Jesús, la imagen del Dios invisible (Colosenses 1:15-29)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

¿Qué cambia por el hecho de ser portadores de la imagen divina en nuestro trabajo? Una implicación es que en nuestro trabajo reflejaremos los patrones y valores del trabajo de Dios. Pero, ¿cómo conocemos a Dios para saber cuáles son esos patrones y valores? En Colosenses 1:15, Pablo nos recuerda que Jesucristo es “la imagen del Dios invisible”. Y dice de nuevo, “Porque toda la plenitud de la Deidad reside corporalmente en Él” (Col 2:9). Es “en la faz de Cristo” que podemos conocer a Dios (2Co 4:6). Durante el ministerio terrenal de Jesús, Felipe le pidió, “Señor, muéstranos al Padre, y nos basta”. Jesús le respondió: “¿Tanto tiempo he estado con vosotros, y todavía no me conoces, Felipe? El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre; ¿cómo dices tú: ‘Muéstranos al Padre’?” (Jn 14:8–9).

Jesús nos revela a Dios. Él nos muestra la manera en que nosotros, como portadores de la imagen de Dios, debemos realizar nuestro trabajo. Si necesitamos ayuda para comprender esto, Pablo lo explica con detalle: primero, describe el poder infinito de Jesús en la creación (Col 1:15–17) e inmediatamente después lo une con la disposición de Jesús de dejar el poder a un lado, para ser Dios encarnado en la tierra en palabra y hecho y después morir por nuestros pecados. (Pablo dice esto directamente en Filipenses 2:5–9). Miramos a Jesús y lo escuchamos para entender cómo somos llamados a representar la imagen de Dios en nuestro trabajo.

Entonces, ¿cómo se pueden aplicar los patrones y valores de Dios en nuestro trabajo? Comencemos observando específicamente al trabajo de Jesús como nuestro ejemplo.

El perdón

Primero, vemos que Dios “nos libró del dominio de las tinieblas y nos trasladó al reino de Su Hijo amado” (Col 1:13). Debido a que Jesús lo hizo, Pablo puede pedirnos que vivamos “soportándoos unos a otros y perdonándoos unos a otros, si alguno tiene queja contra otro; como Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros” (Col 3:13). Fue con base en este aspecto que Pablo pudo pedirle a Filemón, el propietario de esclavos, que perdonara y recibiera a Onésimo como hermano, ya no como un esclavo. Hacemos nuestro trabajo en el nombre del Señor Jesús cuando traemos esa actitud a nuestras relaciones en el lugar de trabajo: entendemos y aceptamos que los demás cometen errores y perdonamos a los que nos ofenden.

El sacrificio propio para el beneficio de otros

Segundo, vemos a Jesús con poder infinito creando todo lo que existe, “todas las cosas, tanto en los cielos como en la tierra, visibles e invisibles; ya sean tronos o dominios o poderes o autoridades” (Col 1:16). Pero también lo vemos dejando a un lado ese poder por nuestro bien, “habiendo hecho la paz por medio de la sangre de Su cruz” (Col 1:20), para que pudiéramos tener una relación con Dios. Hay momentos en que podemos estar llamados a dejar a un lado la autoridad o el poder que tenemos en el lugar de trabajo para beneficiar a alguien que puede que no lo merezca. Si Filemón está dispuesto a dejar a un lado su autoridad como dueño de Onésimo (quien no merece su misericordia) y volver a recibirlo en una nueva relación, entonces Filemón representa de esta manera al Dios invisible en su lugar de trabajo.

La libertad de la adaptación cultural

Tercero, vemos a Jesús viviendo y ofreciéndonos una nueva realidad: “Si habéis, pues, resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Col 3:1–3). Ya no estamos obligados a vivir conforme a las costumbres culturales que contrastan con la vida de Dios en nosotros. Estamos en el mundo, pero no somos del mundo. Podemos marchar a un ritmo diferente. La cultura del lugar de trabajo puede ir en contra de nuestra vida en Cristo, pero Jesús nos llama a poner nuestro corazón y nuestra mente en lo que Dios desea para nosotros y en nosotros. Esto demanda una reorientación trascendental de nuestras actitudes y valores.

Pablo llamó a Filemón a reorientarse de esta manera. La cultura romana del primer siglo les daba a los dueños de esclavos el poder completo sobre el cuerpo y la vida de sus esclavos. La cultura le daba a Filemón el permiso total para tratar duramente a Onésimo, e incluso asesinarlo. Pero Pablo fue claro al respecto: como seguidor de Cristo, Filemón había muerto y ahora su nueva vida se encontraba en Cristo (Col 3:3). Eso significaba redefinir su responsabilidad no solo con Onésimo sino también con Pablo, la iglesia en Colosas y Dios, su juez.