Conclusiones de Eclesiastés

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

¿Qué debemos hacer con esta mezcla de bien y mal, significado y vanidad, acción e ignorancia, la cual encuentra en la vida y el trabajo el Predicador? El trabajo es un “correr tras el viento”, como continuamente nos lo recuerda el Predicador. Como el viento, el trabajo es real y tiene un impacto mientras dura. Nos mantiene vivos y nos ofrece oportunidades de disfrute. Sin embargo, es difícil evaluar todo el efecto de nuestro trabajo, pronosticar las consecuencias no intencionales para bien y para mal. Es imposible saber qué puede causar nuestro trabajo más allá del tiempo presente. ¿El trabajo equivale a algo que perdura, algo eterno, algo que al final es bueno? El Predicador dice que realmente no es posible saber nada con certeza bajo el sol.

Sin embargo, podemos tener una perspectiva diferente. A diferencia del Predicador, los seguidores de Cristo en la actualidad vemos una esperanza concreta más allá del mundo caído. Somos testigos de la vida, muerte y resurrección de un nuevo Predicador, Jesús, cuyo poder no murió con el fin de Sus días bajo el sol (Lc 23:44). Él anuncia que “el reino de Dios ha llegado a vosotros” (Mt 12:28). El mundo en el que vivimos ahora llegará a estar bajo el gobierno de Cristo y será redimido por Dios. Lo que el escritor de Eclesiastés no sabía —no podía saber, y él mismo estaba consciente de ello— es que Dios enviaría a Su Hijo no para condenar al mundo, sino para restaurarlo y que volviera a ser como Él quería que fuera (Jn 3:17). Los días del mundo caído bajo el sol están pasando para dar lugar al reino de Dios en la tierra, en donde los hijos de Dios “no tendrán necesidad de luz de lámpara ni de luz del sol, porque el Señor Dios los iluminará” (Ap 22:5). Debido a esto, el mundo en el que vivimos no es solo el vestigio del mundo caído, sino también lo que existe antes del reino de Cristo, “que descendía del cielo, de Dios” (Ap 21:2).

Por lo tanto, el trabajo que hacemos como seguidores de Cristo sí tiene —o al menos podría tener— un valor eterno que el Predicador no podía ver. No solo trabajamos en el mundo bajo el sol, sino también en el reino de Dios. Esta idea no pretende ser un intento equivocado de corregir Eclesiastés con una dosis del Nuevo Testamento. En cambio, es un llamado a apreciar este libro como un regalo de Dios para nosotros tal y como es. Nuestra vida diaria se encuentra prácticamente bajo las mismas condiciones que las del Predicador. Como nos recuerda Pablo, “Sabemos que la creación entera a una gime y sufre dolores de parto hasta ahora. Y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, aun nosotros mismos gemimos en nuestro interior, aguardando ansiosamente la adopción como hijos, la redención de nuestro cuerpo” (Ro 8:22-23). Nos aflige la misma carga que la del Predicador, ya que todavía estamos esperando el cumplimiento del reino de Dios en la tierra.

Eclesiastés presenta dos perspectivas características que no se igualan a ninguna otra en la Escritura: un relato sin adornos del trabajo bajo las condiciones de la Caída y un testigo de esperanza en las circunstancias más oscuras del trabajo.

Un relato sin adornos del trabajo bajo la Caída

Si sabemos que el trabajo en Cristo tiene un valor duradero que el Predicador no puede ver, ¿qué utilidad tienen sus palabras para nosotros? Para comenzar, ellas afirman que el trabajo, la opresión, el fracaso, la falta de significado, la aflicción y el dolor que experimentamos en el trabajo son reales. Cristo vino, pero la vida para Sus seguidores todavía no se ha convertido en un paseo en el jardín. Si su experiencia de trabajo es dura y dolorosa —a pesar de las promesas de bien de Dios— usted no está loco después de todo. Las promesas de Dios son verdaderas, pero no se cumplen todas en el momento presente. Estamos atrapados en la realidad de que el reino de Dios ha venido a la tierra (Mt 12:28), pero todavía no se ha completado (Ap 21:2). Al menos, puede ser un consuelo que la Escritura se atreva a plasmar las duras realidades de la vida y el trabajo, al tiempo que proclama que Dios es El Señor.

Si Eclesiastés sirve de consuelo para los que trabajan en condiciones difíciles, también puede ser un reto para aquellos que son bendecidos con buenas condiciones laborales. ¡No se sientan satisfechos! Hasta que el trabajo se convierta en una bendición para todos, el pueblo de Dios está llamado a luchar por el beneficio de todos los trabajadores. Es verdad que debemos comer, beber y encontrar disfrute en el trabajo con el que somos bendecidos. Sin embargo, hacemos esto mientras nos esforzamos y oramos que venga el reino de Dios.

Un testimonio de esperanza en las circunstancias más oscuras del trabajo

Eclesiastés también da un ejemplo de cómo mantener la esperanza en medio de la dura realidad del trabajo en el mundo caído. A pesar de lo peor que ve y experimenta, el Predicador no pierde la esperanza en la palabra de Dios. Él encuentra momentos de gozo, los destellos de sabiduría y las formas de hacer frente a un mundo que es efímero pero no absurdo. Si Dios hubiera abandonado la humanidad a las consecuencias de la Caída, no habría nada bueno en el trabajo en lo absoluto, no tendría significado. En cambio, el Predicador descubre que el trabajo tiene significado y que es bueno. Su queja es que estas dos características siempre son transitorias, incompletas, inciertas y limitadas. En realidad, dada la alternativa —un mundo completamente sin Dios— estas son señales de esperanza.

Tales muestras de esperanza pueden ser un consuelo para nosotros en nuestras experiencias más oscuras de la vida y el trabajo. Es más, nos dan una nueva perspectiva de nuestros compañeros de trabajo que no han recibido las buenas nuevas del reino de Cristo, cuya experiencia de trabajo puede ser similar a la del Predicador. Si podemos imaginar lo que es soportar las dificultades que experimentamos pero sin la promesa de la redención de Cristo, podremos entender un poco la carga que representan la vida y el trabajo para nuestros compañeros. Debemos orar pidiéndole a Dios que esto al menos nos dé más compasión. Tal vez también nos dé un testimonio más efectivo. Si vamos a dar fe de las buenas nuevas de Cristo, debemos comenzar por entrar a la realidad de aquellos para quienes somos testimonio. De otra forma, nuestro testimonio no es significativo, sino superficial, egoísta y vano.

El esplendor de Eclesiastés puede ser precisamente que es bastante inquietante. La vida es inquietante y Eclesiastés enfrenta la vida de forma honesta. Debemos inquietarnos cuando nos sentimos demasiado cómodos en la vida “bajo el sol”, demasiado dependientes de las comodidades que podemos encontrar en las situaciones de prosperidad y tranquilidad. Debemos estar inquietos y ser impulsados en la dirección opuesta cuando caemos en el cinismo y el desespero debido a las dificultades que enfrentamos. Cuando convertimos los logros transitorios de nuestro trabajo y la arrogancia que produce en un ídolo —y a la inversa, cuando no reconocemos el significado trascendente de nuestro trabajo y el valor de las personas con las que trabajamos —debemos estar inquietos. Eclesiastés puede inquietarnos de una forma especial para la gloria de Dios.