La presencia de Dios en medio del desastre (Salmo 46)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Algunas veces, el desastre amenaza nuestros lugares de trabajo, el trabajo mismo o nuestra sensación de bienestar. Este desastre puede incluir las catástrofes naturales (como huracanes, tornados, inundaciones, tifones, incendios forestales), las económicas (como las recesiones, bancarrota, colapso de grandes instituciones financieras) y las políticas (un cambio repentino de políticas o prioridades, o la guerra). El Salmo 46 resalta el alcance mundial que puede tener el desastre, lo que es evidente en la actualidad en la economía global. Las decisiones que se toman en Londres y Beijing con respecto a la moneda repercuten en la cantidad de dinero que reciben los campesinos de Indiana o de Indonesia por el producto de sus cultivos. La agitación política en el Medio Oriente puede afectar el precio de la gasolina en una ciudad pequeña en cualquier lugar del mundo, lo que a su vez, por medio de una cadena de eventos, puede determinar la capacidad de un restaurante local para seguir funcionando. Aunque las economías antiguas no eran tan “globales”, las personas sabían muy bien que lo que sucedía entre las naciones podía cambiarles la vida tarde o temprano. El deshielo del planeta da a entender que algún día todo el poder de las naciones parecerá tan efímero como los castillos de arena. La crisis en el mundo provoca incertidumbre para el comercio, el gobierno, las finanzas y toda clase de trabajo. Sin embargo, sea cual sea la magnitud del desastre, Dios sigue siendo más grande.

Dios es nuestro refugio y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos aunque la tierra sufra cambios, y aunque los montes se deslicen al fondo de los mares; aunque bramen y se agiten sus aguas, aunque tiemblen los montes con creciente enojo. (Sal 46:1-3)

En medio de las circunstancias difíciles y amenazantes podemos ver con calma, confianza e incluso con gusto a nuestros compañeros de trabajo y al trabajo mismo. Nuestra confianza suprema está en Dios, Quien con Su propio ser proporciona un refugio de fortaleza y bienestar cuando se nos acaban las fuerzas. No solo nosotros individualmente, sino nuestras comunidades y todo el mundo están bajo la gracia de Dios. El desastre mundial no es nada ante la providencia del Señor. Recordar la forma en la que Dios nos ha cuidado en circunstancias pasadas —ya sean propias o de otras personas del pueblo de Dios— nos da la seguridad de que Él está con nosotros “en medio de” la ciudad (Sal 46:5) y en todo lugar de la tierra (Sal 46:10). Algunas veces, incluso tenemos el privilegio de servir como uno de los instrumentos de Dios para ayudar a otros en medio del desastre.