Santiago: la fe y el trabajo

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Santiago tiene una perspectiva orientada a la acción de los dos principios esenciales (que podemos confiar en que Dios provee para nosotros y que debemos trabajar por el beneficio de los que tienen necesidad). Si la fe es real —si realmente confiamos en Dios—, será evidente en toda clase de acciones prácticas para el beneficio de los que tienen necesidad. Esta perspectiva hace que Santiago sea un libro eminentemente práctico.

La perseverancia, la sabiduría y el crecimiento espiritual (Santiago 1:1-3)

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Santiago comienza enfatizando la estrecha conexión que existe entre la vida diaria y el crecimiento espiritual. Específicamente, Dios usa la adversidad y los retos de la vida diaria y el trabajo para incrementar nuestra fe. “Tened por sumo gozo, hermanos míos, el que os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia, y que la paciencia tenga su perfecto resultado, para que seáis perfectos y completos, sin que os falte nada” (Stg 1:2–4). Las “diversas” pruebas —incluyendo los problemas en el trabajo— nos pueden estimular al crecimiento, pero Santiago se interesa particularmente en los retos que son tan intensos que resultan en “la prueba de vuestra fe”.

¿Qué clase de retos enfrentamos en el trabajo que pueden probar nuestra fe —o fidelidad— en Cristo? Un tipo de adversidad puede ser la hostilidad religiosa. Dependiendo de nuestra situación, la fe en Cristo nos puede exponer a cualquier cosa, desde prejuicios menores, tener oportunidades laborales limitadas e incluso al despido, lesiones físicas o muerte en el trabajo. Incluso si otros no nos presionan, podemos ser tentados a abandonar nuestra fe si creemos que el ser identificados como cristianos puede impedir el avance de nuestra carrera.

Otra clase de prueba podría ser ética. Podemos ser tentados a abandonar la fe —o la fidelidad— al cometer robo, fraude, deshonestidad, tratos injustos o aprovecharnos de otros para enriquecernos o avanzar en nuestra carrera. Otra clase de prueba surge del fracaso en el trabajo. Algunos fracasos podrían ser tan traumáticos que tal vez hagan flaquear nuestra fe. Por ejemplo, ser despedidos o expulsados de un trabajo puede ser tan devastador que nos lleve a cuestionar todo lo que creíamos anteriormente, incluyendo nuestra fe en Cristo. O podemos creer que Dios nos llamó a nuestro trabajo, nos prometió grandeza o nos debe dar el éxito porque le hemos sido fieles. En ese momento, el fracaso laboral parece indicar que no se puede confiar en Dios o que Él ni siquiera existe. O podemos tener tanto temor que dudamos que Dios pueda seguir proveyendo para nuestras necesidades. Todos estos retos relacionados con el trabajo pueden probar nuestra fe.

¿Qué debemos hacer si nuestra fe es probada en el trabajo? Tener paciencia (Stg 1:3–4). Santiago nos dice que si encontramos una forma de no ceder ante la tentación de abandonar la fe, actuar de forma poco ética o desesperarnos, veremos que Dios está con nosotros todo el tiempo. Si no sabemos cómo resistir estas tentaciones, Santiago nos invita a pedir la sabiduría que necesitamos para hacerlo (Stg 1:5). Mientras la crisis pasa, vemos que nuestra madurez ha aumentado. En vez de sentir la falta de lo que sea que tememos perder, sentimos el gozo de encontrar la ayuda de Dios.

La dependencia en Dios (Santiago 1:5-18)

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Al hablar de la sabiduría, Santiago comienza a desarrollar el principio de la confianza en que Dios provee para nosotros. “Pero si alguno de vosotros se ve falto de sabiduría, que la pida a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada” (Stg 1:5). Tal vez parece sorprendente que podamos pedirle sabiduría a Dios para las tareas del trabajo diario —tomar decisiones, evaluar oportunidades, confiar en los colegas o clientes, invertir recursos y otras—, pero Santiago nos dice, “pida con fe, sin dudar” que Dios nos dará la sabiduría que necesitamos. Nuestro problema no es que esperamos demasiada ayuda de Dios en el trabajo, sino que esperamos muy poca (Stg 1:8).

Es absolutamente crucial entender esto. Si dudamos de que Dios es la fuente de todo lo que necesitamos, somos lo que Santiago llama “de doble ánimo”. Todavía no hemos decidido si vamos a seguir a Cristo o no. Esto nos convierte en personas inestables en todos nuestros caminos, y no podremos lograr gran cosa para el beneficio de los demás, ni “recibir cosa alguna del Señor” para nosotros (Stg 1:7). Santiago no se hace falsas ilusiones sobre lo difícil que puede ser confiar en Dios. Él conoce muy bien las pruebas que su audiencia apenas está comenzando a experimentar gracias a la extensión del Imperio romano (Stg 1:1–2). Con todo, insiste en que la vida cristiana debe comenzar con la confianza en que Dios provee.

Santiago lo aplica inmediatamente al campo económico en Santiago 1:9–11. Las personas ricas no deben engañarse creyendo que su riqueza es gracias a su propio esfuerzo. Si dependemos de nuestras propias habilidades, nos “marchitaremos” aunque sigamos trabajando. Por otra parte, las personas pobres no deben creer que su pobreza se debe a que no tienen el favor de Dios. Más bien, deben esperar el momento en el que Dios los exaltará. El éxito o el fracaso tienen muchos factores que van más allá de nosotros. Los que alguna vez han perdido su sustento por causa de la recesión, la venta de la empresa, el traslado de oficinas, la mala cosecha, la discriminación, los daños por huracanes o mil factores más, pueden ser testigos de esto. Dios no nos promete el éxito económico en el trabajo ni nos condena al fracaso, sino que usa tanto el éxito como el fracaso para que desarrollemos la perseverancia necesaria para vencer el mal. Si Santiago 2:1–8 nos invita a invocar a Dios en tiempos de adversidad, los versículos 9–11 nos recuerdan que también lo debemos invocar en tiempos de éxito.

Note que aunque Santiago contrasta la bondad de Dios con el mal del mundo, no nos permite creer que estamos del lado de los ángeles y que los que están a nuestro alrededor están del lado de los demonios. En cambio, el bien y el mal están en el corazón de todos los cristianos. “Sino que cada uno es tentado cuando es llevado y seducido por su propia pasión” (Stg 1:14). Aquí le habla a miembros de la iglesia, lo que debería llevarnos a pensar bien antes de asociar la iglesia con lo bueno y el trabajo con lo malo. En ambos terrenos hay maldad —como podemos ver claramente con los escándalos en las iglesias y los fraudes de negocios—, aunque por la gracia de Dios podemos ser de bendición para ambas.

De hecho, la comunidad cristiana es uno de los medios que Dios usa para ayudar al pobre. La promesa de Dios de proveer para el pobre se cumple —en parte— por medio de la generosidad de Su pueblo, ya que su generosidad es un resultado directo de la generosidad de Dios hacia ellos. “Toda buena dádiva y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre de las luces” (Stg 1:17). Esto afirma que Dios es la fuente suprema de la provisión y que los creyentes tienen la responsabilidad de hacer todo lo posible por llevar la provisión de Dios a los que la necesitan.

Escuchar, actuar y evitar la ira (Santiago 1:19-21)

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Santiago avanza en su guía práctica hablando sobre la importancia de escuchar. Los cristianos necesitan escuchar bien tanto a las personas (Stg 1:19) como a Dios (Stg 1:22–25). “Que cada uno sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para la ira” (Stg 1:19). Escuchamos, no como una técnica para influenciar a alguien más, sino como una forma de permitir que la palabra de Dios sea “desechando toda inmundicia y todo resto de malicia” (Stg 1:21). Es interesante que Santiago señala que escuchar a otros —y no solo escuchar la Palabra de Dios— es un medio por el cual podemos quitar la malicia de nosotros mismos. No dice que las demás personas nos hablan la Palabra de Dios, sino que escuchar a otros elimina la ira y la arrogancia que no nos permiten hacer lo que dicen las Escrituras. “La ira del hombre no obra la justicia de Dios… recibid con humildad la Palabra implantada, que es poderosa para salvar vuestras almas” (Stg 1:20–21). Cuando nos dicen cosas que no nos agradan —palabras de desacuerdo, crítica o rechazo— es fácil responder con ira, especialmente en situaciones de bastante presión en el trabajo. Pero hacerlo generalmente empeora nuestra situación y siempre desacredita nuestro testimonio como siervos de Cristo. Es mucho mejor confiar en que Dios defiende nuestra posición, en vez de defendernos a nosotros mismos por medio de palabras airadas y precipitadas.

Este consejo aplica para toda clase de trabajo. La literatura de negocios establece la importancia de escuchar como una habilidad fundamental del liderazgo.[1] Las empresas deben escuchar cuidadosamente a sus clientes, empleados, inversionistas, comunidades y otras partes interesadas. Las organizaciones deben escuchar a las personas para saber cuáles son las verdaderas necesidades que se deben suplir. Esto nos recuerda que el lugar de trabajo puede ser un suelo fértil para el trabajo de Dios, así como lo fue el Imperio romano, a pesar de la adversidad y la persecución.

Para dar un ejemplo, el primer resultado en el sitio web de publicaciones de la Escuela de negocios de Harvard , www.harvardbusiness.org en Sep 18, 2009, bajo el tema “Habilidades interpersonales”, es “Escuchar a los demás”.

El trabajo en beneficio de los que tienen necesidad (Santiago 1:22-27)

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Esto nos lleva al segundo principio del trabajo fiel: trabajar en beneficio de los necesitados. “Sed hacedores de la palabra y no solamente oidores que se engañan a sí mismos” (Stg 1:22). Este principio se deriva de forma natural del principio de confiar en que Dios provee para nuestras necesidades. Si confiamos en que Dios provee lo que necesitamos, somos libres para trabajar en beneficio de otros. Por otra parte, si nuestra confianza en Dios no nos lleva a actuar en beneficio de los que tienen necesidad, Santiago indica que en realidad no confiamos en Dios. Él dice, “La religión pura y sin mácula delante de nuestro Dios y Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones” (Stg 1:27). Creer implica confiar y la confianza lleva a la acción.

Parece que la fuente de las ideas de Santiago es Jesús mismo, especialmente las enseñanzas acerca del pobre y el cuidado práctico que le mostró a una gran cantidad de personas marginadas. Esto se puede ver, por ejemplo, cuando Santiago hace referencia a las enseñanzas de Jesús sobre el lugar especial del pobre en el reino de Dios (Stg 2:5; Lc 6:20) y a Sus advertencias acerca de los tesoros que se pudren “en la tierra” (Stg 5:1–5; Mt 6:19).

Esto tiene una aplicación directa en el trabajo, ya que la señal principal de que un trabajo es exitoso es que suple necesidades, ya sea en negocios, educación, asistencia médica, trabajo gubernamental, diversas profesiones, organizaciones sin ánimo de lucro y otros. Una organización exitosa suple las necesidades de sus clientes, empleados, inversionistas, ciudadanos, estudiantes, clientes y otras partes interesadas. Aunque este no es el enfoque principal de Santiago —ya que se enfoca particularmente en las necesidades de los pobres o vulnerables—, aplica de todas maneras. Cada vez que una organización suple las necesidades reales de las personas está haciendo el trabajo de Dios.

Esta aplicación no se limita al servicio de los clientes en los negocios establecidos. Requiere aún más creatividad —y demuestra todavía más la provisión de Dios— que los cristianos suplan las necesidades de los que son demasiado pobres como para ser clientes de negocios establecidos. Por ejemplo, un grupo de cristianos abrió una fábrica de muebles en Vietnam para darle empleo a personas del nivel socioeconómico más bajo en ese lugar. Por medio de la fábrica, Dios provee para las necesidades de los clientes extranjeros que necesitan muebles y para los trabajadores locales que no tenían empleo.[1] De forma similar, TriLink Global, una empresa de inversiones liderada por Gloria Nelund, ayuda a establecer negocios en el mundo en desarrollo como un medio para suplir las necesidades de personas pobres y marginadas.[2]

El deber de los cristianos no termina con servir a los pobres y necesitados en su lugar de trabajo particular. Las estructuras sociales y los sistemas político-económicos influyen grandemente en que se suplan las necesidades de los pobres. En la medida en que los cristianos podamos influenciar estas estructuras y sistemas, tenemos la responsabilidad de asegurar que se suplan las necesidades de los pobres y necesitados, así como las necesidades de los ricos y poderosos.

Entrevista de William Messenger el 29 de julio de 2010, en Hong Kong. El nombre del entrevistado no se publica por solicitud previa.

Al Erisman, “Gloria Nelund: Defining Success in the Financial World” [Gloria Nelund: definiendo el éxito en el mundo financiero] Ethix 80 (Marzo/Abril 2012), disponible en http://ethix.org/category/archives/issue-80.

Discriminar a los pobres y ganarse el favor de los ricos (Santiago 2:1-13)

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Santiago aplica ambos principios fundamentales en una advertencia contra el favoritismo por los ricos y poderosos. Comienza con el segundo principio, el de trabajar en beneficio de los necesitados. “Si en verdad cumplís la ley real conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, bien hacéis. Pero si mostráis favoritismo, cometéis pecado” (Stg 2:8–9). El pecado cuando preferimos a los ricos y poderosos es que nos estamos sirviendo a nosotros mismos, no a otros. Esto se debe a que los ricos y poderosos tienen la posibilidad de concedernos parte de sus riquezas y poder, en cambio los pobres no pueden hacer nada por nosotros. Sin embargo, ellos son los necesitados. Santiago ilustra su punto mostrando el trato especial que podría recibir una persona rica y bien vestida en la iglesia, mientras que una persona pobre y andrajosa es tratada con desdén. Incluso en algo tan sencillo como ir a la iglesia, los pobres necesitan una palabra de bienvenida. Los ricos —que son bienvenidos en todas partes— no tienen esa necesidad.

Santiago recurre a Levítico 19:18 —“amarás a tu prójimo como a ti mismo”— para expresar que mostrarle favoritismo a los ricos y excluir o ser irrespetuosos con los pobres no es una ofensa menor en contra de la ley de Dios que el asesinato o el adulterio (Stg 2:8–12). Al hacerlo, no estamos tratando a nuestro prójimo como a nosotros mismos o ni siquiera estamos reconociendo que una persona pobre es nuestro prójimo.

Aunque Santiago está hablando sobre las reuniones de la iglesia, también hay aplicaciones para el trabajo. En el trabajo podemos prestarle atención a las personas que nos pueden ayudar o a las que necesitan nuestra ayuda. En un lugar de trabajo sano, este puede ser simplemente un tema de énfasis. En un lugar de trabajo disfuncional —en donde todos compiten unos contra otros en una lucha de poder— se requiere valentía para estar del lado de los vulnerables. Rehusarse a tener favoritos es peligroso, en especial cuando enfrentamos el favoritismo arraigado socialmente, que es evidente en la discriminación étnica, los estereotipos de género o la intolerancia religiosa.

Aunque Santiago expresa su argumento en términos de trabajar en beneficio de los necesitados, esta aplicación trae de forma implícita el principio de confiar en Dios. Si verdaderamente confiamos en que Dios nos provee, no estaremos tan tentados a mostrarle favoritismo a los ricos y poderosos. No tendremos miedo de relacionarnos con las personas impopulares en el trabajo o la escuela. Santiago no nos exhorta a hacer buenas obras a pesar de la falta de fe en Cristo y a confiar en la provisión de Dios. Más bien, demuestra cómo la fe en Cristo hace posible que hagamos buenas obras. Irónicamente, los pobres ya viven esta verdad a diario. “¿No escogió Dios a los pobres de este mundo para ser ricos en fe y herederos del reino que Él prometió a los que le aman?” (Stg 2:5). Esta es probablemente una alusión a las palabras de Jesús del Sermón de monte o del llano (Mt 5:3; Lc 6:20). Los pobres no heredan el reino porque sean mejores personas que los ricos, sino porque ponen su confianza en Dios. Al no tener los medios para depender de sí mismos, o para congraciarse con los ricos, han aprendido a depender de Dios.

La fe y la(s) obra(s) (Santiago 2:14-26)

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En la segunda parte del capítulo 2, Santiago retoma el tema del trabajo de forma concreta, aunque en vez de usar la palabra “trabajo” u “obra” en singular (del griego ergon), usa el plural “obras” (del griego erga). Es por esto que algunas personas creen que cuando Santiago habla de “obras” se refiere a algo diferente al “trabajo”. Sin embargo, erga y ergon simplemente son la forma plural y singular de la misma palabra.[1] Santiago está describiendo toda clase de obra, desde las obras de bondad, tales como darle alimento al que tiene hambre, hasta las obras laborales, tales como incrementar la rentabilidad sostenible de los arrozales. Su uso del plural demuestra que espera que el trabajo de los cristianos sea continuo.

El enfoque de Santiago en las obras ha causado una profunda controversia relacionada con esta carta. Es bien conocido que a Lutero no le gustaba este libro porque consideraba que Santiago 2:24 (“Vosotros veis que el hombre es justificado por las obras y no sólo por la fe”) contradecía Gálatas 2:16 (“el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino mediante la fe en Cristo Jesús”). Aunque otros líderes de la Reforma protestante no estaban de acuerdo con él, la objeción de Lutero llegó a dominar la lectura de Santiago de los protestantes.[2] Aunque aquí no podemos entrar en el largo debate acerca de Lutero y el libro de Santiago, podemos indagar brevemente si en verdad el énfasis de Santiago en las obras está en contra del rechazo de los protestantes hacia “la justificación por obras”.

¿Qué es lo que está diciendo Santiago? El eje central de este argumento puede ser el versículo 2:14, así que lo consideraremos antes de continuar: “¿De qué sirve, hermanos míos, si alguno dice que tiene fe, pero no tiene obras?” Santiago responde su propia pregunta sin rodeos diciendo, “así también la fe por sí misma, si no tiene obras, está muerta” (Stg 2:17) —tan muerta como alguien que necesita alimento desesperadamente y solo recibe palabras vacías de buenos deseos de su prójimo (como lo dice en un ejemplo escogido cuidadosamente) (Stg 2:15–16). Él da por sentado que creer en Cristo (confiar en Dios) llevará a las personas a sentir compasión por los necesitados y a obrar para ayudarlos.

Todos los días tenemos oportunidades para suplir las necesidades de nuestros compañeros de trabajo y nuestros jefes. Puede ser tan simple como asegurarse de que un cliente confundido encuentre el producto que suple su necesidad, o darse cuenta de que un compañero de trabajo necesita ayuda pero no se atreve a pedirla. Santiago nos exhorta a interesarnos de una forma especial en los que son vulnerables o marginados, y tal vez es necesario que practiquemos buscando cuáles son estas personas en nuestro lugar de trabajo.

Este es el corazón del libro. Santiago no cree que el trabajo no concuerda con la fe. No puede haber “justificación por obras” porque no pueden haber buenas obras a menos que ya haya fe (confianza) en Dios. Santiago no quiere decir que puede existir una fe sin obras que es insuficiente para salvación. Quiere decir que cualquier “fe” que no conduzca a las obras está muerta, es decir, no es fe en lo absoluto. “Porque así como el cuerpo sin el espíritu está muerto, así también la fe sin las obras está muerta” (Stg 2:26). Santiago no les ordena a los cristianos que trabajen por los necesitados en vez o además de poner su fe en Cristo. Él espera que los cristianos trabajen en beneficio de los que tienen necesidad como resultado de haber puesto su fe en Cristo.[3]

La idea de que la fe cristiana siempre conduce a la práctica es en sí misma una lección para el trabajo. No podemos dividir el mundo en lo espiritual y lo práctico porque lo espiritual es lo práctico. Santiago dice, “Ya ves que la fe [de Abraham] actuaba juntamente con sus obras” (Stg 2:22). Por tanto, nunca podremos decir, “creo en Jesús y voy a la iglesia, pero prefiero mantener mi fe personal fuera del trabajo”. Esa clase de fe está muerta. Las palabras de Santiago, “Vosotros veis que el hombre es justificado por las obras y no sólo por la fe” (Stg 2:24) nos retan a que nuestro compromiso con Cristo sea evidente en nuestras actividades diarias.

El resto de la carta muestra formas en las que los dos principios básicos de la confianza en Dios y el trabajo en beneficio de los necesitados se aplican en la práctica. Teniendo en cuenta lo que estudiamos en Santiago 2:14–26, procedemos considerando estas aplicaciones como consecuencias de la fe en Cristo, válidas en la época de Santiago y educativas en la actualidad.

Ver Gk. #2041 en James Strong, Enhanced Strong’s Lexicon [El diccionario mejorado de Strong] (Ontario: Woodside Bible Fellowship, 1995), y #2240 en Gerhard Kittel, Gerhard Friedrich, y Geoffrey William Bromiley, eds., Theological Dictionary of the New Testament [Diccionario teológico del Nuevo Testamento] (Grand Rapids: Eerdmans, 1985), 6:635.

Luke Timothy Johnson, “The Letter of James” [La carta de Santiago] vol. 12, The New Interpreter’s Bible [La Biblia del nuevo intérprete] (Nashville: Abingdon Press, 1998), 177.

Para consultar un análisis de la forma en la que esta perspectiva de la fe se ajusta a la de Pablo, ver Douglas Moo, The Letter of James [La carta de Santiago] (Grand Rapids: Eerdmans, 2000), 37–43, 118–44.

La ambición personal y la inversión en los demás (Santiago 3:13 - 4:12)

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El pasaje de Santiago 3:14–4:12 también usa los principios de la dependencia de Dios y el servicio a los necesitados. Como de costumbre, Santiago los pone en orden contrario, mencionando primero el servicio y después la confianza. En este caso, comienza con una amonestación en contra de la ambición personal, seguida de una exhortación a someterse a Dios.

La ambición personal (Santiago 3:13 - 4:12)

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La ambición personal es lo opuesto a atender las necesidades de otros. No solo pone nuestras necesidades antes que las de los demás, sino que las enfrenta en contra de las de ellos. En nuestra ambición personal, trabajamos activamente para perjudicar a otras personas, lo que destruye la paz y evita que sirvamos a alguien más aparte de nosotros mismos.

La ambición personal es lo que nos impide hacer la paz (Santiago 3:16 - 4:11)

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La ambición personal es lo que nos impide hacer la paz (Santiago 3:16 - 4:11)

La ambición personal hace que avancemos a costa de otros. Esto convierte a todos los demás en enemigos, lo que inherentemente perturba la paz, el orden y el bienestar de la organización. El pasaje se resume adecuadamente en Santiago 3:16: “Porque donde hay celos y ambición personal, allí hay confusión y toda cosa mala”. Para solucionar este problema, Santiago resalta una práctica particular que vence la ambición personal: hacer la paz.[1] “Y la semilla cuyo fruto es la justicia se siembra en paz por aquellos que hacen la paz” (Stg 3:18). Como es típico, hace referencia a un trabajo —en este caso, la cosecha de grano— para explicar este concepto, nombrando varias características de hacer la paz: afligirse por el daño que le hacemos a otros (Stg 4:9), humillarnos (Stg 4:10), no calumniar, acusar ni juzgar (Stg 4:11) y ser misericordiosos y sinceros (Stg 3:17). Los cristianos pueden y deben poner en práctica todos estos aspectos en su trabajo.

La sumisión a Dios vence toda ambición personal (Santiago 4:2-5)

La ambición personal causa disputas y peleas dentro de la comunidad cristiana. Santiago dice que la causa principal es la falta de dependencia de Dios. “Sois envidiosos y no podéis obtener, por eso combatís y hacéis guerra. No tenéis, porque no pedís. Pedís y no recibís, porque pedís con malos propósitos, para gastarlo en vuestros placeres” (Stg 4:2–3). Dejamos de depender de Dios cuando ni siquiera le pedimos lo que necesitamos. Es interesante que la razón por la que no dependemos de Dios es porque queremos satisfacer nuestros propios placeres en vez de servir a otros. Esto envuelve los dos principios en una unidad integral. Santiago lo plantea metafóricamente como un amorío adúltero con el mundo, refiriéndose a la riqueza y el placer que creemos que podemos encontrar en el mundo sin Dios (Stg 4:4–5).[2]

De nuevo, haciendo eco del Sermón del monte (Mt 5:9).

Santiago toma la metáfora del adulterio de los profetas del Antiguo Testamento, quienes la usaban con frecuencia para hablar de la búsqueda de riqueza y placer como sustitutos de Dios.

Invirtiendo en otros (Santiago 4:1-12)

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Aunque usa la metáfora del adulterio, Santiago está hablando de la ambición personal en general. En el trabajo, una tentación es usar a otros como peldaños para conseguir nuestro propio éxito. Cuando nos robamos el crédito del trabajo de un subordinado o un compañero, cuando ocultamos información de un rival para un ascenso, cuando culpamos a alguien que no está presente con el fin de defendernos a nosotros mismos o cuando nos aprovechamos de alguien que está en una situación difícil, somos culpables de ambición personal. Santiago tiene razón al decir que esta es una de las fuentes principales de los altercados. Irónicamente, la ambición personal puede impedir el éxito en vez de estimularlo. Entre más alta sea nuestra posición en una organización, más dependemos de otros para lograr el éxito. Puede ser tan simple como delegarle trabajo a los subordinados, o tan complejo como coordinar un equipo que trabaja en un proyecto internacional. Entonces, si nuestra reputación es que pasamos por encima de los demás para avanzar, ¿cómo podemos esperar que otros confíen y sigan nuestro liderazgo?

La solución está basada en someterse a Dios, que creó a todas las personas a Su imagen (Gn 1:27) y envió a Su Hijo a morir por todos (2Co 5:14). Nos sometemos a Dios cada vez que ponemos nuestra ambición al servicio de otros por encima de nosotros mismos. ¿Queremos alcanzar una posición de autoridad y excelencia? Entonces debemos comenzar ayudando a otros trabajadores a que tengan más autoridad y excelencia. ¿El éxito es una de nuestras motivaciones? Debemos invertir en el éxito de los que están a nuestro alrededor. Irónicamente, invertir en el éxito de otros también podría ser lo mejor que podemos hacer por nosotros mismos. De acuerdo con los economistas Elizabeth Dunn de la Universidad de British Columbia y Michael Norton de la Escuela de negocios de Harvard, invertir en otras personas nos hace más felices que gastar dinero en nosotros mismos.[1]

Elizabeth Dunn y Michael Norton, Happy Money: The Science of Smarter Spending [Dinero feliz: la ciencia del gasto inteligente] (Nueva York: Simon & Schuster, 2013).

Los pronósticos empresariales (Santiago 4:13-17)

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Santiago presenta otra aplicación dándonos una advertencia específica relacionada con los pronósticos empresariales.[1] Para variar, se centra primero en el principio de confiar en Dios. Comienza haciéndonos reflexionar con las siguientes palabras: “Oíd ahora, los que decís: Hoy o mañana iremos a tal o cual ciudad y pasaremos allá un año, haremos negocio y tendremos ganancia. Sin embargo, no sabéis cómo será vuestra vida mañana. Sólo sois un vapor que aparece por un poco de tiempo y luego se desvanece” (Stg 4:13–14). Puede que parezca que Santiago condena incluso la planeación empresarial a corto plazo. Sin embargo, lo que le preocupa no es la planeación anticipada, sino que lleguemos a imaginar que tenemos el control de lo que ocurre.

El siguiente versículo nos ayuda a ver lo que Santiago quiso decir en realidad: “Más bien, debierais decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello” (Stg 4:15). El problema no es planear; el problema es planear como si el futuro estuviera en nuestras manos. Somos responsables de usar sabiamente los recursos, las habilidades, las conexiones y el tiempo que Dios nos da. Sin embargo, no tenemos el control sobre los resultados. La mayoría de negocios saben muy bien lo impredecibles que son los resultados a pesar de tener la mejor planeación y ejecución que el dinero pueda comprar. El reporte anual de cualquier corporación con cotización bursátil presenta una sección detallada sobre los riesgos que enfrenta la compañía, la cual tiene una extensión de diez o veinte páginas generalmente. Declaraciones como “nuestra cotización bursátil puede fluctuar con base en factores que se salen de nuestro control” dejan claro que las corporaciones seculares conocen bien la imprevisibilidad de la que habla Santiago.

Entonces, ¿por qué es necesario que Santiago les recuerde a los creyentes lo que las empresas comunes ya conocen bien? Tal vez, los creyentes pueden engañarse a sí mismos creyendo que seguir a Cristo les hará inmunes ante la imprevisibilidad de la vida y el trabajo. Esto es un error. Por el contrario, las palabras de Santiago deberían hacer que los cristianos sean más conscientes de la necesidad de la reevaluación, adaptación y ajuste continuos. Nuestros planes deben ser flexibles y nuestra ejecución debe ser sensible a las condiciones cambiantes. En cierto sentido, esta es simplemente una buena práctica de negocios. Pero en un sentido más profundo es un tema espiritual, ya que necesitamos responder no solo a las condiciones del mercado sino también a la guía de Dios en nuestro trabajo. Esto nos lleva de nuevo a la exhortación de Santiago de escuchar con bastante atención. El liderazgo cristiano no consiste en forzar a otros a que cumplan nuestros planes y acciones, sino en adaptarnos a la palabra de Dios y a la guía de Dios paso a paso en nuestra vida.

Parece que estas advertencias reflejan tanto la enseñanza de Jesús como la de los profetas del Antiguo Testamento. Ver, por ejemplo, Ezequiel 34:3; Amós 2:6–7; 5:12; Miqueas 2:2; 6:12–16; Mateo 6:19; Lucas 6:24–25; 12:13–21; 32–34; 16:19–31; 18:18–30. Note también que Santiago 1:1–18 se centra en entender los éxitos y fracasos pasados y presentes, mientras que esta sección se centra en la predicción del futuro.

La opresión de los trabajadores (Santiago 5:1-6)

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Santiago regresa al principio de que el trabajo debe atender las necesidades de otros. Sus palabras al comienzo del capítulo 5 son severamente críticas. Les advierte a los ricos, “Llorad y aullad por las miserias que vienen sobre vosotros” (Stg 1:5). Aunque puede que el oro en sus bóvedas y las batas en sus clósets luzcan tan brillantes como siempre, Santiago está tan seguro del juicio que vendrá sobre ellos, que habla como si sus riquezas ya se estuvieran descomponiendo: “Vuestras riquezas se han podrido y vuestras ropas están comidas de polilla. Vuestro oro y vuestra plata se han oxidado” (Stg 5:2–3). Su autoindulgencia solamente los ha “engordado” para “el día de la matanza” (Stg 5:5). Al parecer, el día de la matanza se refiere al día en el que Dios juzgará a todos los que llamó a liderar y cuidar a Su pueblo, pero que en vez de eso abusaron de ellos (Zac 11:4–7).

Estos ricos están condenados tanto por la manera en la que adquirieron su riqueza, como por lo que hicieron (o no hicieron) con ella cuando la obtuvieron. Santiago hace eco del Antiguo Testamento cuando los vitupera por sus prácticas de negocios injustas: “Mirad, el jornal de los obreros que han segado vuestros campos y que ha sido retenido por vosotros, clama contra vosotros; y el clamor de los segadores ha llegado a los oídos del Señor de los ejércitos” (Stg 5:4; comparar con Lv 19:13).[1] El dinero que debía estar en manos de los trabajadores se encuentra entre los fondos de los ricos. Y allí se queda, ya que acumulan su riqueza e ignoran a los necesitados a su alrededor (Stg 5:3).

Los líderes empresariales deben tener una diligencia especial al pagarles lo justo a sus trabajadores. Este estudio no abarca un análisis de lo que constituye un pago justo,[2] pero las palabras de Santiago “el salario no pagado a los obreros que les trabajaron sus campos” (Stg 5:4, NVI) acusan a estos dueños de tierras ricos de abusar de su poder. Se les debía un salario a los trabajadores, pero los ricos y poderosos encontraron una forma para no pagarles sin ser castigados por el sistema legal. A menudo, los ricos y poderosos tienen la capacidad de trastocar el poder judicial y es increíblemente fácil ejercer el poder de una forma injusta sin siquiera reconocerlo. Los abusos de poder incluyen clasificar erróneamente a los empleados como contratistas independientes, registrar incorrectamente a los trabajadores en un nivel de competencias menor, pagarle menos a las mujeres o a las minorías por hacer el mismo trabajo de otras personas y usar a niños para trabajos que sean tan peligrosos que los mismos adultos se rehúsen a realizarlos. Nunca se puede excusar el mal uso del poder solo porque es una práctica supuestamente generalizada.

Santiago también reprocha a los que “habéis vivido lujosamente sobre la tierra, y habéis llevado una vida de placer” (Stg 5:5). La cuestión de qué es vivir lujosamente y con placeres también es compleja, pero confronta a muchos cristianos de una forma u otra. La preocupación principal de Santiago en este pasaje es el bienestar del pobre, así que la pregunta más relevante podría ser, “¿la forma en la que vivo mejora o perjudica la vida de las personas pobres? ¿Lo que hago con el dinero ayuda a que las personas salgan de la pobreza o contribuye a que permanezcan en ella?”

Levítico 19 es uno de los pasajes favoritos de Santiago del Antiguo Testamento. Ver Luke Timothy Johnson, Brother of Jesus, Friend of God [Hermano de Jesús, amigo de Dios] (Grand Rapids: Eerdmans, 2004), 123ff.

Consulte “Pay” [El salario] , Pay at www.teologiadeltrabajo.org.

Esperar por la cosecha (Santiago 5:7-20)

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Santiago concluye su carta con varias exhortaciones a la paciencia, honradez, oración, confesión y sanación. Como ya es habitual, estas se basan en el principio de que las obras fieles deben beneficiar a otros o el principio de que todo se debe hacer en dependencia de Dios, o a ambos. Y como siempre, Santiago lo aplica de forma directa al trabajo.

La paciencia

Santiago comienza con un ejemplo laboral al ilustrar el regreso inminente de Cristo: “Por tanto, hermanos, sed pacientes hasta la venida del Señor. Mirad cómo el labrador espera el fruto precioso de la tierra, siendo paciente en ello hasta que recibe la lluvia temprana y la tardía. Sed también vosotros pacientes; fortaleced vuestros corazones, porque la venida del Señor está cerca” (Stg 5:7–8). Y luego repite esta idea cuando llega al final: “Elías era un hombre de pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviera, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses. Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia y la tierra produjo su fruto” (Stg 5:17–18).

La paciencia en el trabajo es una forma de depender de Dios. Pero es difícil tener paciencia en el trabajo. El trabajo se realiza para obtener un resultado —de otra forma, no sería trabajo— y siempre está la tentación de alcanzar el resultado sin hacer el trabajo verdaderamente. Si estamos invirtiendo para ganar dinero, ¿no preferiríamos enriquecernos rápidamente? Esa mentalidad conduce al tráfico de información privilegiada, a las estafas piramidales y a que se apueste el dinero de los alimentos en las máquinas tragamonedas. Si estamos trabajando para obtener un ascenso, ¿no deberíamos ubicarnos lo mejor posible ante nuestro supervisor a través de cualquier medio disponible? Esto conduce a la traición, a robarse el crédito, a los chismes y a la desintegración del equipo. Si estamos trabajando para cumplir una meta, ¿no podríamos cumplirla más rápido haciendo un trabajo de menor calidad y pasándole los problemas a la siguiente persona en la cadena de producción? Estos no son solo problemas de moralidad personal. Un sistema de producción que recompensa la calidad deficiente es tan malo o peor que el trabajador que se aprovecha de dicho sistema.

La veracidad

“Y sobre todo, hermanos míos, no juréis, ni por el cielo, ni por la tierra, ni con ningún otro juramento; antes bien, sea vuestro sí, sí, y vuestro no, no, para que no caigáis bajo juicio” (Stg 5:12). Imagine un lugar de trabajo en el que las personas dijeran siempre la verdad —no solo evitando las mentiras, sino diciendo siempre lo que haga que los demás entiendan cómo son las cosas exactamente. No habría necesidad de juramentos o malas palabras, aclaraciones retroactivas ni disposiciones contractuales que definan quién recibe qué en caso de errores o fraude. Imagine que los vendedores siempre informaran al máximo acerca de sus productos, que los contratos siempre fueran claros para todas las partes y que los jefes siempre le dieran el reconocimiento adecuado a sus subordinados. Imagine que nosotros siempre respondiéramos comunicando una situación de la forma más precisa posible, en vez de encubrir sutilmente la información poco favorecedora acerca de nuestro trabajo. ¿Podríamos tener éxito en nuestro trabajo o carrera actual? ¿Podríamos tener éxito si todos fuéramos honestos al máximo? ¿Necesitamos cambiar nuestra definición del éxito?[1]

La oración

Santiago retoma el principio de la dependencia de Dios cuando habla de la oración. “¿Sufre alguno entre vosotros? Que haga oración” (Stg 5:13). “Pero si alguno de vosotros se ve falto de sabiduría, que la pida a Dios” (Stg 1:5). Él nos está invitando a ser específicos con Dios. “Dios, no sé cómo manejar esta falla en la producción y necesito tu ayuda antes de ir a hablar con mi jefe”. Dios es capaz de conceder lo que necesitamos, aunque no garantiza que responderá todas nuestras oraciones exactamente como lo esperamos. Es extraño que muchos cristianos son reacios a orar por los asuntos, situaciones, personas, necesidades, temores y preguntas específicas que encuentran cada día en su trabajo. Olvidamos que Santiago nos exhorta a que pidamos dirección específica e incluso resultados particulares. Santiago nos anima a tener fe, y Dios nos responderá en las situaciones reales de la vida. “Pida a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada” (Stg 1:5).

La confesión y la sanación

Santiago nos exhorta a confesar nuestros pecados unos a otros, para que podamos ser sanados (Stg 5:16). Las palabras que más nos interesan para el trabajo son “unos a otros”. La suposición es que las personas pecan unas contra otras, no solo contra Dios, y ciertamente, eso ocurre en el trabajo. A diario enfrentamos presiones en nuestra producción y desempeño y tenemos un tiempo limitado para actuar, así que con frecuencia actuamos sin escuchar, rechazamos a los que están en desacuerdo con nosotros, competimos de forma injusta, acaparamos los recursos, dejamos un desastre para que la próxima persona lo arregle y descargamos nuestras frustraciones en nuestros compañeros de trabajo. Herimos y nos hieren. La única forma en la que podemos ser sanados es confesando nuestros pecados unos a otros. Si alguien acaba de echar abajo el ascenso de un compañero de trabajo al criticar falsamente su desempeño, debe confesarlo al que fue perjudicado, no solo a Dios en su tiempo privado de oración. Es posible que el que pecó también deba confesárselo a todo el resto del departamento, si realmente quiere enmendar su error.

¿Cuál es nuestra motivación para confesar y sanar? Lo hacemos para que podamos atender las necesidades de otros. “El que hace volver a un pecador del error de su camino salvará su alma de muerte” (Stg 5:20; énfasis agregado). ¡Salvar a alguien de la muerte es atender una necesidad muy profunda! Y tal vez —ya que todos somos pecadores— alguien más nos salvará de la muerte al hacernos volver del error de nuestro camino.

Para más información sobre este tema, ver “Verdad y engaño”  en www.teologiadeltrabajo.org.