Perspectiva general de libro de Isaías

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

De acuerdo con Isaías 1:1, la carrera del profeta Isaías se extendió durante el gobierno de cuatro reyes en el reino del sur de Judá: Uzías, Jotam, Acaz y Ezequías. Él fue un emisario de Dios para Judá por más de cincuenta años (desde aproximadamente el 740 hasta el 686 a. C.), casi cien años antes de los otros tres profetas literarios mayores —Jeremías, Ezequiel y Daniel. Aunque la escena política en Judá era diferente de la del reino del norte de Israel, los pecados del pueblo eran lamentablemente similares: la adoración a los dioses, la opresión y marginación de los pobres para ganancia personal y la práctica de negocios que amenazaban la ley de Dios de forma drástica. Igual que su contemporáneo Amós (quien entregó mensajes de Dios en el lugar sagrado en Betel al pueblo de Israel que no se había arrepentido), Isaías vio claramente que la adoración con palabras vacías lleva a una ética social egoísta.

Isaías se diferencia de Jeremías y Ezequiel en que el carácter de su ministerio profético mezcla pronósticos (la visión del futuro) en gran medida con la predicación[1] (pregonar la verdad a un pueblo pecador). Aunque el libro de Isaías proporciona varios puntos históricos que presentan al profeta en un periodo particular de la historia de Judá, el texto extiende su visión desde el tiempo de Isaías hasta el final de los tiempos, cuando Dios cree “cielos nuevos y una tierra nueva” (Is 65:17). Algunos eruditos han descrito el libro de Isaías como una visión de cadena montañosa, en la cual son visibles varios picos, pero los valles que se extienden entre los picos (los períodos que separan varias ideas proféticas) no se pueden ver. Por ejemplo, la profecía al rey Acaz de que Dios daría como señal un bebé llamado Emmanuel (Is 7:14) la vuelve a tomar Mateo setecientos años después (Mt 1:23), como una visión del Mesías que está a punto de nacer[2].

Las notas históricas en el libro que presentan al profeta Isaías en el siglo sexto antes de Cristo comienzan con su recepción de una visión de Dios y un llamado al ministerio de profeta “en el año de la muerte del rey Uzías”, es decir, el 740 a. C. (Is 6:1). El texto pasa por alto el reinado de dieciséis años del rey Jotam (2R 15:32–38) y retoma el relato en Isaías 7:1 con el rey Acaz (2R 16:1 en adelante), quien enfrentó la destrucción aparentemente inminente de Jerusalén en manos de los sirios y sus aliados en la época, el reino de norte de Israel. Más tarde, en los capítulos 36 y 37, el profeta describe el dilema del rey Ezequías cuando el general asirio Senaquerib sitió Jerusalén, amenazando con su total destrucción (2R 18:13–19:37).

Isaías continúa con la historia de Ezequías en los capítulos 38 y 39, una historia de la enfermedad mortal del rey y la disposición de Dios de extender su vida por quince años más. En cada uno de estos puntos históricos, el profeta Isaías estaba involucrado directamente con los reyes comunicándoles las palabras de Dios.

La profecía de Isaías proyecta una visión para el pueblo de Dios que va desde el juicio nacional inminente a la restauración por gracia después de la catástrofe que resulta y hasta la esperanza escatológica de algo tan distinto a lo que solo se le puede llamar nuevos cielos y nueva tierra (Is 65:17). Su trabajo (de predicción y también exhortación) abarca desde la monarquía en Judá al exilio de la nación en Babilonia y a la restauración y el regreso a Judá. Él anuncia los eventos desde la venida del Mesías hasta la llegada de “nuevos cielos y nueva tierra”. Estructuralmente, los capítulos del 1 al 39 cubren el período del ministerio activo de Isaías, mientras que los capítulos que quedan del libro (40–66) examinan con profundidad el futuro del pueblo de Dios. Por tanto, la palabra profética del Señor por medio de Isaías se extiende por incontables generaciones.

El llamado de Isaías fue a servir como el emisario de Dios ante el pueblo de Judá y proclamarles su estado de pecadores ante los ojos de Dios. Más adelante, el profeta insistió que sus profecías fueran registradas para las generaciones futuras: “Ahora ve, escríbelo en una tablilla delante de ellos… para que sirva en el día postrero como testigo para siempre. Porque este es un pueblo rebelde, hijos falsos, hijos que no quieren escuchar la instrucción del Señor” (Is 30:8, 9). El pecado del pueblo se define por su negligencia respecto a la ley de Dios o las demandas del pacto de Dios para ellos como Su pueblo. Las profecías contra el pueblo pecador son tan fuertes que se podría describir la situación de la siguiente manera: el deseo de Dios por aquellos que ha llamado como Su pueblo es tal, que si ellos no son Su pueblo entonces ni siquiera podrán ser un pueblo.

La descripción del cargo de un profeta incluye tanto decir la verdad como comunicar lo que sucederá en el futuro. Continuamente, Isaías llamó al pueblo a que volviera a vivir de acuerdo con la ley justa de Dios (lo que es expresar la verdad), pero también vio el futuro y predijo eventos que ocurrirían después (lo que es predecir el futuro). La mayoría de los profetas eran principalmente predicadores de justicia, y su trabajo de predecir no se extendía tanto al futuro como el de Isaías, Daniel o Miqueas. Aunque les advertían a las personas pecadoras acerca del desastre inminente que Dios traería sobre ellos debido a su pecado, solo algunos profetas extendieron el rango de sus profecías más allá del siguiente castigo de Dios sobre el pueblo pecador.

Más precisamente, esta profecía tiene un cumplimiento a corto plazo en el nacimiento de un bebé en la época de Acaz, y un cumplimiento supremos en la cencepción virginal y el nacimiento de Jesús.