Conservar la integridad en medio de la corrupción (Salmo 73)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

El Salmo 73 describe un trayecto de cuatro fases de tentación y fidelidad, que se representa en el trabajo del salmista.[1] En la primera fase, él reconoce que el juicio positivo de Dios es una fuente de fortaleza. “Ciertamente Dios es bueno para con Israel, para con los puros de corazón” (Sal 73:1). Sin embargo, pronto se ve tentado a dejar los caminos de Dios (fase 2) y dice, “En cuanto a mí, mis pies estuvieron a punto de tropezar, casi resbalaron mis pasos. Porque tuve envidia de los arrogantes” (Sal 73:2). Él reconoce que le inquieta el éxito aparente de los malvados, el cual describe con excesivo detalle en los siguientes diez versículos, destacando en particular a aquellos que hablan “con maldad” y “desde su encumbrada posición” (Sal 73:8). En su envidia, comienza a pensar que su propia integridad ha sido en vano, diciendo, “Ciertamente en vano he guardado puro mi corazón” (Sal 73:13), y señalando que ha estado cerca de unirse a los malvados (Sal 73:14-15).

Sin embargo, en el último momento va al “santuario de Dios”, lo que significa que comienza a “comprender” la situación desde el punto de vista del Señor (Sal 73:17). Él reconoce que Dios arrojará “a la destrucción” a los malvados (Sal 73:18). Aquí comienza la tercera fase, en la que ve que el éxito de los que no tienen integridad es solo temporal. Eventualmente, todos ellos “son destruidos en un momento” y se convierten “como un sueño del que despierta” (Sal 73:19-20). Se da cuenta de que cuando estaba pensando en unirse a ellos, era “torpe y sin entendimiento” (Sal 73:22). En la cuarta fase, se vuelve a comprometer con los caminos de Dios, diciendo, “yo siempre estoy contigo” y “con Tu consejo me guiarás” (Sal 73:23-24).

¿Es posible que de alguna forma también sigamos este recorrido de cuatro fases? Puede que también comencemos con integridad y fidelidad a Dios. Luego, vemos que parece que otros se salen con la suya con sus engaños y opresiones. Algunas veces nos impacienta ver cuánto tiempo tarda Dios en ejecutar Su juicio. Mientras que Dios tarda, los malvados parecen “siempre desahogados” y “han aumentado sus riquezas”, mientras que los íntegros son “azotados y castigados” por la injusticia de la vida (Sal 73:12, 14). Sin embargo, el tiempo en el que ocurrirá el juicio de Dios es asunto Suyo, no nuestro. De hecho, ya que nosotros mismos no somos perfectos, no deberíamos estar tan ansiosos de que Dios juzgue a los malvados.

Al prestarle demasiada atención al éxito inmerecido de otros, somos tentados a buscar beneficios injustos para nosotros también. Sucumbir ante este deseo es especialmente tentador en el trabajo, donde parece que hay un conjunto de reglas diferente. Vemos personas arrogantes (Sal 73:3) que ganan reconocimiento y acosan a otros para recibir una parte desmedida de los incentivos (Sal 73:6). Vemos personas que cometen fraudes pero prosperan por años. Aquellos que tienen poder sobre nosotros en el trabajo parecen insensatos (Sal 73:7) y aun así alcanzan posiciones más altas. Tal vez deberíamos hacer lo mismo que ellos hacen. Tal vez Dios no conoce realmente o no le interesa la forma en la que actuamos (Sal 73:11), al menos no en el trabajo.

Como el salmista, nuestro remedio es recordar que trabajar junto con Dios —es decir, de acuerdo con Sus caminos— es un deleite en sí mismo. “Mas para mí, estar cerca de Dios es mi bien” (Sal 73:28). Cuando hacemos esto, disponemos de nuevo nuestro corazón al consejo de Dios y regresamos a Sus caminos. Por ejemplo, quizá podamos trepar la escalera del éxito más rápido —al menos al comienzo— tomando el crédito por el trabajo de otros, culpándolos por nuestros errores o haciendo que otros realicen nuestras tareas. Sin embargo, ¿vale la pena el sentimiento de vacío y el temor de ser expuestos como fraudes por el ascenso y el dinero extra? ¿El éxito compensará la pérdida de amistades y la imposibilidad de confiar en alguien alrededor? Si cuidamos a las personas a nuestro alrededor, compartimos el crédito por el éxito y asumimos nuestra parte en los fracasos, puede que parezca que nuestro comienzo es lento, pero ¿no será más agradable el trabajo? Y cuando necesitemos apoyo, ¿no estaremos en una mejor posición que la del arrogante y el abusivo? En verdad, Dios es bueno con los justos.

John E. Hunter, Finding the Living Christ in the Psalms [Encontrando al Cristo vivo en los Salmos] (Grand Rapids: Zondervan, 1972), desarrolla esta idea en el capítulo “The Man Who Looked Four Ways” [Las cuatro formas en las que luce el hombre], aunque nosotros no seguimos las mismas fases con exactitud.