La gloria de Dios es la meta suprema (1 Corintios 10)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

En el curso de una discusión extendida que comienza en el capítulo 8 sobre un tema de importancia fundamental para los cristianos en Corinto —si es apropiado comer carne que había sido sacrificada a los ídolos—, Pablo presenta un principio amplio acerca del uso de los recursos de la tierra. Dice, citando el Salmo 24:1, “porque del Señor es la tierra y todo lo que en ella hay” (1Co 10:26). Es decir que, como todo viene de Dios, es apropiado comer de todo alimento independientemente de su uso anterior para propósitos de cultos paganos. (En una ciudad romana, gran parte de la carne que se vendía en el mercado habría sido ofrecida a los ídolos en el curso de su preparación).[1] Hay dos aspectos de este principio que aplican para el trabajo.

Primero, podemos extender la lógica de Pablo para concluir que los creyentes pueden usar todo lo que produce la tierra, incluyendo el alimento, la ropa, los bienes fabricados y la energía. Sin embargo, Pablo establece un límite muy marcado para este uso: si este hiere a otra persona, entonces debemos abstenernos. Si el problema es en el contexto de una cena en la que hay carne ofrecida a los ídolos, entonces la consciencia de otra persona puede ser la razón que necesitamos para abstenernos de comerla. Si el contexto es la seguridad de los trabajadores, la escasez de recursos o la degradación ambiental, entonces las razones por las que nos abstenemos de usar ciertos artículos pueden ser el bienestar de los trabajadores actuales, el acceso de los pobres a los recursos en la actualidad y las condiciones de vida de la población futura. Como Dios es el dueño de la tierra y todo lo que hay en ella, el uso que le damos a la tierra debe ser conforme con Sus propósitos.

Segundo, se espera que participemos en negocios con personas no creyentes, como ya vimos en 1 Corintios 5:9–10. Si los cristianos solo le compraran carne a los carniceros cristianos, o incluso a los judíos, claramente no existiría una razón para preocuparnos si habría sido ofrecida a los ídolos. Pero Pablo afirma que los creyentes deben participar en el comercio con la sociedad en general. (Los asuntos del capítulo 8 también suponen que los cristianos tendrán relaciones sociales con personas no creyentes, aunque este no es el tema en cuestión aquí). Los cristianos no son llamados a retirarse de la sociedad sino a participar en ella, lo que incluye sus lugares de trabajo. Como se mencionó antes, Pablo discute los límites de esta participación en 2 Corintios 6:14–18 (ver “El trabajo con no creyentes” en 2 Corintios).

Pablo dice que, “Entonces, ya sea que comáis, que bebáis, o que hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” (1Co 10:31). Este versículo no implica de ninguna manera que todas las actividades concebibles son legítimas. No se debe interpretar como que absolutamente todo podría ser hecho de una manera que le da gloria a Dios. La idea de Pablo es que tenemos que discernir si nuestras acciones —incluyendo el trabajo— son consistentes con los propósitos de Dios en el mundo. El criterio no es si nos asociamos con no creyentes, si usamos materiales que otros podrían usar para el mal o si tratamos con personas que no son amigas de Dios, sino si el trabajo que hacemos contribuye a los propósitos de Dios. Si es así, entonces lo que sea que hagamos en realidad será hecho para la gloria de Dios.

La conclusión final es que todas las vocaciones que le agregan un valor genuino al mundo creado de Dios de una forma que beneficia a la humanidad, son llamados verdaderos que le dan la gloria a Dios. El campesino y el vendedor en la tienda de comestibles, el fabricante y el que controla las emisiones, el padre y el maestro, el votante y el gobernador pueden disfrutar la satisfacción de servir en el plan de Dios para Su creación.

Hans Conzelman, 1 Corinthians [1 Corintios], trad. James W. Leitch (Philadelphia: Fortress Press, 1975), 176, incl. n. 11–13.