Cuando preferimos guardarlo para nosotros, debemos pedirle ayuda a personas sabias —en humildad, no con la esperanza de ganar alguna ventaja. Si preferimos preparar argumentos en contra de nuestros rivales, mejor deberíamos preparar argumentos a su favor, al menos siendo justos al reconocer sus cualidades. Y cuando pensamos que no tenemos la energía para hablar con la otra persona y que preferimos anular la relación, debemos dejar que el poder y la paciencia de Dios sustituyan la nuestra. En esto buscamos imitar a nuestro Señor, que “se despojó a Sí mismo” (Fil 2:7) de motivaciones personales y así recibió el poder de Dios (Fil 2:9) para vivir la voluntad de Dios en el mundo. Si hacemos estas cosas, nuestro conflicto se podrá resolver teniendo en cuenta cuáles son los verdaderos problemas, no simplemente lo que creemos, nuestros temores y resentimientos. Por lo general, esto conduce a una relación laboral restaurada y un respeto mutuo, y a veces a una amistad. Incluso en los casos poco comunes en los que la reconciliación no es posible, podemos esperar una “paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento” (Fil 4:7). Es una señal de Dios que ni siquiera una relación rota está más allá de la esperanza de la bondad de Dios.

El apoyo de los unos a los otros en el trabajo (Filipenses 4:10-11, 15-16)

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Pablo les agradece a los filipenses por apoyarlo, tanto personal (Fil 1:30) como financieramente (Fil 4:10–11, 15–16). A lo largo del Nuevo Testamento, vemos que Pablo siempre se esfuerza por trabajar en colaboración con otros cristianos, incluyendo a Bernabé (Hch 13:2), Silas (Hch 15:40), Lidia (Hch 16:14–15) y Priscila y Aquila (Ro 16:3). Por lo general, sus cartas terminan con saludos a las personas con las que ha trabajado de cerca y comúnmente son de parte de Pablo y un compañero de trabajo, así como Filipenses es de parte de Pablo y Timoteo (Fil 1:1). En esto está siguiendo su propio consejo de imitar a Jesús, que hizo casi todo en cooperación con Sus discípulos y otras personas.

Como señalamos en Filipenses 2, los cristianos que tienen un trabajo secular no siempre se pueden dar el lujo de trabajar con otros creyentes, pero eso no significa que no puedan apoyarse los unos a los otros. Podemos reunirnos con personas de la misma profesión o institución para apoyarnos mutuamente en los retos y oportunidades específicas que enfrentamos en nuestros trabajos. El programa “de mamás a mamás”[1] es un ejemplo práctico de apoyo mutuo en el lugar de trabajo. Estas mamás se reúnen semanalmente para aprender, compartir ideas y apoyarse la una a la otra en el trabajo de criar a sus hijos pequeños. Idealmente, todos los cristianos deberían tener este tipo de apoyo para su trabajo. Si no existe un programa formal, podríamos hablar de nuestro trabajo en los tiempos de comunión comunes, como la adoración y los sermones, los estudios bíblicos, los grupos pequeños, los retiros de la iglesia, las clases y otros. Pero, ¿qué tan frecuentemente lo hacemos? Pablo hace un gran esfuerzo por crear comunidad con otros, e incluso envía mensajeros a que hagan viajes de larga distancia por mar (Fil 2:19, 25) para compartir ideas, noticias, comunión y recursos.

La vida en la pobreza y la prosperidad (Filipenses 4:12-13, 18)

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Finalmente, Pablo menciona cómo vivir tanto en pobreza como en prosperidad. Esto tiene una implicación directa en el trabajo, ya que el trabajo hace la diferencia entre la pobreza y la prosperidad para nosotros, o al menos para los que recibimos un pago por nuestro trabajo. De nuevo, el consejo de Pablo es simple, pero difícil de seguir. No haga de su trabajo un ídolo con la expectativa de que siempre va a proveer lo suficiente para usted. Más bien, trabaje por el beneficio de otros y aprenda a estar contento con lo mucho o poco que reciba. En efecto, es un consejo difícil. Las personas en algunas profesiones —como los maestros, trabajadores del área de la salud, servicio al cliente y padres, para nombrar solo algunos— pueden estar acostumbradas a trabajar más tiempo del acordado para ayudar a los que lo necesitan, aún sin recibir una remuneración extra. Otros esperan ser ampliamente recompensados por el servicio que dan. Imagine a un alto ejecutivo o banquero de inversiones trabajando sin un contrato ni un objetivo de bonificación, diciendo, “yo cuido a los clientes, empleados y accionistas y estoy feliz de recibir cualquier cantidad que decidan darme al final del año”. Aunque no es común, algunas personas lo hacen. Pablo simplemente dice:

Sé vivir en pobreza, y sé vivir en prosperidad; en todo y por todo he aprendido el secreto tanto de estar saciado como de tener hambre, de tener abundancia como de sufrir necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece… Lo he recibido todo y tengo abundancia; estoy bien abastecido. (Fil 4:12–13, 18)

El punto no es qué tanto o qué tan poco nos paguen (dentro de lo razonable). Más bien, es si nos motiva el beneficio que nuestro trabajo les trae a otros o si solo pensamos en nuestros propios intereses. Además, esa misma motivación debería impulsarnos a rechazar las instituciones, las prácticas y los sistemas que resultan en extremos, ya sea de demasiada abundancia o demasiada pobreza.

Conclusión de Filipenses

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Aunque Pablo no habla específicamente del trabajo en Filipenses, su visión de la obra de Dios en nosotros sienta las bases para nuestras reflexiones acerca de la fe y el trabajo. Nuestros trabajos son un contexto importante en el que debemos vivir la buena obra que Dios ha comenzado en nosotros. Debemos buscar tener un mismo sentir con los demás cristianos en donde vivimos y trabajamos. Debemos actuar como si los demás fueran mejores que nosotros. Debemos buscar los intereses de otros en vez de los nuestros. Aun sin hablar directamente del trabajo, ¡parece que Pablo demanda lo imposible de nosotros en el trabajo! Pero lo que hacemos en el trabajo no viene solo de nuestro esfuerzo —es la obra de Dios en y a través de nosotros. Debido a que el poder de Dios es ilimitado, Pablo puede decir con audacia, “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil 4:13).