Libro 2 (Salmos 42-72)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Todos hemos tenido sentimientos de inseguridad y la ruina financiera es una de las primeras preocupaciones en nuestra lista. En el segundo libro del Salterio, vemos varios textos relacionados con los temores que aquejan a las personas y las vías a las que acuden para recibir ayuda. De este modo, aprendemos acerca del fundamento verdadero y el fundamento falso de la esperanza en un mundo de incertidumbre.

La presencia de Dios en medio del desastre (Salmo 46)

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Algunas veces, el desastre amenaza nuestros lugares de trabajo, el trabajo mismo o nuestra sensación de bienestar. Este desastre puede incluir las catástrofes naturales (como huracanes, tornados, inundaciones, tifones, incendios forestales), las económicas (como las recesiones, bancarrota, colapso de grandes instituciones financieras) y las políticas (un cambio repentino de políticas o prioridades, o la guerra). El Salmo 46 resalta el alcance mundial que puede tener el desastre, lo que es evidente en la actualidad en la economía global. Las decisiones que se toman en Londres y Beijing con respecto a la moneda repercuten en la cantidad de dinero que reciben los campesinos de Indiana o de Indonesia por el producto de sus cultivos. La agitación política en el Medio Oriente puede afectar el precio de la gasolina en una ciudad pequeña en cualquier lugar del mundo, lo que a su vez, por medio de una cadena de eventos, puede determinar la capacidad de un restaurante local para seguir funcionando. Aunque las economías antiguas no eran tan “globales”, las personas sabían muy bien que lo que sucedía entre las naciones podía cambiarles la vida tarde o temprano. El deshielo del planeta da a entender que algún día todo el poder de las naciones parecerá tan efímero como los castillos de arena. La crisis en el mundo provoca incertidumbre para el comercio, el gobierno, las finanzas y toda clase de trabajo. Sin embargo, sea cual sea la magnitud del desastre, Dios sigue siendo más grande.

Dios es nuestro refugio y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos aunque la tierra sufra cambios, y aunque los montes se deslicen al fondo de los mares; aunque bramen y se agiten sus aguas, aunque tiemblen los montes con creciente enojo. (Sal 46:1-3)

En medio de las circunstancias difíciles y amenazantes podemos ver con calma, confianza e incluso con gusto a nuestros compañeros de trabajo y al trabajo mismo. Nuestra confianza suprema está en Dios, Quien con Su propio ser proporciona un refugio de fortaleza y bienestar cuando se nos acaban las fuerzas. No solo nosotros individualmente, sino nuestras comunidades y todo el mundo están bajo la gracia de Dios. El desastre mundial no es nada ante la providencia del Señor. Recordar la forma en la que Dios nos ha cuidado en circunstancias pasadas —ya sean propias o de otras personas del pueblo de Dios— nos da la seguridad de que Él está con nosotros “en medio de” la ciudad (Sal 46:5) y en todo lugar de la tierra (Sal 46:10). Algunas veces, incluso tenemos el privilegio de servir como uno de los instrumentos de Dios para ayudar a otros en medio del desastre.

La ansiedad frente al triunfo de las personas inescrupulosas (Salmos 49, 50, 52, 62)

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Algunas veces, las personas piadosas tienen una perspectiva distorsionada de la forma en la que Dios gobierna, lo que les causa una ansiedad innecesaria. Piensan que obviamente a los justos les debería ir bien en la vida, mientras que claramente los malvados deberían caer en la ruina. Sin embargo, la realidad no siempre sigue esta lógica. Cuando los malvados prosperan, los cristianos sienten que el mundo se ha puesto de cabeza y que se ha demostrado que su fe es en vano. El Salmo 49:16-17 aborda esta situación: “No temas cuando alguno se enriquece, cuando la gloria de su casa aumenta; porque nada se llevará cuando muera, ni su gloria descenderá con él”. La piedad no asegura el éxito comercial y la impiedad no asegura el fracaso. Aquellos que dedican sus vidas a ganar dinero fracasarán al final, ya que su tesoro es algo que van a perder (Lc 12:16-21). Ver “La inquietud por los ricos” (Lc 6:25; 12:13-21; 18:18-30) en “Lucas y el trabajo” en el Comentario Bíblico de la Teología del Trabajo.

No se trata simplemente de que los malvados tengan que enfrentar el juicio de Dios después de la muerte. Cuando alguien que es malvado pero exitoso cae en la ruina, las personas se dan cuenta y entienden la relación entre la forma de vida de esa persona y la calamidad que al final la hundió. En Salmos 52:7 se describe una situación como esta: “He aquí el hombre que no quiso hacer de Dios su refugio, sino que confió en la abundancia de sus riquezas y se hizo fuerte en sus malos deseos”. Por esta razón, Salmos 62:10 nos dice que no debemos buscar la seguridad siguiendo el camino de los malvados o en la adquisición de riquezas: “No confiéis en la opresión, ni en el robo pongáis vuestra esperanza; si las riquezas aumentan, no pongáis el corazón en ellas”. En los tiempos difíciles, somos propensos a mirar a aquellos que han prosperado gracias a sus prácticas corruptas o a su nepotismo y creer que debemos hacer lo mismo para no caer en la pobreza, pero lo que en realidad haríamos es asegurarnos de compartir su desgracia ante las personas y su condenación ante Dios.

Por otra parte, si decidimos poner nuestra confianza en Dios debemos hacerlo completamente, no de manera superficial. Salmos 50:16 declara, “Pero al impío Dios le dice: ¿Qué derecho tienes tú de hablar de Mis estatutos, y de tomar Mi pacto en tus labios?” Es malo que alguien use el fraude para ganar riquezas, pero es terrible hacerlo mientras se aparenta ser fiel a Dios.

Sería bueno preguntar qué ven los demás cuando observan nuestro trabajo y la forma en la que lo hacemos. ¿Justificamos el tomar atajos éticos, la práctica de la discriminación o el maltrato de las personas mientras balbuceamos palabras como “bendición”, “la voluntad de Dios” o Su “favor”? Tal vez deberíamos ser más cuidadosos al atribuirle nuestros aparentes éxitos a la voluntad de Dios, y estar más listos para decir simplemente, “es algo que no merezco”.