La conquista (Josué 1-12)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

En el libro de Josué, Dios comienza reiterándole a Josué la promesa de la tierra y la presencia divina.

“Mi siervo Moisés ha muerto; ahora pues, levántate, cruza este Jordán, tú y todo este pueblo, a la tierra que Yo les doy a los hijos de Israel. Todo lugar que pise la planta de vuestro pie os he dado, tal como dije a Moisés. Desde el desierto y este Líbano hasta el gran río, el río Eufrates, toda la tierra de los hititas hasta el mar Grande que está hacia la puesta del sol, será vuestro territorio. Nadie te podrá hacer frente en todos los días de tu vida. Así como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré ni te abandonaré”. (Jos 1:2-5)

Se destacan Josué, la tierra y la presencia de Dios, como veremos en las siguientes secciones.

Josué (Josué 1)

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Josué es el sucesor de Moisés, quien toma el lugar del líder de Israel. Aunque no es un rey, de alguna forma sí prefigura a los reyes que reinaron sobre Israel en los siglos posteriores. Él lleva a la nación a la batalla, sirve como juez cuando es necesario e intenta mantener al pueblo bajo los preceptos del pacto que Dios hizo con los israelitas en el Monte Sinaí.

En términos modernos, podríamos decir que la transición de Moisés a Josué es ejemplo de una buena planeación de sucesión. Moisés, guiado por Dios, ha designado en Josué un líder que coincide con el propio carácter de Moisés de fidelidad hacia Dios. Él es descrito como un hombre de valor y aprendizaje, fuerte y valiente (Jos 1:6-7), conocedor y obediente de la ley de Dios (Jos 1:8-9), y lo que es más importante, es un hombre espiritual. En el fondo, la base del liderazgo de Josué no es su propia fuerza, ni siquiera es la instrucción de Moisés, sino la guía y el poder de Dios. Dios le promete, “el Señor tu Dios estará contigo dondequiera que vayas” (Jos 1:9). (Puede encontrar más información sobre la preparación de Josué para ser el sucesor de Moisés en “Planeación de la sucesión” en Números 27:12-23 y “El final del trabajo de Moisés” en Deuteronomio 31:1-34:12 en www.teologiadeltrabajo.org).

La característica más importante de Josué, que sirve como ejemplo para los líderes actuales, puede ser su deseo de seguir creciendo en virtud a lo largo de su vida. A diferencia de Sansón, quien parece atascado en una obstinación infantil, Josué pasa de ser un joven temerario (Nm 14:6-10) a un comandante militar (Jos 6:1-21), un administrador nacional principal (Jos 20) y eventualmente un visionario profético (Jos 24). Él está más que dispuesto a someterse a un largo periodo de entrenamiento bajo la guía de Moisés y aprender de aquellos que son más experimentados que él (Nm 27:18-23; Dt 3:28). No teme dar órdenes en tiempos de acción, y aun así sigue compartiendo el liderazgo en un equipo que incluye al sacerdote Eleazar y a los ancianos de las doce tribus (e.g. Jos 19:51). Parece que nunca rechaza una oportunidad de crecer en carácter o para el beneficio de la sabiduría de otros.

La tierra (Josué 2-12)

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A lo largo de Josué y Jueces, la tierra tiene una importancia tan grande que es casi un personaje en sí misma: “Y la tierra tuvo descanso” (Jue 3:11, 30, etc.). El acto principal del libro de Josué es la conquista de Israel de la tierra que Dios les había prometido a sus antepasados (Jos 2:24, desde el 1:6). La tierra es el escenario central en el cual ocurren los sucesos entre Dios e Israel, y hace parte de la esencia de las promesas de Dios para la nación. La misma Ley de Moisés está estrechamente ligada con la tierra. Muchas de las disposiciones principales de la Ley carecen de sentido si Israel no está en la tierra y el castigo principal bajo el pacto consiste en ser expulsados de la misma.

Asolaré la tierra de tal modo que vuestros enemigos que se establezcan en ella queden pasmados. A vosotros, sin embargo, os esparciré entre las naciones y desenvainaré la espada en pos de vosotros, y vuestra tierra será asolada y vuestras ciudades quedarán en ruinas. (Lv 26:32-33)

La tierra —el suelo bajo nuestros pies— es el lugar donde existimos. La promesa de Dios para Su pueblo no es una abstracción inmaterial, sino un lugar concreto en donde se hace Su voluntad y se encuentra Su presencia. Es en el lugar en donde estamos que encontramos a Dios y donde podemos continuar con Su trabajo. La creación puede ser un lugar en el que habitan tanto el bien como el mal. Debemos trabajar haciendo lo bueno en la creación y en la cultura en la que estamos. Josué recibió la tarea de santificar la tierra de Canaán cumpliendo el pacto con Dios allí, y nosotros también tenemos la tarea de santificar nuestros lugares de trabajo por medio del trabajo que es acorde con el pacto de Dios.

Trabajar la tierra (Josué 5)

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Es claro que la tierra era fértil según los estándares del Cercano Oriente antiguo, pero las bendiciones de la tierra iban más allá de un clima favorable, agua abundante y otros beneficios naturales provenientes de la mano del Creador. Israel también heredaría la infraestructura que los cananeos habían desarrollado. “Y os di una tierra en que no habíais trabajado, y ciudades que no habíais edificado, y habitáis en ellas; de viñas y olivares que no plantasteis, coméis” (Jos 24:13, cf. Dt 6:10-11). Incluso la famosa descripción de esta tierra que “mana leche y miel” (Jos 5:6, cf. Éx 3:8) supone alguna medida de administración de ganado y apicultura.

Por tanto, hay un vínculo indisoluble entre la tierra y el trabajo. La habilidad de producir no solamente surge de nuestras capacidades o diligencia, sino también de los recursos que tenemos disponibles. Por otro lado, la tierra no se trabaja a sí misma. Debemos producir el pan con el sudor de nuestras frentes (Gn 3:19). Este punto se plantea concretamente en Josué 5:11-12. “Y el día después de la Pascua, ese mismo día, comieron del producto de la tierra, panes sin levadura y cereal tostado. Y el maná cesó el día después que habían comido del producto de la tierra, y los hijos de Israel no tuvieron más maná, sino que comieron del producto de la tierra de Canaán durante aquel año”. 

Israel sobrevivió gracias al regalo divino del maná mientras anduvo por el desierto, pero Dios no había diseñado esta solución como algo permanente para la provisión. Se debía trabajar la tierra. Los recursos suficientes y el trabajo fructífero eran elementos integrales de la tierra prometida. Quizá el punto parezca evidente, pero es válido plantearlo. Aunque Dios puede proveer algunas veces de forma milagrosa para nuestras necesidades físicas, la ordenanza es que nos sustentemos con el fruto de nuestro trabajo.

Conquista de la tierra (Josué 6-12)

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El hecho de que la economía productiva de los israelitas se fundamentara en despojar a los cananeos de su tierra, plantea algunas preguntas incómodas. ¿Dios aprobó (o aprueba) la conquista como una forma en la que una nación puede adquirir sus tierras? ¿Dios tolera la guerra étnica? ¿El pueblo antiguo de Israel merecía más la tierra que los cananeos? El análisis teológico completo de la conquista va más allá del alcance de este artículo.[1] Aunque no esperamos responder las muchas preguntas que surgen, hay algunas cosas que debemos tener en cuenta:

  1. Dios decide manifestarse a Su pueblo en medio de la turbulencia del Cercano Oriente antiguo en donde las fuerzas que se desplegaban contra Israel eran enormes y violentas.
  2. El trabajo de la conquista militar es ciertamente el más destacado en el libro de Josué, pero no se presenta como un modelo para ningún otro trabajo posterior. En Josué y Jueces encontramos aspectos del trabajo o del liderazgo que se aplican en la actualidad, pero despojar a las personas de su tierra no es uno de ellos.
  3. El mandato de despojar de sus tierras a los cananeos (Jos 1:1-5) es extremadamente específico para el pueblo antiguo de Israel y no indica la disposición general de los mandamientos de Dios para Israel ni para ningún otro grupo de población.
  4. La causa de la aniquilación de los cananeos son sus reconocidas costumbres malvadas. Los cananeos eran conocidos porque practicaban el sacrificio de niños, la adivinación, la hechicería y la nigromancia, costumbres que Dios no podía tolerar en medio del pueblo que había escogido para que fuera bendición para el mundo (Dt 18:10-12). Era necesario eliminar la idolatría de la tierra para que el mundo tuviera la oportunidad de ver la naturaleza del único Dios verdadero, creador del cielo y la tierra.[2]
  5. Los cananeos que se arrepintieron, como Rahab (Jos 2:1-21; 6:22-26) son perdonados, y de hecho, la supuesta destrucción masiva de los cananeos nunca se realiza completamente (ver más adelante).
  6. A su vez, Israel practicó muchos de los actos malvados de los cananeos. Esto responde con un “no” rotundo a la pregunta de si Israel era más merecedor de la tierra. Como los cananeos, los israelitas también serían desplazados de la tierra por medio de la conquista de otros, lo que la Biblia atribuye de igual forma a la mano de Dios. Israel también está sujeto al juicio de Dios (consulte por ejemplo Amós 3:1-2).
  7. Toda la ética cristiana relacionada con el poder no se encuentra en el libro de Josué; se encuentra en la vida, muerte y resurrección de Jesús, quien encarna toda la palabra de Dios. El modelo definitivo de la Biblia en cuanto al poder no es que Dios conquista naciones para Su pueblo, sino que el Hijo de Dios entrega Su vida por todos los que vienen a Él (Mr 10:42; Jn 10:11-18). En definitiva, la ética bíblica del poder se basa en la humildad y el sacrificio.

 Para más información sobre la conquista, ver C. S. Cowles, Eugene H. Merrill, Daniel L. Gard y Tremper Longman III, Show Them No Mercy: 4 Views on God and Canaanite Genocide [No se apiaden de ellos: 4 puntos de vista acerca de Dios y el genocidio cananeo] (Grand Rapids: Zondervan, 2003).

Ver J. Gordon McConville y Stephen N. Williams, Joshua [Josué], Two Horizons Old Testament Commentary [Comentario del Antiguo Testamento Dos horizontes] (Grand Rapids: Eerdmans, 2010), 113-4.

La rememoración de la presencia de Dios en la tierra (Josué 4:1-9)

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La mayor bendición para el pueblo en la tierra es que Dios estará con ellos. El pueblo celebra esta bendición pasando al frente del arca del Señor —la morada de Su presencia— y dejando unas piedras conmemorativas en el río Jordán. La prosperidad de Israel y su seguridad en la tierra deben venir de la mano de Dios. El trabajo de Israel siempre se debe al trabajo previo de Dios a su favor; cada vez que se alejan de la presencia de Dios, el curso de su labor se viene abajo. Observe la advertencia sombría que se da en Jueces 2:10: “También toda aquella generación fue reunida a sus padres; y se levantó otra generación después de ellos que no conocía al Señor, ni la obra que Él había hecho por Israel”. Los problemas subsiguientes de Israel surgen de no haber reconocido lo que Dios había hecho por ellos.

También nos podríamos preguntar si estamos reconociendo el trabajo de Dios a nuestro favor. La pregunta aquí no es si estamos trabajando bien para Dios, es si podemos verlo trabajando para nosotros. En el trabajo, la mayoría encuentra una tensión entre el avance personal y el servicio a otros, o entre “un sistema egoísta centrado en mí mismo” y “el bienestar de los demás”, como lo dice Laura Nash en su excelente estudio de esta dinámica.[1]¿Puede ser que nos estemos esforzando demasiado por avanzar en ese sistema egoísta porque tememos que no le importamos a nadie más?

¿Qué pasaría si adquiriéramos la costumbre de llevar un registro de las cosas que Dios hace por nosotros? Muchos guardamos recordatorios de nuestros logros laborales —premios, placas, fotos, distinciones, certificados y otros. ¿Qué pasaría si cada vez que los viéramos pensáramos, “Dios ha estado aquí conmigo todos los días”, en vez de pensar “yo tengo lo necesario para ser exitoso”? ¿Esto nos daría libertad para tener más presentes las necesidades de otros al tiempo que estamos seguros de que Dios nos cuida? Una forma simple de comenzar sería tomar nota mentalmente o incluso escribir todo lo bueno e inesperado que ocurre durante el día, sea que le pase a usted o a alguien más por medio de usted. Cada uno de esos puntos podría convertirse en un tipo de piedra conmemorativa para Dios, como las piedras que los israelitas dejaron en las aguas del Jordán para recordar cómo Dios los trajo a la tierra prometida. De acuerdo con el texto, este era un recordatorio poderoso para ellos “y allí permanecen hasta hoy” (Jos 4:1-9).

Laura Nash, Believers in Business [Creyentes en los negocios] (Nashville: Thomas Nelson, 1994), 96.

Involucrar al Señor en nuestras decisiones (Josué 9:12-15)

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En el capítulo 9 de Josué se describe la forma en la que el pueblo de Gabaón engañó al pueblo de Israel. Su intención era hacerle creer a los israelitas que ellos vivían lejos de la tierra de Canaán y que por esto no constituían una amenaza, pero de hecho, vivían muy cerca. Para engañarlos decidieron usar ropas viejas y sandalias gastadas y llevaron provisiones que indicaban que habían hecho un viaje largo.

Este nuestro pan estaba caliente cuando lo sacamos de nuestras casas para provisión el día que salimos para venir a vosotros; pero he aquí, ahora está seco y desmenuzado. Estos odres de vino que llenamos eran nuevos, y he aquí, están rotos; y estos vestidos nuestros y nuestras sandalias están gastados a causa de lo muy largo del camino. Y los hombres de Israel tomaron de sus provisiones, y no pidieron el consejo del Señor. Josué hizo paz con ellos y celebró pacto con ellos para conservarles la vida; también los jefes de la congregación se lo juraron. (Josué 9:12-15)

Los israelitas fueron engañados porque decidieron depender de su propia percepción y no “pidieron el consejo de Señor”. Esto también nos puede pasar en la actualidad. Sacamos una conclusión con base en lo que creemos y tomamos una decisión rápidamente, pero olvidamos pedirle a Dios que nos guíe. Cuando creemos que entendemos una situación es demasiado fácil depender de nuestras propias ideas en vez de pedirle a Dios que nos muestre su perspectiva.